miércoles, 28 de julio de 2010

Reseña de Los hermanos Oppermann de Lion Feuchtwanger

28-07-2010
Radiografía de la Alemania nazi en 1933
Jesús Aller
Rebelión

Que un escritor pudiera ser considerado por el régimen nazi como su enemigo público número uno, y en virtud exclusivamente de su producción literaria, es un mérito realmente difícil de igualar. Lion Feuchtwanger, judío muniqués nacido en 1884, se hizo acreedor a él fundamentalmente con una novela, Los hermanos Oppermann, de la que existe una versión española disponible (Alianza Editorial, 2005, traducción de Carlos Fortea). El relato se centra en cuatro hermanos de una familia judía con caracteres muy opuestos, pero ligados por una vieja empresa de fabricación y venta de muebles.
Berlín, 16 de noviembre de 1932. Quedan poco más de dos meses para que Hitler sea nombrado canciller. Gustav Oppermann celebra su cincuenta cumpleaños. Diletante y adinerado, colabora en la dirección de la empresa familiar y trabaja en una biografía de Lessing. Es un día feliz para él, tiempo de recordar y pasar revista a su vida. Martin Oppermann es el cerebro y el corazón de la compañía y ese mismo día hace esperar en su oficina a Heinrich Wels, bien relacionado con el movimiento popular (nombre de los nazis en el libro) y propietario de una empresa del mismo ramo con la que podrían asociarse para atajar dificultades futuras. Es un error que pagará caro. Los otros hermanos son Edgar, un famoso médico, y Klara, casada con Jacques Lavendel, un acaudalado judío oriental con ciudadanía estadounidense.
El libro nos describe la vida de estos personajes, característicos de la alta burguesía, y se extiende a otros que acaban componiendo un fresco vivo y completo de los judíos alemanes que contemplaban con estupor el ascenso de los populares. Al principio no se adivina la magnitud del desastre que se avecina, pero en pocos meses asistimos a terribles experiencias personales, al desmantelamiento de la empresa y a la huida al extranjero de los hermanos. Al final de la obra, Gustav, concienciado de la necesidad de reunir testimonios sobre las brutalidades de los nazis, regresa a Alemania con documentación falsa y muere del maltrato sufrido cuando es detenido.
La novela fue publicada en el mismo año de 1933 cuyos hechos recoge, e incorpora vivencias del propio Feuchtwanger, a quien la subida al poder de Hitler sorprendió durante una gira de conferencias por Estados Unidos y le impidió regresar a Alemania. Así por ejemplo, el saqueo y destrucción de la biblioteca de Gustav que se describen en la obra se basan en lo ocurrido en su domicilio berlinés. Traducido rápidamente a una gran cantidad de idiomas, el libro se convirtió en un poderoso alegato contra el régimen de Hitler, y su autor, desde su exilio, fue uno de los propagandistas más activos en este sentido. En el verano de 1934 se habían vendido ya más de un cuarto de millón de copias de las diversas ediciones internacionales de la novela. Con la invasión nazi de Francia, Feuchtwanger buscó refugio en Estados Unidos, donde falleció en 1958.
Los hermanos Oppermann es ciertamente una obra extraordinaria en la que la calidad literaria vibra de experiencia y testimonio vital, y nos ofrece una crónica cotidiana y detallada del ascenso de los nazis, del desencadenamiento de su violencia y al mismo tiempo de los especiosos razonamientos de los cómodos, atrincherados en sus esquemas de la historia, que no querían ver lo inevitable. Personajes perfectamente cuerdos y razonables se resistían a considerar el peligro existente, y vemos como, al igual que en nuestros días, ante un inventario de atrocidades siempre es posible una perspectiva comprensiva que las trata de poner en su contexto y concluye que están justificadas como daño colateral compensado por efectos positivos. Relato de ficción con valor de crónica, la novela es una denuncia de la ceguera y sumisión de las clases populares y de la responsabilidad de los intelectuales en el desastre. Lion Feuchtwanger es un novelista de una enorme solidez, capaz de movilizar ante nosotros los diversos estratos de una sociedad, para que veamos y comprendamos. Ante el incendio del Reichstag dice el jurista Arthur Mühlheim, uno de los protagonistas: “Desde luego que el incendio es inmensamente burdo y necio. Pero todo lo que han hecho es burdo y necio, y aun así hasta ahora nunca han errado el tiro. Han especulado con una lógica espantosa con la estupidez de las masas.” Los hermanos Oppermann, testimonio cruel de una época, es un libro que fue un hito y un arma de lucha, y hoy sigue regalándonos una lectura imprescindible para entender la historia.

lunes, 26 de julio de 2010

La trastienda de la crisis

Reseña de "La trastienda de la crisis", de Juan Francisco Martín Seco.
Lo que el poder económico quiere ocultar
Santiago González Vallejo
Rebelión

La trastienda de la crisis Juan Francisco Martín Seco. Editorial Península. 2010
Juan Francisco Martín Seco es de los pocos economistas conocidos que siempre ha osado discutir el paradigma de la progresía de que a pesar de las limitaciones y contradicciones de los constructores de los Tratados siempre se iba aun puerto mejor.
En sus artículos, cuando ha tenido tribunas para hacerlo, ha sido fiel a un planteamiento socialdemócrata, de apoyo a la economía mixta, alejado del pensamiento único que está instalado en los rectores económicos de la derecha y de la que rige en los partidos socialistas.
En su libro, desgrana las causas de la crisis internacional que ha tenido en la última avaricia financiera el catalizador, pero que responde a un modelo económico en la que la competitividad y el mercado libre se antepone al desarrollo y a la equidad. También, como estas doctrinas neoliberales, dadas las carencias de la estructura económica española, tradicionalmente deficitaria en la balanza comercial y de pagos, con escaso ahorro interno y dependiente del capital exterior, tanto a corto plazo como de inversiones, al no tener la construcción del euro una base de normas comunes en lo fiscal, presupuestaria (digna de ese nombre) y de política económica hacen que la crisis se viva en España, adicta al crédito exterior, más intensamente en una coyuntura de incertidumbre y sequía de los mismos.
Martín Seco ya en los tiempos de discusión del Tratado de Maastricht y de la fijación del euro discutía con esos europeístas sindicales, nueva izquierda, etc., que no era conveniente esa forma de construcción por el tejado y al fiarse de que de forma ‘automática’, la existencia del euro propiciaría una política económica y presupuestaria común. Unos y otro han seguido en sus ideas. La última posibilidad de que los otros rectificasen ha sido con motivo del Tratado de Lisboa, ya redactado en plena crisis, que es todo un armatoste que determina la imposibilidad de una fiscalidad y políticas comunes europeas y su núcleo duro es el libre mercado.
Ahora, todos ellos reclaman una política económica común como una especie de mantra que resuelva lo que antes ayudaron a construir, un mercado único, con limitadísimos instrumentos que palien los errores del mercado. Pero nos encontramos que una vez que abandonaron académicamente y en la política económica (Martín Seco explica las barbaridades realizadas en política fiscal, laboral, etc) la consecución de economías mixtas no tienen un pensamiento (y quizá ni la voluntad) de emprender otro rumbo. Son veletas que se dejan llevar por una dirección económica deflacionista, liderada por Alemania, regida por los conservadores, que atacan simultáneamente el estado de bienestar y favorecen relativamente su modelo productivo exportador.
Martín Seco señala las alternativas de control y regulación de los mercados financieros y la construcción de políticas económicas y presupuestarias, redistributivas, que favorezcan un cambiose modelo y equitativo.
Un libro con datos, con argumentos de la experiencia, bien escrito, aunque en algún momento descompensado en su redacción y que facilita un rearme ideológico en estos tiempos de crisis. Sus respuestas antagónicas a las que propagan banqueros y empresarios de los negocios fáciles, debieran ser un acicate para variar el reajuste permanente que los rectores de Davos y sus adláteres de la tercera vía, los Tony Blair, Zapatero y compañía establecen.

domingo, 18 de julio de 2010

Hacia una crítica marxista al Neoevolucionismo Energético de Adams-White

Comentarios al libro de R. N. Adams: El Octavo Día
Miguel Ángel Adame C.
Rebelión

En este escrito voy a hacer una revisión crítica y una discusión general de algunos de los postulados teórico-metodológicos de uno de los representantes más conspicuos de la teoría energética neoevolucionista de hoy en día (o neo-neoevolucionista): el antropólogo norteamericano Richard Newbold Adams, expuestos y actualizados en uno de sus recientes libros: El octavo día, la evolución social como autoorganización de la energía, Universidad Autónoma Metropolitana, Iztapalapa, México, D.F., 2001, 411 pp. Debido a la importancia de este texto para la “teoría antropológica”1, y para «toda la ciencia humana en general» (pues el texto adamsiano pretende avanzar una teoría científica unificadora de la evolución, tanto la biofísica como la humana), voy a extenderme un poco más allá de lo que comúnmente se hace en una reseña “normal”, insertando de manera comparativa ideas del principal inspirador de la teoría energética antropológica, Leslie White, y de otros antropólogos y científicos sociales como C. Lévi-Strauss, L. Krader, C. Marx y F. Engels. Se trata, pues, de una reseña “especial”, pero al mismo tiempo de un artículo; mi perspectiva se guiará por el punto de vista del materialismo histórico.
La teoría energética neoevolucionista de R. N. Adams no es una que se haya adherido recientemente a las corrientes actuales que pretenden estar “al día y a la vanguardia” (moda) de las tendencias intelectuales y científicas, como es el caso de grupos de antropólogos que se han “lanzado” al barco de las teorías de la complejidad, la posestructuralistas, las caóticas y las posmodernas, de manera un tanto cuanto “oportunista” ante la debacle de sus anteriores paradigmas2. Como en el caso de otro autor que tiene similares perspectivas y proyectos (me refiero al socioantropólogo francés Edgar Morin), aunque con menos “proyección” y sin ser tan conocido internacionalmente, Richard N. Adams a construido de muchos años atrás y con toda seriedad sus concepciones, en este caso a partir de la obra y la palabra “inspiradoras” del antropólogo L. White, su maestro. Sus textos más destacados inician en 1970 con: Crucifixión by Power: Essays on Guatemalan National Social Structure, 1944-1966; y siguen con Energy and Structure: A Theory of Social Power, de 1975; La Red de la Expansión Humana, de 1978; Paradoxical Harvest: Energy and Explanation in Great Britain 1870-191, de 1982; y Etnias en Evolución Social, Estudios de Guatemala y Centroamérica, de 1995. Pero, sin lugar a dudas, El Octavo Día es su obra más pretenciosa, abarcadora y sintetizadora de todas. Adams ha mantenido a lo largo de estos más de 30 años (y cerca de 50 si nos atenemos a su primera publicación de 1944) una coherencia y una profundización del “enfoque energético en antropología” (p. 12), dignas de reconocimiento a toda una vida de dedicación, estudio e investigación. Estas han hecho que la teoría energética neoevolucionista en antropología en sus manos, se haya consolidado y actualizado a la vez, siguiendo las directrices trazadas principalmente por White (y de alguna manera también por Julian Steward, y continuadas-transformadas por colegas más o menos contemporáneos de Adams, que éste reconoce y usa de una manera crítica en sus escritos, como son: E. Service, M. Sahlins, M. Harris, K. V. Flannery, E. Boserup, M. Fried, R. A. Rappaport, B. Meggers, etc.), pero no quedándose anquilosado en ellas, sino enriqueciéndolas y modificándolas en muchos de sus aspectos, pero, creo, no en su esencia.
Y el meollo de la teoría whiteana consiste en su famosa «ley básica de la evolución cultural» (forjada entre 1942-19493), que está basada en dos grandes variables para “medir” el «grado de desarrollo de las culturas» (C), a saber: la cantidad de energía aprovechada per cápita (E), y la calidad o eficiencia de las herramientas empleadas en el consumo de la energía (T); o sea C= E x T. Dice White al respecto que: “Si se suponen constantes los demás factores, la cultura evoluciona a medida que aumenta la cantidad de energía aprovechada anualmente per cápita, o a medida que aumenta la eficiencia de los medios instrumentales usados para poner a trabajar la energía” (p. 341). Pero de las dos variables la prioritaria y principal es la cantidad de energía aprovechada, pues es la que las culturas humanas han necesitado procurarse sustancialmente para sobrevivir y evolucionar construyendo sus culturas particulares y la cultura humana general, en lucha o a contrapelo de la segunda ley de la termodinámica: “De allí que la función primordial de la cultura sea la de embridar y dominar la energía a fin de que pueda ser puesta a trabajar al servicio del hombre. La cultura nos enfrenta así, con un complicado sistema termodinámico, mecánico. Con ayuda de instrumentos tecnológicos la energía es dominada y puesta a trabajar” (pp. 340-341). En este planteamiento whiteano de la conexión de la segunda ley de la termodinámica como “contexto y presión” con la ley básica de la evolución social para enfrentar a la primera, es donde se juega el punto de partida de la teoría adamsiana; y si agregamos, por señalar, otro de los aspectos nodales de esta «tensión de las dos leyes» que es el señalamiento de White de que “el desafío” de la dinámica cultural es el encontrar y explotar nuevas fuentes de energía en su constante evolución-expansión, entonces podremos tener una visión más precisa de los “desafíos” y “vetas” investigativas centrales que se le presentaron al joven Adams para continuar-desarrollar el “enfoque energético en antropología” una vez que White abandonara su carrera en Michigan, precisamente en 1970.
Con las siguientes palabras hizo su planteo White de la base del desarrollo y el progreso cultural: “Para poder superar los límites del máximo de eficiencia tecnológica y los recursos de energía del cuerpo humano, la cultura debe arbitrar nuevos medios capaces de proveer cantidades adicionales de energía, apelando para ello a recursos naturales de alguna forma nueva” (p. 342, cursivas mías). Y más adelante, a propósito del apogeo del desarrollo de las sociedades basadas en la agricultura y la ganadería antes del comienzo de nuestra era: “Y es razonable suponer que la cultura no habría excedido jamás las cimas ya alcanzadas por esa época si no se hubiera ideado alguna manera de obtener cantidades adicionales de energía, por año y per cápita, surtiéndose de las fuerzas de la naturaleza en una nueva forma” (p. 346, cursivas mías). Dicha cuestión crucial que observó White de la necesidad de cantidades y fuentes adicionales de energía para la evolución humana, Adams las investiga y las replantea como una situación válida no sólo para la evolución social, sino para toda evolución, basándose en el «principio de Lotka»; que el investigador Alfred Lotka había planteado desde 1924 cuando observó que: “En todos los casos considerados, la selección natural operará de manera tal que aumente el flujo total a través del sistema, siempre y cuando esté disponible un remanente no utilizado de materia y energía”. Y: “Mientras exista un excedente abundante de energía disponible...cualquier especie capaz de desarrollar habilidades para utilizar esta ‘porción perdida de la corriente’ obtendrá una notable ventaja a su favor. Así, a igualdad de otras condiciones, esa especie tenderá a crecer en extensión (número), y su crecimiento incrementará el flujo de energía a través del sistema” (citado por R. N. Adams, pp. 78-79, cursivas mías).
Con este ejemplo de la manera que Adams retoma y refundamenta uno de los factores centrales de la teoría whiteana, ampliando su radio de acción, quiero ilustrar el siguiente procedimiento metodológico general que lleva a cabo nuestro autor: él va desde la antropología como ciencia de la cultura humana (o sociocultural) hacia® las ciencias físicas (específicamente hacia la termodinámica o energética) y hacia® las ciencias biológicas-ecológicas, no sólo para fundamentar su enfoque energético en antropología (como hizo L. White), sino para ampliar el campo operacional de las leyes y principios encontrados en la evolución humana hacia® las otras ciencias y desde allí reencontrar-reelaborar nuevos factores, conceptos, principios y leyes, y entonces con ello trabajado emprender un recorrido de “retorno” nuevamente hacia® las ciencias de la evolución sociocultural, que ya no sólo son antropológicas en sentido estricto, sino que abarcan otras ciencias sociales (economía, sociología, historia, geopolítica, principalmente). Y con todo este movimiento, ciertamente de trabajo teórico-metodológico energético (que complementa-supera al de su maestro), tratar de fecundar-enriquecer la visión de las ciencias de la evolución sociocultural, pero llevándolas de manera estricta (y como específicaré, por ello mismo un tanto cuanto restringidamente) por la sendas de la energética, específicamente por la energética basada en la termodinámica y sus aplicaciones físico-biológicas, como son en los ámbitos de la complejidad de las estructuras disipativas y en la selección natural darwiniana-wallaciana.
Ciertamente este circuito metodológico adamsiano trata de tejer un patrón parecido a un “fractal” o a un “sistema inclusivo autorreplicante” que sea consecuente en cada ámbito evolutivo pero que a nivel de complejidad, de materiales y de reglas vaya in crescendo en las formas energéticas autoorganizativas. Como se sintetiza de una manera clara en la contraportada del libro:
Las formas energéticas se enlazan en dispositivos de tipo detonador-flujo para dar lugar a sistemas disipativos, unidades operantes, vehículos de supervivencia, estructuras coaxiales, sectores energéticos...Cada uno de estos modelos fue construido para abordar una temática específica...Un ser vivo, un ecosistema, un proceso económico, una sociedad o un bloque político son entidades que deben analizarse cada una en sus propios términos, pero ninguna de sus particularidades puede opacar un hecho teórico fundamental, descubierto por la ciencia de los sistemas complejos: todas las entidades se ajustan a la idea de sistema termodinámico abierto.
Este circuito “que parece seguir el patrón de un fractal”, pero que más bien es una forma de método deductivo inductivo, sigue y se basa, efectivamente, en una sistemática termodinámica abierta, que contiene los principios de la complejidad, pero que desde mi punto de vista no alcanza a ser dialéctico (ni se lo propone), y por esto mismo pierde consistencia especialmente a la hora de abordar la “evolución social”, al no abordarla como dialéctica histórica, con una inmanencia teleológica (fines humanos) implantada en la praxis humana Es decir en el proceso de trabajo con estructura objetiva-subjetiva compleja disipativa y contradisipativa, como un proceso abierto de transformación y de autotransformación, productor y resultado de historias y culturas efectivamente autopoiéticas pero permeadas por las conexiones económicas y sociopolíticas-ideológicas del devenir). Una praxis basada en sus fuerzas productivas procreativas y técnicas (la tecnología no es retomada por Adams como un factor nodal importante y particular, a diferencia de White que sí lo hacía), que –a su vez– tienen su fundamento en la conexión de su energética natural y psico-social-histórica, conforme a las leyes históricas particulares y generales, y el mundo humano no sólo mental (o simbólico), sino de relaciones sociales diversas y múltiples interactuando dialécticamente con sus entornos internos y externos.
Obviamente con todo ello, según mi opinión, el propósito de Adams es ambicioso y doble, pero muy importante para el desarrollo científico (y crítico): 1) apuntalar en enfoque neovolucionista energético en las ciencias sociales, y 2) contribuir en la construcción de la unidad de las ciencias (físico-químicas, biológicas-ecológicas y sociales centralmente) bajo factores, conceptualizaciones, principios y leyes comunes (que él cree, fundamenta y trata de demostrar que son las de dinámica energética que se sustentan en la termodinámica, y que desde mi óptica encuentro que existe mucha factibilidad de que, efectivamente, allí esté su fundamentación materialista o matergética),
El método deductivo-inductivo de su investigación se ve de alguna manera reflejado en su procedimiento expositivo que sigue a lo largo de su Octavo Día Comienza con los principios científico-filosóficos monistas y materialistas, con los aspectos metodológicos antropológicos mínimos relacionados con ellos, y dibuja en general la conexión entre energía y sociedad (Capítulo 1), para pasar inmediatamente a explicar los aspectos elementales de lo que llama el «proceso energético» (Capítulo 2), la «dinámica de la energía» (Capítulo 3) y la «autoorganización» (Capítulo 4). En estos últimos tres capítulos es donde sienta las bases conceptuales de su teoría al ir definiendo cada una de las categorías que conformarán su energética como sistema global, que nuestro autor insiste que es materialista: las formas energéticas (o se las formas materiales), el equilibrio, las estructuras disipativas, las estructuras estables, las leyes de la termodinámica, la entropía, los flujos detonadores, la autopoiesis o heterarquía, las perturbaciones, etcétera. Es en esta parte donde lleva a cabo ese reencuentro-reelaboración de las bases fisicoquímicas de su proyecto energético-antropológico whiteano que ahora se convierte en whiteano-adamsiano, y para ello retoma y enlaza con muestras de maestría en el manejo del tema los aportes de destacados teóricos de la termoenergética de los sistemas cerrados y abiertos como son el mencionado Lotka, I. Prigogine, H. Odum, R. Margalef, N. Georgescu-Roegen, H. Maturana y F. Varela, Von Foerster, etc.; autores provenientes de ramas de la fisicoquímica, de la biología, de la ecología y hasta de la economía. En dichas definiciones R. N. Adams busca la conexión y la coherencia no sólo entre ellas, sino en cierta vinculación de procesos cerrados y abiertos, físicos, químicos, biológicos y antropológicos, y trata de ejemplificar de mínimamente alguno de sus asertos. El Capítulo 5 es la bisagra que conecta el ámbito propiamente fisicoquímico con el mundo de la cultura, pues Adams trata precisamente de insertar a la teoría de la selección natural como la que condensa y amplía la termodinámica y da sentido y bases a la evolución humana; teoría que, según él, ha sido incomprendida por los antropólogos y ello ha causado algo muy grave para la antropología: “no poder identificar la dinámica evolutiva y no haber reconocido que esos mecanismos eran parte de un proceso, específicamente, el de la selección natural” (p. 139). La teoría de la selección natural es para él no sólo biológica sino energética como tal y afecta a todas las formas energéticas, sus ambientes, sus interacciones y los ambientes de sus interacciones (dependencias y coevoluciones) porque confirman o disconfirman (seleccionan) el mantenimiento o el no mantenimiento de sus estatus disipativo (es decir su estatus de estructura disipativa o que gasta-consume-procesa energía). Y la sociedades humanas, vistas desde la óptica adamsiana, de concebirlas como una forma compleja de estructuras disipativas se ven afectadas en su evolución de manera importante por la selección natural, aunque dentro de las sociedades hay niveles de complejidad y por ende de disipación: sociedades de baja energía y sociedades de alta energía. En este capítulo, R. N. Adams introduce su concepción de la jerarquización humana como resultado de la incorporación de la selección natural en la evolución social y de la cultura, aunque en términos generales comparto esa postura, pues de alguna forma lo que él llama la “selección natural” es una parte central de la “dialéctica de la naturaleza” no controlada y dominada con suficiencia por las sociedades humanas y generadora de escasez, su afirmación de la inevitabilidad del surgimiento de lo que él llama jerarquías como una ley cuasi absoluta (y que opera con la misma fuerza en el mundo biológico, pues de allí llega al mundo humano) es discutible (porque como vamos a ver más adelante, Adams se “salta” constantemente la dialéctica del factor social y subjetivo en su teoría energética), aunque sin duda la historia humana a probado su existencia. Y ello le da pie para señalar con contundencia que “el mayor error inherente al control humano: [es] la ilusión que controlamos” (p. 169). Esta ilusión, desde mi opinión, no es completa ni implacable, pues sí existe un cierto grado de control sociocultural e histórico (no ilusorio) sobre la dialéctica de la selección natural, insuficiente todavía, sí (y “atascado” o “maniatado” por el capitalismo actual), pero factible de desarrollar y perfeccionar en vistas a dominar de mejor manera a la naturaleza y sus fuerzas: no hay inevitabilidad y fatalismo históricos (como parecen sugerir las afirmaciones adamsianas), la historia está abierta y en construcción dialéctica...
El capítulo 6 es el que aborda su concepción general de la cultura, que desde como la veo, es un tanto cuanto simplificadora en relación al rico planteamiento culturológico de su maestro White, sin embargo quiere dejar más clara la conexión entre procesos energéticos y cultura, mediante la conceptualización de la cultura como mediada y “vehículizada” por la mente humana. En efecto, ésta es concebida como una estructura unitaria disipativa que conjuga energía, información y significados, lo que posibilita las decisiones y su evolución por transformación de imágenes y sensaciones (p. 179, 188-189), pero finalmente la mente humana se basa, y diría yo se reduce para él, en el sistema nervioso, que se convierte en el “sujeto” de la cultura; o mejor dicho, donde la cultura actúa. Pero la cultura no es como los simbolistas la creen, pues Adams es claro al definirla como proceso disipativo de regeneración, donde la mente-sistema nervioso es sólo el medio para que la “maquinaria energética de la cultura” se manifieste. Es decir no hay una cultura construida por los sujetos humanos como seres integrales, pues cuando éstos deberían actuar como tales a través de su actividad energética básica de trabajo, es más bien la “acción recíproca de la configuración de modelos mentales y de artefactos” la que opera como fenómeno energético (p. 192), etcétera. El capítulo 7 es una explicación termodinámica de cómo funcionan las fronteras en las estructuras disipativas complejas que intenta conectar con el funcionamiento de las fronteras sociales vistas energéticamente, usando conceptos como complejidad del flujo energético, apertura, clausura, fronteras cambiantes, detonadores, grado de control y regulación; éste último va ser un concepto importante para su propuesta de entendimiento de cómo funcionan los sectores sociales energéticos en las sociedades humanas jerarquizadas. En este breve capítulo ejemplifica al mercado y a las mercancías como parte del movimiento energético de las fronteras, sin embargo respecto de ellos expresa ideas simplificadores más que enriquecedoras (como podría hacerse si se conectara con suficiente elaboración, por ejemplo, la crítica de la economía política con sus categorías energéticas).
Los capítulos 8, 9 y 10: “La organización social”, La domesticación” y “La civilización”, son los capítulos donde Richard Newbold Adams se muestra más prolífico, pero paradójicamente donde muestra una insuficiencia respecto de la importancia de subrayar la peculiaridad de la socialidad y la historicidad humanas; es decir donde noto una debilidad para comprender la dialéctica teleológica humana basada en su praxis, a pesar de que son estos 3 capítulos en donde usa menos su «energética» y echa mano más de su «teoría del poder social y sus estructuras organizativas-evolutivas» (aunque estas dos áreas de su teoría completa no están desligadas en su manejo). Se muestra prolífico porque son temas que ya ha elaborado en sus anteriores obras, especialmente en Energía y Estructura y en la Red de la Expansión Humana, y en los cuales ha desarrollado toda una teoría valiosa e importante en torno a la complejización del poder social teniendo como centro el control de recursos energéticos, y que ha servido de marco teórico para varias investigaciones concretas de antropólogos (y sociólogos), por lo menos en México. Por eso me extraña la forma en que se expresa al inicio del Cap. 8: “A estas alturas de la exposición debería estar claro que este trabajo no ofrece un marco teórico general en el que los lectores interesados puedan insertar sus datos. Se trata, más bien, de una serie de definiciones cuya importancia radica en que describen la dinámica de la expansión energética de acuerdo con las leyes y los principios de la física”. Adams justifica esta advertencia señalando que él se basa en la dinámica de la «selección natural» como «causalidades últimas» y no tanto en términos de «causalidades próximas», pero vemos que en los tres capítulos mencionados dibuja toda una estructuración dinámica de la organización social que viene a ejemplificar con riqueza (aunque no con detalles) de causas últimas, mediatas e inmediatas en el mismo capítulo 8 (“El surgimiento de la jerarquía: el trabajo y la regulación”) y especialmente en el capítulo 9 sobre «la domesticación» (y en menor medida en el capítulo 10: “La civilización como mecanismo detonador”). Las explicaciones, discusiones, conexiones y el manejo de autores, conceptos, figuras e ilustraciones (y hasta de su propio estilo de escritura) en estas partes que señalo, son las más elaboradas de todo el libro, y aunque no coincido con muchas de ellas; me parece que definitivamente es donde R. N. Adams más aporta a la ciencia y a la cientificidad de nuestros días (especialmente a las ciencias sociales); que por cierto ha recibido y recibe un embate fuerte de los “microdiscursos” posmodernos e hipermodernos. Trata aspectos como: innovación tecnológica, la intensificación del trabajo y de los niveles de producción, los excedentes, las relaciones sociales de reproducción, la presión demográfica, las dimensiones ecológicas y sociopolíticas del origen de la agricultura, la domesticación como coevolución, las fases evolutivas de dependencia e interacción, el control humano sobre las combinaciones macroecológicas, el dominio y la subordinación como ¡aspectos heredados del mundo animal!, el liderazgo y la jerarquía, la centralización del poder como ¡inevitable!, la expansión de la domesticación ¡a los seres humanos!, el significado de la civilización, los detonadores de energía que desencadenan el aumento de la cantidad de trabajo sustantivo per cápita (problema whiteano), el flujo creciente en la sociedad, la civilización como productora del Estado, el futuro de la civilización, etcétera; todo esto ubicado en un modelo general de la organización de las sociedades que presenta diferentes niveles jerárquicos (vehículos primarios de supervivencia y políticos secundarios), estructurales (estructuras ejes como individuo, unidad doméstica, comunidad, provincia y estado-nación; y coaxiales como corporaciones, agencias y partidos) y construcciones secundarias.
Al final del capítulo 10, R. Newbold Adams hace un consideración de la importancia del enfoque energético en la explicación de la sociedad civilizada, que según yo es válido, con sus debidas reservas, para toda sociedad tal y como las concibe nuestro autor: “El enfoque de la energética contribuye a hacer una mejor selección de hipótesis y teorías acerca de los orígenes, la naturaleza y la trayectoria de la civilización. Ofrece un modelo coherente para entender la dinámica del curso principal de la evolución y, al mismo tiempo, permite comprender mejor la función continua que la civilización desempeña en el mundo de nuestros días” (p. 279). Aquí la interrogante que queda sin plantear respecto a las contribuciones del «enfoque de la energética», es si éste ofrece soluciones a la problemática energética en que se debate la humanidad de nuestros días; pues dicha problemática, considero, es una de las principales cuestiones a resolver (presente y futuro inmediato-mediato) si es que la especie y la civilización humanas quieren seguir sobreviviendo materialmente y “evolucionando” social y culturalmente, y es allí donde el «enfoque de la energética» tendría muchísimo que decir. Sin embargo el problema no está planteado claramente a lo largo del texto, y aparentemente tampoco nuestro autor ofrece sugerencias claras de soluciones al respecto desde su “enfoque”; aunque, como veremos más adelante sí existen en él mínimas sugerencias implícitas de solución.
El capítulo 11 del Octavo Día, titulado “Las Humanidades” contiene un planteamiento que me llama la atención: el de que las “Humanidades” vehiculizan “productos humanísticos” (como los de las bellas artes) especializados en la detonación de flujos energéticos “de libre flotación” en las mentes-sistemas nerviosos de las personas que desencadenan comportamientos manifiestos como las experiencias estéticas, pero éstos no pueden ser estudiados por las Humanidades, pues según Adams son experiencias subjetivas de los “receptores” a las que no es posible acceder. Con ello cierra las posibilidades a la incorporación de la energética corporal-mental al análisis de fenómenos psicoenergéticos (estéticos, místicos, trancéticos, ritualísticos, extáticos, etc.) que la propia antropología ha estudiado con diferentes enfoques.
El último capítulo (12) denominado “Energía e Industrialización” es el más extenso de todo el Octavo Día, el primer apartado trata de la importancia de la primera revolución industrial (o revolución de los combustibles como decía L. White) al desplazar la dependencia energética mundial de las fuentes humana, animal, eólica e hidráulica hacia la de los combustibles fósiles (p. 294). Ella llevó no sólo a la adicción creciente de su consumo sino al afianzamiento y complejización de la división de los «sectores» en la civilización moderna (capitalista pues), pero sin perder el papel rector el sector de la jerarquía en controlar y seguir aumentando el flujo de energía (y por ende a los otros sectores, principalmente al del trabajo). Esta aserción da pie a R. N. Adams para, en los dos siguientes apartados del capítulo, presentar su Modelo de los Sectores Energéticos en los Estados-nación (capitalistas), y su estudio de la aplicación de este Modelo en la “evolución” de dichos sectores en muchos de los países del mundo desde los periodos respectivos donde despega o se introduce con cierta fuerza el patrón energético de la revolución industrial (1840, 1860, 1900, 1920) hasta fechas más o menos recientes (1970,1980).
Mi primer comentario a propósito de dichos planteamientos es que el Modelo adamsiano en términos generales y de transformación, regulación, mantenimiento-reproducción y de circulación-almacenamiento (o comunicaciones-transportes y almacenamiento) de energía humana y no humana y de formas energéticas, es sugerente y útil para entender la dinámica energética en las sociedades complejas. Pero, segundo, con él Adams quiere enfrentar y ser alternativo (con su modelo) a los modelos económicos políticos tradicionales e inclusive al modelo marxista; y en ese sentido es que ubica a los sectores socioeconómicos, a las clases sociales, a los sectores productivos y consuntivos, y a los sectores políticos en su propia clasificación sectorial. Es aquí, en tercer lugar, donde veo que a pesar de que aclara con su modelo ciertas cuestiones del comportamiento general de “sus sectores”, pierde específicidad y oscurece el comportamiento de la dinámica capitalista económica, política y sociocultural. Por señalar, en cuarto lugar, la cuestión que me parece más importante y grave: es que Adams al querer deslindarse de los enfoques economicistas, no analiza y no entiende las leyes y la lógica productiva-circulativa-de intercambio y de consumo capitalistas que trabaja energética, material, informativa, autoorganizativa, económica, social e históricamente sobre la ley del valor y del plusvalor; que quiere decir sobre la explotación del trabajo y de la naturaleza (sus recursos de energía, materia e información) según modelos acumuladores expoliadores de capital-dinero que subordinan la dinámica productiva-reproductiva de las sociedades (Estados-nación) y del mundo (incluidas sus relaciones sociales y sus fuerzas productivas técnicas-tecnológicas, sus sectores, sus vehículos, sus instituciones, etcétera). En quinto lugar nuestro autor, al hacer de los sectores energéticos su bastión único de análisis y de síntesis para sus observaciones y conclusiones según sus criterios de taxonomía sectorial de las sociedades o formaciones sociales capitalistas, pasa por altos dichas leyes que son históricas y espacio-temporales y actúan sobre dialécticas social-naturales en donde está presente la lucha de clases manifestada de múltiples maneras (ofensivas, resistencias, correlación de fuerzas, impasses, aceleramientos, guerras, enfrentamientos interclasistas e intraclasistas, etc., etc.), los factores tecnológicos, culturales, sociales, políticos, jurídicos, ideológicos, y de conciencia, etcétera; que en el modelo de los sectores energéticos, desde mi óptica, quedan nebulosos y desfigurados. Por ejemplo el sector más importante para Adams: «el regulador», aparte que no hay una lógica histórica capitalista que lo sustente, sólo la “regulación (mediante la elaboración y la toma de decisiones) de los detonadores y flujos energéticos“, en él aparecen los gobiernos y las burocracias, los líderes, los negocios, el comercio y las finanzas, el mercado, ciertas instituciones de transformación y de mantenimiento y reproducción; y al parecer es en él donde recae la responsabilidad más grande de la civilización industrial capitalista, en este sector tan “desespecificado” por llamarle de alguna forma. Tal vez Adams al enfrentarle este cuestionamiento diría que su modelo está basado en la «energética de las causas últimas», pero lo que yo he señalado también son “causas últimas” de un sistema capitalista que es, efectivamente, disipativo de alta energía y despilfarrador como no ha habido ningún otro en la historia humana, pero que obedece a leyes concretas en una dinámica natural-humana (“selección natural” y “selección sociocultural”) donde la compleja y diversificada lucha de clases tiene la última palabra de su devenir. Sexto, es en esta dirección «energética» insoslayable que creo que las investigaciones, las reflexiones y los planteamientos teórico-metodológicos de R.N. Adams pueden contribuir a comprender mejor la termodinámica energética que subyace y permea al sistema capitalista y a toda la historicidad humana, claro, previa valoración y crítica de las mismas y sin olvidar la dialecticidad social-natural humana, sino más bien conectándolas («energética» y «dialéctica»).
La sección final del libro que nos ocupa en este artículo-reseña está dedicada a dos Apéndices que tienen que ver sobre la discusión sobre la «calidad energética» y «la energía y los valores»; el aspecto más importante desde mi punto de vista es que en ellos trata, aunque de manera muy breve, el tema de las teorías de los valores y su posibles derivaciones con la calidad de la vida, concretamente de la vida humana. El tema clave es el rápido repaso que hace de algunas teorías que tratan la relación entre energía y valores, comparando su teoría con ellas; indudablemente que dicha discusión ameritaría mayores argumentaciones e investigación que valdría la pena realizar para otra ocasión. El doctor Adams hace una crítica de la teoría del valor de Marx y Engels (a los que, por cierto e inclusive, les reprocha en su «Introducción», p. 27, el no haberse interesado por la termodinámica para sus estudios en momentos en los que la termodinámica estaba en pañales, cuando él mismo cuenta cómo en plena elaboración de su teoría en el último cuarto del siglo XX, se le dijo que la termodinámica no podía ser aplicada a la evolución social), el núcleo de ella es que únicamente está basada en concebir el valor por la cantidad de energía de trabajo gastada, sin considerar el gasto de las energías no humanas, que para él son más determinantes (en este punto nodal se hace eco de la crítica termodinámica a la teoría “económica” de Marx del economista norteamericano Nicholas Georgescu-Roegen). Desgraciadamente R. Newbold Adams no ha estudiado a profundidad la teoría del valor-plusvalor de Marx y Engels, pues es ésta uno de los pilares de su crítica de la economía política, y está ligada a una necesidad-posibilidad de mediante su conocimiento y apropiación superar la prehistoria de la humanidad (al superar el último sistema explotador de la fuerza de trabajo: el capitalista). Veamos en una cuantas palabras la problemática (que es necesario profundizar para otro escrito), para estos «socialistas científicos» existe desde su formulación una clara separación-interactividad entre los valores humanos: entre el valor de uso, el valor de cambio y el valor; el aspecto nodal es que en el capitalismo lo que importa es el aspecto cuantitativo (el valor o trabajo abstracto) para medir la producción y la circulación-venta (valor de cambio) de las mercancías, para ellos lo que importa es el rescate de lo cualitativo que estaría dado por una relación social de comunicación y de acuerdo entre los miembros de la sociedad y su medio natural-social, entre las verdaderas (no manipuladas) necesidades humanas y la manera de usar las fuerzas productivas del trabajo, que incluyen tanto la fuerza de trabajo y su concreción cualitativa como el uso armonioso y no despilfarrador de los recursos energéticos naturales y transformados; para ellos, en suma lo importante o prioritario es el valor de uso (su rescate hoy) que significa una producción-reproducción de calidad humana y ecológica (por ello los recursos energéticos y naturales en general, son centrales por lo que hace a cuánto, cuáles y cómo se usan).
Para finalizar este escrito me permitiré hacer los últimos comentarios al «valioso» texto del doctor Adams, que terminan de revisar, complementar y sintetizar todo lo antes dicho, recurriendo a su Postscriptum, que a su vez es un excelente resumen conclusivo de su Octavo Día y de la parte medular de su teoría. No sin antes invitar a los lectores a que lleven a cabo por su cuenta una lectura crítica y valorativa de este texto que es una referencia obligada no sólo para los antropólogos y para los que se interesen por la “ciencia de la complejidad”, sino para todo científico social que se precie de serlo, es decir que esté preocupado por las problemáticas y los retos de la historia humana, que pasan por la resolución teórica y práctica de la autoorganización de la energía (es decir de nuestra relación dialéctica con la naturaleza y sus fuerzas).
Para este antropólogo neo-neo-evolucionista la evolución de las sociedades (más que la historia y menos de historia humana) y ellas mismas, solamente se puede entender como una unidad a partir del concepto de «autoorganización de la energía» que conecta toda la evolución social no sólo con el medio ambiente biológico y ecológico en general sino con el proceso evolutivo de la vida. Para él, todos los planteamientos y explicaciones que confluyan con la teoría de la selección natural darwiniana y wallaciana de la evolución ayudan a explicar la “evolución social” como parte indisoluble de aquella, aunque también reconoce que esta teoría es necesaria pero insuficiente para dar cuenta cabal del fenómeno histórico social. Por ello es que sobre la base de categorías que dan cuenta de los procesos termodinámicos complejos de la energía, intenta dilucidar la evolución social, sus fases históricas y sus patrones socioculturales diversos. Postula fases evolutivas, o sea históricas, que básicamente están centradas en torno al proceso de la “domesticación” o control del medio ambiente. El momento o fase clave es la domesticación de plantas y animales pues a partir de ella se inicia el uso intensivo-expansivo de energía para la producción-reproducción social humana, pero es sobre todo la “domesticación de personas” o dominio de seres humanos por parte de otros seres humanos donde se define el nuevo derrotero energético pues esta situación precede y es concomitante al desarrollo jerárquico o de jerarquías sociales, que conlleva al surgimiento de dos sectores sociales coevolutivos bien delimitados: 1) el del trabajo dominado y 2) el regulador especializado. Este sector regulador, que se perpetúa en la estructura de varias sociedades, se va a caracterizar no sólo como dominante social sino ecológico a través de las estratégicas decisiones que acapara y que, en el juego interactivo con el otro sector, van a seguir la direccionalidad de la intensificación del uso-consumo de energía. Lo que lleva a la dependencia de energía no humana cada vez mayor con la llegada de la industrialización y su «mito del progreso», que para R. N. Adams no es otra cosa que la aplicación de un desarrollo cada vez más intenso de formas de uso de energía, específicamente de alta energía. Esto para Adams, pues, entronca con la concepción de la evolución histórica como procesos termodinámicos de complejidad que reapuntalan el modelo evolucionista principalmente de la selección natural darwinista, pero que confieren a los procesos de diferenciación históricos un papel de complejizadores e intensificadores de los usos crecientes tanto de altas como bajas energías en interacción para que el sistema humano se expanda en el globo y lleve a la situación actual de mayor complejidad e indeterminación (incertidumbre), “produciendo un comportamiento no lineal que rebasaría la capacidad de la inteligencia humana para manejarlo”(p. 364). Pues a medida que la humanidad ha “enjaezado” más cantidades de energía no humana en sus actividades y sus usos, ha intensificado los procesos selectivos naturales desarrollando nuevas formas y productos incontrolables y perturbadores como los desperdicios tóxicos y nucleares (p. 169); que, como había advertido Leslie White con el uso tecnológico, y especialmente militar, de la energía atómica, amenaza destruir la civilización misma.
Respecto del papel de la «diversidad cultural en el mundo moderno», Richard N. Adams lo ubica como parte de las consecuencias evolutivas del desarrollo, junto con la explosión demográfica, la reducción de la biodiversidad, el crecimiento de los flujos de energía y la complejidad y el aumento de los niveles de diferenciación de la calidad de la vida. Específicamente señala que: “Paralelamente a la reducción de la diversidad de las especies, el desarrollo tiende a reorganizar a los pueblos que viven en formas diversas, forzándolos a adoptar patrones uniformes aunque, supuestamente, más productivos”4. Es decir coincide, por ejemplo, con la postura de Lévi-Strauss (1952, 19715) en que el “desarrollo” tiende a implantar formas uniformes, encabezados (para Adams) por las sociedades de alta energía, que requieren costos energéticos mayores o mucha más energía no humana para invertirla en la consecución de una cultura común, “ya que la comunicación exige que los mensajes caigan en un contexto mental común” (p. 163). Sin embargo observa también importantes procesos de diferenciación económica, social y cultural:
Mientras que, con una mano, el desarrollo destruye la diversidad cultural que va encontrando, con la otra favorece de diferente manera las oportunidades de las poblaciones. Eleva sustancialmente el nivel de vida de algunos, pero margina a otros sobre bases regionales, de riqueza, ocupacionales y étnicas (vehículos de supervivencia) para enfrentar problemas nuevos o no atendidos por la jerarquía, y por esa vía evolucionan nuevas culturas, calificadas como “espurias” por Sapir. La intención de esos grupos es resolver problemas, y al intentarlo crean nuevo material cultural. Como estas nuevas formas culturales se construyen con elementos que ya estaban presentes, rara vez se consideran exóticas6.
Es decir hay disolución de culturas tradicionales y creación de culturas modernizadas (y posmodernizadas) que E. Sapir calificaría de “espurias” y quizá “artificiales”, y C. Lévi-Strauss de “inauténticas”, o Edward T. Hall de “bajo contexto”; pero esto, para nuestro antropólogo del Octavo Día, no constituye la problemática central ni la preocupación más importante de su enfoque, sino, precisamente, el problema del “desbocamiento” energético incontrolado, como recién lo vimos. Explícitamente señala al modelo de desarrollo energético industrializador (y posindustrializador) como el responsable de esa dinámica; para él, no sería tan problemático el asunto del agotamiento de ciertas fuentes de energía, pues se podría encontrar otra fuente confiable e inagotable (la fusión, el magnetismo o “de lo que se quiera”), sino que el verdadero problema sería: a dónde nos está conduciendo el modelo, concretamente el sector “regulador” que está al frente de sus decisiones, de su direccionalidad, de sus estrategias, en una palabra, del poder político y económico central. Adams, según observo de sus planteos, , cree que no sirve de gran cosa apelar a modelos de desarrollo alternativos: “endógenos”, “participativos” y/o “populares” –esto es, diferenciadores del modelo hegemónico– pues, según su visión, quedan subsumidos en el modelo global de crecimiento de uso y consumo intensivo de alta energía. Así que, también a nivel de la salida política a este peligro, disiente de la respuesta levistrussiana de 1971, de colectividades relativamente aisladas-cerradas. Aunque Richard Adams no tiene el prestigio y el privilegio de ser reconocido como interlocutor de la UNESCO u otras instituciones internacionales, sí hace, según leo entre líneas, un llamado implícito al “sector regulador” directivo a nivel capitalista mundial (aunque él nunca lo menciona, y tampoco usa el término “capitalista” porque tal vez cree que el capitalismo no es directamente el culpable sino «la evolución social») para que tome cartas en el asunto y asuma su papel “regulador” tomando decisiones que eviten la catástrofe de la complejidad intensivamente incontrolable del consumo de alta energía. Esto, según mi lectura de las conclusiones de Adams, resolvería o detendría en alguna medida y de pasada el problema de la destrucción de la diversidad cultural y, tal vez lo mejor sería que unificaría la evolución histórica y cultural de manera “controlable” o “manejable”. Salida que ya había postulado con claridad su maestro Leslie White, cuando en las conclusiones de su texto de 1949 (“La energía frente a la evolución de la cultura”) tuvo la seguridad de que abrazando todo el mundo un “único sistema político” desparecería la maldición de la guerra y se “habrá dejado libre y abierto el camino hacia una vida más plena y rica” (p. 362). La confianza de White estaba paradójicamente (pues señalaba a la tecnología nuclear recién emergida a mitad de los años 40 del siglo XX como terrible) en “las fuerzas creadoras de la nueva tecnología”, mientras que para Richard Newbold su confianza está más directamente aludida a las instituciones “reguladoras”, que como vimos son vagas en su concepción teórica general, y de los Estados-nación, pero que supongo se está refiriendo en este punto a las instituciones reguladoras más decisorias del capitalismo mundial actual.En suma, para Adams es el proceso energético evolutivo autoorganizativo “de la selección natural” y “domesticador” el que mueve la historia humana, su autoorganización, su división, su jerarquización y su unificación uniformizante, no existen los sujetos humanos individuales y colectivos como constructores de su historia, de sus estructuras y de sus procesos ecológicos, económicos y socioculturales, y por consiguiente sus propuestas para intentar cambiar el rumbo de la historia capitalista globalizadora actual no los toman en consideración, pues los seres humanos no son sujetos práxicos y con capacidad de tomar conciencia y medidas radicales para alterar dicha direccionalidad de la historia humana. Pero para el marxismo sí y that the que

Detrás de las barricadas españolas

18-07-2010
Un libro para este mes con la fecha maldita
Ramón Pedregal Casanova
Rebelión

“Hemos llegado al final de un periodo en el que el capitalismo ataviado con ropajes democráticos se enorgullecía de ser patriótico; nos acercamos al periodo en que el capitalismo en su fase fascista renuncia incluso al patriotismo por los beneficios”, escribió John Langdon-Davis a finales del verano de 1936, tras la guerra emprendida por los militares fascistas y sus aliados contra el gobierno legítimo de la República Española de los pueblos y las naciones.John Langdon-Davis, periodista al que le gustaba España por estancias anteriores como un viajero o un turista más, estuvo desde el primer momento del golpe fascista y tomó nota sin apego más que a la verdad, , pues su interés se centraba, y así escribía, en lo que veía y su relación o conexión con la raíz histórica. su libro recorre desde la manifestación del 1º de Mayo de 1936 en Madrid, observando detenidamente a los asistentes, rasgos físicos, vestimentas, cantos, consignas, grupos desfilantes, y deseos para el futuro en el hermanamiento de clase, hasta un último artículo dirigido a los ingleses en el que traslada las circunstancias del golpe militar fascista a Inglaterra, con el fin de que sus conciudadanos reflexionen sobre el caso en su propio contexto. Entre uno y otro escrito recoge sus conversaciones con todo el abanico de personajes que portan ideas sobre lo que ocurre, hace amistad con los próximos y los opuestos, y extrae de ellos lo que tienen de singular en cada uno de los aspectos de su vida, casas, relaciones políticas, vida cotidiana, perspectivas, sorprendiendo, John Langdon, al lector por sus grandes cualidades humanistas aun en circunstancias de lo más adversas.Junto a su propia experiencia va leyendo los periódicos de Inglaterra y reflexionando sobre el comportamiento y las declaraciones de los diversos gobiernos en torno a lo que sucede en España, y sus conclusiones tienen una proyección histórica que, como hemos leído en el primer párrafo, por ejemplo, cruzan los años para situarnos en el comienzo de la era histórica en la que estamos inmersos. Los ideales patrióticos que aún se agitaban hasta el año 30 del siglo XX como valores, son sustituidos con la guerra contra la República Española, sin ocultación ninguna, por los “beneficios”, dice él, por el robo a los pueblos.Y en su aproximación a la realidad de la defensa de la república con piedras, palos, fusiles viejos y requisados, en las comidas de las familias jornaleras, obreras, en sus casas pobres, en sus rostros gastados, en sus manos duras y cuarteadas, en sus ojos de mirada intensa y profunda, en sus expresiones cotidianas, amorosas, amigables, solidarias, se le van deshaciendo los prejuicios, los resabios de extranjero pequeño burgués, las reservas ante lo que creía poco aceptable por él mismo.Al otro lado quedan amigos aristócratas, militares traidores, enemigos de la República que le tienen en su consideración y le cuentan, le enseñan, le llevan a locales exclusivos y le exponen sus afanes, sus voces in terrores, mientras los contempla en detalle por todos los caminos de su vida.Cuando observa el comportamiento de unos y otros y el entorno internacional se hecha las manos a la cabeza y clama contra el gobierno inglés en su último artículo de un modo tal que leerlo ahora parece recién escrito por aplicable a tanto como ocurre con otros gobiernos hoy.El autor, sin ser exacto en las notas, se emplea en una lección histórica llena de interés y emoción, que sin rehuir ningún aspecto de la vida en esos momentos cruciales, se eleva y mira la situación en su conjunto desentrañando el sentido de los actos históricos y el carácter de aquello que ve en el horizonte.Como se señala en el libro “en 1937, en un campo de refugiados, Langdon-Davis periodista y reportero, se encontró con un niño de cinco años que llevaba una nota que decía “ Éste es José. Sé que seré asesinado cuando caiga Santander, y ruego a cualquiera que lea esta nota cuide, por favor, de mi hijo”John Langdon-Davis se hizo cargo de él y de muchos otros niños.Este mes de Julio con la fecha maldita que nos rompió la historia, se lo recomiendo.Título:Detrás de las barricadas españolas.Autor: Jonh Langdon-Davis.Traducción de Yolanda Fontal y Carlos Saldiña.Prólogo de Paul Preston.Ediciones Península.Ramón Pedregal Casanova es autor de Siete Novelas de la Memoria Histórica. Posfacios. Editado por Fundación Domingo Malagón y Asociación foro por la Memoria (asociacion.foroporlamemoria@yahoo.es) (foroporlamemoria.org)

lunes, 12 de julio de 2010

Los 10 mejores libros sobre el desplome financiero

12-07-2010
Ruth Sunderland
The Observer

Ruth Sunderland, periodista económica, selecciona una decena de títulos en lengua inglesa, relatos documentales del “crac” o análisis a posteriori del derrumbe. Aunque ninguno de ellos, que sepamos, se ha publicado todavía en castellano, sin duda los más importantes están en curso de traducción. Too Big to Fail: Inside the Battle to Save Wall Street [Demasiado grandes para caer: en la batalla por salvar Wall Street] de Andrew Ross SorkinBasado en más de 500 horas de entrevistas con más de 200 personas, es éste un relato sensacional de la crisis, contado desde el punto de vista de los protagonistas de Wall Street. Para echar una miradita por la cerradura de los apartamentos de Park Avenue y a los relucientes modelos Lexus negros, este es nuestro libro. Sorkin se detiene con detalle en la historia desde dentro, dando una visión documentadísima de las reuniones y enfrentamientos clave, si bien es poco prolijo en lo que respecta a las reformas necesarias para ponerlos en su sitio. Fool's Gold: How Unrestrained Greed Corrupted a Dream… [El oro del loco: cómo la avaricia desenfrenada corrompió un sueño...] de Gillian TettUn relato escrito con elegancia y conocimiento experimentado por la periodista financiera más profética del Reino Unido en el que se cuenta cómo los banqueros de J.P. Morgan inventaron los derivados de crédito, pervertidos hasta convertirse en instrumentos de destrucción masiva. Tett, periodista del Financial Times y doctora en antropología social, resulta fascinante en su descripción del modo en que una "tribu" bancaria de élite llegó a tener tanto poder sobre el resto de la sociedad. Los lectores tendrán que decidir por si mismos si trata o no a J.P. Morgan con excesiva liviandad.House of Cards: How Wall Street's Gamblers Broke Capitalism [Castillo de naipes: cómo hicieron quebrar al capitalismo los jugadores de Wall Street] de William D. CohanUn retrato magistral de Jimmy Cayne, jefe de Bear Sterns, adicto al juego del bridge y fumador de porros. Esta historia de los diez días que concluyeron con el desmoronamiento del banco se muestra brillante al tocar los aspectos técnicos, y todavía mejor al abordar la psicología de esos fracasados banqueros/jugadores. Cayne no era el único personaje heterodoxo al timón de Bear: su predecesor, Ace Greenberg, utilizaba un alter ego para arengar al personal y entregaba donaciones caritativas a los estudiosos del enanismo, así como a los proveedores de Viagra gratuita para hombres que no podían pagársela. The Devil's Casino: Friendship, Betrayal and the High-Stakes Games Played Inside Lehman Brothers [El casino del diablo: amistad, traición y apuestas altas en Lehman Brothers]de Vicky WardUn cuento fantástico sobre el mundo extraño y no tan maravilloso de Lehman Brothers: las personalidades, los incentivos y, lo mejor de todo, la política de puñaladas traperas de esposas y novias de los banqueros con calzado de Louboutin [marca de zapatos y bolsos de lujo]. El presidente, Richard Fuld, hoy vilipendiado, aparece retratado no sólo como el agresivo "Gorila" de las leyendas populares de Wall Street sino como una esponja humana que absorbía las cualidades de colegas más listos hasta el punto de robarles toda su personalidad. Payback: Debt and the Shadow Side of Wealth [El pago de lo debido: la deuda y el lado sombrío de la riqueza] de Margaret AtwoodLa escritora canadiense [1] adopta un enfoque erudito a fin de examinar cómo se encarna en la religión, la moralidad, la ley y la literatura el concepto de deuda. Su disección de la compleja relación social entre deudor y acreedor es magistral, al mostrar de qué modo las nociones de lo que significa estar en deuda rebasan el ámbito financiero y configuran nuestro sentido de lo que es justo, la obligación y la venganza. Se atiene considerablemente a fuentes literarias que van desde el Fausto de Gothe a Vanity Fair, de Thackeray, y le saca buen partido a las concepciones de la deuda en la tradición cristiana.A Week in December [Una semana de diciembre]de Sebastian Faulks [2] La visión de un novelista acerca de la manera como se contagia al resto de la sociedad la amoralidad de financieros como el personaje principal, John Veals, odioso gestor de hedge funds. Los personajes de Faulks habitan mundos herméticamente sellados, irreales: una joven conductora de metro vive enganchada a una versión ficticia de Second Life, una devota joven musulmana sucumbe a la retorcida lógica del terrorismo islámico, y un programa de televisión recurre a pacientes perturbados que compiten por conseguir tratamiento. Abunda la venta en corto ("short-selling"), no sólo en la forma depravada en que Veal planea hundir un banco sino también en cómo despelleja a sus rivales un cínico crítico de libros. The Big Short: Inside the Doomsday Machine [El gran corto: dentro de la máquina apocalíptica]de Michael LewisEn la década de 1980, Michael Lewis demostró ser un cronista magistral de Wall Street con Liar's Poker [El póker del mentiroso] que ponía al descubierto el machismo y los excesos de Salomon Brothers. Más de veinte años más tarde, su secuela nos muestra lo poco que hemos aprendido. El guiño de la historia reside en que está contada desde el punto de vista de los "ganadores", ese puñado de hombres que amasaron ingentes sumas apostando correctamente por el derrumbe. Un libro irresistible, aunque resulte incómodo identificarse con quienes se hicieron indecentemente ricos gracias a que sus predicciones resultaron acertadas. The Way We Live Now [El modo en que hoy vivimos] de Anthony TrollopeLa obra maestra de Trollope, [3] cuya primera edición data de 1875, no se refiere, claro está, a la actual crisis financiera, pero su análisis de la manera en que las esperanzas de dinero fácil pueden corromper a los individuos y a determinadas partes de la sociedad sigue siendo hoy pertinente. La apariencia de una vida de lujo borra cualquier cuestionamiento moral y la sociedad se muestra vulnerable a las maquinaciones de los defraudadores porque ha perdido su sentido de los valores. Se hace facilísimo imaginar al "Gran Financiero", Augustus Melmotte (interpretado en televisión por David Suchet en 200), un obscuro y egocéntrico estafador situado en lo más alto de un banco de inversiones de la época. [N. del T. En el ámbito hispano, un brillante equivalente podría ser La febre d´or (1890-1893), del gran novelista catalán Narcís Oller (1846-1930), cuyo protagonista, Gil Foix, hace fortuna en Bolsa al inicio de la década de 1880 para perderla por completo en la crisis económica. La obra se divide, estructural y argumentalmente, en dos grandes partes, con títulos bien diferenciados y explícitos: "La pujada" ("El ascenso") y "L'estimbada" ("El despeñamiento"). El hilo conductor de la novela es la ascensión de Foix y, consiguientemente, de su familia, de la menestralía a la alta burguesía y su vuelta al oficio de carpintero y a la situación social anterior. La primera parte consta de veinte capítulos y tiene como tema la transformación de Foix gracias al enriquecimiento rápido provocado por su actividad financiera. En esta primera parte se caracteriza a los personajes, entre los que destacan Caterina, esposa de Gil Foix, que no llegará adaptarse a la nueva situación; Delfina, la hija, que se situará al margen de la riqueza; Eladi, sobrino y socio de Foix, joven pretencioso e inconsciente; Francesc, hermano de de Caterina y pintor, representa al artista. En la segunda parte, "L'estimbada", compuesta por dieciocho capítulos, una vez caracterizados todos los personajes, los hechos se producen de una manera repentina, comenzando por la fractura de la unidad familiar, que sólo vuelve a unirse gracias a la ruina. La febre d'or es la gran novela de Barcelona, que también se convierte en protagonista al convertirse en una ciudad brillante y cosmopolita, siguiendo una evolución paralela a la de la burguesía. Con una técnica de flash-back.y una voz narrativa en tercera persona, la obra se ha comparado frecuentemente con L´argent de Zola, publicada poco después.] [4]Crisis Economics by [Economía de la crisis]de Nouriel Roubini y Stephen Mihm Las crisis no son algo excepcional sino parte intrínseca del capitalismo, de acuerdo con el "Dr. Doom" [Doctor Malagüero] Roubini (él prefiere que le llamen Doctor Realista), que predijo la catástrofe bancaria y la crisis de la deuda soberana. Roubini y su colaborador llevan al lector de paseo a través de las crisis, las causas de la actual, los remedios radicales precisos y los riesgos que nos esperan si los responsables políticos eluden las reformas. Es este un ataque enormemente persuasivo a la ideología neoconservadora que permitió que un sector financiero poco regulado llevara a la economía global al borde de la ruina. Un volumen instructivo y aterrador. Freefall: Free Markets and the Sinking of the Global Economy [En caída libre: los mercados libres y el hundimiento de la economía global] de Joseph StiglitzStiglitz, antiguo economista jefe del Banco Mundial, es otra de las raras voces disidentes que no compartían la creencia en los mercados irrestrictos que dispusieron el escenario de la peor crisis financiera desde la Gran Depresión. Libra un ataque devastador contra el sector financiero y los políticos y reguladores que permitieron que hiciera estragos. Argumenta de modo convincente que hasta ahora no hemos conseguido remediar el problema: en lugar de eso, "hemos llamado a los fontaneros que instalaron las cañerías". El sector bancario sigue teniendo la sartén por el mango.Notas del T.: [1] Margaret Atwood (1939) es, junto a Alice Munro, la más celebre, premiada y respetada de las escritoras canadienses. En su obra cultiva la poesía, la novela, el relato, el ensayo y la crítica literaria, y en su vida no ha faltado el activismo político y feminista. Su novela más conocida es The Handmaid´s Tale [El cuento de la doncella], una distopía llevada al cine por Volker Schlöndorff. [2] Sebastian Faulks (1953), periodista y autor británico de novelas de intriga, romance, espionaje y acción con el trasfondo histórico del siglo XX. En 2008 fue escogido para continuar con la serie de novelas de James Bond, para la que escribió Devil May Care, [ La esencia del mal, Seix Barral, Barcelona, 2008]. [3] Anthony Trollope (1815-1882), gran retratista de la Inglaterra victoriana, al igual que Dickens, fue como él uno de los novelistas más populares, prolíficos y exitosos de la época. [4] Hemos tomado el resumen del argumento de la Xarxa Telemàtica Educativa de Catalunya (www.xtec.es).Ruth Sunderland es responsable de la sección de negocios del dominical londinense The Observer. Traducción para www.sinpermiso.info: Lucas Antónhttp://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=3470

domingo, 11 de julio de 2010

El economista y escritor de 90 años presenta el último libro de Santiago Carrillo, “Los viejos camaradas”

11-07-2010
José Luis Sampedro defiende “el pensamiento libre en los actuales tiempos de barbarie”
Enric Llopis
Rebelión

La dilatada experiencia de José Luis Sampedro le aporta una lucidez fuera de lo común para comprender el sentido de la vida. “Vivir con dignidad significa vivir la vida propia, la de cada uno, no la que le imponen; y eso puede hacerse incluso en un calabozo, siempre que uno piense que con su cabeza”.
Con esta nitidez y contundencia se ha expresado el economista y escritor de 90 años, José Luis Sampedro, en el Centre Octubre de Valencia, durante la presentación del último libro de Santiago Carrillo, “Los Viejos Camaradas”.
Sampedro ha subrayado que actualmente “vivimos en un tiempo de barbarie”; de hecho, “en 2.000 años ha avanzado mucho la ciencia, pero hemos ganado muy poco en sabiduría; el planeta sigue dividido en barreras, vallas y prejuicios, mientras que las ciencias sociales no han sido capaces de resolver los conflictos de manera pacífica”. Y, frente a la barbarie, afirma Sampedro, el arma principal es el pensamiento libre.
El catedrático de Estructura Económica por la Universidad Autónoma de Madrid, autor de obras como “Conciencia del Subdesarrollo” y “Mercado y Globalización”, ha desarrollado esta reflexión: “Se habla mucho de la libertad de expresión, pero poco de la libertad de pensamiento, de pensar uno por sí mismo”.
Y añade una reflexión sobre las barreras con que topa el ejercicio del pensamiento libre: “El poder es el gran enemigo de las personas libres, de aquéllos que piensan por su cuenta y viven la vida de acuerdo son sus principios, sin traicionarse”.
Además, los 35 años de docencia en Ciencias Económicas le llevan a la siguiente reflexión en la que se mezcla lo individual y lo colectivo: “Siempre se habla del desarrollo económico, en términos comparativos de un país respecto a otro. Sin embargo, la idea de subdesarrollo o desarrollo deberíamos aplicarla respecto al potencial de cada uno; y esto vale para países o personas”.
En la misma línea existencial, el escritor y destacado humanista ha subrayado que el ser humano se guía por “creencias”. “Uno tiene derecho a asumir sus creencias y vivir de acuerdo con ellas, pero siempre que no se impongan a los demás”.
Hace más de 50 años Sampedro ya escribió que el capitalismo “estaba perdiendo fuelle y debía sustituirse por otro sistema”. Ahora, con palabras como “desarrollo” y “productividad” en el centro de la agenda mediática y universitaria, critica esta primacía de los “intereses” en detrimento de los “valores”.
Y el autor de obras como “El río que nos lleva”; “Octubre, Octubre”, “La Sonrisa Etrusca” o “La Vieja Sirena” ha citado en este punto a Machado que, en su “Juan de Mairena” afirmaba que para que una sociedad cambie han de hacerlo primero sus dioses, es decir, sus valores. “Y el dios actual es sin duda el dinero”, sentencia Sampedro.
El futuro permite, por el momento, abrigar pocas esperanzas, a juzgar por las palabras del escritor y académico. “Mientras predomine el ánimo de lucro sólo habrá chapuzas y reformas, y será indiferente en manos de quién esté el poder político”. “Por eso el poder puede cambiar de manos, como en la toma de la Bastilla, pero si no se trabaja en el ámbito del pensamiento, 15 años después aparecerá Napoleón”.
Tras esta primera intervención, Santiago Carrillo se ha referido a su último libro, “Los Viejos camaradas”, un recorrido por las biografías de dirigentes comunistas que se implicaron en la defensa de la II República y la lucha antifranquista, entre otros, José Díaz y Dolores Ibárruri. Militantes de la Juventud Socialista Unificada y de las Juventudes Comunistas, jefes militares, guerrilleros y activistas de la clandestinidad también tienen un hueco en el texto del nonagenario ex secretario general del PCE.
Los jóvenes han sido los principales destinatarios de las palabras de Carrillo. Las generaciones más jóvenes “han de batallar muy duro en la vida porque nadie les va a reglar el futuro”, ha afirmado el autor de “Los viejos camaradas”. Un ejemplo para transitar este duro camino son los viejos comunistas, a quienes Carrillo ha considerado “un paradigma del sacrificio por una idea y unos valores; esta entrega, incluso de la vida, por un ideal hoy se considera una rareza”.
Otra idea sobre la que ha girado el debate posterior a la presentación es la vigencia de la utopía revolucionaria. “La época de las revoluciones no ha pasado; si continuamos por el camino de invasiones, conquistas y depredación de los recursos naturales, podemos volver a vivir guerras y revoluciones”.
Sin embargo, ha añadido Santiago Carrillo, “es cierto que en occidente se ha dado un progreso material, pero en ningún caso una superación de las clases sociales ni de las divisiones reales que afectan al mundo”, “Vivimos en una democracia mediática; los ricos tienen más poder que nunca y en ese sentido hemos retrocedido notablemente”.
“Una revolución debería ser consecuencia de que la gente piense y vea las cosas a través del conocimiento científico; por ejemplo, que sea consciente de que los bancos, en lugar de funcionar como un negocio privado, actúen como un servicio público y con criterios de interés general”, ha concluido el autor de “Los Viejos Camaradas”.

jueves, 8 de julio de 2010

Suficientemente negro para ti

08-07-2010
Las novelas de Chester Himes
Rafa Vetusto
Diagonal

Las novelas de Chester Himes, que recorrió el largo trayecto que va de la cárcel a la literatura, son una aproximación atípica al género negro.
Ahora que hasta la novela negra se ha convertido en una literatura sin aristas apta para todos los públicos, tan limpia y delicada que se sitúa en Escandinavia, cuando no directamente en el Polo Norte, tal vez sea interesante sumergirse en el Harlem multicolor de Chester Himes.
EE UU es el país del mundo con mayor población reclusa. Sus convictos suman el 23% del total mundial y uno de cada cuatro negros norteamericanos está en prisión, lo ha estado o está inmerso en un proceso judicial. Así que la condena que sufrió Chester Himes en su juventud (20 años por un atraco, de los que cumplió siete) se encuadra en lo que algunos consideran una variante mejorada del antiguo sistema esclavista. En la cárcel, además de trabajar como mano de obra barata, Himes comenzó a escribir y pronto vio cómo sus relatos empezaban a publicarse. “Eso me protegió de los convictos y de los carceleros. Los convictos negros tenían un respeto instintivo, e incluso miedo, por alguien que podía sentarse a escribir a máquina y cuyo nombre aparecía en periódicos y revistas. Los carceleros no podían tocar a quien pensaban que era una figura pública”. Su experiencia penitenciaria quedó fijada en Por el pasado llorarás, una de sus mejores novelas.
En 1945 Himes se instaló en Harlem y ocho años más tarde, siguiendo la estela de otros escritores y músicos negros que buscaron en Europa una vía de escape al racismo, se trasladó a París. Fue Marcel Duhamel, el creador de la célebre Série noire de Gallimard y, por extensión, de una denominación genérica que ha pasado a España, la persona que propuso a Himes escribir novelas policíacas. Podríamos decir que, pese al éxito de las ocho que componen el ciclo protagonizado por ‘Sepulturero’ Jones y Ed ‘Ataúd’ Johnson, sarcástica pareja de detectives negros de la policía de Nueva York destinados en Harlem, la posición de Himes ante el género es, como su propia trayectoria vital, centrífuga y excéntrica. Del mismo modo que nunca se comprometió políticamente con el movimiento negro, Himes tampoco se ‘comprometió’ con la novela negra. En sus libros prescinde de las convenciones, las tramas son caóticas y abundan las digresiones.
Sin embargo, es la aproximación atípica que hace al género, apenas una excusa para recrear Harlem desde la distancia, lo que permite que sus textos, escritos por alguien que conoce de primera mano aquello de lo que habla, devengan una denuncia del racismo tan sólida como las de la literatura política de la época. Un tópico se repite, sobre todo en la parte de su obra no adscrita a la serie negra, el origen del racismo en el miedo del blanco a que el negro seduzca a sus mujeres.
De la mano de Sepulturero y Ataúd, Himes consiguió dinero y cierta fama. Los detectives se convirtieron en clásicos de la blaxploitation en un par de adaptaciones que acentuaron la veta cómica y suavizaron la violencia y la crítica social. Chester Bomar Himes nunca regresó a América. En 1969 se afincó en Moraira (Alicante), en compañía de su esposa, y allí residió tranquila y anónimamente hasta su muerte en 1984. En España escribió su notable autobiografía y la inconclusa Plan B, novela en la que sus queridos detectives se ven envueltos en el plan definitivo para lograr la liberación de los negros: el exterminio total de la raza blanca.

martes, 6 de julio de 2010

"Calibán y la bruja". Mujeres, cuerpo y acumulación originaria" de Silvia Federici

Novedad editorial en Traficantes de Sueños

De la emancipación de la servidumbre a las herejías subversivas, un hilo rojo recorre la historia de la transición del feudalismo al capitalismo. Todavía hoy expurgado de la gran mayoría de los manuales de historia, la imposición de los poderes del Estado y el nacimiento de esa formación social que acabaría por tomar el nombre de capitalimo no se produjeron sin el recurso a la violencia extrema. La acumulación originaria exigió la derrota de los movimientos urbanos y campesinos, que normalmente bajo la forma de herejía religiosa reivindicaron y pusieron en práctica diversos experimentos de vida comunal y reparto de riqueza. Su aniquilación abrió el camino a la formación del Estado moderno, la expropiación y cercado de las tierras comunes, la conquista y el expolio de América, la apertura del comercio de esclavos a gran escala y una guerra contra las formas de vida y las culturas populares que tomó a las mujeres como su principal objetivo. Al analizar la quema de brujas, Federici no sólo desentraña uno de los episodios más inefables de la historia moderna, sino el corazón de una poderosa dinámica de expropiación social dirigida sobre el cuerpo, los saberes y la reproducción de las mujeres. Esta obra es también el registro de unas voces imprevistas (las de los subalternos: Calibán y la bruja) que todavía hoy resuenan con fuerza en las luchas que resisten a la continua actualización de la violencia originaria. Silvia FedericiEs profesora en la Hofstra University de Nueva York. Militante feminista desde 1960, fue una de las principales animadoras de los debates internacionales sobre la condición y la remuneración del trabajo doméstico. Durante la década de 1980 trabajó varios años como profesora en Nigeria, donde fue testigo de la nueva oleada de ataques contra los bienes comunes. Ambas trayectorias confluyen en esta obra.

domingo, 4 de julio de 2010

La historia colonial y el espejismo de la identidad nacional

Reseña del libro Enjeux politiques de l'histoire coloniale, de Catherine Coquery-Vidrovitch
Vladislav Marjanović
Rebelión
Traducción de Rocío Anguiano

¿Debemos avergonzarnos de nuestra propia historia? Depende de lo busquemos en ella. Comprender las causas y las consecuencias de los dramas sociales y humanos de las épocas precedentes o bien identificarse con sus protagonistas, sin importar el papel que desempeñaron. En el primer caso, se trata de una actitud más bien racional y científica que, ante todo, pretende explicar los sucesos de antaño, sin embellecerlos o envilecerlos, con el fin de extraer posibles lecciones para el futuro. En el segundo, estamos ante un enfoque emocional que se basa en la identificación de la sociedad actual con su pasado. Pero, en este caso, el peligro de caer en la trampa de la mistificación de la historia crece, sobre todo a medida que se reduce la distancia temporal entre los periodos anteriores y el tiempo presente. La imagen de las sociedades contemporáneas, ya se trate de pueblos, religiones, civilizaciones, o incluso de sus respectivas instituciones, corre el riesgo de deteriorarse. ¿Cómo posicionarse en el mundo actual con un bagaje de actuaciones poco gloriosas en el curso de la historia más o menos reciente? ¿Silenciándolo? ¿Retractándose públicamente?El libro de Catherine Coquery-Vidrovitch desvela justamente la preocupación de los historiadores franceses que trabajan sobre el delicado terreno de la historia colonial. Esta obra presenta una reflexión sobre el tema, basada en la evolución de la historiografía francesa de la colonización de África en los últimos cincuenta años, es decir desde las “independencias”. Sus investigaciones muestran claramente los dilemas que plantea la interpretación de la mentalidad característica de esa época. Si, hasta los años cincuenta, prevalecía una visión positiva del papel de Francia como potencia colonial, una década más tarde se asentaba el mutismo. Y se optaba por dejar que fueran los investigadores africanos los que trabajaran sobre el tema. Estos no lo dudaron. A las universidades y otros centros de investigación de Francia, llegó una avalancha de doctorandos procedentes del continente africano. Gracias a ellos se abordaron gran cantidad de nuevos aspectos, como el urbanismo en las colonias francesas de África, las resistencias, la ecología y el género. Desgraciadamente, como señala la autora, la mayoría de esos trabajos no fueron publicados y hoy solo los conocen un puñado de investigadores especializados. ¿Fue algo premeditado? Todavía no hay respuesta a esa pregunta. Pero no hay ninguna duda de que hubo intereses políticos en juego, y sino cómo se explica que, en la enseñanza escolar francesa, la trata de esclavos ni siquiera se mencione hasta 1950 y apenas se evoque en los años noventa. Hubo que esperar a que en 2001 se promulgara la ley Taubira, que declaraba la esclavitud un crimen contra la humanidad, para que ese delicado tema se tratara por fin en los colegios.Pero eso también significa que siguen siendo los intereses políticos los que dictan la forma en que se presenta o se enseña el pasado. En realidad, las más altas instituciones democráticas no han dejado de hacerlo nunca. Sirviéndose de la legislación (especialmente de la ley de 23 de febrero de 2005) incluso intentaron imponer a los maestros la obligación de enseñar “el papel positivo de la presencia francesa en ultramar” y avivar un concepto casi racista del hombre africano, que estaría poco integrado en la Historia. Aunque esta opinión, que el presidente Nicolas Sarkozy expresó el 26 de julio de 2007 en Dakar, fue duramente criticada y la ley de 23 de febrero de 2005 se ha retirado, la politización de la historia colonial francesa no ha cesado. Cuando un hecho histórico cerrado desde hace más de un siglo y medio se declaró “crimen contra la humanidad” por un acto legislativo, algunos consideraron que la política diaria atentaba contra la libertad de interpretación de la ciencia histórica. Se estaba gestando un precedente peligroso para el análisis del pasado. Basándose en esta ley, muchas organizaciones humanitarias y antiracistas exigían disculpas oficiales y reparación. Se consideraba a las generaciones actuales culpables de crímenes en los que estaban implicados algunos de sus antepasados lejanos, pero no ellos. La noción de “responsabilidad colectiva”, típica por lo demás de los sistemas ideológicos totalitarios, recuperaba sus cartas de naturaleza.No es de extrañar que la injerencia de la política en el análisis y la enseñanza de la historia colonial haya provocado reacciones virulentas entre los historiadores. Alguno de ellos ven en las famosas “leyes memoriales” así como en las exigencias de disculpas y reparación por la esclavitud y los daños del sistema colonial, no solo un arma mediática, sino también una tentativa de debilitamiento de la conciencia nacional. En efecto, en noviembre de 2008 la Asociación “Libertad para la Historia” obtuvo del Parlamento el compromiso de no volver a pronunciarse mediante leyes sobre ningún tema relacionado con la memoria, pero, para la autora, esta retractación supondría legitimar la difusión de las mentiras históricas.Por lo visto, ya nadie logra cerrar la caja de Pandora de la politización de la historia colonial y al parecer, Catherine Coquery Vidrovitch también se ha dejado llevar. En el dilema entre la libertad de investigación científica y la injerencia política mediante “leyes memoriales”, la escritora se inclina por esta última. Al referirse al problema de la “fractura colonial” se muestra partidaria del concepto “poscolonial” que ella vincula a la reflexión sobre la identidad nacional, una identidad que no considera solo como “hexagonal”, sino más bien como una herencia del pasado en general, incluido el colonial.¿Pero la labor de la Historia es debatir sobre las “identidades” -lo que a fin de cuentas compete a la etnogenesis- o bien analizar las causas y las consecuencias de los hechos? El posmodernismo, del que se decía que iba a enriquecer la comprensión de la Historia, parece más bien enmarañarla desviándola hacia factores secundarios, pero más apropiados para crear opinión: identidades, memorias, culturas, civilizaciones, espacios. Catherine Coquery-Vidrovitch aporta también su granito de arena al intentar justificar las críticas a la planificación del Museo del Quai Branly (1). Ella misma confiesa lo difícil que resulta hablar del arte popular de los países del Sur intentando ser políticamente correcto. Pero, por otra parte, tiene problemas para precisar lo que, en su presentación inicial, se consideró como “enfoque colonial” y lo que ha cambiado en los planteamientos actuales. ¿Las explicaciones históricas que acompañan a los objetos expuestos? ¿La iluminación de las salas? ¿La reprobación (¿vergüenza?) de la estética?Ella llega a la conclusión de que “pensar en términos poscoloniales lleva a pensar la diversidad de la sociedad francesa en la convergencia de las historias, porque vivir en armonía en una sociedad compleja exige el arte del compromiso y del diálogo”; conclusión que parece sacada de un folleto de una institución del Estado para la integración de los extranjeros (inmigrados). Sucede lo mismo con sus recomendaciones: “la escuela y la inteligencia política deben contribuir a edificar un sentimiento común de pertenencia a una nación (!sic!) cuyas principales características de mañana no serán exactamente las de hoy”. Sin duda, pero eso ¿no es otra historia? En cuanto a la historia que se considera como la verdadera, ¿su deber no es desmitificar en lugar de crear nuevos mitos, sacar a la luz las actuaciones encaminadas a la dominación, al enriquecimiento y al poder, desvelar las manipulaciones de la propaganda, precisar el contexto económico y geopolítico que está en la base de toda expansión y de toda explotación? Desgraciadamente, ninguna historia, ni siquiera la de las antiguas colonias europeas, es irreprochable. En cuanto se rasca un poco, aparece un fondo aterrador de guerras, crímenes, perfidias, mercadeos, opresión, pillaje, intrigas y complots. ¿Entonces a dónde nos lleva avergonzarnos de la Historia? ¿No sería mejor, en lugar de cultivar quimeras sobre la “identidad” y el “diálogo”, tan del gusto de los que detentan el poder que las manejan a su antojo para la salvaguarda de sus propios intereses, avergonzarse de no haber conseguido todavía extraer de la Historia lecciones que permitan cambiar el destino de la Humanidad?El libro de Catherine Coquery-Vidrovitch no profundiza tanto en la configuración de las encrucijadas de la Historia, y mucho menos de la historia colonial (2). Sin embargo, ofrece un interesante panorama sobre el desarrollo de la historiografía de la época colonial en Francia y sobre los debates (sin duda politizados) que se han producido entre los investigadores. Para quienes se interesen o quieran ahondar en sus conocimientos en ese campo, este libro es una obra de referencia recomendada.