miércoles, 16 de noviembre de 2011

16-11-2011
Reseña del último libro de Pascual Serrano
"Contra la Neutralidad. Tras los pasos de John Reed, Ryszard Kapuściński, Rodolfo Walsh, Edgar Snow y Robert Capa"

Revista Latina de Comunicación



Contra la Neutralidad es el título de la nueva obra del prolífico autor y analista de medios de comunicación Pascual Serrano. Como nos indica desde su título, el libro es una argumentada y dura crítica al “culto a la objetividad” y el discurso de los “popes de la prensa de que ofrecen información neutral y equilibrada”. Serrano denuncia que la objetividad no es más que un mecanismo sofisticado para “deslizar ideología bajo la apariencia de hechos neutrales”, y al mismo tiempo la equidistancia de lo que “dicen ambos bandos debilita el verdadero periodismo”, pues la verdad no se sitúa “a mitad de camino de dos puntos de vista contrapuestos”.
Por este motivo ha elegido a cinco periodistas a quienes la posteridad ha reservado un lugar privilegiado, precisamente por no haber seguido de manera servil y acrítica las reglas del periodismo objetivista, sino por realizar su profesión de manera combativa y comprometida. Serrano nos sumerge en las vidas de estos cinco autores con la intención de acercarnos a su obra y sensibilidad, y demostrar que el periodismo cuando se hace con corazón puede rebasar la mera actualidad y los reportajes superficiales.
En la obra que nos presenta, quien conociera a Reed, Kapuściński, Walsh, Snow y Capa, tendrá nuevas perspectivas y miradas a estos autores. Pero quienes no los conocieran se encontrarán con personajes que querría haber conocido antes, y tendrán el deseo incontenible de saltar de los fragmentos elegidos por Serrano a la obra completa. Contra la neutralidad es, además, un ensayo con el ritmo y vitalidad de una novela, que desde casi la primera página produce una adicción que hará que aprovechemos la menor oportunidad para volver a su lectura hasta devorarlo por completo.
El libro comienza a desgranar la vida de John Reed, a quien Serrano denomina el cronista épico. Autor del clásico libro Los diez días que estremecieron al mundo, Reed, pese a ser un reportero extranjero recién llegado a la Revolución Rusa, capta la esencia de ese momento, ya que “domina los mejores instrumentos –sencillez, belleza, emoción profundidad– del periodismo revolucionario”. La obra de Reed recibió el reconocimiento de los protagonistas de este evento historio, Lenin diría que “ofrece un cuadro exacto y extraordinariamente útil de acontecimientos que tan grande importancia tienen para comprender lo que es la revolución proletaria”; mientras que Serguéi M. Eisenstein, sobre quien Reed tuvo una gran influencia al rodar Octubre, describe su obra “como la intromisión de la mirada móvil, secreta ubicua en el núcleo de los hechos”.
Los diez días que estremecieron al mundo no es una crónica que aspire a ser objetiva e imparcial con respecto a la realidad que le rodea. Serrano cita las propias palabras de Reed en las que nos explica que: “durante la lucha, mis simpatías no eran neutrales. Pero, al trazar la historia de estas grandes jornadas, he procurado estudiar los acontecimientos como un cronista concienzudo, que se esfuerza por reflejar la verdad”.
El segundo autor que estudia el libro de Serrano será Ryszard Kapuściński, eterno reportero polaco que desarrolla su actividad por todo el mundo y es testigo directo de los principales acontecimientos de la segunda mitad del siglo XX como: la descolonización de África, las revoluciones en América Latina o la caída de la Unión Soviética. Serrano hace gran hincapié en la importancia que tiene para Kapuściński estar al lado de los más desfavorecidos, para que el periodismo sea una forma de dar voz a quienes no la tienen. Recogerá Serrano varias citas en las que Kapuściński así lo expresa, como al decirnos: “La mayoría de los habitantes del mundo vive en condiciones muy duras y terribles, y si no las compartimos no tenemos derecho –según mi moral y mi filosofía, al menos– a escribir”.
El periodismo comprometido de Kapuściński le aleja también de la neutralidad, que es la idea fundamental que nos transmite el libro de Serrano: “En un plano más personal, siento que esta teoría llamada objetividad es totalmente falsa y produce textos fríos, muertos, que no convencen a nadie. Yo soy partidario de escribir con pasión. Cuanta más emoción, mejor para el lector”.
Serrano deja claro en todo momento que “la intencionalidad es lícita, honesta y efectiva si está dominada por el rigor y credibilidad y no por el mero mensaje ideológico”. Esta afirmación nos conduce al tercero de los autores a quien Serrano sigue los pasos, el valiente argentino Rodolfo Walsh.
La obra fundamental de Walsh a la que Serrano hace repetidas referencias ses Operación Masacre. Según el autor de Contra la neutralidad, la obra de Walsh se adelanta al Nuevo Periodismo, que consiste en “poner en clave de ficción hechos periodísticos”, y que se atribuye a Truman Capote. Pascual Serrano nos indica que la genialidad de Walsh consiste en que “además de periodista es detective, letrado y escritor de novela negra. Y todo ello lo pone al servicio de una gran causa: la denuncia de un crimen múltiple en el caso Operación Masacre”. El compromiso y denuncia de Walsh le llevan a que en la dictadura argentina de 1977 fuera “asesinado a balazos, como sus personajes, y su cuerpo desapareció”.
El cuarto de los autores que Serrano nos presentará en su libro es Edgar Snow, quien gracias a su trabajo como reportero y obra más conocida, Estrella roja sobre China, “descubrió Asia a Occidente”. Igual que el resto de los autores estudiados, Snow toma partido a favor de los oprimidos, al lado de quienes se pone dado su inmenso compromiso con un periodismo honesto. Su sensibilidad le lleva a lograr un gran hito en la historia del periodismo, entrar en la que era la gran desconocida para Occidente en los años 30 y 40 del siglo XX, la China Roja, y entrevistar a sus líderes, incluido Mao Zedong.
Pero Snow también fue víctima de los intereses de la prensa dominante, como nos relata Serrano: “Antes de que los comunistas llegaran al poder, en la medida en que la prioridad era la lucha contra el fascismo y los comunistas chinos eran aliados contra Japón, Snow y sus verdades sobre las políticas de Mao tuvieron un acceso relativamente fácil a los grandes medios estadounidenses (…) Sin embargo, una vez derrotado el fascismo y con el comunismo gobernando China, Snow vio que cualquier información positiva sobre las políticas del gobierno chino se silenciaba en los medios importantes de Estados Unidos”.
Su compromiso con la verdad hace que no se case con ninguna de las facciones, lo que según Serrano le acarrea muchos problemas, pues: “para el gobierno estadounidense era un comunista, para Mao era un burgués, para los rusos era un espía y para los comunistas estadounidenses era un trotskista”.
El último de los autores por el que nos guiará Serrano es Robert Capa, fotógrafo célebre por su trabajo durante la Guerra Civil española y el desembarco de Normandía en la Segunda Guerra Mundial. Capa nos da cuenta de la importancia de su trabajo como reportero de guerra en otra genial cita que Serrano rescata para los lectores de su libro: “Los periodistas no tenían permiso para escribir toda la verdad sobre la campaña, y tampoco estaban por la labor. Además, se trataba de una tarea que cumplían mejor las fotografías que las palabras. (…) Me arrastré entre monte y monte, entre trinchera y trinchera, haciéndoles fotos al barro, la miseria y la muerte”.
Pascual Serrano finaliza su libro con una nueva arremetida contra la manera en que la producción informativa se lleva a cabo hoy, que, basada en la actualidad, el sensacionalismo y la superficialidad sin contexto, caduca rápidamente e impide la comprensión de la realidad en profundidad. Por este motivo concluye repitiendo que “en una época en la que se sigue sacralizando la neutralidad, comprobamos que son precisamente los trabajos de los periodistas que renegaron de ella los que han logrado superar la prueba del tiempo”.
Fuente: http://www.revistalatinacs.org/11/alma/03oct/11-pascual.html 
rCR

martes, 8 de noviembre de 2011

08-11-2011
La Biblioteca Pública, ¿otro “lujo” que no nos podemos permitir?

Rebelión


La crisis provocada por el actual capitalismo de casino va acompañada de un discurso reaccionario que nos quiere convencer de que es muy costoso mantener los derechos ciudadanos. Así, el trabajo decente es un privilegio, nos recuerdan continuamente; sanidad y educación han pasado a ser un lujo insostenible de ciudadanos mantenidos la sopa boba; los funcionarios, una carga insoportable; las pensiones públicas no podrán mantenerse. El derecho a la cultura y a la información, en este contexto, ya parece un lujo extravagante.
Se trata de un ataque al estado del bienestar que viene ya de lejos y que se sustenta en una serie de falacias que autores como Vicenç Navarro han ido desmontando. En España el nivel de gasto social está por debajo de la media de la Europa de los 15, los países de “nuestro entorno” con los que debemos medirnos (España tiene un nivel de riqueza del 94% del promedio de la UE-15 y su gasto público social es sólo un 74%, según publicaba Navarro hace unos días); lo mismo ocurre con el número de funcionarios y otros indicadores del estado del bienestar, estado que es producto de una serie de luchas históricas para conseguir unos derechos sociales que permitan un nivel de vida digno, como proclama la Declaración Universal de Derechos Humanos (arts. 22 y 25). Los derechos económicos, sociales y culturales no son ningún lujo, sino una exigencia a la que no podemos renunciar si queremos pertenecer a una sociedad democrática. Y en una sociedad democrática no estaría mal que las prioridades económicas y la distribución de ingresos y gastos fueran cuestiones en las que la ciudadanía tuviera algún papel, y no sólo esos dos entes que se han convertido en la gran coartada: “Europa” y “los mercados”. Según la Constitución Española, tantas veces invocada cuando interesa e ignorada también cuando interesa, “la riqueza del país en sus distintas formas y sea cual fuere su titularidad está subordinada al interés general” (art. 128.1).
El ataque al estado del bienestar y la crisis económica y social provocada por prácticas económicas irresponsables socialmente, por políticas económicas erradas y por la ideología neoliberal, van enviando a millones de personas a engrosar las cifras de pobreza (¡casi 9 millones de pobres ya en nuestro país!) y exclusión social. Precisamente este escenario de crisis debería conducir a políticas de ayuda y protección a los sectores más vulnerables. Uno de los instrumentos más eficaces para ayudar a estos sectores es la educación, que, como estamos viendo va hacia un modelo de beneficencia para las capas de menor poder adquisitivo, anulando así su potencial para ayudar a que las personas puedan llevar a cabo sus proyectos vitales. Y muy directamente relacionadas con la educación están las bibliotecas públicas, que protegen los derechos de acceso a la cultura, a la información y a la educación para toda la población. Como no podría ser de otra forma dentro del modelo que se quiere imponer de “sálvese quien pueda”, las bibliotecas públicas también están sufriendo recortes inadmisibles de presupuestos, de horarios y de personal. Sin embargo, en épocas de crisis, las bibliotecas públicas sirven de refugio a millones de ciudadanos que tienen bajo nivel adquisitivo y, por consiguiente, pocos recursos.
En febrero de 2010 se redactó la Declaración de Murcia sobre la Acción social y educativa de las bibliotecas públicas en tiempo de crisis. En ella se dice que las bibliotecas cumplen una función social y educativa en todo momento, pero, “particularmente, pueden ser un recurso fundamental de inclusión y promoción social cuando la crisis económica incrementa el número de personas en paro, precariedad laboral, vulnerabilidad o exclusión social”. En épocas de crisis especialmente “hay que transmitir y hacer que la sociedad conozca la función de la biblioteca como institución de formación permanente, inclusión social y puerta de acceso a la sociedad de la información para todos”. Además, se dice, “la biblioteca debe atender especialmente las necesidades inclusivas y educativas de las personas y colectivos más vulnerables”.
Hace unas semanas el profesor José Antonio Gómez (Universidad de Murcia) decía en un foro de discusión: “Nos necesitan [refiriéndose a las bibliotecas] los cinco millones de personas en situación de desempleo, la mitad de la población española sin acceso a Internet en su hogar, los casi ocho millones de alumnos de la Educación obligatoria o más del 20% de la ciudadanía que se encuentra por debajo del umbral de la pobreza”.
No podemos seguir aceptando el discurso que sugiere que los derechos sociales no son derechos humanos, o bien que son para épocas de vacas gordas. Precisamente en épocas de crisis es cuando los derechos sociales son más necesarios, ya que son derechos solidarios y su función es garantizar un nivel de vida digno a todo ser humano, además de dar oportunidades a las capas más desfavorecidas. De hecho, en la crisis de 1929 los servicios públicos, concebidos precisamente para atender los derechos sociales, pasaron de ser un paliativo de los fallos del mercado a ser un instrumento de regulación del capitalismo.
La biblioteca es un servicio esencial para ejercer los derechos de acceso a la cultura, a la información y a la educación, sin los que el ciudadano no puede participar en la vida social y cultural. La crisis económica no debe ser una excusa para recortar presupuestos destinados a ella, sino un motivo para fortalecerla, si no queremos volver al modelo de beneficencia del siglo XIX, cuando los pobres no tenían derecho a nada, sino que recibían la vergonzante caridad de los ricos. La biblioteca pública es un derecho que debemos defender sin el menor titubeo, y más en un país líder en desigualdad económica como es España, según los últimos datos de Eurostat.
Pedro López López. Profesor de la Universidad Complutense. Miembro de la Plataforma Contra el Préstamo de Pago en Bibliotecas
08-11-2011
Novedad editorial de Ocean Sur
Perspectivas del socialismo latinoamericano en el siglo XXI



Nayar López Castellanos 2011 | Colección Pensamiento Socialista |

El autor realiza un recorrido panorámico por la historia del pensamiento socialista, se detiene en la experiencia soviética, en el auge y la caída del socialismo real, así como profundiza en las rutas reivindicativas en torno a las cuales el socialismo se piensa, se discute y se perfila en América Latina y el Caribe en el siglo XXI.

Más información sobre este libro en http://www.oceansur.com/catalogo/titulos/perspectivas-del-socialismo-latinoamericano-en-el-siglo-xxi/

Prólogo

por Roberto Regalado
Conocer el mundo para transformarlo es la función esencial del marxismo. Carlos Marx y Federico Engels establecieron los pilares de su teoría de la revolución en la Europa Occidental de mediados del siglo XIX . El Manifiesto del Partido Comunista , elaborado como llamamiento y guía para la participación del proletariado en la Revolución de 1848, y el Mensaje del Comité Central a la Liga de los Comunistas de 1850, redactado cuando Marx y Engels aún esperaban un nuevo estallido revolucionario, son los textos fundacionales del elemento medular del pensamiento de los clásicos, la filosofía de la praxis.
La filosofía de la praxis parte de un análisis crítico de la sociedad capitalista, estudia las condiciones concretas en que se desarrolla la lucha popular en cada momento y lugar, identifica y caracteriza al sujeto social de la revolución y, mediante la ponderación de esos factores, formula los objetivos, el programa, la estrategia y la táctica de la revolución, y traza las pautas para organizar, educar y movilizar a ese sujeto social. Esto es lo que buscan Marx y Engels con el Manifiesto y el Mensaje . Sin embargo, el fracaso de la Revolución de 1848 permitió que el viejo topo de la historia continuara abriéndose camino dentro de la sociedad capitalista, y que prosiguiera la indetenible modificación de las condiciones y el sujeto social revolucionario. Esta modificación impone la necesidad de adecuar, actualizar y desarrollar, en forma sistemática, la teoría de la revolución.
Nación moderna como producto del mercado capitalista, proletariado como sujeto social, Europa Occidental como escenario, partido de clase, conquista del poder, destrucción del Estado burgués, dictadura del proletariado y abolición de la propiedad privada de los medios de producción, forman el concepto de revolución que Marx y Engels plasman en el Manifiesto y el Mensaje . Dos décadas después, mediante el estudio de la experiencia de la Comuna de París, Marx profundizó su visión sobre la dictadura del proletariado. ¿Es este el concepto, universal y atemporal, de la teoría marxista de la revolución? Nada más lejano de su pensamiento. Eric Hobsbawm nos recuerda que «Marx y Engels rechazaron, en forma persistente, militante y polémica» la «tendencia a diseñar modelos operacionales cerrados, por ejemplo, a prescribir la forma exacta de cambio revolucionario y a declarar que todos los demás eran ilegítimos; o a rechazar el empleo exclusivo de la acción política».[1]
Por teoría marxista de la revolución entendemos el cuerpo de resultados científicos obtenidos mediante la utilización del aparato categorial y conceptual construido por Marx y Engels para: descubrir y analizar las características y contradicciones de la sociedad capitalista; percibir las regularidades sociales que se derivan de ellas; y formular leyes de tendencia que permitan elaborar los objetivos, programas, estrategias y tácticas de la revolución.[2] De los continuadores de su obra, solo Vladimir Ilich Lenin hizo aportes de tal envergadura que lo ubican como el co ‑ constructor del núcleo orgánico de la teoría revolucionaria. Mediante la aplicación del método de Marx, Lenin se percató de que en la Rusia zarista de inicios del siglo XX se había creado una situación revolucionaria, al margen de que las condiciones políticas, económicas y sociales fuesen muy diferentes a aquellas en que Marx y Engels elaboraron el Manifiesto y el Mensaje .
La Revolución de Octubre se erigió, por derecho propio, en el gran paradigma revolucionario del siglo XX. Fue el parte aguas definitivo entre las corrientes del movimiento obrero y socialista que optaron por la reforma de la sociedad capitalista como horizonte histórico y las que lo hicieron por la revolución socialista. Ella ocupa ese lugar cimero por su trascendencia histórica, por la fuerza de su ejemplo, por materializar ideas que hasta entonces eran abstractas y, en especial, porque fue el resultado de una adecuación exitosa del concepto original de revolución de Marx y Engels. En lo adelante, las fuerzas marxistas y leninistas no solo derivarían su estrategia y su táctica de las ideas elaboradas por los clásicos al calor de procesos que no cuajaron, sino también de su encarnación en la Revolución Bolchevique. Pero, esta no se convirtió en un estímulo y una experiencia de la cual otros revolucionarios extraerían lecciones, identificarían los elementos que pudieran adecuarse a sus necesidades y desecharían lo que no les sirviera. Por el contrario, se les impuso la noción de que ya había una teoría revolucionaria universal y la «tarea» era «aplicarla». Por si ello fuera poco, también se les impuso mutar y postergar ad infinitum esa «aplicación », en función de los vaivenes de la política estalinista.
El eurocomunismo rompe con el paradigma de la Revolución de Octubre en la década de 1960, pero, al hacerlo, rompe también con la revolución social como objetivo histórico. El paradigma fundacional siguió vivo para las corrientes revolucionarias de fundamento marxista, hasta que se derrumbó la URSS y se evidenció que ese derrumbe no iba a desembocar en la recuperación revolucionaria anhelada por la izquierda crítica del «socialismo real». El derrumbe de la URSS provoca el colapso, ya no solo del «paradigma soviético», entendido como aquel proyecto político, económico y social que una parte de los revolucionarios, incluso de los revolucionarios marxistas y leninistas, rechazaban desde mucho antes, sino del propio «paradigma de la Revolución de Octubre», es decir, provoca el colapso dentro del propio movimiento revolucionario de las certezas e ilusiones sobre aquella encarnación incontaminada por desviaciones posteriores del concepto original de revolución de Marx y Engels. ¿Revelaba el derrumbe que ese proceso histórico estuvo desde el inicio condenado al fracaso? Cualquiera que sea la respuesta, se evidenció que la construcción política hecha por Lenin a partir de la teoría de la revolución de fundamento marxista, aquella que sirvió de referente a todas las revoluciones socialistas del siglo XX , ya no podría volverse a «aplicar».
Si nos aferrásemos a aquel presupuesto que no distinguía entre la teoría general y la construcción política singular, llegaríamos a la errónea conclusión de que, después del derrumbe de la URSS, ya no hay, ni puede haber, teoría revolucionaria. Pero esa no es nuestra posición. Asumimos el pensamiento marxista y leninista como filosofía de la praxis. Lenin no recibió, ni podía haber recibido, en herencia de sus predecesores, una fórmula específica para conquistar el poder e iniciar la construcción del socialismo; tampoco dejó, ni podía dejar, una fórmula específica en herencia a sus sucesores. Lo que Lenin sí recibió en herencia fue un aparato categorial y conceptual, que utilizó para elaborar la fórmula específica de la Revolución de Octubre; y lo que dejó en herencia a sus sucesores fue ese mismo aparato categorial y conceptual, adecuado, actualizado y desarrollado por él hasta el momento de su muerte.
Sin teoría revolucionaria no hay movimiento revolucionario. ¿Cuáles son los principales problemas científicos que plantea el derrumbe de la URSS a la teoría revolucionaria? Esta es una cuestión de suma importancia, en primer lugar, porque el plazo histórico para derrotar a la barbarie capitalista se agota con la misma celeridad con que el imperialismo destruye y depreda al planeta y, en segundo lugar, porque ni la barbarie ni el socialismo son iguales a lo que eran. El capitalismo del siglo XX mutó y el paradigma del socialismo del siglo XX se derrumbó. De ahí surge la necesidad de desentrañar cómo se derrota al capitalismo y qué entender por socialismo en el siglo XXI . En rigor, no hay respuestas para esas interrogantes. Lo que sí hay son pistas para encontrarlas, pero para ello es necesario: restablecer la credibilidad de la teoría marxista y leninista, dañada por el derrumbe del paradigma de la Revolución de Octubre; recuperar el lugar que le corresponde en la conciencia del sujeto social revolucionario; completar el exorcismo de las reminiscencias de la etapa en que se le subordinó y vulgarizó en función de legitimar un proyecto político que decía derivarse de ella; y hacerla «parir» construcciones políticas revolucionarias acordes con la actual situación.
A todo ello contribuye, en forma meritoria, el libro Perspectivas del socialismo latinoamericano en el siglo XXI , de Nayar López Castellanos, que la colección Pensamiento Socialista de la editorial Ocean Sur se complace en presentar a sus lectores. En sus tres capítulos, el autor realiza un recorrido panorámico por la historia del pensamiento socialista, en el que justiprecia lo positivo y lo negativo de quienes lucharon por construir el socialismo a lo largo de los siglos XIX y XX; analiza la situación y perspectivas de los movimientos sociales y las fuerzas políticas latinoamericanas que hoy rescatan lo bueno y desechan lo malo de esa tradición; y contribuye a desarrollar la utopía revolucionaria que, según Eduardo Galeano, sirve para caminar .
Este libro sigue la huella de la filosofía de la praxis. Perspectivas del socialismo latinoamericano en el siglo XXI será de gran interés para muchos tipos de lectores. Sin excluir a ninguno, pienso que quienes más provecho obtendrán de él son las jóvenes generaciones, que en sus páginas encontrarán una síntesis del pasado, un esbozo del presente y un atisbo al futuro.

La Habana, julio de 2011

Notas

1. Eric Hobsbawm: How to change the world. Tales of Marx and Marxism, Little, Brown Book Group, London, 2011, pp. 319-320.

2. Véase a Néstor Kohan: Nuestro Marx, Misión Conciencia, Caracas, 2011, pp. 39‑41.