viernes, 28 de enero de 2011

La memoria de los médicos republicanos en la URSS


28-01-2011

Un libro del neurólogo Miguel Marco recupera las experiencias de los sanitarios de la II República emigrados a la Unión Soviética
La memoria de los médicos republicanos en la URSS



Rescatar del olvido las biografías de los médicos republicanos que se vieron forzados a emigrar a la URSS, entre otras razones por su militancia política y su papel destacado en la guerra civil, es el objetivo del neurólogo aragonés Miguel Marco en su libro “Los Médicos Republicanos españoles en la URSS”, que acaba de publicar la editorial Flor del Viento.
Como en cualquier investigación vasta y prolija, y esta lo es, el autor parte de una motivación personal que le aproxima al objeto de estudio. En este caso su suegro, Claudio Ramell, un piloto republicano que emigró a la URSS en septiembre de 1938, donde aprendió el oficio con 23 años. Como la mayor parte de los aviadores exiliados, a Claudio nunca le gustó hablar de su etapa soviética y este hermetismo fue si cabe un acicate para la investigación del Miguel Marco.
El libro adopta una perspectiva muy amplia, casi global. “Analiza la vida de la comunidad española en la URSS, ya que me parecía un poco injusto limitarme a los médicos. Abordo el trabajo del colectivo sanitario, incluidos enfermeras y farmacéuticos, pero también aparecen los niños de la guerra, los viajeros republicanos, los militantes ingresados en el Gulag o personajes que alcanzaron un lugar en la nomenklatura soviética”, apunta el autor.
En efecto, el exilio republicano en la URSS excede con mucho a los facultativos. De las cerca de 4.500 personas que se exiliaron, unos 3.000 eran niños de entre 3 y 15 años, sobre todo vascos y asturianos. Después de los menores, el grupo más numeroso lo formaban cuadros y militantes del PCE, junto con sus familiares.
Y en este contexto es donde cabe integrar a los sanitarios, como hace Miguel Marco: 88 “niños de la guerra” acabaron ejerciendo como médicos, preferentemente generalistas, después de estudiar en los institutos médicos de la URSS (82 eran mujeres; de hecho, en la Unión Soviética la medicina se asociaba a la condición femenina). Del grueso del exilio, sólo 20 personas se dedicaban a la salud.
Antes de ahondar en perfiles concretos de personajes, Marco traza una amplia tipología de la emigración: personajes exiliados que durante la II República ocuparon altos cargos en materia sanitaria; médicos que atendían a los “niños de la guerra”; galenos prisioneros en el Gulag; “niños de la guerra” que se convirtieron en médicos, entre otros apartados.
Miguel Marco, doctor en Medicina y especialista en esclerosis múltiples y epilepsia, asegura que ha sido una investigación de archivo y de historia oral “muy laboriosa, de hormiga, aunque hecha por puro placer”. De hecho, su profesión la ejerce en el hospital “Parc Paulí” de Sabadell.
El interés de los personajes ha ayudado al autor a desarrollar este minucioso estudio, a caballo entre la Memoria Histórica y la Historia Social de la Medicina. “La biografía de muchos de ellos es como una novela de aventuras”, asegura Marco. Y añade que, a pesar de apostar su trayectoria vital a una idea, “han sido condenados al olvido; ni siquiera se les ha dedicado una calle o una plaza”. Tal vez el libro constituya el inicio de su rehabilitación.
Uno de los personajes más sobresalientes del periodo es Marcelino Pascua, primer director general de Sanidad de la II República y hombre de una personalidad íntegra, que el franquismo no pudo embadurnar a pesar de asociarlo torticeramente al “oro de Moscú”. Amigo de Negrín y uno de los padres de la Epidemiología moderna, Pascua ocupó el cargo de embajador de España en la URSS durante tres años, antes de marchar Francia. Según el investigador, “se trata de un personaje absolutamente desconocido, a quien no se ha dedicado siquiera el nombre de un hospital”.
Entre otras muchas personalidades que el libro recupera está, asimismo, la de Juan Planelles, el médico del PCE más connotado por sus grandes aportaciones científicas, sobre todo en el campo de las enfermedades infecciosas y la sintetización de antibióticos. Gran amigo de la Pasionaria y colaborador de Marañón, este gran científico realizó en España el primer experimento para investigar el “reflejo condicionado” de Paulov. Planelles llegó incluso a ocupar un lugar en la Academia de Ciencias Médicas de la URSS.
A pesar de la exhaustividad y la profusa documentación del estudio, su rigor y la solidez de la bibliografía, el libro resulta de amena lectura. Y esto no es fácil de conseguir. Se trata, en suma, de un paso más en la reivindicación de la memoria historia de los derrotados. Una brillante aportación que insufla energías para continuar las luchas del presente.

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