lunes, 15 de noviembre de 2010

Una buena caja de herramientas


15-11-2010

Reseña de "Decrecimiento o barbarie. Para una salida noviolenta del capitalismo" de Paolo Cacciari
Una buena caja de herramientas


Decrecimiento o barbarie. Para una salida noviolenta del capitalismo. Paolo Cacciari ( traducción de Stefano Puddu Crespellani) Icaria, 2010, 150 páginas.


Lo primero que hay que decir del libro es que funciona de una manera casi telegráfica. Esto, en sí mismo, no es ni bueno ni malo. Es bueno si lo que quiere es sugerir y malo si lo que `pretende es profundizar. Si el objetivo del libro es sugerir, entonces el texto sí nos proporciona muchas ideas para desarrollar. Cada una de estas ideas está completada por abundante bibliografía y referencias en la red. Lo cual resulta muy útil para el lector italiano ( la mayoría de indicaciones lo son de libros y de páginas escritas en su lengua y que se contextualizar en experiencias de este país) y menos útil para el no lo es, que seguramente pierde la mayor parte del material. Lo cual no quiere decir que no sea interesante para los legos, ya que nos enteramos) de las múltiples experiencias alternativas vivas en Italia. Nos alegra porque quiere decir que están pasando cosas mucho más interesantes que las que deducimos por los massmedia. Pero nos entristece constatar que no hay en el país una canalización política de todos estos movimientos y experiencias.

Las palabras decrecimiento y noviolencia funcionan un poco en el texto como mantras salvadores. Éste es un defecto del libro, el de dar un contenido tan absoluto a estas dos palabras, cuando cada una de ellas tiene que matizarse y enmarcar en un planteamiento mucho más problemático. El término decrecimiento funcionó cuando apareció como un concepto revulsivo contra el nefasto paradigma del crecimiento. Crecimiento vinculado al mito del progreso y la lógica del desarrollo capitalista. Cacciari no olvida nunca que el crecimiento que critica es producto de la lógica del capitalismo y no oculta esta palabra como hacen los ecologistas ideológicamente más ambiguos. Pero el concepto es problemático, como bien han señalado economistas críticos como Naredo, ya que más que situar la polémica entre crecer o decrecer deberíamos hacerlo sobre en que aspectos debemos crecer y en cuales decrecer. Aunque hay que reconocer que el mismo Cacciari ya plantea las consecuencias negativas que podría tener el decrecimiento entendido como recesión. Respecto a la noviolencia pasa lo mismo. La aparición de la noviolencia como movimiento fue un avance indudable pero el tema de la violencia es muy complejo, tanto desde el punto de vista de saber si es algo que hay que eliminar o canalizar, como desde la afirmación de que la transformación social será no violenta. Esto último tiene relación con la afirmación de Cacciari de que los medios deben priorizarse a los fines en el movimiento por una sociedad mejor. Está claro que los medios son fundamentales, que hay que tenerlos en cuenta como un elemento esencial pero tampoco hay que olvidar que una transformación radical puede comportar violencia de manera inevitable. El tema del poder es aquí clave y hubiera sido conveniente mencionar los pensadores de izquierda que más a fondo la han tratado, como Michel Foucault, en lugar de despachar el tema con un discurso bienintencionado pero algo ingenuo..

Cacciari recupera muchos clásicos Erich Fromm, Ivan Illich, Ghandi... en una línea que podríamos considerar una perspectiva radicalmente ética de la política. Este planteamiento ético da a su discurso un tono bastante idealista, en el mejor y peor sentido de la palabra. El mejor sentido es el de recordar que hay que cambiar las actitudes y los hábitos si queremos cambiar la sociedad. El peor sentido es que hay que ser realista y no olvidar los aspectos más oscuros de la condición humana, la imperfección de cualquier sistema social, la lucha permanente contra los privilegios que se generan inevitablemente. Con su propuesta de ir hacia unas comunidades humanas armónicas autogestionadas parece que volvemos a las propuestas utópicas como alternativa. De todas maneras hay que reconocerle el mérito de bajar su discurso al nivel concreto, buscando siempre prácticas que lo materialicen.

El tema más esencialmente político queda demasiado en el aire. Cacciari, que militó en el Partido Comunista Italiano y en Refundación comunista, tiene suficiente experiencia como para cuestionar honestamente el papel de los partidos políticos. Pero seguramente es necesario alguna organización política amplia, democrática para luchar contra los poderes capitalistas. También critica radicalmente el Estado y sus instituciones pero ¿ podemos prescindir de ellas en la lucha por el socialismo, que es para mí la palabra que por tradición hemos de mantener en la lucha por una sociedad más justa. La cuestión de la democracia radical es aquí fundamental y aunque la referencia a autores como Castoriadis es fundamental encuentro a faltar la de pensadores como Jacques Rancière.

Todos estos comentarios y reflexiones me parece que exponen el valor que tiene este libro que es el de una herramienta útil para repensar una serie de temas clave para el ciudadano de izquierdas.

Luis Roca Jusmet lroca@ono.com luisroca13.blospot.com

"La República de Weimar. Manual para destruir una democracia"


15-11-2010

Novedad editorial, presentación el 17 de noviembre en Madrid
"La República de Weimar. Manual para destruir una democracia"




Presentación del libro: http://www.catarata.org/noticia/mostrar/id/59

INTRODUCCION

El pasado deja huellas por todos los rincones del presente. Aunque no fijemos detenidamente la atención, persisten a nuestro alrededor abundantes indicios que dan cuenta del paso de las generaciones anteriores a la nuestra. Edificios, monumentos, ruinas, restos arqueológicos, pero también documentos oficiales, fotografías, cartas, memorias o recuerdos familiares transmiten la presencia de algo que ya no está entre nosotros, pero que de alguna manera nos acompaña.

Todos estos objetos materiales o inmateriales expresan algo de los esfuerzos, proyectos, conflictos, fracasos o locuras de las gentes que nos han precedido. Depende exclusivamente de nuestra perspicacia que seamos capaces de extraer un mensaje articulado de elementos tan dispares.

La interpretación de todos esos fragmentos incompletos, desordenados o contradictorios que nos ha legado el pasado no es un pasatiempo o una afición más o menos entretenida, sino un intento muy humano por comprender los materiales con los que se ha construido, en primer lugar, el mundo que nos rodea y, de paso, a nosotros mismos.

Se puede decir que la sociedad en la que vivimos es lo que determinaron las acciones de nuestros predecesores. Pero la sociedad que entregaremos a nuestros herederos dependerá de las acciones que realicemos en el presente. Por tanto, la pregunta de “quiénes somos” debe plantearse para poder perfilar el tipo de proyecto en el que nos estamos embarcando. La respuesta a esta pregunta requiere, pues, una reflexión histórica honesta.

Si sólo bastase con echar un somero vistazo a nuestro alrededor para conocer el pasado, entonces sólo quedaría mirar hacia adelante y avanzar sin titubeos. Sin embargo, empiezan a surgir dificultades por el hecho de que los restos del pasado no nos interpelan directamente, sino que sólo sugieren y, en consecuencia, a la hora de dotarles de un sentido, se prestan a interpretaciones muy diversas.

¿Significa esto que cualquier interpretación histórica es válida, ya que en el fondo sólo se trata de narraciones personales, influidas por los gustos y preferencias del observador? En absoluto, una interpretación histórica no es una opinión particular, cuestión de gusto o de capricho, sino un esfuerzo por comprender la relación entre los distintos materiales históricos que están a nuestro alcance y por esclarecer el contexto en el que se desenvolvieron sus autores.

Una interpretación distorsionada, o peor aún, una falsificación, por fuerza tiene que ignorar o tergiversar todos aquellos elementos que no cuadran con su narrativa. Esta actitud no es sólo científicamente reprobable, sino también políticamente irresponsable. Y lo es, porque normalmente las interpretaciones históricas no quedan confinadas a un reducido círculo de especialistas, sino que suelen tener una proyección más amplia. De hecho, todo proyecto político se apoya en una interpretación del pasado, por lo que la política implica también una discusión sobre las distintas maneras de percibir la historia. Y aquellas visiones que carezcan de coherencia interna, que colisionen con los testimonios del pasado, que pisoteen los hechos, no pueden someterse a un escrutinio público, pues éste dejaría al descubierto todas sus insuficiencias.

Por tanto, las falsificaciones del pasado sólo pueden sostenerse mediante la supresión del debate público, es decir, acallando todas las voces que cuestionen la interpretación dominante. No sorprende, pues, que los dictadores desarrollen un interés muy especial en manipular el pasado, puesto que saben que las bases de su legitimidad son muy frágiles y un examen atento de su apoderamiento del Estado sólo serviría para exponer el entramado de complicidades en el que se apoyan.

Sin embargo, cometeríamos un error si creyéramos que los intentos por limitar el debate público sólo proceden de las dictaduras. En sociedades altamente tecnificadas como en las que vivimos, donde, ya sea como ciudadanos, consumidores, trabajadores, o espectadores, estamos encajados en engranajes que nos desbordan, actividades que impliquen una reflexión detenida sobre acontecimientos pretéritos aparecen como un gasto ocioso de recursos. En una sociedad, en la que, por una parte, se nos exige constantemente resultados inmediatos y, por otra, exigimos al mismo tiempo una respuesta rápida a nuestras demandas, sólo cabe mirar hacia delante y no perder el tiempo innecesariamente.

En este contexto de demandas y exigencias vertiginosas, el espacio público, el espacio común en el se puedan valorar las distintas interpretaciones del pasado y, por tanto, escoger distintos futuros, se ve atacado por muchos frentes. Por un lado, medios de comunicación que necesitan ininterrumpidamente vender nuevas sensaciones, por otro, burocracias técnico-económicas que pretenden zanjar los debates públicos apelando a sus competencias “neutrales”, y, finalmente, masas de ciudadanos angustiados y desorientados que se ven arrastradas por una espiral devoradora.

En la Alemania de principios de los años 30 del siglo pasado se dio un escenario parecido al descrito en el párrafo anterior. La razón que me ha llevado a escribir sobre este período histórico, que se conoce con el nombre de República de Weimar, se encuentra en los interesantes paralelismos que se pueden trazar con otros períodos de crisis e incluso con nuestra propia situación actual. No sólo en la Alemania de Weimar se han repetido las quejas por la lentitud de los debates públicos y los llamamientos a que administradores eficientes tomen el espacio público. Pero estos llamamientos no suelen desembocar en una mayor autonomía de la sociedad, sino en precisamente todo lo contrario, en su inmersión en dinámicas auto-destructivas.

Este libro es una defensa del espacio público, entendido éste en un sentido amplio, en el sentido de un espacio donde puedan presentarse y elaborarse distintas visiones del pasado y del presente para decidir sobre el futuro en común. Sería muy pretencioso por mi parte dictar prescripciones sobre cómo se debe construir dicho espacio, pues corresponde a las gentes, pueblos y sociedades que la historia ha hecho vecinos la responsabilidad de articular conjuntamente un espacio en común donde poder discutir proyectos políticos.

Mi intención es más modesta: ofrecer unas reflexiones sobre cómo se construyó ese espacio público durante un período muy concreto, Alemania entre los años de 1918 y 1930, y cómo fue destruido entre 1930 y 1933. Considero fundamental el estudio de la República de Weimar para entender que la edificación de un espacio público no es un proceso automático, sino que requiere un esfuerzo colectivo y una actitud leal y responsable por parte de las élites políticas.

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Se conoce con el nombre de república de Weimar a la primera experiencia democrática de Alemania durante el período de entreguerras en el siglo XX. El nombre de Weimar hace referencia a la ciudad del mismo nombre en Turingia, donde se elaboró la constitución de la república entre los meses de febrero y julio de 1919. La constitución de Weimar fue finalmente aprobada el 31 de julio de 1919 y entraría en vigor unos días después, el 11 de agosto del mismo año.

La constitución de Weimar es un caso interesante, pues combina elementos presidencialistas con otros más típicos de un régimen parlamentarista. Por un lado, el presidente de la República es elegido durante un plazo de siete años y dispone de importantes atribuciones, nombrar y destituir al canciller (artículo 53), disolver el parlamento (artículo 25) o promulgar decretos de emergencia (artículo 48).

No obstante, al mismo tiempo, el parlamento puede ejercer también un control sobre las iniciativas del presidente. Así, el canciller y su gobierno deben responder ante el parlamento (Artículo 54). De igual modo, el propio artículo 48 reconoce al parlamento la capacidad en todo momento de rechazar las medidas de emergencia dictadas por el presidente.

Este sistema híbrido de presidencialismo y parlamentarismo se deterioró gravemente a partir de la crisis de 1929. De hecho, desde la primavera de 1930, el país empezó a ser gobernado de una forma cada vez más autoritaria mediante decretos presidenciales de emergencia, apelando al artículo 48 de la constitución.

El recurso a decretos de emergencia era legal dentro de unas condiciones muy estrictas, que contemplaban una estrecha vigilancia por parte del parlamento para evitar derivas dictatoriales. Sin embargo, los decretos elaborados por los colaboradores más cercanos al presidente de la república, general Hindenburg, tenían como objetivo precisamente prescindir del parlamento. Se llegaría un punto en que el que se borraría completamente la diferencia entre lo legal y la voluntad arbitraria del presidente y del canciller que en su nombre actuaba.

Dado el colapso final de la república y su substitución por el régimen nazi, la era de Weimar ha sido objeto de muchos estudios. Una pregunta recurrente es por qué no se asentó un sistema de parlamentarismo liberal en una de las sociedades más desarrolladas de Europa. ¿Por qué no fue posible un turno de paridos moderados? ¿Qué factores llevaron a que los nazis alcanzasen un 37,4% de los votos en las elecciones del 31 de julio de 1932?

Una explicación fácil sería atribuir el ascenso del nazismo a la virulencia e imprevisibilidad de las pasiones políticas. Como corolario de esta afirmación, se deduce que hay que diseñar sistemas parlamentarios que domen a una voluntad popular, que a veces se rinde hipnotizada por partidos extremistas, y establecer mecanismos que aseguren que el ejecutivo quedará en manos de políticos respetables.

El problema de esta explicación es que en la Alemania de principios de los años 30 se siguieron al pie de la letra tales recomendaciones. Durante este período, el ejecutivo intentaría aplicar una política económica ortodoxa para salir de la recesión pero no encontraría un respaldo suficiente en el parlamento. Si este último rechazaba sus decretos, el canciller disolvía el parlamento y convocaba nuevas elecciones. Si aun así, la hostilidad del recién constituido parlamento no amainaba, el canciller podía amenazar con volver a disolverlo y mientras tanto seguir dictando decretos de emergencia, hasta que el presidente de la república le retirara su confianza.

Ante esta dinámica de profundo desgaste de las instituciones, asesores legales con acceso privilegiado al presidente de la república propusieron reformar el Estado dotándole de un carácter más presidencialista y relegando al parlamento a un papel más secundario. Aunque no se atrevieran a enunciarlo tan francamente, un Estado de tales características tenía un sesgo marcadamente autoritario. Este proyecto de refundación del Estado sería secundado por una heterogénea coalición de industriales, magnates de la prensa, políticos conservadores y militares. Las causas del malestar de cada uno de estos grupos con respecto al funcionamiento de la república eran muy diversas, pero todos atribuían el desorden en las calles, en los hogares y en las fábricas a un exceso de democracia.

¿Verdaderamente funcionó tan mal la democracia en la Alemania de entreguerras? En realidad, Alemania se enfrentaba a las mismas dificultades que tienen que hacer frente todos los Estados modernos. Por una parte, desde un punto de vista político, modernidad implica reconocer que la soberanía emana del pueblo y que el poder sólo puede ser ejercido por la nación y sus legítimos representantes. [1]

Por otra parte, desde un punto de vista económico, modernidad significa división del trabajo, aplicación de la tecnología al proceso productivo y racionalidad instrumental. Por racionalidad instrumental se entiende una utilización eficiente de los recursos disponibles para alcanzar un objetivo. Dado un fin, las distintas alternativas que se presentan para realizarlo deben ser evaluadas con criterios técnicos y, acto seguido, seleccionar aquella que mejor emplea unos recursos escasos.

Utopías de distinto signo han creído que estas dos vertientes de la modernidad iban juntas. Así, si los pueblos sufren es porque un déspota los oprime y, de paso, distribuye caprichosamente los recursos y despilfarra las vidas y haciendas de sus súbditos. Sin embargo, concluyen estas utopías, un gobierno verdaderamente popular, comprometido con el bienestar de sus ciudadanos ante los que debe rendir cuentas, pondrá en marcha mecanismos imparciales que expandan la riqueza y que asignen los bienes siguiendo principios técnicos de eficiencia.

En la práctica, las cosas son mucho más complicadas. Frecuentemente, la voluntad popular interfiere en la esfera económica. Los ciudadanos pueden percibir que algunos mecanismos de asignación de recursos, a pesar de su racionalidad instrumental para incrementar la producción, tienen efectos muy dañinos sobre la salud, el medio ambiente o la dignidad de las personas. Igualmente, los técnicos en calidad de tales, pueden protestar contra las restricciones al progreso tecnológico que están aprobando los representantes del pueblo.

Esta tensión atraviesa todas las sociedades modernas por el simple hecho de que todos los efectos de la tecnología sobre las generaciones presentes y futuras no pueden ser conocidos de antemano. Por ello, urge crear un espacio público que permita dar voz a los ciudadanos para que expliquen cómo están viviendo realmente la aplicación de las innovaciones tecnológicas y organizativas de la esfera productiva. Instituciones liberales como el parlamento o la prensa, son foros donde poder tratar estas cuestiones. Pero con la irrupción de la cuestión social a finales del siglo XIX, al legislador se le plantea la necesidad de habilitar otros espacios, esta vez en el interior mismo de las fábricas mediante la negociación colectiva, para que pudiera cultivarse una opinión pública suficientemente madura.

La legislación social de Weimar es un intento ambicioso de responder a los desafíos de la modernidad de una manera auténticamente democrática. Lamentablemente, la clase política dirigente se decantó por una solución autoritaria. La historia de la república de Weimar termina en tragedia, porque el régimen que la sustituyó no consideraba la política como una actividad destinada a construir un lenguaje común entre sus ciudadanos, sino como un espectáculo violento que prometía a la comunidad nacional emociones cada vez más intensas.

Mi propósito al escribir este libro es ofrecer unas reflexiones sobre el contexto social, político y económico en el que se desenvolvió el experimento democrático de Weimar. No se trata tanto de describir todos los acontecimientos de un período tan rico como de reflexionar sobre cómo afectaron las tensiones de la modernidad a la Alemania de 1918. Mi orden de exposición será el siguiente.

El primer capítulo estará dedicado al carácter especial de la dictadura nazi. Dada la magnitud del holocausto y su carácter gratuito, la naturaleza del régimen nazi ha sido un tema de estudio preferente por parte de los investigadores. El hecho de que se exterminase a una etnia no por motivos económicos o estratégicos, sino por un acto de pura maldad ha llevado a muchos autores a cuestionar la racionalidad intrínseca del nazismo. El concepto de totalitarismo, elaborado inicialmente por exiliados alemanes en Estados Unidos en los años 40 y 50, localizaba la especificad del nazismo en su ideología. Así, el holocausto fue el resultado de aplicar una ideología, en este caso racista y nacionalista, hasta sus últimas consecuencias. Por tanto, un régimen es totalitario si se empeña en amoldar la realidad en función de las deducciones de su ideología y es completamente ciego a los desastres humanos que este proyecto pueda engendrar.

Creo, sin embargo, que el concepto de totalitarismo no es una explicación plenamente satisfactoria, pues tiende a pasar por alto las restricciones materiales, políticas, sociales y económicas a las que se enfrenta todo régimen político, por muy brutal que sea. Me parece intelectualmente más fructífero, y ése será el tema del primer capítulo, centrarse en el desorden administrativo del régimen nazi y en la función carismática que desempeñaba Hitler. Es decir, Hitler llega al poder en connivencia con unas elites conservadoras y con una burocracia estatal celosa de su profesionalidad. A pesar de la impaciencia del partido nazi y de la incomodidad de los grupos más tradicionales, no quedaba otro remedio que compartir el poder entre socios tan dispares. Si Hitler se decantaba por alguno en concreto, entonces, corría el riesgo de decepcionar a los otros. Por fuerza, si quería conservar su carisma de hombre providencial enérgico, tenía que mantenerse al margen de la rutina diaria del funcionamiento del Estado y limitarse a dar unas directrices generales que sus subordinados debían esforzarse en cumplir. Al no poder haber una coordinación previa, pues ello hubiera implicado un mayor grado de precisión al que Hitler no quería exponerse, grupos o individuos encuadrados en el régimen se afanaban por hacer realidad los deseos del Führer de forma rápida, atropellada y, en el contexto de la guerra, crecientemente caótica. Desgraciadamente, estas directrices, por ambiguas que aparecieran en ocasiones, estaban inmersas en delirios de odio y de agresión.

Fijando la atención en el caos organizativo del régimen nazi y en el impulso que en el centro del mismo irradiaba el carisma de Hitler, el nazismo no aparece como un retorno a impulsos irracionales que anidan en la parte primitiva del ser humano, sino como una respuesta fraudulenta a la crisis de la modernidad. En los siguientes capítulos trataré de exponer con más detalle los rasgos que esa crisis de la modernidad presentó en la Alemania de entreguerras.

El segundo capítulo estará dedicado a las transformaciones que ocasionó la I guerra mundial. Se puede decir que con la gran guerra empezó, por emplear la esclarecedora fórmula de Eric Hobsbawm, “el corto siglo XX” y con él una era de guerras altamente tecnificadas donde los Estados movilizan todos los recursos a su alcance para aplastar al enemigo. En conflictos de este tipo la distinción entre combatientes y no combatientes desaparece, pues todos los ciudadanos de un modo u otro están combatiendo. Por ello, dada la capacidad de destrucción de las guerras industriales, numerosos movimientos políticos y artísticos se cuestionaron la lógica de un orden económico y social que puede engendrar enfrentamientos bélicos como el que había asolado Europa entre 1914 y 1918. Desgraciadamente, también existieron otros movimientos, formados por antiguos veteranos, artistas vanguardistas y jóvenes ávidos de emociones fuertes, que quedaron fascinados por la guerra y que dedicarían toda su energía a ensalzar y practicar las virtudes de la camaradería de las trincheras y del combate físico.

Una segunda transformación afecta al papel del Estado en la economía. En la era liberal del siglo XIX, el Estado debía limitarse a cumplir las funciones de un gendarme, que vela por el mantenimiento del orden público y la estabilidad de la moneda. Pero cuando un Estado se embarca en una guerra como la de 1914, nuevas tareas se le acumulan: planificar la producción de armamentos y pertrechos, avituallar a los ejércitos, evacuar a los heridos, establecer una comunicación eficiente con el frente, y, además, encontrar fórmulas imaginativas para pagar todos estos gastos. Por otra parte, no puede abandonar a su suerte a las víctimas de una guerra de la que en parte es responsable. Por ello, asuntos que antes quedaban enteramente en manos de la iniciativa privada, a partir de ahora serán competencia del Estado.

Una tercera transformación de la guerra la encontramos en la escisión del movimiento socialista. Teóricamente comprometidos con el internacionalismo proletario, el inicio de las hostilidades partirá en dos la internacional socialista. En general, los partidos y sindicatos que de algún modo ya habían entrado en el engranaje político de sus respectivos países se sumaron al esfuerzo bélico, mientras que, inversamente, los partidos que tenían que operar en un marco nacional de clandestinidad denunciaron la guerra imperialista. Los primeros se agruparían en torno a la socialdemocracia y abogarían por una participación en las instituciones estatales con el propósito de mejorar paulatinamente las condiciones de la clase trabajadora y, tras un proceso largo, superar el capitalismo. Por su parte, los segundos pondrían sus esperanzas en los consejos de obreros y soldados que brotarían en Europa oriental y central entre 1917 y 1918 y propugnaban un cambio profundo e inmediato de la sociedad. Estos últimos constituirían el núcleo de los partidos comunistas.

El tercer capítulo cubre los años iniciales de la república de Weimar entre 1918 y 1923. Cuando el alto estado mayor se da cuenta de que la guerra está perdida, el imperio alemán empieza a desmoronarse. Soldados hartos de la guerra y del trato que les infligen sus superiores se amotinan y exigen paz y una amplia democratización de la vida pública. El emperador abdica y se proclama la república. Son años muy convulsos que presenciarán un enfrentamiento entre socialdemócratas y socialistas radicales, bajo la atenta mirada de un aparato militar, judicial y policial que no cree en la república. La fragilidad de los primeros gobiernos democráticos es palmaria. A la inestabilidad interna, se añaden las duras condiciones del tratado de Versalles. La debilidad de la república envalentonará a los sectores nacionalistas más virulentos que no cejarán en su empeño por destruirla. En este capítulo, intentaré iluminar la conexión entre las tensiones políticas y el desbocamiento de la inflación que alcanzarán su paroxismo en el verano y otoño de 1923, mientras tropas francesas y belgas ocupan la cuenca del Ruhr.

Asentada la república, gracias en parte a créditos norteamericanos, Alemania conoció un período de relativa calma y prosperidad. La Alemania de la segunda mitad de los años 20 es un país fascinado por la tecnología, encarnada ésta en la radio, el cine, el automóvil, la aviación y las nuevas técnicas de organización del trabajo importadas de Estados Unidos. El cuarto capítulo repasará las dos actitudes que alberga la sociedad con respecto al progreso tecnológico. Por un lado, existe una actitud humanista, representada por la propia constitución de Weimar y por vanguardias literarias y artísticas, para las que la tecnología es una fuerza que debe ser controlada para hacer la sociedad más habitable. Por otra parte, existe una actitud antagónica, para la que el historiador Jeffrey Herf ha acuñado la expresión “modernismo reaccionario”. De acuerdo con esta segunda actitud, filósofos y escritores profundamente conservadores entienden que la tecnología está animada por fuerzas vitales arrolladoras y que un pueblo sano debe dejarse llevar por estas fuerzas embriagadoras ignorando las restricciones que intentan imponer intelectuales racionalistas. El llamado “modernismo reaccionario” encontrará un eco favorable en sectores empresariales, médicos y militares hostiles al espíritu de Weimar.

El quinto capítulo se centrará en el colapso final de la república. Intentaré explicar cómo la crisis del 29, la contracción internacional del crédito y el funcionamiento del patrón-oro crearon un escenario muy desfavorable para los responsables de la política económica. En estas circunstancias, los más estrechos asesores del presidente Hindenburg, con el fin de sortear la oposición del parlamento, podrán en marcha una forma de gobierno mediante decretos de emergencia, que irá tomando un cariz cada vez más autoritario. De hecho, los intereses de empresarios, militares y políticos conservadores confluirán en el apoyo a una solución autoritaria para superar la crisis de la república.

Se puede decir que el abuso de los decretos de emergencia destruyó “decorosamente” la república. Cuando empleo el término “decoro”, me refiero a que el parlamento no se disolvió por la fuerza, no se dio un golpe de Estado clásico como el ensayado por funcionarios nacionalistas y unidades militares en marzo de 1920. Haber obrado así hubiera desencadenado una resistencia imprevisible entre amplias capas de la población. La táctica de destrucción de la democracia fue menos estruendosa. El procedimiento para neutralizar a la oposición socialista y comunista consistió en aplicar medidas pseudo-legales que daban apariencia de que la vida política seguía su curso normal. Sin embargo, al fracasar sus intentos por enderezar la situación económica, su apoyo popular, ya de por sí reducido, mermó cada vez más, de modo que las elites políticas de Alemania tuvieron que recurrir a un partido de masas para disponer de una base social relativamente sólida con la que llevar a cabo su proyecto de transformación completa del Estado.

Como veremos en el último capítulo, ni estas elites políticas ni los nazis tenían respuestas a la crisis de la modernidad que sacudió los cimientos de Europa en los años 30. Pero en algo sí fueron originales: en convertir la política en espectáculo militar de masas; espectáculo dirigido a galvanizar las pasiones. Sólo que, a medida que las pasiones se adormecían y la propia dinámica de la vida moderna amenazaba con poner al descubierto las contradicciones intrínsecas del régimen nazi, éste debía despertar continuamente pasiones más intensas entre la comunidad nacional (Volksgemeinschaft), que necesariamente culminaban en la agresión y la guerra.



[1] Nótese que de esta idea de soberanía popular no se deduce automáticamente un Estado de derecho democrático. Sólo indica que grupos ajenos al pueblo no pueden dictar los destinos de la nación. Prácticamente todos los dictadores del siglo XX se han arrogado el derecho de representar la voluntad popular.
Presentación del libro "La república de Weimar", tendrá lugar el próximo 17 de noviembre a las 19 hs. En la librería La Central y la editorial Los Libros de la Catarata, C/ Ronda de Atocha, 2, 28012 Madrid.

Intervendrán: Ángeles Diez Rodríguez, profesora del Dpto. de Cambio Social de la Facultad de CC. Políticas y Sociología de la UCM y César Roa Llamazares, autor del libro

miércoles, 10 de noviembre de 2010

"Bolcheviques en el poder": Una antología del pensamiento revolucionario


10-11-2010

Novedad editorial Ocean Sur
"Bolcheviques en el poder": Una antología del pensamiento revolucionario


Compilación y prólogo de Jacinto Valdés-Dapena Vivanco y Sonia Almazán del Olmo Ocean Sur, 2010


Revisitar en pleno siglo XXI el cuerpo teórico de la Revolución rusa de 1917 no es un ejercicio reflexivo estéril, sino un reconocimiento de las contribuciones del bolchevismo a la cultura, la teoría social y la filosofía política del socialismo.

Más información sobre este libro en http://www.oceansur.com/catalogo/titulos/bolcheviques-en-el-poder/ • • • • • • Una antología del pensamiento revolucionario

Prólogo al libro Bolcheviques en el poder (Ocean Sur, 2010)

Marx concibió al socialismo en los países de la Europa culta y desarrollada, pero el viejo topo que es la historia demostró que la práctica es más rica que la teoría.

Fue precisamente en el siglo XX que las percepciones teóricas, políticas, económicas, filosóficas del marxismo de Marx y Engels se impusieron en la Rusia zarista, multinacional, atrasada, que combinaba las modernas tecnologías de las fábricas Putilo de Petrogrado con las formas de propiedad agraria más atrasada en Europa.

En un imperio con una población mayoritariamente campesina, autocrático, ajeno y enajenado de las revoluciones europeas del siglo XIX, sin haber experimentado las experiencias parlamentarias, ni las reformas religiosas del viejo continente, los bolcheviques de Lenin «tomaron el cielo por asalto». Entre abril y noviembre de 1917, en el lapso de siete meses, la Rusia multinacional, «cárcel de pueblos», transitó de la revolución democrático burguesa a la revolución socialista, en plena Primera Guerra Mundial, y durante la bancarrota de la II Internacional, cuando la obra teórica de Marx y Engels había estado sujeta a una dogmatización, revisión oportunista e interpretación filosófica, que, en verdad, era la negación cualitativa de los principios de la revolución teórica expuesta en las Tesis sobre Feuerbach, La ideología alemana y en la obra cumbre del pensamiento social del siglo XIX: El capital.

Mientras la socialdemocracia europea aceptaba con plena displicencia, el decursar de la primera guerra imperialista, son precisamente, y únicamente los bolcheviques del Partido obrero socialdemócrata de Rusia, liderados por Lenin la única fuerza política de la época capaz de interpretar la estrecha conexión entre la guerra y la revolución social.

Más todavía, tuvieron la capacidad intuitiva de «descubrir» el eslabón más débil de la cadena imperialista en la Rusia de los Romanov y de trazar, diseñar y llevar a cabo las tácticas acertadas para hacer socialista la Revolución de 1917, derivada de una estrategia basada en la creación teórica, la independencia del pensamiento político, un profundo sentido clasista, el espíritu internacionalista de los comuneros de París de 1871 y una clara visión de la importancia decisiva de la democracia soviética como núcleo esencial para crear el estado socialista del futuro.

Los bolcheviques pasaron por alto las concepciones reformistas, revisionistas y ortodoxas, de E. Bernstein, K. Kautski y G. Plejánov y acudieron a las fuentes teóricas de la ciencia política formuladas por Marx y Engels a mediados del siglo XIX en sus análisis de las revoluciones europeas.

Reinterpretaron El capital desde la Rusia de los zares y detectaron en el Manifiesto comunista una teoría de la revolución social, factible y válida en pleno siglo XX.

Colocaron en su justo medio y elaboraron los principios de la teoría del Partido, más allá de Marx y Engels; fundamentaron, en nuevas condiciones históricas, la significación de la lucha de clases y la dictadura o hegemonía del proletariado en la transición al socialismo. Consideraron el carácter imperativo e imprescindible de la alianza obrero-campesina para salvar la Revolución y como premisa del socialismo.

De manera profética vislumbraron los peligros de la ausencia de la Revolución socialista en Alemania para consolidar la esencia marxista de la Revolución en Rusia.

En plena Primera Guerra Mundial reconocieron el imperativo de construir una nueva Internacional: la Internacional comunista, que se fundara el 1ro. de marzo de 1919, cuando el socialismo estaba librando una lucha a muerte contra la intervención extranjera y la contrarrevolución interna.

Lo que Marx y Engels en su tiempo no pudieron abarcar plenamente en sus análisis sobre las nacionalidades y el problema colonial, los bolcheviques lo incorporaron en su corpus doctrinal.

Para ellos, el problema de las nacionalidades y la cuestión colonial tenían una elevada y decisiva prioridad en su estrategia revolucionaria.

Si el socialismo demandaba la organización económica más avanzada, les correspondió a ellos buscar las fórmulas de conciliar el estatus de una sociedad eminentemente agraria, terrateniente, fanáticamente religiosa, mitad europea y mitad asiática, que a su vez era un imperio que participaba en una guerra imperialista, «una guerra de rapiña» al decir de Lenin. Solo entonces se puede comprender por qué el comunismo de guerra en el año 1918 y la Nueva política económica (NEP) a partir de 1921.

¿Cómo era posible que en una sociedad en la que el proletariado era una minoría y existía una mayoría campesina, analfabeta, devota del Zar, el «padrecito zar», una burguesía dependiente del capital extranjero, un estado burocrático, con una elevada capacidad represiva, se desencadenara una insurrección armada que desembocaría en una revolución proletaria que en «los 10 días que estremecieron al mundo», hicieron colapsar a la burguesía y la monarquía rusas entre abril y noviembre de 1917?

Este complejo fenómeno político solo puede ser comprendido a partir de conocer importantes aspectos de los perfiles políticos del bolchevismo: conceptos como vanguardia, partido, soviets, clases sociales, alianza de clases, situación y crisis revolucionaria, condiciones objetivas, factor subjetivo, agitación, propaganda, insurrección urbana, son claves que permiten descifrar la victoria de la Revolución rusa de noviembre de 1917.

Para los bolcheviques llegar al poder significaba desencadenar, a escala mundial, la Revolución socialista.

Rusia, para ellos, sería el factor detonante, les correspondía a los marxistas de Europa —Alemania en primer lugar— desencadenar la revolución proletaria contra el capitalismo desarrollado.

No era esto una utopía. Los bolcheviques conocían las potencialidades revolucionarias que existían en el movimiento obrero europeo, en especial en Alemania, a pesar de la claudicación de la socialdemocracia europea al apoyar a la burguesía de sus respectivos países en la Primera Guerra Mundial.

Lo que acontecería en Europa y en el mundo después de la Revolución rusa, requiere de un examen y una valoración críticas en cuanto a la capacidad de la burguesía para reaccionar en momentos de situaciones revolucionarias, y de acudir a las más extremas formas de totalitarismo para preservar, a toda costa, el poder político. El fascismo en Italia y el nacionalsocialismo en Alemania son fenómenos que se insertan en la cultura de dominación burguesa del siglo XX, en gran medida como respuesta a las luchas y perspectivas revolucionarias de la época.

Surgido en el seno del Partido obrero social demócrata de Rusia (POSDR) a inicios del siglo XX, el bolchevismo, cuyo fundador, teórico y político más lúcido fue V.I. Lenin, el primero entre los iguales, se desarrolló entre las revoluciones de 1905 y 1917, como la organización revolucionaria de la socialdemocracia rusa, que, frente al reformismo de los mencheviques, se propuso crear las condiciones para la insurrección armada urbana a partir de coyunturas específicas en las circunstancias políticas que caracterizaron al régimen autocrático del zarismo.

Procedente de los sectores más radicales de las organizaciones socialdemócratas existentes en el imperio ruso, los bolcheviques actuaron como un partido independiente en el seno del POSDR hasta la victoria de noviembre de 1917.

Intelectuales y obreros de una sólida cultura política, forjada en los combates revolucionarios contra la opresión y en los círculos de estudios de las primeras organizaciones obreras marxistas de los años noventa del siglo XIX, los hombres y mujeres que militaban en las filas del bolchevismo no eran políticos improvisados.

La lucha revolucionaria, la prisión, el exilio, el destierro, el intercambio con otros partidos obreros de Europa, la consagración a los ideales del comunismo, el realismo político, fueron la escuela en que se forjó la pléyade de la Revolución de Octubre.

El propósito de Bolcheviques en el poder apunta a presentar, a partir de textos representativos e imprescindibles de importantes protagonistas, aspectos fundamentales que permiten acceder a los fundamentos teóricos del bolchevismo en sus diferentes manifestaciones: la política, la economía, la sociedad, la cultura, la educación, la transición socialista.

En definitiva, se trata de exponer los rasgos esenciales de los bolcheviques, en especial los que desplegaron una actividad junto a Lenin, en la organización de la insurrección que condujo al triunfo revolucionario: los que apoyaron los postulados de las Tesis de abril de 1917, de llevar a cabo la Revolución ininterrumpida, strictu sensu, hacer socialista la Revolución rusa.

En los trabajos aquí presentes, se distingue con claridad la filosofía de los que acompañaron a Lenin en el pleno ejercicio de un pensamiento independiente y creador dirigido a sentar las bases del socialismo que brotaba de la atrasada Rusia de los zares.

No debe omitirse aquí la inclusión de las crónicas, de elevada significación histórica, que aparecen reflejadas en los trabajos de John Reed y Víctor Serge y que reflejan la atmósfera revolucionaria prevaleciente en el período desde las perspectivas de testigos excepcionales.

En los trabajos de Lenin, Trotski, Stalin, Bujarin, Preobrajenski, Alejandra Kollontai, N. Krupskaya, Lunacharski, se formula con una profunda originalidad la significación de la Revolución de Octubre de 1917.

Sin pretenderlo, lograron trascender, ampliar, complementar y crear una teoría política y social elaborada por Marx y Engels a mediados del siglo XIX en el contexto de cambios sustanciales en la historia europea. Fueron en verdad no meros intérpretes del marxismo revolucionario sino revolucionarios marxistas, cada uno con sus características intelectuales propias, que elaboraron las bases del leninismo como el marxismo de la época del imperialismo.

Después de la Revolución rusa de 1917, llevada a cabo por los bolcheviques en el poder, el panorama político europeo y mundial se modificaría y su impacto abarcaría no sólo a los países capitalistas desarrollados sino también a los países coloniales.

Los bolcheviques, en su quehacer político, aportaron al movimiento revolucionario del siglo XX concepciones y análisis, experiencias y enseñanzas derivadas de los logros alcanzados y los errores cometidos.

A principios del siglo XXI volver a su obra, reexaminarla, no es un mero ejercicio de pensar. Es reconocer la enorme contribución que hicieron a la cultura, a la teoría social y a la filosofía política del socialismo y del marxismo. Sus enfoques teóricos, la experiencia de la propia Revolución bolchevique nos compulsa a repensar nuestro siglo y el valor de la teoría revolucionaria que ellos elaboraron, en las condiciones del mundo de hoy.

Más información sobre este libro en http://www.oceansur.com/catalogo/titulos/bolcheviques-en-el-poder/

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Tres libros sobre Durruti


01-11-2010

Contra la desmemoria la histórica
Tres libros sobre Durruti



En 2010 se conmemora el primer centenario de existencia de la Confederación Nacional del Trabajo, la CNT, el sindicato al que perteneció Buenaventura Durruti. Hace cuatro años, en 2006, se conmemoró el septuagésimo aniversario de la Revolución Social española. Ni que decir tiene que desde el poder establecido —léase instituciones gubernamentales, medios de comunicación, universidades, etc.— tales aniversarios no existen, de igual manera que en 1936, esos mismos poderes trataron por todos los medios de ocultar la onda expansiva de dicha Revolución.

Desde el último tercio del siglo XIX, la doctrina ácrata de Mijail Bakunin se había extendido como un reguero de pólvora en nuestro país. Ya en una fecha tan temprana como 1872, la Federación Anarquista logró reunir a más de 45.000 militantes en la ciudad de Córdoba, con motivo de una convención. Así lo destaca Hans Magnus Enzensberger: “España es el único país del mundo en el cual las teorías revolucionarias anarquistas de Bakunin se convirtieron en un poder real. Los anarquistas mantuvieron hasta 1936 el control del movimiento obrero español; no sólo eran los más numerosos, sino también los más militantes.”

Pero hay cosas que, por mucho que se intenten esconder, son del todo imposibles. Por ejemplo, no se puede ocultar que en el verano de 1936 en Cataluña, Aragón y otros lugares de España, tuvo lugar lo que la filósofa francesa Simone Weil define como “una época extraordinaria, una de esas épocas que no han durado mucho hasta ahora, en las cuales los que siempre han obedecido toman todo a su cargo.” De esta manera, los anarquistas ibéricos socializaron las fábricas, los grandes almacenes, los hoteles y restaurantes, colectivizaron las granjas, el campo y las bodegas más importantes, pusieron a disposición del pueblo los empresas de transporte y los ferrocarriles, abolieron el uso del dinero y la propiedad privada e instauraron, siquiera por unos meses, el comunismo libertario. Por primera vez en la historia de España, el pueblo, la clase trabajadora, era la dueña de sus decisiones, de los medios de producción, de sus movimientos, de su libertad.

Con toda seguridad, una de las personas más determinantes para que eso ocurriese fue Buenaventura Durruti, el anarquista leonés afincado en Barcelona. Como señala Enrique Tierno Galván, mucho se ha hablado y escrito sobre nuestra Guerra Civil, y se han recuperado muchas personalidades que han permanecido sepultadas por el olvido ignominioso de la Historia, no obstante, se hace necesaria una profunda revisión del anarquismo y el papel que este jugó en todo ese período histórico. Así pues, urge recuperar la figura de Buenaventura Durruti, porque, como señala el historiador José Luis Gutiérrez Molina “la existencia de Durruti no es sino la de otros miles de revolucionarios españoles que empeñaron sus vidas en la conquista de una sociedad más justa. Recordando a Durruti, lo hacemos también a los demás que no por anónimos tienen menos importancia. La trascendencia del anarquista leonés no radica en su excepcionalidad, sino en haber sido uno más entre muchos.” Durruti fue un hombre de acción. Su obra maestra, sin duda, fueron sus hechos, su manera de ser y estar, su fuerte personalidad, su elevada altura moral. Aunque la bibliografía sobre Durruti no es tan amplia como un personaje histórico de su magnitud merece, existen varias referencias para conocer a fondo la vida y la obra del líder anarcosindicalista. Vamos a ver aquí tres aproximaciones a la figura de un personaje cuya vida, en sí misma, fue una auténtica novela de aventuras.

En primer lugar, tenemos la obra El corto verano de la anarquía (Vida y muerte de Durruti), del escritor —ensayista, poeta, dramaturgo, guionista de documentales cinematográficos, ganador del Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades en 2002— alemán Hans Magnus Enzensberger. Este libro no es ni un ensayo, ni una biografía, ni una novela. No es nada de esto y lo es todo al mismo tiempo. En realidad se trata de un libro-collage, pues contiene fragmentos, visiones, reflexiones de otros escritores o historiadores, de amigos, de familiares de Durruti, o de personalidades que, en mayor o menor medida, tuvieron algún tipo de relación con el revolucionario leonés. A comienzos de la década de los setenta, Enzensberger recopiló diferentes textos, artículos de prensa, entrevistas, para ofrecernos una visión nueva sobre la vida y la muerte (como señala el subtítulo del libro) de Buenaventura Durruti. Entremedias, el filósofo alemán intercala lo que él denomina “Comentarios”, sobre diferentes aspectos relacionados con el tema principal. De esta manera, Enzensberger diserta sobre los orígenes del anarquismo ibérico, sobre la II República, sobre la Guerra Civil, sobre el ejército miliciano, etc., etc. En realidad, el autor se limita a transcribir una novela colectiva que se nutre de la información que aportan numerosos testigos oculares que estuvieron allí y que, a menudo, expresan puntos de vista diametralmente opuestos sobre el mismo acontecimiento (por ejemplo, sobre la muerte de Durruti acaecida en la defensa de Madrid, en noviembre de 1936). El corto verano de la anarquía, que ya desde su mismo título pretende ser un homenaje a aquellos meses veraniegos de 1936 donde más cerca se estuvo de alcanzar la Utopía, no pretende ser una minuciosa biografía de Durruti, sino ofrecer una panorámica histórica del personaje y por extensión de la organización sindical a la que pertenecía, la CNT-FAI.

La segunda obra se titula, simplemente, Durruti 1896-1936. Escrita por Rai Ferrer y con prólogo del que fuera alcalde socialista de Madrid, Enrique Tierno Galván, fue publicada en 1985, y es un libro bastante curioso, pues está profusamente ilustrado con dibujos del propio autor, ya que es un experimentado dibujante de cómics, diseñador editorial, realizador de cubiertas de libros en distintas editoriales, etc. No se trata de un tebeo a la manera tradicional, sino de un libro de estampas, que en palabras de su autor “está realizado a imitación de los folletos que llevaron la “idea” hasta los confines de la piel de toro”. Ferrer, que nació unos años después de acabar la Guerra Civil, confiesa que no oyó hablar de Buenaventura Durruti hasta 1955 (en aquellos tiempos de represión feroz el solo hecho de pronunciar tal nombre podía acarrearle a uno graves problemas), y que sería su madre la primera persona que le puso tras la pista del líder anarcosindicalista, definiéndolo como “Un trabajador y un revolucionario… Por eso lo mataron…” El autor, en una breve introducción, explica que su objetivo al escribir esta obra fue hacer “un canto a los trabajadores. Un libro con un solo nombre en portada; pero con millones de protagonistas. Tal como Durruti deseaba.” Y luego añade. “A lo largo de sus páginas se habla de la CNT y de los pensamientos de la clase obrera. De sus miserias y de sus grandezas. De sus enemigos irreconciliables y de la revuelta permanente.” Un libro muy ameno para adentrarse en la vida de un personaje realmente fascinante.

La tercera de las obras que nos ocupan es un ensayo que me atrevería a calificar de extraordinario. Durruti en la Revolución española es una pormenorizada (más de 700 páginas) biografía del líder obrero, escrita por Abel Paz (seudónimo de Diego Camacho) un anarquista que tan solo con quince años vivió de primera mano muchos de los acontecimientos que luego ha narrado como cronista y que ha consagrado su vida a estudiar, analizar y difundir por todo el mundo el pensamiento libertario y los logros de la Revolución Social española. La obra, prologada por el historiador José Luis Gutiérrez Molina, autor de numerosas investigadores sobre el anarquismo y la historia social contemporánea de nuestro país, está dividida en tres partes, que, en palabras del propio prologuista, “reproducen las etapas del pueblo español en su camino por su emancipación”: “El rebelde”: va desde el nacimiento de Durruti el 14 de julio de 1896 hasta la llegada de la II República; “El militante”: desde el 14 de abril de 1931 hasta el día del golpe de estado fascista, el 18 de julio de 1936; “El Revolucionario”: desde el 19 de julio de 1936 hasta el 20 de noviembre de ese mismo año, día de su muerte. Se cierra el libro con un apéndice titulado “Las muertes de Durruti”, en el cual se ponen de manifiesto las diferentes versiones que circulan sobre la muerte de Durruti acaecida mientras él y los miembros de su Columna defendían la capital de España del asedio fascista. Por último, encontramos una extensísima bibliografía de gran utilidad para quienes estén interesados en profundizar en el tema del anarquismo, las luchas sociales en España o la Guerra Civil. Para Gutiérrez Molina, este ensayo “es un instrumento válido para redefinir la consideración histórica de la guerra española, sacar a la luz los aspectos menos conocidos del conflicto, desbrozar el camino para estudiar el desarrollo de los elementos revolucionarios presentes y sus protagonistas y, en definitiva, situar el conflicto español como el último, por el momento, de los más profundos intentos de transformación social ocurrido en el solar europeo.”

El trabajo de Abel Paz para escribir este libro fue casi detectivesco: tuvo que realizar miles de entrevistas con personas que habían conocido y convivido con Durruti (desde su compañera Emilienne Morin a su hermana Rosa o su hija Colette; numerosos compañeros de la CNT, como Juan García Oliver o Federica Montseny; miembros de su Columna, como Francisco Subirats o Ricardo Rionda); tuvo que llevar a cabo una minuciosa búsqueda de documentos prácticamente desaparecidos por razones más que evidentes; se hizo necesario regresar a una España a la que le estaba totalmente prohibido acercarse debido a su condición de exiliado político, etc. Sin embargo, el resultado mereció la pena, pues el libro de Abel Paz es la biografía más exhaustiva que se ha escrito de Durruti hasta la fecha y, mucho nos tememos, que será prácticamente imposible superarla.

Escribe Gutiérrez Molina en su introducción a Durruti en la Revolución española: “Porque a pesar de los intentos de minusvalorar, despreciar, cuando no ignorar, la extensión, persistencia y arraigo de las ideas ácratas en nuestra sociedad cualquier observador que se aproxime a nuestro pasado más reciente no podrá dejar de observar la presencia de mujeres y hombres que, desde distintas organizaciones y planteamientos, han mantenido las ideas libertarías.” Estos tres libros son un buen antídoto contra la desmemoria histórica. Tres libros que tratan de poner la historia en su sitio. Tres libros altamente recomendables.

Blog del autor: http://mimargenizquierda.blogspot.com/

Memoria Histórica y Literatura


03-11-2010

Memoria Histórica y Literatura



Para conocer la literatura que recoge la Memoria Histórica es preciso comprender las circunstancias que rodearon el mundo occidental y cómo afectaron a España, y en España cómo se desarrolló el proceso histórico de la lucha de clases, los motivos para el estallido de la guerra, por qué vinieron extranjeros como nunca había ocurrido en ninguna otra guerra, y por qué hubo gentes de las más diversas tendencias democráticas entre quienes acudieron a defender la República, y por tanto con ella la democracia. Se hace necesario repasar el contexto, la situación que se estaba dando en el entorno europeo y en el conjunto occidental desde finales del siglo XIX a través de los movimientos sociales y políticos, porque la realidad histórica lo condiciona todo y por tanto también la literatura:

La industrialización, el fortalecimiento de la clase obrera, la decadencia de los antiguos regímenes monárquicos, son elementos fundamentales en la entrada del siglo XX. El imperio autro-hungaro, como todos los imperios, no quiere morir pacíficamente y las contradicciones que se le presentan en su estabilización y crecimiento hacen estallar la Primera Guerra, que va a ser el final del pensamiento del siglo XIX. Desde 1917-18 tenemos los acuerdos de Versalles que suponían la derrota de Alemania, la sangría producida por los intereses de las burguesías en lucha unas con otras habían dejado 30 millones de muertos. La salida va a suponer el triunfo de la Revolución Soviética y el crecimiento de las expectativas de la clase obrera, que concibió la posibilidad de cambio social y por tanto el surgimiento de una nueva perspectiva de la Historia y de la realidad. Los efectos en las conciencias de los trabajadores los podemos leer en algunas páginas de “El último encuentro”, de Sandor Marai, o de “El busto del Emperador”, de Joseph Roth, ninguna de las dos son novelas que puedan considerarse revolucionarias pero en las dos se relata el efecto que produjo el conocimiento de la revolución entre los obreros. En la primera de las novelas los obreros que estaban trabajando en lo más profundo de la selva en Indochina dejan de trabajar y salen de la selva para encontrarse, ¿cómo les pudo llegar la noticia?, solo se explica por la organización y fortaleza de los sindicatos y partidos obreros que pasaron de boca en boca el triunfo hasta llegar allí donde la lejanía hacía imposible imaginar ningún contacto con el mundo, y, en la segunda de las novelas se cuenta qué hicieron los obreros de una ciudad europea como Viena al conocer el hecho histórico del triunfo de sus hermanos proletarios: fueron uniéndose desde el extrarradio y marcharon en silencio por los barrios burgueses de la capital conforme las gentes pudientes que vivían allí se escondían, cerraban puertas y ventanas, miraban escondidos tras los visillos,… ¿cómo los impulsó la noticia a unos y otros?. La clase obrera emergió bajo una misma esperanza.

También podríamos recurrir a otra novela de Joseph Roth para repasar los antecedentes, “La marcha Radetzky”, en ella se cuenta la desintegración del Imperio austrohúngaro; y en esa dirección, aun teniendo que dejar de mencionar muchas otras obras importantísimas, no quiero que se quede fuera la novela burlesca de Jaroslav Hasek “Las aventuras del buen soldado Svejk”.

¿Qué había ocurrido? ¿qué estaba sucediendo?: si la razón metafísica del XIX había declarado que la Historia se repetía y no se podía ir más allá, si declaraba que se había llegado al cambio máximo y que lo demás era desarrollo, los hechos entonces negaban tales principios y mostraban y afirmaban la razón dialéctica, lo que Marx había venido sosteniendo: la lucha de clases, la acción de los oprimidos, es el motor de la Historia, los conflictos planteados, fruto de las contradicciones del sistema cuestionan la visión conservadora de la inmejorabilidad, de la negación, de un modo o de otro, del progreso, del cambio social, de la revolución social que han de llevar a cabo las fuerzas productivas.

Posicionándonos en el nuevo punto de vista podemos decir: si en el siglo XIX todo eran certezas, incluida la literatura, en el siglo XX todo va a ser signo. El fracaso del positivismo metafísico va a dar paso a la duda, a la reflexión, a la construcción de un pensamiento dialéctico, crítico, denunciativo y con proyección revolucionaria.

La salida de la guerra para la burguesía también supuso un desgaste del sistema económico productivo que lo dejó al borde del colapso: crisis de producción, crisis financiera, crisis político-social, lo que se conoce como Crisis del 29, el Crak del 29. 1929 es el año más conocido del fracaso capitalista, pero de ahí a la segunda guerra el camino seguiría un empeoramiento constante: el bajón en la Bolsa estadounidense había llevado su cotización en 1932 a los 58 puntos, y la ola llegó a Europa, de donde los capitalistas estadounidenses repatriaron sus capitales, fundamentalmente de Francia e Inglaterra, y los capitalistas holandeses y los suizos sacaron sus capitales de Alemania. Se devaluaron las monedas capitalistas en cadena y los bancos quebraron uno tras otro, la crisis fue ya hundimiento del sistema. Al otro lado aparecía la Revolución Soviética.

La respuesta de la burguesía a los trabajadores que se movilizaban en EEUU y Europa fue durísima, convendría leer “La otra Historia de EEUU”, de Howard Zinn. En Europa ocurrió otro tanto. La alternativa que empezó a generar la burguesía en su fracaso fue, como siempre en la Historia, violenta; convendría leer la obra completa de Bertolt Brecht, a Karl Kraus, a Walter Benjamin, hay que mencionar aquí a la vanguardia surrealista, desde Tomas Bretón, Jean Coucteau, Louis Aragón, y hasta Boris Vian, que desde diferentes posicionamientos defendían los cambios y negaban el conservadurismo. Con la salida que encontró la Primera Guerra la burguesía y la aristocracia empezaron a cavar trincheras, la idea de “patria” como reunión de “todos” fue sustituida por la defensa del negocio y la riqueza de los poderosos, como escribe Jhon Langdon-Davies en su libro, otro que debe leerse, “Detrás de las barricadas españolas”: “Hemos llegado al final de un periodo en el que el capitalismo ataviado con ropajes democráticos se enorgullecía de ser patriótico; nos acercamos al periodo en que el capitalismo en su fase fascista renuncia incluso al patriotismo por los beneficios”. Así es que tomó cuerpo de naturaleza el populismo fascista que, en Alemania, sobre la base de más de 6 millones de parados en 1929 el partido nazi paso de 108.000 afiliados a 800.000 miembros con la proletarización de la clase media. De los efectos en EEUU podemos saber a través de “Las uvas de la ira”, de John Steinbeck, y de “Paralelo 42”, de John Dos Passos. Las necesidades del capitalismo, su objetivo resultado de la crisis se situaba en llevar a los trabajadores a un estado de sumisión, volver al mundo antiguo para salvarse del desastre, quedar como imperio y como fuerza opositora a la revolución social que, con el ejemplo soviético, la clase obrera estaba buscando.

Esas eran las condiciones que, de manera general, venían dándose también en España, y esas eran las condiciones que afectaban a la literatura también. Así es como entramos en la novela española de los años 20-30 del siglo pasado.

Para hablar de la literatura que tiene que ver con la Memoria, ponemos la atención en la dictadura de Primo de Rivera, monárquica y apoyada por un sector del PSOE, en el periodo republicano y en lo que se llamó la “novela de avanzada”, para después adentrarnos en la literatura comprometida que combatió el fascismo desde dentro y, a continuación, la que recoge hoy nuestra Historia más cercana antifascista. Y no es porque la otra, la que no se denomina “de compromiso” no tenga tal compromiso, porque toda literatura expresa la ideología con la que actúa y vive.

Entre 1914 y 1920 el capital español se enriquece a manos llenas a causa de los negocios que hace con la neutralidad en la 1ª Guerra Mundial, un solo ejemplo ilustra sus intereses de clase: hay un intento en 1916 por parte del ministro Santiago Alba de sacar adelante una ley por la que los grandes capitales, exportadores a los países en guerra se enriquecen como nunca lo han hecho; en España subieron los precios de los alimentos hasta un 50%, manteniendo los mismos salarios, 1,5 pesetas en el campo y 4 pesetas en la ciudad, y los mismos que se enriquecían con todo esto, la alta burguesía y la aristocracia, sin pagar impuestos. El ministro Santiago Alba intenta que paguen al Estado 5 céntimos por cada peseta obtenida mediante los negocios de la guerra, con el fin de invertir en el interior y revertir el dinero que se llevan en subvenciones estatales, y el Congreso de los Diputados se vacía para boicotear la ley, la presión que ejercen hace que se llegue a cerrar el Parlamento, reuniéndose con ese fin los diputados, tanto liberales como conservadores, vinculados mayoritariamente a la aristocracia y a la alta burguesía, en el hotel Palace. En la segunda década del siglo XX el capitalismo se consolida en España con más de la mitad de la población adulta en el analfabetismo, con una media de vida entre los trabajadores que ronda los 35 años, y con más de un 90 % de la tierra en manos de la aristocracia y de la iglesia católica. En paralelo, la Revolución Soviética triunfa, y la clase obrera, que ha sabido del cambio en Rusia, ve en ello un horizonte de mejora. El impulso recibido por el conocimiento de los cambios sociales para la clase obrera y el campesinado sobre todo, hace que cobren fuerza las luchas por mejorar las condiciones de vida y por la revolución social. De acuerdo con las movilizaciones obreras el periodo que va entre 1917 y 1920 se ha denominado “el trienio bolchevique”. Esos tres años fueron un periodo especial del despertar obrero: un ejemplo que se recoge en múltiples documentos y libros de historia del movimiento obrero: la lectura de periódicos, panfletos, libros, se hacía en corros de obreros y campesinos, uno leía para los que no sabían leer; esa práctica llevó a los trabajadores la síntesis de sus propias experiencias y las alternativas y los métodos de lucha sindical y política impulsadas por sus organizaciones. La Revolución en Rusia fue un terremoto que cambió todas las conciencias trabajadoras y monárquicas, y las primeras en lucha con las últimas, aprendiendo de la realidad que hacía aparecer el combate, terminaron con la dictadura del Borbón conocida como de Primo de Ribera. Aun hoy en día, las familias Borbón y Primo de Ribera permanecen unidas por múltiples vínculos y se presentan juntas en sociedad.

El Estado monárquico había entrado en la crisis económica mundial y en su propia crisis monárquica por la guerra de Marruecos, y es empujado por la clase obrera que, plenamente definida por el capitalismo, irrumpía como clase en lucha por el progreso social.

En ese periodo dictatorial, del 23 al 30, la monarquía borbónica mediante su Dictadura intenta por todos los medios que no se conozcan los acontecimientos de Marruecos ni sus negocios con la guerra. Sobre este particular incidirá el llamado “Informe Picasso”. Sobre las prohibiciones en los periódicos y los libros Celedonio de la Iglesia, censor de la Dictadura escribía en 1930 en su libro “La censura por dentro”: “El fascismo ha tenido siempre un trato de favor… la Censura, en general, velaba amorosamente por aquella política”; sobre la Revolución Soviética escribía: “El bolchevismo y, en general, el estudio imparcial de la situación política de Rusia, figuraba en el índice de la Censura, y rara vez se filtraba en ella algún articulo literario de elogio más o menos disimulado; sobre la guerra de Marruecos: “Dentro de la necesidad de sostener una rigurosa censura, se llegó a extremos de tan minuciosa intervención que cualquiera que, acudiendo a los archivos de la Prensa, quisiera reconstruir aquella epopeya, no podría hacerlo consultando la española, menos enterada que ninguna, sino la extranjera viciada muchas veces por la pasión y la envidia”; y añade: “ El separatismo y el nacionalismo de Cataluña y aun el regionalismo más o menos templado eran intervenidos por orden expresa del presidente”.

A pesar de lo cual, a partir de 1926 se irá venciendo la resistencia de la Dictadura y se distribuirá la literatura revolucionaria, que en el 28 ha roto todas las trabas para crecer vertiginosamente hasta el 30, final del dictador, y en 1931 final de la monarquía: “No se ha ido que le hemos barrido”, cantaba el pueblo de Madrid ante el Palacio de Oriente. El Estado monárquico caerá debido a la gran unidad que se da entre la clase obrera a la que acompaña un cambio cultural que se adquirió junto con una conciencia representativa de clase. Marañón escribe en “A donde va España”: “El pueblo se sentía dueño de su personalidad… Y este fenómeno se debe a la propaganda intelectual de gran trayectoria y a la lectura y a la difusión de lo leído en los últimos años de la monarquía”. Con esto se subraya como los grandes movimientos sociales se producen tras la neutralización cultural del Estado reaccionario.

El camino hasta el 36 será para los escritores revolucionarios españoles un continuo crecimiento. A esto se relaciona un movimiento que se da entre los intelectuales: desde el triunfo de la revolución soviética se viene despertando un fenómeno antes desconocido; debido a las esperanzas obreras la atmosfera social cambia, y los intelectuales se van sumando al cambio y comienza a haber intelectuales procedentes de las clases medias que se solidarizan con los trabajadores en lucha además de sumarse a sus organizaciones políticas.

Pero, habiendo caído la dictadura de Primo de Ribera impuesta por Alfonso XIII para contener las protestas por la guerra de Marruecos, Annual, y las luchas reivindicativas de los trabajadores, también en España el peligro fascista se hace presente y va creciendo bajo la amenaza de guerra que esta en boca de todo el mundo, en todos los campos y en el intelectual también. Como respuesta a este peligro se empiezan a crear órganos amplios de representación que se oponen al fascismo: en 1933 el Comité de Ayuda, o en 1935 el Comité Mundial por la Defensa de la Cultura, en el que participaron Valle Inclán y Antonio Machado entre otros. El Comité Mundial por la Defensa de la Cultura no es tanto una organización que se marque tareas como la conjugación de otras maneras de mirar y de hacer lo que conlleva un posicionamiento político. Los puntos de vista revelados por unos y otros en revistas de izquierdas se van acercando para confluir uy plasmar en programas que llevan a los intelectuales a unirse al movimiento obrero, para después formar parte de lo que sería el Frente Popular. Junto a lo publicado en España también aparecen obras de autores extranjeros que tras la Primera Guerra adquieren conciencia social y antiimperialista, Barbusse, Romain Roland, Glaesser, Arold Zweig, Dreisser, Upton Sinclair; un ejemplo es “Yanquilándia bárbara”, de Alberto Ghiraldo con una carta de Sandino a Araquistain dándole las gracias por su libro “La agonía de las Antillas”, en ella le dice: Es alentador que los hombres de la nueva generación de España escriban trabajos de tanta trascendencia, como el de usted, porque ya es el signo de que la España reaccionaria entrara en las orientaciones que marcan las ciencias sociales … Es con ustedes con quienes deseamos darnos el abrazo fraternal, los que aspiramos a una total revisión de los valores humanos, y hoy que la ocasión es propicia por tratarse de España, hago a usted la declaración de que si en los actuales momentos históricos nuestra lucha es nacional y racial, ella devendrá internacional conforme se unifiquen los pueblos coloniales y semicoloniales con los pueblos de las metrópolis imperialistas.

Con muestras de la mayor consideración, me es honroso suscribirme de usted, atto.ss

Patria y Libertad. Augusto C. Sandino.

Pero entre los escritores que se comprometieron no solo había profesionales sino que debe contarse con los de extracción obrera, militantes políticos, como Julián Zugazagoitia e Isidoro Acevedo, periodistas, tras ellos vendrían narradores como Arderíus, Benavides, Arconada, Sender, José Díaz Fernández, Arturo Barea,… y poetas como Alberti, Neruda, Antonio Machado, Cesar Vallejo, Miguel Hernández, … con ellos, con su trabajo creativo, se puede ver el papel tan importante de los escritores como comunicadores en la ruptura de la hegemonía del pensamiento burgués. Marchando en esta dirección atendemos como un acontecimiento fundamental a lo que se denominó “la novela social de avanzada”, o de “la vanguardia humanizada” de “la otra generación del 27”. “La novela social de avanzada” tiene enfrente a la novela erótico burguesa, que alcanzaba grandes ventas, y en otro punto la Revista de Occidente, de Ortega, y su editorial Nova Novorum, -parece que el latín protegía lo que se consideraba Nuevo Novísimo- que contaba en sus filas escritores como Francisco Ayala, Jarnés, Bacarisse, Chacel, Jiménez Caballero, Ribas,…. escritores de novelas para la burguesía y la élite que se consideraba “nueva novísima”. Mientras que la novela de los amigos de ortega era la denominada por ellos “novela de vanguardia” era leída por una minoría elitista, los autores de “la novela de avanzada” se agrupaban en torno a la revista “Postguerra”, revista de arte vanguardista que exponía la vida política y cultural en conjunto. En septiembre de 1927, dos años después de la publicación de “La deshumanización”, de Ortega, José Antonio Balbontín, director de la revista “Postguerra” escribía: “…D. José Ortega y Gasset (pese a los anuncios estrepitosos de sus corifeos) no ha sabido darnos una nueva filosofía, ni mucho menos una nueva moral. Ha quedado reducido a ser un modesto teorizante del llamado “arte nuevo”.

Pero no es esto lo peor. Lo verdaderamente grave es que D. José Ortega y Gasset, bajo su capa (inofensiva en apariencia) de esteticista puro, esconde un implacable enemigo de la nueva democracia, es decir, una fuerza retrograda, tanto mas terrible cuanto mas refinada.

Recuerdan ustedes aquel famoso ensayo de D. José Ortega y Gasset sobre “La deshumanización del Arte. Parecía que allí se trataba simplemente de definir el arte nuevo como un arte deshumanizado, intelectualista, irónico; como un arte de minoría, inasequible a la multitud. Pero bien mirado, se advierte que lo que hace en realidad ese opúsculo (lleno por otra parte de palmarios desatinos estéticos) es afirmar solapadamente, metafóricamente, hipócritamente, que el principio de la igualdad formal entre los hombres “lo mismo en arte que en política” no pasa de ser un mito insoportable”.

Desde ese mismo años de 1927 alcanzaban una gran difusión libros como “La espuela”, “El comedor de la pensión Venecia” y “Los príncipes iguales”, de Arderíus; “El blocao”, “La Venus mecánica”, de José Díaz Fernández; “El suicidio del Príncipe Ariel”, de José A. Balbontín; “La Venus mecánica”, de José Díaz Fernández; “La barbarie organizada. Novela del Tercio”, de Fermín Galán; “La España de 1930”, de Gabriel García Maroto; “Imán”, de Ramón J. Sender; “Los de abajo”, de Mariano Azuela; o, “Tirano Banderas”, de Valle Inclán.

Fermín Galán, Ramón J. Sender, José A. Balbontín, y José Díaz Fernández, cuentan lo vivido en la guerra de Marruecos en sus obras: “La barbarie organizada”, “Imán”, “El suicidio del Príncipe Ariel”, y, “El blocao”

Tomamos aquí, como ejemplo de compromiso político y literario de lo que se proponía “la novela de avanzada” “El blocao”. Es una novela organizada en siete “bloques” o capítulos; José Díaz Fernández, periodista, emplea en parte la crónica periodística-literaria para reconstruir, con virtuosismo de recursos que había dado la novela más moderna, que decían utilizar las “vanguardias”, lo acontecido en Marruecos, y lo hace con gran capacidad de síntesis, trata de las preocupaciones del momento, selecciona y concentra la información, e invita al lector a opinar e imaginar más allá de lo que los historiadores puedan exponer, y con un discurso sencillo, de verbo común en apariencia y ritmo que gana conforme el autor se emplea en la novela. Con el camino escogido eludía la dramatización y la tragedia clásica y se adentraba en los soldados mediante la conmoción que se producía en ellos participantes en la guerra de la monarquía borbónica y el dictador Primo de Ribera.

“El blocao” es una novela contra la guerra que conmociona al lector por su gran carga humana, lo que trasmite con temblores épicos bajo la superficie, composiciones poéticas, rastros burlescos y mundos interiores participan de las experiencias que conoce cualquiera y aquí el lector. Abre la puerta a la creación literaria cementada con el periodismo, escritura literaria que más tarde se asociaría a una nueva literatura del siglo XX.

José Díaz Fernández conecta con los lectores y su obra se difunde rápidamente, sabe que ha ganado la partida a los conocidos como “vanguardistas”, empleadores de recursos literarios tan solo para alejarse de la realidad levantando con ello una barrera contra el mundo circundante construido por el poder reaccionario.

José Díaz Fernández elabora “El blocao” con las vivencias propias, con la intrahistoria de los soldados en un blocao, un puesto de avanzada, y la escribe sin dramatismo narrativo, pero sí con un elemento que condiciona el conjunto y lo explicará diciendo: “Yo quise hacer una novela sin otra unidad que la atmosfera que sostiene a los episodios…”. En “El blocao” muestra el paso de los días en vacío, los pequeños acontecimientos que manifiestan la inutilidad de aquel estar en la colonia, el trascurrir del tiempo sin realización personal porque los intereses de la monarquía obligaban a un servicio ajeno a la misma realización personal. Los personajes son comidos por la angustia, por la soledad, por la alienación y el hundimiento de la autoestima, por el aislamiento embrutecedor que hace salir un comportamiento sexual enloquecido, en los personajes no queda rastro de conciencia social, el estado de vacío, de cosa, la anulación humana, la desvalorización de la vida y la muerte avanza en ellos. José Díaz Fernández, quiere saber y quiere que sepamos las causas de esos estados en la vida de los soldados en el blocao, soldados que han sido arrastrados a la colonia y a la guerra de Marruecos por la monarquía borbónica.

Los antagonismos sobre los que opera la novela marcan la vida que llevan los soldados: la defensa de intereses ajenos, diferencias y confrontación entre nativos y colonizadores, entre mujeres marroquíes, a quienes el autor busca representar bajo un mismo nombre, y las españolas, la marroquí siempre oculta y huidiza, la española causa de exacerbación, y las dos, marroquí y española, son portadoras de muerte, aun aparecerá una tercera mujer, española, de militancia anticolonial que pone en práctica el terrorismo individual como forma de lucha contra el colonizador. Es una acción que por si misma está separada la experiencia del pueblo trabajador que la sobrelleva en otra esfera de la guerra. La riqueza y la pobreza atraviesan las contradicciones. El texto transmite el carácter de clase que tiene la guerra mediante la vida disipada de los mercaderes colonialistas frente a la vida de los nativos y soldados, los nativos siempre aparecen como sombras, como figuras extrañas, de las que se habla y no se materializan. Por otro lado en la conciencia de los colonizadores no existen los colonizados o sus vidas no tienen valor ninguno.

El blocao contiene la esencia colonial de los acuartelados, hambrientos en todos los órdenes.

Ahondando las diferencias con las literaturas anteriores la novela está habitada por el antihéroe propio de la contemporaneidad, envuelto en la atmosfera que vincula las partes donde el lector conocerá los rasgos humanos en los personajes en medio de la tensión latente.

Esta es la manera en que el autor, José Díaz Fernández, asalta la hegemonía del pensamiento burgués.

Otras obras de José Díaz Fernández:

Crónicas de la guerra de Marruecos. 1921.

La Venus mecánica. 1929.

El nuevo Romanticismo. 1930.

Vida de Fermín Galán. 1931. Lo escribe con Joaquín Arderíus y lo dedican a la juventud revolucionaria.

Octubre rojo en Asturias. 1935. Lo firma con el seudónimo de José Canel, y el prologo lo firma el mismo, José Díaz Fernández.

Más allá de “la novela de avanzada” hubo otra experiencia literaria que la Memoria Histórica guarda: en la guerra y en defensa de la República y por tanto de la democracia, participó un sector de combatientes del que apenas se tiene noticias, es el grupo de mujeres escritoras extranjeras que, como ejemplo de demócratas internacionalistas se sumaron a la lucha contra el fascismo formando parte de las Brigadas Internacionales y escribieron un buen número de textos sobre su experiencia en España.

Si la Primera Guerra había llevado a las mujeres ha trabajar fuera de casa, en fabricas y oficinas, al final de la guerra no parecieron estar dispuestas a volver atrás, y así consiguieron el voto en Inglaterra y EEUU, a pesar de lo cual con la crisis capitalista del 29 el capitalismo quiso deshacerse de ellas, pero formando parte de la clase obrera o solidarias con ella se dispusieron a resistirse. Esos años de experiencia combativa hicieron que al estallar la guerra en España viniesen como corresponsales de prensa y escritoras a defender la Republica. Ellas sabían que los adelantos en todo lo que se relacionaba con sus condiciones de vida estaban en peligro en el mundo en que vivían, y que la guerra en España era la primera batalla que se libraba contra una sociedad de avanzada; no solo eso, sabían que la guerra en España era la guerra entre principios antagónicos, por lo que intervendrían bajo la convicción ideológica, sin confusiones, y en la defensa de un mundo social, económica y políticamente justo.

El recuerdo y las gracias para:

Leah Manning, que escribió “A Life for Education. An Autobiography. 1970. Parlamentaria y del P.C. ingles. En su libro cuenta cómo y por qué el gobierno inglés se negó a ayudar militarmente a la República española.

Charlotte Haldane, militante del P.C. ingles, que escribió “Trutu Will Out”. 1954. Texto donde cuenta cómo se organizó a las Brigadas Internacionales, sus viajes a España, su conocimiento de Pasionaria, y expone varias criticas relacionadas con la comida a los soldados y a los oficiales.

La Duquesa de Atholl, del partido Conservador pero comprometida con la ayuda a la República, dirigió organizaciones de solidaridad que enviaban medicinas y alimentos, publicó el libro “Sarch-Light on Espain”, elogiado por Hugh Thomas.

Escritoras de ficción como:

Lillian Hellman, Marta Gellhorn, Dorothy Parquer, Josephine Herbst, cuentan sus impresiones sobre lo que vivieron.

En concreto Dorothy Parquer escribió “Soldados de la Republica” como homenaje al ejercito republicano.

Lillian Hellman escribió “An Unifinishel Woman”, autobiografía de su experiencia en España.

Josephin Herbst escribió sobre la vida en las trincheras y la entereza de las mujeres del campo.

Susan Townsed Warner, del P. C. Ingles, escribió el relato “El clavel rojo”, además hizo artículos y poesía.

Y, Muriel Rukeyser, escribió “Mediterráneo”.

Todas ellas vinieron a defender la Republica y defendieron el compromiso entre literatura y política. (Datos reunidos en “Historia 16”, nº. 299)

En la posguerra con cientos de miles de republicanos fusilados o encarcelados, en medio de la dictadura franquista, acechándoles los peligros que habían caído sobre los demócratas en general y los escritores demócratas en particular, son los autores del realismo social quienes van a reivindicar la dignidad de los trabajadores, van a requerir la conciencia de lo social, van a señalar la realidad del pueblo en general y del proletariado en particular y apoyar su lucha en pos de la derrota del fascismo.

Tomo de Armando López Salinas, ejemplo de escritor comprometido y escritor del realismo social, una cita que hace de Mariano José de Larra para dar testimonio de su vínculo con éste otro gran escritor que no cejó en su intento de transformar la realidad española mediante sus escritos:

“Al director del Español”, periódico de la época, año mil ochocientos treinta y tantos: “En el Ministerio de Mendizabal he criticado cuanto me ha parecido criticable, y de ello no me retracto, cualquiera que sea el partido o la popularidad que pueda tener en su favor y los medios que ponga en práctica en el día para hacer la oposición; lo mismo pienso hacer ahora con el actual, cualquiera que sea la fuerza que como gobierno tenga en su favor, porque si hay alguien quien pueda tener miedo a los alborotos, a las multas o a la cárcel yo no me siento con miedo de nadie. Y lo mismo pienso hacer con cuantos ministros vengan detrás, hasta que tengamos uno perfecto que termine la guerra civil y dé al país las instituciones que, en mi sentir, reclama; el acierto es, pues, el único medio de hacer cesar mis críticas, porque en cuanto a alabar, no es mi misión, ni creo que merezca alabanza el que hace su deber. Por ahí inferirá usted que tengo oficio para rato”.

Para los escritores del realismo social, cuenta Armando López Salinas, lo fundamental era el apasionamiento con que asumían la realidad social para su literatura, que “no era tanto una cuestión de orden estético como de integración entre el escritor y un pueblo humillado y vencido tras la guerra civil”. Bajo aquel momento histórico de valores sociales despojados, la realidad es la fuente de los escritores con signos de conciencia. Armando López Salinas recuerda las declaraciones de varios escritores a la revista francesa “Lettres Francaises”:

José Manuel Caballero Bonald: “Hace seis o siete años, como tantos otros me desperté frente a la realidad histórica de mi país y quise testimoniar que en ella veía. La realidad española está al alcance de todo aquel que quiera mirarla y comentarla. He tratado de reflejar la realidad con la mayor objetividad posible”.

Antonio Ferres: “La realidad es para mí la única fuente viva de la obra literaria. La realidad española es fácil de ver, y de ahí que la enfoque unas veces en tanto que denuncia de las condiciones sociales y otras como un compromiso frente a las fuerzas que desean disfrazar esta realidad”.

Alfonso Grosso: “Intento, como otros hombres de mi generación, testimoniar e inquietar. Adopto una actitud de denuncia y, desde luego, francamente “engagé”.

Juan García Hortelano: “Creo que la realidad española por la riqueza de temas que ofrece, facilita la tarea al narrador y que solamente el elegir plantea ya un problema. En un país culturalmente poco denso el novelista debe esforzarse antes que nada en dar fe de la realidad en que vive”.

Armando López Salinas: “El servicio que puedo prestar a otros hombres en mi país es el de desvelar las relaciones sociales, mostrar el mundo tal y como creo que es”.

Se venía de un tiempo en el que los fascistas habían destruido las vías culturales, en el que se quemaban montañas de libros de autores prohibidos en el patio de la Universidad, en la plaza del Callao, en El Retiro (este caso lo cuenta González Santonja en “Los signos de la noche”) para inaugurar e iluminar en 1943 por primera vez en el periodo franquista la Feria del Libro de Madrid, y se estaba bajo una férrea censura ejercida como señala Juan Fuster, “por catedráticos y escritores de oficio”, teniendo entre las prohibiciones el idioma de las nacionalidades, llámese Cataluña, País Vasco o Galicia.

A pesar de todo la novela del realismo social nace al calor de las huelgas y manifestaciones de respuesta al fascismo. Junto a la novela, otras manifestaciones artísticas se suman a la denuncia, teatro, cine, poesía, creando un frente cultural.

En la punta de lanza de ese frente cultural está el mismo Armando López Salinas y declara al respecto: “…la España de los años 50 se nos muestra como un país asolado y desolado, sumiso respecto al miserable poder reinante a través de los relatos de …” y menciona a Carmen Laforet, Juan Goytisolo, Ferlosio, López Pacheco, Antonio Ferrés, José María de Lera, Alfonso Grosso, Juan Marsé, Caballero Bonald, Juan García Hortelano, y se hace obligado contar con él mismo, del que quiero mencionar los títulos de sus obras: “La mina”, novela; “Crónica de un viaje y otros relatos”, relatos; los libros de viajes: “Caminando por las Hurdes”, escrito junto con Antonio Ferrés, considerado como un verdadero documento antropológico; “Viaje al País gallego”, escrito junto con Javier Alfaya; y, “Por el río abajo”, escrito junto con Alfonso Grosso, libro que fue prohibido por la censura entonces capitaneada por Carlos Robles Piquer y por Manuel Fraga. Por el río abajo se publicó en Francia en 1966, 5 años después de ser escrito, debieron pasar 15 años para ser publicado en España.

España iba a cambiar entre otras acciones por la llevada a cabo por escritores como Armando López Salinas, capaces de romper con el frente de la cultura el muro de ignorancia impuesto por el régimen fascista.

Y así, en esta exposición saltamos al tiempo en que vivimos; durante los últimos años contamos con una literatura que retoma la Memoria Histórica como fuente de creación. Una y algunos autores que han escrito al respecto son los que he recogido en mi libro de ensayos sobre su trabajo “Siete Novelas de la Memoria Histórica. Posfacios” marcando el camino de la Historia desde la Literatura: Josefina Aldecoa, con “Historia de una maestra”, para dar a conocer la acción de los maestros en la República; Juan Eduardo Zúñiga, con un magnífico cuento, para recoger el sentir de los jóvenes bajo la primera etapa del fascismo, el despertar de la conciencia y el ejemplo de los internacionalistas; Julio Llamazares, con “Luna de lobos”, novela sobre la guerrilla antifranquista; Ramón Nieto, con “La Señorita B”, novela que recorre la conciencia de las clases sociales y sus posiciones ante el momento en que se vive; Jesús Ferrero, con “Las trece rosas”, novela que toma el fusilamiento de aquellas 13 heroínas de las Juventudes Socialistas Unificadas como punto de referencia para andar por el ayer y el hoy; Luis Mateo Díez, con “Fantasmas de invierno”, novela sobre las condiciones en los ordenes secretos de la vida durante la noche oscura del fascismo y sobre la esperanza puesta en el futuro; y por último, Isaac Rosa, con “El vano ayer”, novela sobre la creación de una novela representativa de nuestro tiempo frente a la propaganda institucional también novelesca que invisibiliza nuestro inmediato pasado, por lo que mientras se invita al lector a crear nos vamos sumergiendo en las luchas estudiantiles antifascistas, las persecuciones de la policía política, la referencia del PCE como principal resistente y el resultado de la primera etapa de la transición.

Estas siete obras, que yo he llamado “Siete Novelas”, haciendo un juego de doble sentido con la segunda parte del título, “Posfacios”, es un aparato novelístico con el que podemos conocer los antecedentes que se nos niegan. Aunque la presión comercial y reaccionaria, sostenedora de la burguesía ocupa las librerías casi por completo, no dejan de salir autoras y autores que se suman a la contestación, autoras y autores que ven la necesidad de no colaborar en la asepsia y combatirla, de apartar la cortina del olvido, de enfrentarse a la malformación que promueve la burguesía, autoras y autores que no están dispuestos a participar de la fiesta promovida con grandes cantidades de dinero, como una inversión a largo plazo que es, de creación del vacío mental para así sostener la sociedad que niega la perspectiva de transformación social, y que, sin embargo, la lucha de clases, en la que se encuentran también los escritores, como motor de la Historia, acabará abriendo.

Hacer frente a la hegemonía del pensamiento burgués y luchar hasta derrotar la cultura burguesa requiere del conocimiento de la Memoria Histórica Democrática.

La lucha continua.