miércoles, 14 de diciembre de 2011

14-12-2011
Miseria literaria, miseria de la sociedad

La fiera literaria


"La cultura sucumbe bajo el volumen de la producción, la avalancha de letras, la locura de la cantidad”. Milán Kundera.
Para conseguir que la cultura dejase de ser fuente de enriquecimiento colectivo y pasase a convertirse en objeto de negocio, el capitalismo organizó las obras de ficción en tres categorías:
  • La Novela Industrial (el superventas, creación suya, que cada vez adquiere mayor auge, importancia y protagonismo),
  • La Novela Artesanal (hecha con dignidad y profesionalidad, relegada a un papel de comparsa), y
  • La Novela Artística (la clásica de toda la vida, planteada con rigor y exigencia para consigo misma y el lector, que prácticamente ha desaparecido del mapa o se halla en vías de extinción).
La notoria desigualdad de fuerzas ha hecho que el superventas fagocitase sin dificultad alguna a las demás.
La novela industrial reúne toda la vaciedad característica de la vida moderna, proyectando su misma falta de sustancia, de valores y de contenido en sus engendros repletos de lugares comunes, elaborados con fórmulas gastadas destinadas a un consumo rápido que encuentran su mayor rival en los programas de televisión. Libros sin alma, resultado de la degeneración del folletín del siglo XIX, aplicado al consumo de masas, sazonado al gusto contemporáneo, y cuyo único mérito es el número de ejemplares vendidos. Aunque lo popular no tenga porque estar reñido con lo honrado, lo pedestre se ha impuesto por goleada y la mediocridad se ha convertido en norma y garantía de éxito.
A considerable distancia de ella, la novela artesanal, realizada con honradez, personalidad y oficio suficientes como para narrar una historia correctamente, con originalidad y personajes creíbles, ocupa un lugar secundario, subalterno, absolutamente irrelevante.
Por último, la obra artística, residuo de otros tiempos, centrada en captar el espíritu del ser humano, sus conflictos, inquietudes y planteamientos vitales, se encuentra completamente fuera del mercado. Para eso ya están los libros de ayuda. Que para arreglar el mundo basta con ser positivos.
El superventas se ha impuesto urbi et orbi como la manifestación novelística por excelencia de nuestra época, gracias a:
a) Haber convertido la cultura en mercancía, etiquetando indiscriminadamente como novelas a productos que no guardan más relación entre sí que el formato y la apariencia de libro.
b) Machacar al público con toda la artillería mediática a su disposición hasta hacer de ellos objetos imprescindibles que una vez pasado el momento de efervescencia, nadie volverá a leer nunca más.
c) Monopolizando, saturando y copando el mercado para invisibilizar y ningunear al resto de obras en la misma proporción que promociona a los superventas, no dejando sitio para ningún producto diferente a fin de que no se les pueda comparar con ellos en igualdad de condiciones, no sea que les hagan sombra. Control férreo del proceso de producción, difusión y distribución que se extiende a los espacios de venta de las librerías, en cuyas góndolas solo se exponen los libros de las empresas que los tienen alquilados, naturalmente las más fuertes del sector.
Que todo cambie en los mostradores, para que todo siga igual. A mayor número de páginas editadas, menor número de neuronas ocupadas. Y después de los superventas, el diluvio.
No hay márquetin que por bien no venga. La estafa literaria no es menor que la financiera, como prueba el tinglado de entrevistas, reseñas, premios amañados, falsas listas de éxitos, etc., trapicheado por críticos sin vergüenza, académicos de medio pelo y paniaguados de todo pelaje y condición, a los que habría que conceder la misma credibilidad que a las agencias de calificación que certificaron la bondad de las hipotecas basura. Porque mucho más grave que denominar novelas a lo que no son más que deposiciones verbales incontinentes, es la enorme ceremonia de la confusión desplegada con su complicidad para engañar a la gente, legitimar el fraude y venderle gato por liebre.
Así como en el campo culinario a ningún crítico de verdad se le ocurriría otorgar los máximos galardones de gastronomía a establecimientos de comida basura, ni se atrevería a calificar como restaurantes de alta cocina a mesones de comida casera, en el ámbito literario, nuestros comisarios culturales no vacilan en ensalzar a bombo y platillo autores de pacotilla y bodrios venenosos. Saben que el paladar humano se acostumbra a todo, y que si se le habitúa a la bazofia y se embrutece su sensibilidad, termina por no distinguir lo válido de lo inmundo, con la consiguiente indigestión mental, más nociva que la física.
La obra de arte, a diferencia del superventas, no pretende matar el tiempo, sino llenarlo; no distraer y banalizar la existencia, sino profundizar en ella; no fomentar la pasividad sino cultivar y desarrollar una conciencia propia. En una palabra, hacer del individuo, no masa, sino persona. Algo que, por socavar los fundamentos mismos del sistema - que demanda un ciudadano conformista y adocenado, no crítico -, le genera un rechazo visceral que en el superventas ha encontrado el antídoto perfecto para neutralizarla.
Porque más allá de su carácter minoritario, lo que ha abocado a la novela artística a su total indigencia y casi su destrucción, ha sido la política de tierra quemada practicada por los fabricantes de superventas que han logrado que si la mayor parte de las obras clásicas, inmortales, se escribieran hoy, no pasasen la criba del mercado, ni se publicaran, ni el público tuviera oportunidad de conocerlas. Ninguna novela con ambiciones que no sean económicas, tiene futuro. Y solamente en los márgenes del sistema, exiliadas de los circuitos comerciales, sobreviven un puñado de ellas en la clandestinidad, con más pena que gloria, convertidas en un lujo para iniciados.
Lógicamente, del mismo modo que disfrutamos del pensamiento único, no nos podíamos privar de la novela única. En aras a la coherencia, la cultura no podía marchar por mejores derroteros que el resto de la sociedad, y en ese sentido, el superventas, la novela basura, constituye el fiel reflejo de su evolución, el mejor retrato de sus miserias.
Fuente: http://www.lafieraliteraria.com/index.php?option=com_content&view=article&id=655:miseria-literaria-miseria-de-la-sociedad&catid=5:todos&Itemid=3

miércoles, 16 de noviembre de 2011

16-11-2011
Reseña del último libro de Pascual Serrano
"Contra la Neutralidad. Tras los pasos de John Reed, Ryszard Kapuściński, Rodolfo Walsh, Edgar Snow y Robert Capa"

Revista Latina de Comunicación



Contra la Neutralidad es el título de la nueva obra del prolífico autor y analista de medios de comunicación Pascual Serrano. Como nos indica desde su título, el libro es una argumentada y dura crítica al “culto a la objetividad” y el discurso de los “popes de la prensa de que ofrecen información neutral y equilibrada”. Serrano denuncia que la objetividad no es más que un mecanismo sofisticado para “deslizar ideología bajo la apariencia de hechos neutrales”, y al mismo tiempo la equidistancia de lo que “dicen ambos bandos debilita el verdadero periodismo”, pues la verdad no se sitúa “a mitad de camino de dos puntos de vista contrapuestos”.
Por este motivo ha elegido a cinco periodistas a quienes la posteridad ha reservado un lugar privilegiado, precisamente por no haber seguido de manera servil y acrítica las reglas del periodismo objetivista, sino por realizar su profesión de manera combativa y comprometida. Serrano nos sumerge en las vidas de estos cinco autores con la intención de acercarnos a su obra y sensibilidad, y demostrar que el periodismo cuando se hace con corazón puede rebasar la mera actualidad y los reportajes superficiales.
En la obra que nos presenta, quien conociera a Reed, Kapuściński, Walsh, Snow y Capa, tendrá nuevas perspectivas y miradas a estos autores. Pero quienes no los conocieran se encontrarán con personajes que querría haber conocido antes, y tendrán el deseo incontenible de saltar de los fragmentos elegidos por Serrano a la obra completa. Contra la neutralidad es, además, un ensayo con el ritmo y vitalidad de una novela, que desde casi la primera página produce una adicción que hará que aprovechemos la menor oportunidad para volver a su lectura hasta devorarlo por completo.
El libro comienza a desgranar la vida de John Reed, a quien Serrano denomina el cronista épico. Autor del clásico libro Los diez días que estremecieron al mundo, Reed, pese a ser un reportero extranjero recién llegado a la Revolución Rusa, capta la esencia de ese momento, ya que “domina los mejores instrumentos –sencillez, belleza, emoción profundidad– del periodismo revolucionario”. La obra de Reed recibió el reconocimiento de los protagonistas de este evento historio, Lenin diría que “ofrece un cuadro exacto y extraordinariamente útil de acontecimientos que tan grande importancia tienen para comprender lo que es la revolución proletaria”; mientras que Serguéi M. Eisenstein, sobre quien Reed tuvo una gran influencia al rodar Octubre, describe su obra “como la intromisión de la mirada móvil, secreta ubicua en el núcleo de los hechos”.
Los diez días que estremecieron al mundo no es una crónica que aspire a ser objetiva e imparcial con respecto a la realidad que le rodea. Serrano cita las propias palabras de Reed en las que nos explica que: “durante la lucha, mis simpatías no eran neutrales. Pero, al trazar la historia de estas grandes jornadas, he procurado estudiar los acontecimientos como un cronista concienzudo, que se esfuerza por reflejar la verdad”.
El segundo autor que estudia el libro de Serrano será Ryszard Kapuściński, eterno reportero polaco que desarrolla su actividad por todo el mundo y es testigo directo de los principales acontecimientos de la segunda mitad del siglo XX como: la descolonización de África, las revoluciones en América Latina o la caída de la Unión Soviética. Serrano hace gran hincapié en la importancia que tiene para Kapuściński estar al lado de los más desfavorecidos, para que el periodismo sea una forma de dar voz a quienes no la tienen. Recogerá Serrano varias citas en las que Kapuściński así lo expresa, como al decirnos: “La mayoría de los habitantes del mundo vive en condiciones muy duras y terribles, y si no las compartimos no tenemos derecho –según mi moral y mi filosofía, al menos– a escribir”.
El periodismo comprometido de Kapuściński le aleja también de la neutralidad, que es la idea fundamental que nos transmite el libro de Serrano: “En un plano más personal, siento que esta teoría llamada objetividad es totalmente falsa y produce textos fríos, muertos, que no convencen a nadie. Yo soy partidario de escribir con pasión. Cuanta más emoción, mejor para el lector”.
Serrano deja claro en todo momento que “la intencionalidad es lícita, honesta y efectiva si está dominada por el rigor y credibilidad y no por el mero mensaje ideológico”. Esta afirmación nos conduce al tercero de los autores a quien Serrano sigue los pasos, el valiente argentino Rodolfo Walsh.
La obra fundamental de Walsh a la que Serrano hace repetidas referencias ses Operación Masacre. Según el autor de Contra la neutralidad, la obra de Walsh se adelanta al Nuevo Periodismo, que consiste en “poner en clave de ficción hechos periodísticos”, y que se atribuye a Truman Capote. Pascual Serrano nos indica que la genialidad de Walsh consiste en que “además de periodista es detective, letrado y escritor de novela negra. Y todo ello lo pone al servicio de una gran causa: la denuncia de un crimen múltiple en el caso Operación Masacre”. El compromiso y denuncia de Walsh le llevan a que en la dictadura argentina de 1977 fuera “asesinado a balazos, como sus personajes, y su cuerpo desapareció”.
El cuarto de los autores que Serrano nos presentará en su libro es Edgar Snow, quien gracias a su trabajo como reportero y obra más conocida, Estrella roja sobre China, “descubrió Asia a Occidente”. Igual que el resto de los autores estudiados, Snow toma partido a favor de los oprimidos, al lado de quienes se pone dado su inmenso compromiso con un periodismo honesto. Su sensibilidad le lleva a lograr un gran hito en la historia del periodismo, entrar en la que era la gran desconocida para Occidente en los años 30 y 40 del siglo XX, la China Roja, y entrevistar a sus líderes, incluido Mao Zedong.
Pero Snow también fue víctima de los intereses de la prensa dominante, como nos relata Serrano: “Antes de que los comunistas llegaran al poder, en la medida en que la prioridad era la lucha contra el fascismo y los comunistas chinos eran aliados contra Japón, Snow y sus verdades sobre las políticas de Mao tuvieron un acceso relativamente fácil a los grandes medios estadounidenses (…) Sin embargo, una vez derrotado el fascismo y con el comunismo gobernando China, Snow vio que cualquier información positiva sobre las políticas del gobierno chino se silenciaba en los medios importantes de Estados Unidos”.
Su compromiso con la verdad hace que no se case con ninguna de las facciones, lo que según Serrano le acarrea muchos problemas, pues: “para el gobierno estadounidense era un comunista, para Mao era un burgués, para los rusos era un espía y para los comunistas estadounidenses era un trotskista”.
El último de los autores por el que nos guiará Serrano es Robert Capa, fotógrafo célebre por su trabajo durante la Guerra Civil española y el desembarco de Normandía en la Segunda Guerra Mundial. Capa nos da cuenta de la importancia de su trabajo como reportero de guerra en otra genial cita que Serrano rescata para los lectores de su libro: “Los periodistas no tenían permiso para escribir toda la verdad sobre la campaña, y tampoco estaban por la labor. Además, se trataba de una tarea que cumplían mejor las fotografías que las palabras. (…) Me arrastré entre monte y monte, entre trinchera y trinchera, haciéndoles fotos al barro, la miseria y la muerte”.
Pascual Serrano finaliza su libro con una nueva arremetida contra la manera en que la producción informativa se lleva a cabo hoy, que, basada en la actualidad, el sensacionalismo y la superficialidad sin contexto, caduca rápidamente e impide la comprensión de la realidad en profundidad. Por este motivo concluye repitiendo que “en una época en la que se sigue sacralizando la neutralidad, comprobamos que son precisamente los trabajos de los periodistas que renegaron de ella los que han logrado superar la prueba del tiempo”.
Fuente: http://www.revistalatinacs.org/11/alma/03oct/11-pascual.html 
rCR

martes, 8 de noviembre de 2011

08-11-2011
La Biblioteca Pública, ¿otro “lujo” que no nos podemos permitir?

Rebelión


La crisis provocada por el actual capitalismo de casino va acompañada de un discurso reaccionario que nos quiere convencer de que es muy costoso mantener los derechos ciudadanos. Así, el trabajo decente es un privilegio, nos recuerdan continuamente; sanidad y educación han pasado a ser un lujo insostenible de ciudadanos mantenidos la sopa boba; los funcionarios, una carga insoportable; las pensiones públicas no podrán mantenerse. El derecho a la cultura y a la información, en este contexto, ya parece un lujo extravagante.
Se trata de un ataque al estado del bienestar que viene ya de lejos y que se sustenta en una serie de falacias que autores como Vicenç Navarro han ido desmontando. En España el nivel de gasto social está por debajo de la media de la Europa de los 15, los países de “nuestro entorno” con los que debemos medirnos (España tiene un nivel de riqueza del 94% del promedio de la UE-15 y su gasto público social es sólo un 74%, según publicaba Navarro hace unos días); lo mismo ocurre con el número de funcionarios y otros indicadores del estado del bienestar, estado que es producto de una serie de luchas históricas para conseguir unos derechos sociales que permitan un nivel de vida digno, como proclama la Declaración Universal de Derechos Humanos (arts. 22 y 25). Los derechos económicos, sociales y culturales no son ningún lujo, sino una exigencia a la que no podemos renunciar si queremos pertenecer a una sociedad democrática. Y en una sociedad democrática no estaría mal que las prioridades económicas y la distribución de ingresos y gastos fueran cuestiones en las que la ciudadanía tuviera algún papel, y no sólo esos dos entes que se han convertido en la gran coartada: “Europa” y “los mercados”. Según la Constitución Española, tantas veces invocada cuando interesa e ignorada también cuando interesa, “la riqueza del país en sus distintas formas y sea cual fuere su titularidad está subordinada al interés general” (art. 128.1).
El ataque al estado del bienestar y la crisis económica y social provocada por prácticas económicas irresponsables socialmente, por políticas económicas erradas y por la ideología neoliberal, van enviando a millones de personas a engrosar las cifras de pobreza (¡casi 9 millones de pobres ya en nuestro país!) y exclusión social. Precisamente este escenario de crisis debería conducir a políticas de ayuda y protección a los sectores más vulnerables. Uno de los instrumentos más eficaces para ayudar a estos sectores es la educación, que, como estamos viendo va hacia un modelo de beneficencia para las capas de menor poder adquisitivo, anulando así su potencial para ayudar a que las personas puedan llevar a cabo sus proyectos vitales. Y muy directamente relacionadas con la educación están las bibliotecas públicas, que protegen los derechos de acceso a la cultura, a la información y a la educación para toda la población. Como no podría ser de otra forma dentro del modelo que se quiere imponer de “sálvese quien pueda”, las bibliotecas públicas también están sufriendo recortes inadmisibles de presupuestos, de horarios y de personal. Sin embargo, en épocas de crisis, las bibliotecas públicas sirven de refugio a millones de ciudadanos que tienen bajo nivel adquisitivo y, por consiguiente, pocos recursos.
En febrero de 2010 se redactó la Declaración de Murcia sobre la Acción social y educativa de las bibliotecas públicas en tiempo de crisis. En ella se dice que las bibliotecas cumplen una función social y educativa en todo momento, pero, “particularmente, pueden ser un recurso fundamental de inclusión y promoción social cuando la crisis económica incrementa el número de personas en paro, precariedad laboral, vulnerabilidad o exclusión social”. En épocas de crisis especialmente “hay que transmitir y hacer que la sociedad conozca la función de la biblioteca como institución de formación permanente, inclusión social y puerta de acceso a la sociedad de la información para todos”. Además, se dice, “la biblioteca debe atender especialmente las necesidades inclusivas y educativas de las personas y colectivos más vulnerables”.
Hace unas semanas el profesor José Antonio Gómez (Universidad de Murcia) decía en un foro de discusión: “Nos necesitan [refiriéndose a las bibliotecas] los cinco millones de personas en situación de desempleo, la mitad de la población española sin acceso a Internet en su hogar, los casi ocho millones de alumnos de la Educación obligatoria o más del 20% de la ciudadanía que se encuentra por debajo del umbral de la pobreza”.
No podemos seguir aceptando el discurso que sugiere que los derechos sociales no son derechos humanos, o bien que son para épocas de vacas gordas. Precisamente en épocas de crisis es cuando los derechos sociales son más necesarios, ya que son derechos solidarios y su función es garantizar un nivel de vida digno a todo ser humano, además de dar oportunidades a las capas más desfavorecidas. De hecho, en la crisis de 1929 los servicios públicos, concebidos precisamente para atender los derechos sociales, pasaron de ser un paliativo de los fallos del mercado a ser un instrumento de regulación del capitalismo.
La biblioteca es un servicio esencial para ejercer los derechos de acceso a la cultura, a la información y a la educación, sin los que el ciudadano no puede participar en la vida social y cultural. La crisis económica no debe ser una excusa para recortar presupuestos destinados a ella, sino un motivo para fortalecerla, si no queremos volver al modelo de beneficencia del siglo XIX, cuando los pobres no tenían derecho a nada, sino que recibían la vergonzante caridad de los ricos. La biblioteca pública es un derecho que debemos defender sin el menor titubeo, y más en un país líder en desigualdad económica como es España, según los últimos datos de Eurostat.
Pedro López López. Profesor de la Universidad Complutense. Miembro de la Plataforma Contra el Préstamo de Pago en Bibliotecas
08-11-2011
Novedad editorial de Ocean Sur
Perspectivas del socialismo latinoamericano en el siglo XXI



Nayar López Castellanos 2011 | Colección Pensamiento Socialista |

El autor realiza un recorrido panorámico por la historia del pensamiento socialista, se detiene en la experiencia soviética, en el auge y la caída del socialismo real, así como profundiza en las rutas reivindicativas en torno a las cuales el socialismo se piensa, se discute y se perfila en América Latina y el Caribe en el siglo XXI.

Más información sobre este libro en http://www.oceansur.com/catalogo/titulos/perspectivas-del-socialismo-latinoamericano-en-el-siglo-xxi/

Prólogo

por Roberto Regalado
Conocer el mundo para transformarlo es la función esencial del marxismo. Carlos Marx y Federico Engels establecieron los pilares de su teoría de la revolución en la Europa Occidental de mediados del siglo XIX . El Manifiesto del Partido Comunista , elaborado como llamamiento y guía para la participación del proletariado en la Revolución de 1848, y el Mensaje del Comité Central a la Liga de los Comunistas de 1850, redactado cuando Marx y Engels aún esperaban un nuevo estallido revolucionario, son los textos fundacionales del elemento medular del pensamiento de los clásicos, la filosofía de la praxis.
La filosofía de la praxis parte de un análisis crítico de la sociedad capitalista, estudia las condiciones concretas en que se desarrolla la lucha popular en cada momento y lugar, identifica y caracteriza al sujeto social de la revolución y, mediante la ponderación de esos factores, formula los objetivos, el programa, la estrategia y la táctica de la revolución, y traza las pautas para organizar, educar y movilizar a ese sujeto social. Esto es lo que buscan Marx y Engels con el Manifiesto y el Mensaje . Sin embargo, el fracaso de la Revolución de 1848 permitió que el viejo topo de la historia continuara abriéndose camino dentro de la sociedad capitalista, y que prosiguiera la indetenible modificación de las condiciones y el sujeto social revolucionario. Esta modificación impone la necesidad de adecuar, actualizar y desarrollar, en forma sistemática, la teoría de la revolución.
Nación moderna como producto del mercado capitalista, proletariado como sujeto social, Europa Occidental como escenario, partido de clase, conquista del poder, destrucción del Estado burgués, dictadura del proletariado y abolición de la propiedad privada de los medios de producción, forman el concepto de revolución que Marx y Engels plasman en el Manifiesto y el Mensaje . Dos décadas después, mediante el estudio de la experiencia de la Comuna de París, Marx profundizó su visión sobre la dictadura del proletariado. ¿Es este el concepto, universal y atemporal, de la teoría marxista de la revolución? Nada más lejano de su pensamiento. Eric Hobsbawm nos recuerda que «Marx y Engels rechazaron, en forma persistente, militante y polémica» la «tendencia a diseñar modelos operacionales cerrados, por ejemplo, a prescribir la forma exacta de cambio revolucionario y a declarar que todos los demás eran ilegítimos; o a rechazar el empleo exclusivo de la acción política».[1]
Por teoría marxista de la revolución entendemos el cuerpo de resultados científicos obtenidos mediante la utilización del aparato categorial y conceptual construido por Marx y Engels para: descubrir y analizar las características y contradicciones de la sociedad capitalista; percibir las regularidades sociales que se derivan de ellas; y formular leyes de tendencia que permitan elaborar los objetivos, programas, estrategias y tácticas de la revolución.[2] De los continuadores de su obra, solo Vladimir Ilich Lenin hizo aportes de tal envergadura que lo ubican como el co ‑ constructor del núcleo orgánico de la teoría revolucionaria. Mediante la aplicación del método de Marx, Lenin se percató de que en la Rusia zarista de inicios del siglo XX se había creado una situación revolucionaria, al margen de que las condiciones políticas, económicas y sociales fuesen muy diferentes a aquellas en que Marx y Engels elaboraron el Manifiesto y el Mensaje .
La Revolución de Octubre se erigió, por derecho propio, en el gran paradigma revolucionario del siglo XX. Fue el parte aguas definitivo entre las corrientes del movimiento obrero y socialista que optaron por la reforma de la sociedad capitalista como horizonte histórico y las que lo hicieron por la revolución socialista. Ella ocupa ese lugar cimero por su trascendencia histórica, por la fuerza de su ejemplo, por materializar ideas que hasta entonces eran abstractas y, en especial, porque fue el resultado de una adecuación exitosa del concepto original de revolución de Marx y Engels. En lo adelante, las fuerzas marxistas y leninistas no solo derivarían su estrategia y su táctica de las ideas elaboradas por los clásicos al calor de procesos que no cuajaron, sino también de su encarnación en la Revolución Bolchevique. Pero, esta no se convirtió en un estímulo y una experiencia de la cual otros revolucionarios extraerían lecciones, identificarían los elementos que pudieran adecuarse a sus necesidades y desecharían lo que no les sirviera. Por el contrario, se les impuso la noción de que ya había una teoría revolucionaria universal y la «tarea» era «aplicarla». Por si ello fuera poco, también se les impuso mutar y postergar ad infinitum esa «aplicación », en función de los vaivenes de la política estalinista.
El eurocomunismo rompe con el paradigma de la Revolución de Octubre en la década de 1960, pero, al hacerlo, rompe también con la revolución social como objetivo histórico. El paradigma fundacional siguió vivo para las corrientes revolucionarias de fundamento marxista, hasta que se derrumbó la URSS y se evidenció que ese derrumbe no iba a desembocar en la recuperación revolucionaria anhelada por la izquierda crítica del «socialismo real». El derrumbe de la URSS provoca el colapso, ya no solo del «paradigma soviético», entendido como aquel proyecto político, económico y social que una parte de los revolucionarios, incluso de los revolucionarios marxistas y leninistas, rechazaban desde mucho antes, sino del propio «paradigma de la Revolución de Octubre», es decir, provoca el colapso dentro del propio movimiento revolucionario de las certezas e ilusiones sobre aquella encarnación incontaminada por desviaciones posteriores del concepto original de revolución de Marx y Engels. ¿Revelaba el derrumbe que ese proceso histórico estuvo desde el inicio condenado al fracaso? Cualquiera que sea la respuesta, se evidenció que la construcción política hecha por Lenin a partir de la teoría de la revolución de fundamento marxista, aquella que sirvió de referente a todas las revoluciones socialistas del siglo XX , ya no podría volverse a «aplicar».
Si nos aferrásemos a aquel presupuesto que no distinguía entre la teoría general y la construcción política singular, llegaríamos a la errónea conclusión de que, después del derrumbe de la URSS, ya no hay, ni puede haber, teoría revolucionaria. Pero esa no es nuestra posición. Asumimos el pensamiento marxista y leninista como filosofía de la praxis. Lenin no recibió, ni podía haber recibido, en herencia de sus predecesores, una fórmula específica para conquistar el poder e iniciar la construcción del socialismo; tampoco dejó, ni podía dejar, una fórmula específica en herencia a sus sucesores. Lo que Lenin sí recibió en herencia fue un aparato categorial y conceptual, que utilizó para elaborar la fórmula específica de la Revolución de Octubre; y lo que dejó en herencia a sus sucesores fue ese mismo aparato categorial y conceptual, adecuado, actualizado y desarrollado por él hasta el momento de su muerte.
Sin teoría revolucionaria no hay movimiento revolucionario. ¿Cuáles son los principales problemas científicos que plantea el derrumbe de la URSS a la teoría revolucionaria? Esta es una cuestión de suma importancia, en primer lugar, porque el plazo histórico para derrotar a la barbarie capitalista se agota con la misma celeridad con que el imperialismo destruye y depreda al planeta y, en segundo lugar, porque ni la barbarie ni el socialismo son iguales a lo que eran. El capitalismo del siglo XX mutó y el paradigma del socialismo del siglo XX se derrumbó. De ahí surge la necesidad de desentrañar cómo se derrota al capitalismo y qué entender por socialismo en el siglo XXI . En rigor, no hay respuestas para esas interrogantes. Lo que sí hay son pistas para encontrarlas, pero para ello es necesario: restablecer la credibilidad de la teoría marxista y leninista, dañada por el derrumbe del paradigma de la Revolución de Octubre; recuperar el lugar que le corresponde en la conciencia del sujeto social revolucionario; completar el exorcismo de las reminiscencias de la etapa en que se le subordinó y vulgarizó en función de legitimar un proyecto político que decía derivarse de ella; y hacerla «parir» construcciones políticas revolucionarias acordes con la actual situación.
A todo ello contribuye, en forma meritoria, el libro Perspectivas del socialismo latinoamericano en el siglo XXI , de Nayar López Castellanos, que la colección Pensamiento Socialista de la editorial Ocean Sur se complace en presentar a sus lectores. En sus tres capítulos, el autor realiza un recorrido panorámico por la historia del pensamiento socialista, en el que justiprecia lo positivo y lo negativo de quienes lucharon por construir el socialismo a lo largo de los siglos XIX y XX; analiza la situación y perspectivas de los movimientos sociales y las fuerzas políticas latinoamericanas que hoy rescatan lo bueno y desechan lo malo de esa tradición; y contribuye a desarrollar la utopía revolucionaria que, según Eduardo Galeano, sirve para caminar .
Este libro sigue la huella de la filosofía de la praxis. Perspectivas del socialismo latinoamericano en el siglo XXI será de gran interés para muchos tipos de lectores. Sin excluir a ninguno, pienso que quienes más provecho obtendrán de él son las jóvenes generaciones, que en sus páginas encontrarán una síntesis del pasado, un esbozo del presente y un atisbo al futuro.

La Habana, julio de 2011

Notas

1. Eric Hobsbawm: How to change the world. Tales of Marx and Marxism, Little, Brown Book Group, London, 2011, pp. 319-320.

2. Véase a Néstor Kohan: Nuestro Marx, Misión Conciencia, Caracas, 2011, pp. 39‑41.

lunes, 24 de octubre de 2011

Ver como pdf 23-10-2011

Reseña de "La sociedad de la ignorancia"


La sociedad de la ignorancia. Gonçal Mayos, Antoni Brey ( eds.), Joan Campàs, Daniel Itinnerarity, Ferran Ruiz, Marina Subirats. Barcelona : Península, 2011, 217 páginas.

Este libro es un conjunto de ensayos , necesario por su actualidad : una análisis crítico de lo que se llama "La sociedad del conocimiento." El término en sí ya manifiesta su carácter claramente ideológico al idealizar los efectos de las tecnologías de la información imperante en el capitalismo globalizado. La voluntad crítica del libro es interesante pero voy a empezar planteando una reserva :
¿ porqué hablar de ignorancia en sentido negativo cuando nos referimos a lo que no sabemos ? ¿ No sería mejor volver al planteamiento socrático que plantea de la ignorancia es la base del conocimiento y su contrario lo que se presenta como saber sin serlo ? Este sería un hilo a seguir que sólo se hace parcialmente, aunque se apunta que el exceso de información satura asfixiándolo el deseo de conocimineto. Hay que volver a la distinción entre la sabiduria como algo práctico, el conocimiento como algo teórico y la información como una transmisión de datos. Pero una transmisión de datos basada en una determinada codificación que desde la filosofía hemos de cuestionar. No hay entonces ni sociedad del conocimiento ni tampoco del desconocimiento, hay una invasión de información delante de la cual podemos o no tener criterio. Esta es la cuestión. De todas maneras ya Gonçal Mayos, en su introducción y en el capitulo "Sociedad de la incultura ¿ cara oculta de la sociedad del conocimiento" ya apunta los peligros de la hegemonía de las T.I.C., tanto desde el punto de vista de la cultura como del de la política. Lo que ocurre es que aquí quizás sería más claro utilizar una noción más antropológica de cultura : no algo que se tiene o no se tiene, sino algo que siempre tenemos ( representaciones,valores, prácticas). Lo que se trata entonces es de saber que cultura perdemos y hacia cual vamos : aquí sí que, como Mayos señala, vale la pena recurrir a los análisis de los sociólogos Zygmunt Bauman o Richard Sennett cuando señalan que hacía una sociedad líquida, inconsistente, narcisista. Mayos analiza bien la ideología postmodernista que hay detrás de este proceso : lo efímero se impone, oligándonos tanto a aprender como a desaprender. Nada es sólido y hemos pasado del peligro d ela rigidez al de la fluidez. No se puede ser crítico sin tener criterio y éste no es posible delante del "todo vale", del relativismo que nos deja en poder de la manipulación de las modas. Ya ni siquiera hay transgresión porque esta se ha convertido en la norma, transformándose en banalización. También me parece fundamental los peligros para una sociedad democrática al perderse cada vez el espacio público y retirarse a la privacidad. Ya no quedan ciudadanos : solo quedan consumidores. Pan y circo, ciertamente, Gonçal pero junto a la televisión y a Internet no nos olvidemos del futbol, la nueva religión de masas. Parece cumplirse el sueño positivista de Comte, que no es otra cosa que una pesadilla : una sociedad teconológica dominada por supuestos expertos que cada vez dominan más nuestra vida ( la biopolítica). También son sugerentes las referencias a la desmaterialización del mundo sobre las que reflexionaba : un ahora sin aquí. Los dos artículos de Gonçal Mayos encuadran bien el análisis, aunque el algun momento pueden ser redundantes. Describe con soltura este escenario donde lo que se presenta como óptimo puede ser lo peor: la cara oculta de esta supuesta sociedad del conocimiento. Me ha gustado también las referencias literarias, sobre todo al Aleph de Jorge Luis Borges.
El resto de artículos me parece muy desigual. Empezaré por los que me parecen más prescindibles : los de Daniel Innerarity y Marina Subirats, que són justamente los autores que suenan más. El artículo del filósofo Innerarity me parece que combina una cierta pedanteria ( de referencias y citas, sobre todo en inglés) sin aportar nada nuevo. Del de la socóloga Marina Subirats salvaría la precisa descripción de esta nueva y nefasta élite que cada vez domina más el mundo académico. De los de Antoniuo Brey, Ferrán Ruiz y Joan Campàs si quiero comentarlos por el interés de lo que proponen, más allá de que esté o no de acuerdo con ellos.
El artículo de Ferran Ruiz me parece estimulante al mismo tiempo que me provoca rechazo : una sensación agridulce que para un texto es, sin duda, un valor. Por una parte tiene el valor de plantear en términos muy radicales la crítica al sistema educativo, sobre todo el de la educación secundaria. Me parece muy interesante que más allá de otros debates necesarios ( pública/privada; recursos humanos y materiales) se vaya al núcleo de la cuestión, empezando por el propio espacio físico donde se enseña ( que certeramente nos lleva al "Vigilar y castigar" de Michel Foucault). Pero me parece ianceptable el desprecio que manifiesta hacia el colectivo de profesores de secundaria : ¿ es que no se ha enterado de iniciativas como la Red IRES o el trabajo de muchísimos profesionales que en las peores condiciones están dando en centros de secundaria una enseñanza alternativa ? Claro que hay corporativismo y actitudes defensivas pero no solo esto y auqnue no sea un problema de recursos éstos también cuentan ( ¿ que se puede hacer en un aula con más de 30 alumnos totalmente diversos ?; como se pueden utilizar las T.I.C. O los medios audiovisuales sii no se disponen de los medios adecuados ?). De esta manera Ruiz se va deslizando hacia una retórica que me parece peligrosa : industria, empresa, gestión, clientes, productividad, evaluación). ¿ Es que cree que la manera de salir del impasse es transformando los centros educativos en empresas ? Y que conste que muchas de las críticas son correctas y me parece que entran a fondo en el tema pero me temo que si no contextualiza el sistema en el que estamos, y analizar la función de la educación en este sistema lo único que haremos es adapatar un sistema educativo caduco para adapatarlo a las necesidades del capitalismo contemporáneo.
Antonio Brey y Joan Campàs tienen el plus de haber analizado durante mucho tiempo y de forma crítica las T.I.C. Antonio Brey es ingeniero de telecomunicaciones que ya ha escrito sobre el tema ( La Generación fría y El fenómeno Wi-Fi). Me ha interesado especialmente el de Joan Campàs, un texto muy en la línea crítica de lo que publica, por ejemplo, la editorial virus con libros como La tercera piel o El lado oscuro de google.

viernes, 14 de octubre de 2011

14-10-2011
Reseña “El odio a Occidente”, de Jean Ziegler
Tan sencillo como la lucha de clases



Durante siglos Europa fue considerada la vanguardia del pensamiento cultural, del desarrollo de las instituciones y del progreso. Pero en la actualidad, según Jean Ziegler, el que fuera relator especial de la ONU para el Derecho a la Alimentación entre los años 2001 y 2008, “la luz ya no viene de Europa”. Considera, al igual que Maurice Duverger, que vivimos “la decadencia de las naciones europeas”. “Dotadas de un modo de producción de un dinamismo y una fuerza creadora admirab les, pero sometidas a la voluntad de conquista de sus clases dirigentes y a su obsesión por el beneficio financiero inmediato, dejaron morir la Ilustración que les había dado vida”. Estas palabras las escribió en mayo de 1010 en el prefacio a la edición española del libro “El odio a Occidente”. En el año y medio que ha pasado desde entonces, todo lo sucedido en la economía y la política europea confirma esa visión. Del mismo modo que señalaron Carlos Fernández Liria y Luis Alegre en su polémico libro “Educación para la ciudadanía”, Ziegler denuncia que los Estados occidentales practican el “fascismo exterior”, que consiste en que “en el interior de su territorio, constituyen auténticas democracias. Pero los valores democráticos que forjan el fundamento de sus Constituciones se detienen en sus fronteras”. No solamente esto, podríamos añadir nosotros, es que los procesos de “democratización” que manu militari han iniciado en países como Afganistán, Iraq o Libia no han supuesto la más mínima mejoría de las condiciones sociales o políticas de los ciudadanos de esos países. Todo esto es lo que lleva a sembrar el odio a Occidente que da título a este libro. Ziegler repasa las causas de este odio mediante la exposición de los comportamientos de los gobiernos occidentales y sus líderes en los países empobrecidos. Como un Sarkozy que arenga a los africanos sobre la necesidad de que alcancen la soberanía alimentaria mientras Europa inunda el continente con pollos, frutas y legumbres que, gracias a las políticas del dumping agrícola a través de las subvenciones, cuestan tres veces menos que los producidos en África destruyendo así la economía de los países.
El odio hacia Occidente surge, señala Ziegler, porque los dirigentes del mundo euroatlántico pretenden imponer en toda la superficie del globo lo que ellos llaman “derechos humanos” y “democracia”, pero que solo son leyes económicas y modos de producción al gusto de los países poderosos. Este funcionario de la ONU nos aclara que, tras los sistemas esclavistas y coloniales, hemos llegado al “actual orden del capital globalizado, con sus mercenarios de la Organización Mundial del Comercio, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, sus sociedades transcontinentales privadas y su ideología neoliberal, representa el último, y de lejos el más asesino, de los sistemas de opresión que se han dado en el curso de los cinco siglos pasados”. Si bien esta afirmación no es nada nueva, aunque sí lo sea procedente de un alto cargo de la ONU, existe otra afirmación de Ziegler que vale la pena destacar. Se trata de que la “multipolaridad del capitalismo financiero globalizado es una engañifa”. En mi opinión es importante esta advertencia para que ningún pueblo crea que una oligarquía financiera local pueda ser una alternativa a la extranjera. Afirma nuestro autor que “los pueblos del Sur odian a sus oligarquías locales de la misma manera, y por las mismas razones, que odian a Occidente. Por poderosas que sean, las oligarquías del Sur reproducen, en efecto, el sistema mundial de dominación y de explotación establecido por los occidentales”.
Por último, los testimonios privilegiados de Jean Ziegler sobre cuestiones de las Naciones Unidas nos asombrarán por la forma tan elocuente en que se muestra la soberbia de las grandes potencias o la impotencia para aplicar los principios de la ONU cuando chocan con los intereses de los poderosos. Cinismo, arrogancia, esquizofrenia, doble lenguaje, son algunas de las expresiones que el ex relator utiliza para explicarnos el papel de Occidente en la ONU.
La conclusión es inevitable, el comportamiento de Occidente sólo puede generar odio. El odio del oprimido contra el opresor, del explotado contra el explotador, del humillado contra el dominador, del pobre contra el rico. Es, sencillamente, la lucha de clases a nivel internacional, por si alguien pensaba que eso era una expresión del siglo pasado.
Ziegler, Jean. “El odio a Occidente”. Traducción de Jordi Terré. Península. 2010

sábado, 17 de septiembre de 2011

Reseña de la novela "Acceso no autorizado" de Belén Gopegui

17-09-2011
Reseña de la novela "Acceso no autorizado" de Belén Gopegui
Cuando amanezca, nuestros ojos verán

Ramón Pedregal Casanova
Rebelión


Belén Gopegui, la escritora con una literatura fuertemente crítica al sistema de producción actual, no se va del momento que estamos viviendo, quiere discutir el terreno y la fuerza al poder establecido, y descubrir sus contradicciones, sumar, sumar, y sumar fuerzas en el mismísimo estómago de la bestia y contra ella. Belén Gopegui quiere que los lectores nos metamos en las heridas que le inflinge como una astilla y las hagamos cada vez mayores, más grandes, más profundas, hasta que…
Su obra compuesta de novelas como “La escala de los mapas”, “Tocarnos la cara”, “La conquista del aire”, “El lado frío de la almohada”, “El padre de Blancanieves”, “Deseo de ser punk”, o ésta recientemente publicada “Acceso no autorizado”, y ensayos como “Un pistoletazo en medio de un concierto”, entre otros, hacen sobresalir a Belén Gopegui de manera evidente como escritora por su riqueza de lenguaje, su construcción literaria, su capacidad de análisis de los conflictos que expone, su visión de conjunto y estratégica,… con lo que sus novelas trascienden, perduran. Belén Gopegui con su obra ha roto el muro, otro más del poder que nos quiere atados y bien atados, con el que tratan de quitar de nuestra vista la literatura que habla de nosotros, de nuestras contradicciones, y nos rebela la conciencia, ese despertar activo que no producirá nunca la correa de trasmisión novelística y periodística de la gran burguesía.
Belén Gopegui advirtió en el prólogo que escribió a su novela “La conquista del aire” sobre el carácter capitalista del tiempo en que vivimos, la función que ejercen los escritores, y, los intereses que los animan, recordándonos a los lectores el papel de jueces. Y así, jueces, primeros críticos, nos enfrentamos a la construcción literaria interactiva que es “Acceso no autorizado”, una novela como un alternador de corriente: usted lee y transforma la intensidad de su pensamiento en capacidad de discutir el presente. Si Einstein decía que es más difícil partir un átomo que una idea preconcebida, aquí pueden hacer la prueba quienes entregan su cerebro a siglas y gentes de cargo institucional, y verán “cómo lo sólido se disuelve en el aire”, son palabras de Carlos Marx.
La novela plantea las contradicciones que a la vicepresidenta del gobierno de zapatero se le crean ante las contrarreformas puestas en marcha. Las contradicciones empiezan a brotarle cuando un hacker entra en su ordenador, lo que de por si lleva un problema que se hará presente en la lectura: el dominio sobre nosotros de ejércitos empresariales que utilizan la informática para el control social, bajo la capa de prestar un servicio. A través de las diferentes contradicciones la confianza del personaje en la acción gubernamental se resquebraja, y ante sus ojos, conforme habla con el presidente sobre esas contradicciones, se va cayendo el telón que quitaba de la vista el profundo daño social de las acciones implantadas, entre las que resalta la entrega a los bancos de los bienes del Estado. El hasta entonces ignorado peligro de censura, o castigo en cualquier nivel social o institucional, irrumpe, y hace palpitar más la herida, descubriendo, como un personaje extraño a lo que dice la propaganda, al responsable gubernamental máximo:
“ - Estaba equivocada. No puedes dimitir. Puedes no presentarte en las próximas elecciones, pero para irse hay que tener una razón.
-¿Y quién me obliga a quedarme?
- Te lo he dicho: no tienes un motivo para dimitir. No es verdad que estés haciendo ahora, debido a la crisis, una política alejada de tu ideología. No tienes ideología. El buen talante, los derechos civiles a los que llamamos sociales, etcétera: son barniz, aderezos.
- A algunas personas les va la vida en lo que tú llamas aderezos.
- Yo también he dicho esas palabras. Algunas personas serán más felices gracias a tus aderezos, de los que te desprendes con prisa en cuanto te sientes atacado, véase Igualdad. Pero no se trata de algunas personas. Se trata de para quiénes gobernamos, y para qué. La ideología es eso. A tí y a mí, y a Felipe y los demás, nos dieron las respuestas y las aceptamos.
- Me alegro (le dice Zapatero) que hayas tenido esta caída del caballo justo ahora que te vas del poder. … Anunciaré tu destitución mañana...”
Locutores e interlocutores, es una novela fundamentalmente dialogada, van abriéndose paso en la espesura y ocultación política de individuos corruptos por si mismos que habitan bajo el manto del amo. Su lenguaje en ocasiones se hace enormemente preciso para que el lector solo vea lo que sucede ahí y en ese momento, para lo que lo limpia de retórica como una fuerza que no debe maquillarse. La acción transcurre en cuatro meses, y se nos advierte con una metáfora de lo difícil que nos puede resultar ver lo que hay más allá de donde estamos, ver en profundidad. Para ejemplificar esa falta de visión, al comienzo nos sitúa en un espacio urbano y en horas sumergidas en la oscuridad moderna, pero compuesta de verdaderos muros, casas y casas, como pequeñas celdas, habitadas y sin contacto entre unas y otras, y una oscuridad que no deja ver nada de lo que hay poco más allá. Eso podrá verse y saberse con el paso del tiempo, cuando amanezca, nuestros ojos verán.
Belén Gopegui pone sobre la mesa a la tecnología, y muestra sus bondades, bondades que llevan incrustada la vigilancia policial sobre la población, el control de teléfonos e internet al margen de la Ley, sobre todo en periodos de movilización social, y recuerda lo ocurrideo en Atenas en el 2004, ejemplo a tener en cuenta pensando en la toma de las plazas y las calles por los trabajadores durante los últimos meses en el Estado español, lo que conlleva su rápida concienciación social como grupo y su desprecio por quienes disponen del gobierno y por quienes hacen ostentación de ser los próximos. Los personajes se plantean problemas reales, que están en la calle, y también, como en la calle, surgen voces que pretenden un lenguaje cuidado y moldeado en ámbitos contrarios a los sociales, cuidado que en la calle es indicador de desconocimiento, de sumisión, de miedo, y de otras tantas actitudes llenas de matices que finalmente preservan la norma que nos ha hecho callar y nos ha llevado a la situación actual, y en la novela se da una respuesta a tener en cuenta cuando se nos dice:
“ - Pero eso es provocar.
-Eso es enseñar. Marcar el territorio. Si cedes te acorralan.
- Soy demasiado precavido -se disculpaba él.
- Yo creo que nadie es nada. O que son programas abiertos, los hechos nos van cambiando.”
Entretanto, bancarización de las cajas, sobreprecios, mercadeo de los mínimos sociales, y la inversión en el lenguaje, o mejor la perversión del lenguaje, la retórica vacía de quien es responsable público. Se abre paso la libertad para los fraudulentos, a la que acompaña la violencia física, la del atentado contra quien duda, y comienza a través de personas interpuestas, los riesgos de mirar a los derechos elementales que nos pertenecen, la represión venida desde la oscuridad de la noche del Estado capitalista: la primera injusticia contiene más injusticia.
Si en la novela de Belén Gopegui cuentan los hechos, en la realidad también, pero además en la realidad hay que esforzarse para que no se olvide o no se tome como una ficción más. Esos hechos causantes de las desgracias sociales son responsabilidad de quienes los disponen, de quienes los organizan, de quienes ponen en marcha el terror desde el Estado contra los que piden igualdad, y en la novela el espectro del terror se asoma, dejando en esa oscuridad antes señalada la responsabilidad, pero el lector no puede saltar por encima, los hechos son comprobables, las responsabilidades son detectables, y su padre, como poco, es detestable. Pero la novela es ficción. Hay un punto común entre realidad y ficción, es la verosimilitud, la verosimilitud de la ficción nos debe llevar a la realidad, y aquí espera la racionalidad para ser crítica. Con el conflicto planteado con las nuevas tecnologías aparece el de la conciencia ante los bienes de la mayoría social, queda la pregunta de cuánto es el derecho y el respeto que se conserva a los trabajadores y a quién hay que señalar en esta batalla; es preciso saber, y es preciso formar colectivo, y para saber en torno a qué, permítame parafrasear a un personaje de la novela: puede decirse que lo común, lo público, será aquello donde el respeto tiene su origen.
Título: Acceso no autorizado.
Autora: Belén Gopegui.
Editorial: Mondadori.
Ramón Pedregal Casanova es autor de “Siete Novelas de la Memoria Histórica. Posfacios”. Edita Fundación Domingo Malagón y Asociación Foro por la Memoria (asociacion.foroporlamemoria@yahoo.es)

domingo, 11 de septiembre de 2011

11-09-2011
Reseña del libro "Justicia ¿ hacemos lo que debemos"

Rebelión

Justicia ¿ hacemos lo que debemos ? Michael J. Sandel ( Traducción de Juan Pedro campos Gómez) Barcelona: Mondadori ( colección Debate) , 348 páginas, 2011.

Los que nos hemos formado con Althusser y con Foucault tenemos una tendencia mecánica a ponernos en guardia al oir la palabra Justicia. Para Althusser es una idea abstracta que oculta la lucha de clases y para Foucault también esconde algo, en este caso las relaciones de poder. El famoso debate que sostuvo con Chomsky titulado "De la naturaleza humana : justicia contra poder" todavía tiene hoy un interés, aunque afortunadamente nos preocupa más las exigencias concretas de la justícia que los debates teóricos que genera. Como dice Stephane Hessel en ¡ Indignaos! todos podemos tener una noción elemental de la justicia para rebelarnos contra este mundo inaceptable.
En todo caso es cierto que hay tanto peligro en una noción demasiado abstracta de justicia como en una hipercrítica que nos puede paralizar si cuestionamos tanto este sentimiento elemental de indignación. Todas estas cuestiones vienen a cuento porque esta ambivalencia queda muy clara en el libro que nos ocupa. Por una parte plantea unas preguntas muy interesantes para un público muy amplio de ciudadanos que conduce a una reflexión crítica que no hay que desperdiciar. Por otra justamente la formulación abstracta del término esconde, como decían Althusser y Foucault, la lucha de clases y las relaciones de poder.
Sandel plantea la problemática de la justicia muy condicionado por su entorno económico, social y cultural sin la suficiente distancia crítica. Es un catedrático de ciencias políticas de la Universidad de Harvard , donde, según nos dice la contraportada, imparte desde hace dos décadas el curso sobre justícia más popular de la universidad. No es de extrañar, ya que la argumentación es clara, el estilo es brillante y elude además planteamientos radicales uqe podrían resultar incómodos. No nos habla en ningún momento del capitalismo ni tampoco de la tradición socialista. Es como si Marx no hubiera existido y la teoría más de izquierdas en el tema de la justicia fuera la de John Rawls. Para el autor existen tres posturas respecto al tema de la justicia : la de los utilitaristas, la de los liberales y la de los comunitaristas. No sólo esto sino que además no distingue de una forma clara entre la moral y la política. La combinación de estas dos cuestiones le lleva a plantear falsos dilemas. En primer lugar excluye el utilitarismo a partir de su versión más simplista, que es la de Bentham. Aunque habla amplia-mente de Mill las críticas que aparecen a la respuesta utilitarista no tiene demasiado en cuenta los matices de Mill, que la hacen más complicada. En segundo lugar pone en el mismo saco posiciones de política social y económica con otras referidas a lo que podríamos llamar las conductas individuales. De esta forma identifica casi siempre liberal con la defensa de las libertades y del mercado, llegando al extremo de llamar libertarios a los que defienden libertades individuales radicales y una economía de mercado pura ( con lo que vemos que igual que no existe el socialismo ni el comunismo, tampoco el anarquismo). Liberales son, según su planteamiento, los que defienden un individualismo basado en la libertad de elección, la cual cosa hace que sean reacios a las intervenciones del Estado, que vale tanto para las costumbres como para los impuestos). Aunque critica este enfoque desde una postura moralizante lo hace sin cuestionar el mercado y sin hablar de capitalismo. Wallernestein nos ha mostrado como el capitalismo es una lógica de acumulación de capital a la que se subordina el mercado a través de la intervención del Estado. Otro gran sociólogo, Zygmund Bauman, también ha insistido en la simbiosis real entre Capital y Estado. Una reflexión política crítica debe cuestionar la ideología del liberalismo que niega esta evidencia histórica. También estaría bien que se leyera otro interesante estudio desde la psicología social crítica, "El tratado de la servidumbre liberal" ( su autor es Jean-León Beauvois) para entender el gran engaño sobre la capacidad de elegir en una sociedad tan manipulada como la nuestra. Parece que Sandel es incapaz de cuestionar toda esta ideología y él mismo es presa de ella.
Hay otra cuestión muy discutible, que es la manera ambigua como trata la justícia en un terreno intermedio entre la moral y la política. Primero explica a fondo las teorías morales de Mill y Kant para pasar indistintamente a las teorías políticas de Aristóteles y Rawls. Su opción es el comunitarismo, entendido como una capacidad narrativa desde la que construimos nuestra libertad, que no es una simple capacidad de elección individual y como regulación moral de la política y la economía. El empeño de dar un contenido a nuestra vida desde una narración que le de sentido está bien: siempre me ha gustado la afirmación de Paul Ricoeur cuando nos invitaba a hacer de nuestra vida una narración ética y estéticamente soportable. Pero lo que es cuestionable es la dimensión comunitaria de esta narración. A partir del ejemplo de las responsabilidades colectivas nos plantea que sólo desde este planteamiento un pueblo puede pedir perdón a otro que ha sido su víctima. Dice Sandel que hay una responsabilidad compartidas que van más allá de aquello a los que nos comprometemos, que aceptamos como contrato ( como plantearía Rawls). Creo que el dilema es falso. Uno sólo puede pedir responsabilidades por su conducta y por sus consecuencias. Las responsabilidades colectivas me parecen muy cuestionables porque se parte de una identidad supuestamente homogénea. Un alemán no debe asumir responsabilidades contra un judío o un judío contra un palestino si no se ha implicado activa o pasivamente en la agresión. Hubo alemanes víctimas del nazismo y que lucharon contra él, igual que israelitas pacifistas que defienden la causa de los palestinos. Las narraciones comunitarias crean falsas identidades colectivas, sean a partir de la lo étnico, lo cultural o lo nacional, que tantos desastres han causado. Otra cuestión que me parece teriblemente confusa es cuando dice que no podemos separar las convicciones morales y religiosas de las políticas. Me parece un paso atrás volver a considerar las creencias religiosas como algo público y no privado del gobernante ( como hace Obama respecto a Kennedy). Si hablamos de moral lo único que debe inspirar la política ha de ser un proyecto moral universalista, como el de la "Dearación Universal de Derechos Humanos."
De todas maneras hay que reconocer que Sandel plantea problemas morales interesantes, que a veces son desconcertantes o molestas para la izquierda. ¿ Debemos considerar el servicio militar como una prestación cívica o dejar la defensa en manos de un ejército profesional ?. Los ejércitos existen y no hay que esconderse en proclamas antimilitaristas para escabullir el problema. Recordemos que Chomsky defendía el servicio militar porque sino, decía, se condena a los hijos de las familias obreras no cualificadas a hacer la guerra. También tenemos el espinoso tema de la discriminación positiva ( estiremos de las orejas al traductor cuando lo traduce por "acción afirmativa"). Incluso vale la pena seguir su razonamiento sobre la finalidad del matrimonio para centrar la polémica sobre la legalización de los matrimonios gays. O los niveles de solidaridad en función del vínculo afectivo o de identificación, dificil tema que sólo había leido en otro filósofo, Appiah.
El libro presenta un interés pero tiene el tremendo fallo de esconder la que me parece la única opción justa, aunque esté por construir. Es la de una tradición de socialismo democrático que quiere combinar la libertad de los antiguos ( las virtudes cívicas) con las de los modernos ( la libertad personal). Sandel se empeña en contraponerlas al identificarlas con unas alternativas tan excluyentes como discutibles como el comunitarismo y el liberalismo.

lunes, 29 de agosto de 2011

Ver como pdf 29-08-2011

Reseña del libro "Juventud sin futuro"
Si han terminado con el miedo….



“La doctrina del Shock”, de Naomi Klein, levantó, hace bien poco, la conciencia adormecida de muchos lectores. Después de ese ensayo-explicación de cómo los capitalistas conducen las crisis de su sistema de robo a los trabajadores, y cómo provocan un “shock” en la población para así tomar las medidas más intragables mientras dura ese estado de parálisis; aquí, en España, conocemos también formas de anestesia peculiares, pero que ya encuentran respuesta social, y no hay mas que ver que las lecturas sobre la contestación de la ciudadanía a los patrocinadores del sistema-monstruo, se han multiplicado. Otro de los ángulos destacados de la reflexión sobre lo que nos acontece, aunque desde una perspectiva literaria , de reciente edición , es la última novela de Belén Gopegui, “Acceso no autorizado”, editorial Mondadori, es un buen ejemplo para pensar en lo que se tiene en el Estado español.De “la doctrina del Shock” a “Acceso no autorizado”, encontramos un número creciente de pequeños libros de lenguaje llano sobre cuestiones precisas que nos atañen directamente, y que tienen como punto de partida la crisis del capitalismo. El librito titulado “Juventud sin futuro” recoge la experiencia de esta organización desde su nacimiento en la universidad, sus vínculos con las manifestaciones sobre la vivienda, su participación en la huelga general pasada y su participación en el movimiento 15M. Ejemplo en palabras que recogen experiencia de compromiso social. Su activismo ha roto todos los muros informativos de los financieros, banqueros y patronos, y ha dejado en la conciencia de muchos estudiantes y trabajadores un impulso que hacía mucha falta para salir a la calle. Santiago Alba Rico expone en el Prólogo la importancia para el capitalismo de la venta de imágenes falsas a los jóvenes, la propagación que hace de una juventud entregada a lo banal, al consumo, a la creencia en el lujo cuanto más alejado de su realidad más absurdo, pretendiendo así ocultar su realidad, la realidad más insultante de su mayoritario paro, de sus pocos trabajos y precarios y sus pagos miserables, condiciones de vida de pobre que entierran posibilidades de un futuro mejor en ningún aspecto.
En el Estado español se tomó ejemplo de los movimientos populares de Túnez y Egipto, sirviendo como repetidor de señales al resto del mundo. Quienes intervienen en este pequeño libro, militantes de Juventud Sin Futuro, dan cuenta de su aprendizaje, que pasó por el conocimiento de cómo Francia, Grecia, Portugal, Italia, Islandia, se habían movilizado, y entraron en su proyecto como referentes tanto en la lucha dentro de la universidad, contra los acuerdos de Bolonia, como fuera, contra la falta de vivienda, de trabajo, contra los planes de los capitalistas de robar hasta las pensiones. Y habiendo perdido el miedo, lo último que debían perder, disponerse a luchar. “La culpa no es de la crisis, es del sistema”, es una de las consignas más coreadas, y es que el bien sabido que sacrificar a las gentes más indefensas es la razón de ser del capital, que por su carácter explotador de apropiación de una minoría, sus elementos dirigentes luchan sin cuidado contra los trabajadores para apropiarse de los bienes colectivos en primer término, y las migajas privadas donde también las haya.
Juventud Sin Futuro dice en su libro “El acuerdo PsoePP y el pacto firmado por la Patronal, el gobierno y las principales centrales sindicales…. Fuerza a los sectores sociales más golpeados por las contrarreformas a la resignación o el aislamiento”, indicando de este modo que lo tienen claro, y además, se organizan y actúan para que la conciencia social cale, movilice a la población trabajadora y produzca el cambio necesario.
El librito termina con su “Tabla reivindicativa”, en ella hacen apartados de “Vivienda”, “Ámbito laboral”, “Pensiones”, “Educación”, y, “Redistribución de la riqueza”, que abarcan el conjunto de aspectos concretos de la vida de la mayoría ciudadana. Terminan firmando “¡Nos habéis quitado demasiado, ahora lo queremos todo!”; y han sumado una consigna con la que quieren definirse: “Juventud Sin Miedo”. Si han terminado con el miedo, los bandidos que roban el presente y el futuro están perdidos.
Título: Juventud sin futuro, sin casa, sin curro, sin pensión, sin miedo.
Autores: Juventud Sin Futuro.
Editorial: Icaria. ASACO.
Ramón Pedregal Casanova es autor de “Siete Novelas de la Memoria histórica. Posfacios”, edita Fundación Domingo Malagón y Asociación Foro por la Memoria (asociacion.foroporlamemoria@yahoo.es)

domingo, 21 de agosto de 2011

21-08-2011
¿Imperialismo contra economía de mercado?

Rebelión

Este artículo forma parte de un libro sobre el imperialismo contemporáneo de próxima aparición.

Un enfoque reciente propone reemplazar el estudio del imperialismo por el análisis de la hegemonía. Considera que la primera noción perdió utilidad y que la segunda ha recuperado gravitación para explicar dos tendencias de la época: el declive norteamericano y el ascenso chino 3.
UN MERCADO SIN IMPERIO
Arrighi estima que el imperialismo es un producto de la trayectoria militarista seguida por las potencias occidentales desde el fin del Medioevo. Entiende que esa modalidad fue privilegiada por el territorialismo ibérico, el comercio genovés, las conquistas holandesas, el colonialismo inglés y el expansionismo norteamericano. Todos apelaron a la apropiación de tierras, al uso generalizado de la violencia y al despojo de los pueblos sojuzgados, para reforzar el poder de las elites adineradas.
Ese militarismo constituyó el rasgo saliente de los imperios occidentales, en desmedro de la influencia lograda mediante acciones político-ideológicas. El imperialismo predominó frente a la hegemonía y la coerción primó ante a la persuasión o el liderazgo moral 4.
La agresividad imperial se asentó en la búsqueda ilimitada de lucros, la acumulación irrestricta y el acaparamiento de dinero para ejercer la dominación. El desenvolvimiento capitalista quedó atado al reforzamiento de las conductas belicistas 5.
En contraposición a este curso, Arrighi resalta el perfil que adoptó otro esquema menos expansivo y localizado en China. Este rumbo emergió a mitad del primer milenio y fue percibido por las vertientes “sinófilas” de la Ilustración, que polemizaron con los críticos del Extremo Oriente. Este mismo rumbo fue reivindicado por Adam Smith.
Arrighi estima que el fundador de la economía política resaltó las potencialidades de una economía de mercado, basada en actividades productivas locales y aprovechamientos del trabajo rural. Contrastó ese camino con el sendero imperial seguido por los países que priorizaban el comercio exterior.
Este relato de la experiencia seguida por China destaca cómo los adversos desenvolvimientos iniciales del comercio marítimo fueron sucedidos por la prohibición de intercambio con el extranjero. Arrighi señala que este curso fue reforzado al cabo de serias crisis (1683), que derivaron en el cierre de la economía, la redistribución de las tierras cultivables y el impulso de las obras estatales hidráulicas 6.
Ese modelo es visto como una economía mercantil distanciada de la obsesión por el lucro. Se estima que incluyó la tolerancia de las civilizaciones circundantes y la presencia de un estado regulador que limitaba la búsqueda de beneficios. Estas restricciones priorizaban el mercado interno y evitaban desenvolvimiento de las rutas marítimas externas incentivadas por el militarismo.
Arrighi retrata como el centro chino rodeado de periferias mutables difirió del sistema inter-estatal europeo de equilibrios inestables entre competidores equivalentes. Esa estructura determinó una era de pacificación de 500 años. China sólo guerreaba para asegurarse las fronteras y recurría a la acción policial para mantener su primacía, frente a los estados vasallos. El encierro de una antigua civilización ante las fuerzas capitalistas hostiles recicló esas tendencias pacifistas y evitó el imperialismo que desplegó Occidente, en el resto del mundo 7.
Pero Arrighi también explica el fracaso de una experiencia oriental que no pudo resistir la presión foránea. Ese ensayo colapsó al cabo de varias guerras con potencias europeas (1839-42) y un emergente adversario japonés (1894). China quedó subordinada a Occidente y soportó los destructivos efectos del desgobierno de los Señores de la Guerra. Este sombrío ciclo quedó cerrado con el triunfo de revolución comandada por Mao (1949) 8.
En esta caracterización, el imperialismo es reiteradamente presentado como un resultado exclusivo del territorialismo capitalista europeo. El modelo chino de economía mercantil no expansiva es exhibido como la antítesis de la violencia colonial. Ese esquema no pudo demostrar todas sus posibilidades por el sometimiento que sufrió el país durante el siglo XIX. Esa frustración anuló el esquema industrial y mercantil regulado por el estado, que Adam Smith había ponderado como un mecanismo óptimo para acotar la competencia y permitir el desarrollo social equilibrado 9.
Arrighi estudia con interés ese modelo, al considerar que sus pilares son retomados en la actualidad por el gigante oriental. Estima que en esa recuperación radica el secreto de la emergencia de China, frente a la decadencia de Estados Unidos. Mientras que la potencia asiática reencuentra el hilo histórico de su despertar, el poder norteamericano repite un declive ya experimentado por todos los expansionistas de Occidente 10.
¿CHINA CONTRA ESTADOS UNIDOS?
Arrighi contrapone la regresión financiera, la improductividad industrial y el descontrol bélico estadounidense con el dinamismo competidor de China. Atribuye la ventaja oriental a la jerarquización de actividades económicas que auto-controlan el despliegue militar.
Pero este contrapunto olvida que el curso seguido por ambos países está condicionado por un contexto común de integración a la mundialización capitalista. El espectacular avance de China se ha consumado en asociación (y no en oposición), al esquema global que lidera Estados Unidos. Estas conexiones económicas son tan significativas, que algunos autores utilizan el término “chinamérica” para describir la asociación que acaparó un tercio de la producción global y dos quintos del crecimiento mundial durante el período 1998-2007 11.
Este matrimonio canalizó el boom simultáneo de exportaciones asiáticas y consumos norteamericanos que prevaleció durante la década pasada. China ha buscado preservar esta mega-relación con el gigante estadounidense, a pesar del serio deterioro que introdujo en ese vínculo la crisis económica reciente. No está escrito en ningún lugar que el resultado final de esta convulsión será el afianzamiento oriental y el desmoronamiento norteamericano.
Ambas partes intentan por ahora remendar su asociación mediante un “rebalanceo” de sus cuentas económicas. Pretenden incrementar el ahorro estadounidense y el consumo chino, mediante un debilitamiento concertado del dólar y un fortalecimiento acordado del yuan.
Ciertamente este giro pondría en serios aprietos al modelo que facilitó la recuperación hegemónica de Estados Unidos y el reingreso de China al capitalismo. La primera potencia no puede retrotraerse hacia el ahorro interno, sin afectar su liderazgo y el gigante oriental no puede sustituir a su comprador privilegiado, recurriendo al mercado interno. Los términos del rebalanceo son muy problemáticos, ya que ninguno puede dictarle al otro las condiciones de un arreglo. Pero todos continúan buscando la forma de recomponer el acuerdo.
Estos vínculos económicos tienen cierta proyección en el plano político. El emergente oriental se mantiene distante de los acontecimientos internacionales, mientras acumula fuerzas, custodia sus fronteras y fortalece su ejército. Esta estrategia preocupa al Pentágono, que ha desarrollado varias hipótesis de conflicto con su rival asiático.
Pero esos escenarios no impiden una colaboración geopolítica, periódicamente afectada por los choques de China con la India, las incursiones al Tíbet y las reyertas con Taiwán. El gigante oriental ha mantenido la alianza que tejió con Estados Unidos en los años 70 contra la ex URSS y que mantuvo durante las conflagraciones de Camboya y Vietnam.
Nadie sabe si prevalecerá el conflicto o la coexistencia chino-norteamericana. Los factores que determinan uno u otro resultado incluyen desenlaces entre las fracciones negociadoras y beligerantes, que disputan el control del estado en ambos países.
Los gobiernos norteamericanos oscilan entre la agresión y la conciliación. Pero hasta ahora predomina la estrategia de contener negociando con escaladas puntuales (venta de armas a Taiwán, recepción al Dalai Lama, críticas a la censura informativa). Estas tensiones no alteran la convergencia en el manejo de la crisis financiera. En la cúpula gobernante china ha prevalecido el sector que propone preservar las relaciones amigables con el socio norteamericano, para continuar con el negocio de la exportación.
Los dirigentes chinos saben que Estados Unidos continúa manejando no sólo grandes empresas, sino también Wall Street, el Pentágono y la OTAN. El Departamento de Estado y ejerce un poder de veto en todos los organismos mundiales y utilizó esta suma de poderes para doblegar a la Unión Soviética, domesticar a gran parte de la periferia e impulsar la nueva etapa neoliberal.
Estados Unidos no es un imperio aislado que se repliega en soledad. Encabeza la protección militar y la administración política de un sistema capitalista global. Actúa al frente de una tríada y su devenir define en gran medida el futuro de todo el bloque occidental. Hay muchas alternativas abiertas, pero estas posibilidades no pueden indagarse con un patrón analítico simplificado de decadencia norteamericana y ascenso chino.
LA RESTAURACIÓN DEL CAPITALISMO
Arrighi considera que el avance chino se asienta en la recuperación de una tradición económica de mercado, ajena a las adversidades del capitalismo occidental. Introduce la visión de “Adam Smith en Pekín” para destacar como el país está retomando las virtudes de una civilización milenaria, opuesta a las desventuras imperiales de Europa y Estados Unidos 12.
Pero este enfoque omite registrar que China se ha embarcado en una dinámica más afín al capitalismo (cuestionado por Marx), que a la armonía mercantil (atribuida a Smith). Esta restauración tendencial del capitalismo ha permitido un elevado crecimiento, pero es históricamente regresiva puesto que reconstituye las formas de explotación y desigualdad, que comenzaron a erradicarse con el triunfo de la revolución. La justificación de este giro alegando la recuperación de un legado milenario embellece la reconstrucción de un sistema social opresivo.
Todavía no se puede formular un veredicto definitivo sobre la madurez o irreversibilidad de ese curso, pero es evidente que los pilares del capitalismo se están recomponiendo en China. Este giro no tiene la contundencia de lo ocurrido en Rusia, pero las incógnitas giran en torno a la velocidad (y a no la presencia) de esa involución. Los tres cimientos del capitalismo: propiedad privada de los grandes medios de producción, explotación generalizada de los asalariados y gravitación mayoritaria del mercado son inocultables en todo el país.
Las privatizaciones se aceleraron hasta abarcar el 52% de la industria. La libre contratación de los trabajadores ha crecido junto al desempleo y la utilización de asalariados precarizados se generaliza en la actividad manufacturera. La polarización social se acrecienta, al compás de los enormes privilegios de la elite dirigente.
China ocupa el segundo lugar en el ranking de inequidad de 22 países del sudeste asiático. El número de billonarios creció de 0 a 260 en tan solo seis años (2003-2009). La ascendente gravitación del mercado en desmedro de la planificación se verifica en la vigencia de precios libres, que aumentaron su participación frente a las cotizaciones reguladas desde un 3% (1978) a un 98% (2003) del total 13.
Por el contrario, las crisis tienen menor efecto que en el resto del mundo. Este dato indica la persistencia de ciertos vestigios de la vieja estructura de planificación. Pero el impacto limitado de los desequilibrios financieros y productivos obedece en mayor medida al continuado crecimiento de una economía que se amolda a la mundialización neoliberal. Esta adaptación sólo permite respiros que preparan futuros desmoronamientos de gran alcance.
China se mantuvo a flote durante la crisis reciente y su nivel de actividad le permite duplicar el producto cada ocho años. Pero continúa acumulando las enormes tensiones agrícolas, sociales y demográficas que genera la restauración. La elite dominante refuerza este viraje, aumentando la conversión de inmigrantes en trabajadores desprotegidos, multiplicando el cierre de empresas no competitivas y estrechando la asociación con firmas transnacionales.
El modelo chino ya incluye formas clásicas de desposesión y opresión impositiva. En lugar de mejorar el poder adquisitivo popular, los dirigentes acrecientan los subsidios a las compañías que ya están en manos de los capitalistas chinos y ensanchan un nivel de desigualdad, que ya alcanza porcentajes latinoamericanos.
Estas formas de explotación repercuten a escala regional, a medida que el modelo chino afianza su centralidad como contratista y presiona por el abaratamiento de la fuerza de trabajo involucrada en la fabricación de los productos ensamblados.
La presentación del modelo actual como un régimen social progresista enmascara esta realidad. Converge con el entusiasmo que exhibe la prensa mundial hegemónica por un rumbo capitalista, que enriquece a los sectores dominantes.
¿UN MODELO GLOBAL PACIFISTA?
La emergencia de China es vista por Arrighi como un posible aporte internacional al desarrollo del pacifismo. Considera que ese avance tornaría factible el escenario imaginado por Adam Smith, en su crítica al uso de la fuerza como mecanismo de acumulación. Estima que el triunfo de China frente a la militarización norteamericana contribuirá a gestar una sociedad global exenta de opresión. Piensa que esa victoria permitiría la vigencia de relaciones políticas más amigables entre los países y contribuiría a neutralizar paulatinamente al imperialismo 14.
Esta utopía de convivencia pacífica difiere del proyecto comunista en un aspecto central: no exige la extinción progresiva de las clases sociales que alimentan los antagonismos armados. Supone que el ascenso de China bastará para transmitir valores de armonía, respeto y convivencia al conjunto del planeta.
Pero este razonamiento olvida que la violencia en gran escala es un producto de la competencia por beneficios surgidos de la explotación. No hay forma de alcanzar metas pacifistas sin erradicar al capitalismo e impulsar la progresiva extinción del mercado.
Por otra parte, nadie puede transmitir al resto del mundo lo que necesitaría primero construir en su propia casa. La aspiración pacifista de Arrighi choca con un obstáculo evidente: el régimen político totalitario que predomina en China. Este país debería incorporar (antes de exportar a otros), los principios básicos de la convivencia.
Es curioso que China reciba el mandato de conducir un desarme global. Los promotores del pacifismo tradicionalmente recurrían a los antecedentes de neutralismo suizo, convivencia escandinava o liderazgo no violento (Mahatma Gandhi, Martin Luther King). Resulta por lo menos extraño asignarle estos mismos atributos al modelo chino.
Existen muchas evidencias de la persecución política que impera en ese país. Están prohibidos las formas de expresión, los sindicatos independientes y la actividad política autónoma del oficialismo. Esta opresión se acentúo luego de las protestas de Tian An Men (1989).
China es el país más poblado del planeta, adiestra un voluminoso ejército y acumula importantes arsenales nucleares. No soporta acosos norteamericanos, peligros de invasión o grandes amenazas de terrorismo. Tampoco es una pequeña isla -como Cuba- agobiada por embargos, conspiraciones y atentados de la CIA. El carácter represivo de su régimen no tiene justificación y se ubica en las antípodas de la armonía global propuesta por Arrighi.
Este autor supone, además, que los conflictos entre el capital y el trabajo no tienen en China la misma centralidad que en los países occidentales. Estima que la ausencia de concentración capitalista atenúa las confrontaciones sociales 15.
Pero la diferencia radica más bien en la visibilidad que en la inexistencia de esos antagonismos. La irrupción de combativas huelgas obreras es el dato central de los últimos años. Frente a la expansión de las protestas, la persecución inicial que sufrieron los trabajadores ha sido sustituida por concesiones salariales y laborales. Estas luchas ilustraron el nivel de explotación vigente, especialmente en las compañías extranjeras.
Esta acción proletaria es el ingrediente más positivo de la realidad china. Retrata el peso creciente de una población asalariada, que podría impulsar formas de pacifismo para el resto del mundo, a partir de una construcción de la democracia socialista.
A veces se supone que el avance de China entrañaría consecuencias globales pacifistas, por el amplio margen que tiene el país para procesar un desarrollo económico interno, sin ningún ingrediente de agresividad externa. A diferencia del capitalismo japonés -que siempre necesitó lanzarse a ultramar para encontrar espacios de acumulación- el gigante oriental mantiene grandes reservas internas para su crecimiento.
Pero esta prescindencia del ámbito exterior tiende a decrecer, a medida que el país se afirma como potencia e incursiona en el mercado internacional. Ya no participa sólo como exportador de productos básicos, sino que actúa como inversor industrial, operador financiero y gran adquiriente de materias primas.
Los ejemplos de este giro son innumerables. Las empresas chinas aplican en el exterior los mismos criterios de férrea disciplina laboral que imponen en su país. Los tratados de libre comercio que se suscriben con África y América Latina copian los lineamientos de la OMC y el ALCA. La depredación de recursos minerales en el Tercer Mundo no difiere del saqueo usual de Europa o Estados Unidos.
LA TESIS DE LA HEGEMONÍA ORIENTAL
Arrighi reconoce que China despliega su nacionalismo y ciertas ambiciones geopolíticas. Pero estima que la jerarquización de la acción económica atenúa cualquier belicismo.
Con este razonamiento olvida la íntima conexión que mantiene el desarrollo económico capitalista con las tensiones militaristas. Bajo este sistema el reinado de la competencia, el beneficio y la explotación acrecientan la violencia. En el caso específico de China, su inserción en el orden mundial aumenta las “responsabilidades” que deberán asumir las elites dominantes, en la preservación de la estructura coercitiva global.
Existe una errónea identificación de la agresividad imperial con el declive económico. Se supone que el ejercicio de la violencia obedece al intento de preservar liderazgos alicaídos, frente a los nuevos competidores. Siguiendo este postulado se retrata al imperialismo norteamericano como un “tigre herido”, que está siempre dispuesto a recurrir a “zarpazos desesperados” para asegurar su supervivencia.
Pero la experiencia histórica indica que la actitud guerrerista ha sido también corriente entre las potencias emergentes, que necesitaron ganar espacio mostrando sus dientes. Japón y Alemania durante el siglo XX demostraron que el desafío militarista no es patrimonio exclusivo de los imperialismos establecidos.
En realidad, la contraposición entre belicismo norteamericano y pacifismo chino retoma una mirada clásica de autores liberales que han oscilado entre dos posturas. Un imaginario supone que el desarme será alcanzado mediante negociaciones preparatorias de la “gobernanza mundial”. Otra visión considera que la pacificación sobrevendrá con la victoria del país menos belicista. Entre los cambiantes candidatos a ocupar este último sitial, Arrighi selecciona a China.
Pero esta elección introduce otro problema al contradecir un presupuesto central de la teoría de las sucesiones hegemónicas. Como esta concepción le asigna a cada potencia ascendente un rol sustitutivo de la dominación mundial, el ejercicio de esa opresión le impediría emancipar al resto del planeta.
Arrighi capta esta anomalía y por eso reemplaza el concepto de dominación por un criterio de hegemonía. Esta segunda noción incluye características acordes al rol conciliatorio que jugaría China para alcanzar supremacía global. Desde ese lugar desarrollaría un liderazgo político-cultural y no un papel imperial.
Siguiendo esta pista Arrighi reformuló el concepto de hegemonía, subrayando su contraposición con la noción de imperialismo. Recordó que Gramsci utilizó el término para distinguir la dominación (puramente coercitiva) del consenso, ejercitado por medio de la credibilidad y la legitimidad de los gobernantes. Al aplicar esta idea al contexto internacional, buscó definir cuál es la potencia que puede desplegar esa preponderante influencia a nivel político e ideológico 16.
Pero esta interpretación recrea las polémicas sobre los usos de Gramsci. El revolucionario italiano introdujo el concepto de hegemonía para explicar cómo opera un poder ideológico de coerción revestido de consenso. Destacó que esa modalidad incorpora concesiones a los oprimidos para complementar la dominación armada, que ejercen los capitalistas. Concibió ese control como un mecanismo adicional y no sustitutivo del uso de la violencia.
Este razonamiento puede enriquecer el análisis del imperialismo, siempre y cuando se recuerde que la persuasión no sustituye el uso de las armas, en la dominación que imponen las grandes potencias. Este sostén coercitivo es olvidado por las teorías que reemplazan el concepto de imperialismo por nociones de hegemonía. Estos enfoques suelen diluir el papel central que mantiene la acción armada en la regulación de las relaciones internacionales.
No existe por otra parte, ningún atisbo de sustitución de Estados Unidos por China en el terreno político-ideológico. El avance económico de Oriente no se proyecta a esas áreas. Al contrario, la ideología americanista que han asimilado las elites dominantes de todo el planeta, también penetra aceleradamente entre las clases medias y altas chinas.
Arrighi reconoce estas tensiones, pero sólo vislumbra a largo plazo dos posibilidades: el afianzamiento de la hegemonía china o la generalización de un prolongado caos a escala mundial. Si predomina el primer liderazgo se expandirán los mercados auto-centrados, la acumulación sin desposesión y el respecto a todas las civilizaciones. Si este curso no logra abrirse camino, prevalecerá el desorden y la regresión social 17.
Pero en este plano la disyuntiva clásica del marxismo es más sensata. Postula un dilema entre socialismo y barbarie, que implica progreso general si se avanza en la erradicación del sistema capitalista. La otra opción no es un vago estado de caos, sino un reforzamiento de todas las desgracias de la humanidad. Estas desventuras persistirían por la simple continuidad del capitalismo.
NINGÚN PROYECTO ANTIIMPERIALISTA
La presentación de China como desafiante de Estados Unidos, también incluye su reivindicación como aliado de los países dependientes. Se supone que impulsa los convenios Sur-Sur para favorecer un nuevo “Consenso de Pekín”, afín al multilateralismo. Este camino permitiría relanzar las iniciativas antiimperialistas (en la tradición de la conferencia de Bandung), aunque con prioridad en los vínculos económicos y no en las convocatorias político-ideológicas.
Arrighi considera que este escenario empalmaría con una reforma financiera global dentro del FMI y una reorganización política de la ONU, que imprimirían un sesgo más progresista a ambos organismos. Los países subdesarrollados ganarían espacio, mientras avanza un paradigma cooperativo impulsado por China, que contribuiría a la integración autónoma de las naciones del Sur 18.
Pero este pronóstico incluye muchos ingredientes especulativos que reflejan deseos y no cursos verificables. China ha defendido hasta el momento el orden global, evitando cualquier construcción alternativa. Se ha integrado al circuito capitalista sin cuestionar ningún pilar del edificio neoliberal.
Tampoco repite la estrategia que impulsaron en el pasado los miembros del “bloque socialista”, para conformar alguna asociación de economías distanciadas de los centros capitalistas. El Nuevo Orden Internacional (NOEI) que promovía la vieja Unión Soviética o los mecanismos de la planificación concertada que ensayaba el COMECON, no figuran en los planes de China.
La capa dirigente oriental resiste, además, cualquier contacto con los movimientos sociales mundialistas. En Pekín y Shangai hay reuniones de negocios, pero no eventos de resistencia. En este plano, las diferencias con Cuba, Bolivia o Venezuela (que albergan incontables encuentro de movilización antiimperialista) son muy significativas.
Las elites chinas se sienten más a gusto en el G 20, la OMC o la ONU, que en cualquier Foro Social. Están familiarizadas con Davos y alejadas de toda protesta contra la mundialización neoliberal. Esta ubicación no es una necesidad transitoria, ni obedece al equilibrio diplomático. Quienes propician la restauración de la propiedad privada de los medios de producción han perdido afinidad con los proyectos anticapitalistas.
No existe ningún indicio de la política internacional que avale la expectativa en un rol progresista de China. Sin embargo, ese escenario es imaginado cuando se afirma que el “Consenso de Pekín” tendrá basamentos en la economía y no la política. Esa segmentación constituye un artificio que olvida la interconexión entre ambas áreas, en los desenvolvimientos favorables o cuestionadores del status quo.
Como las acciones internacionales chinas están invariablemente guiadas por cálculos de rentabilidad, lo que predominan son políticas orientadas a sostener la estabilidad capitalista. Los tratados comerciales o los convenios de inversión que promueve el país, no difieren de las iniciativas impulsadas por Estados Unidos, Europa o Japón. Estas similitudes se extienden al plano geopolítico.
Estas semejanzas inhiben cualquier viraje de China hacia posturas antiimperialistas y el interrogante a dilucidar se dirime en el terreno opuesto: ¿Transita el país un proceso de conversión en potencia imperial? Más que un liderazgo cooperativo, lo que está en juego es el ingreso del gigante oriental al club de los opresores mundiales.
Arrighi descarta esa posibilidad. Considera que el desplazamiento productivo hacia el continente asiático crea alianzas con las naciones subdesarrolladas, en choque con las viejas potencias. Pero no aporta fundamentos para situar la perversidad imperialista en una trinchera y la cooperación amigable en la vereda opuesta. Ambos polos están regidos por principios de competencia capitalista, que conducen el despojo de los pueblos desfavorecidos.
China enfrenta no sólo una tentación imperial, sino también cierta compulsión a embarcarse en ese rumbo. Esta presión es una consecuencia de su acelerado desenvolvimiento capitalista. Algunos autores estiman que el país ha quedado situado en la actualidad en un estadio transitorio. Adopta posturas de dominación y recurre a la exportación de capitales y mercancías en gran escala, pero no pertenece al núcleo de las potencias imperiales. Los beneficios surgidos de la explotación de ultramar todavía representan una porción pequeña de los ingresos de las elites 19.
Esta caracterización indica un camino de conversión de China en potencia imperialista. Es tan solo una hipótesis futura cuya concreción requeriría superar varios escollos, en la contradictoria relación del país con Estados Unidos.
China tampoco puede actuar plenamente como potencia expansiva, mientras mantenga un nivel de desarrollo tan bajo en términos de PBI per capita. Resulta difícil imaginar cómo podría ser adaptada una clase obrera tan numerosa a alguna estructura imperial. En cierta medida la aproximación o alejamiento hacia ese estadio dependerá de la estabilidad de la fracción costero-exportadora que controla el régimen político.
En una era de gestión imperial colectiva y agotamiento de las rivalidades bélicas del imperialismo clásico, la eventual incorporación de China al club de grandes mandantes internacionales es dudosa. Pero la persistencia de un ritmo de crecimiento tan intenso induce a la adopción de actitudes sub-imperiales, especialmente con la red de economías regionales que dependen de sus decisiones.
China comanda un taller de ensamble manufacturero de todo el Sudeste Asiático. Ese liderazgo acrecienta las desigualdades zonales y genera serias tensiones. Desde la crisis del Sudeste Asiático (2007), el país ha disputado exitosamente con sus vecinos la recepción de inversiones externas y la concreción de negocios. Se está consolidando, además, una división del trabajo, que refuerza la dependencia de las economías menores. Estos componentes subimperiales están ausentes en la visión de Arrighi, que reduce por principio la vigencia de estas tendencias a los países occidentales.
CAPITALISMO Y MERCADO
El contraste que establece Arrighi entre expansión cooperativa china e imperialismo agresivo norteamericano se inspira en un contrapunto paralelo, que realza los méritos de la economía de mercado y cuestiona las adversidades del capitalismo. Estima que el primer sistema (reivindicado por Smith) disuade la opresión y el segundo (denunciado por Marx) genera acciones imperiales.
Esta separación radical entre mercado y capitalismo se basa en una diferencia real entre el simple intercambio de productos y su integración a un sistema de explotación basado en la propiedad privada de los medios de producción. El mercado precedió históricamente al capitalismo y debería sucederlo durante un prolongado lapso.
Pero el mercado siempre operó al interior de algún modo de producción, que definió sus peculiaridades. Complementa el funcionamiento de cierta estructura productiva y no define por sí mismo la vigencia de un régimen social.
Por estas razones son muy confusas todas las referencias a “economías de mercado”, que no especifican cuál es el sistema social en se desenvuelven los intercambios. En la época de Adam Smith el mercado acompañaba el despunte del capitalismo, que emergía en Occidente y no lograba abrirse paso en Oriente. Resulta indispensable esclarecer estos conceptos para evitar presentaciones abstractas, que divorcian el desarrollo del mercado de su contexto capitalista.
Es un error desconectar ambas nociones, suponiendo que en la actualidad existe un devenir pleno del mercado ajeno al capitalismo. Esa entidad es un pilar del orden económico vigente, que no genera desarrollos propios, ni auto-suficientes.
Comprender este entrelazamiento con el capitalismo es vital para entender cómo se vincula la acción mercantil, con el sostenimiento de beneficios basados en la explotación. Es tan artificial separar la acumulación del intercambio mercantil, como suponer que este tipo de transacciones obstruye la expansión imperial.
Este supuesto proviene de una idealización del mercado, basada en los méritos que Adam Smith atribuyó a ese organismo. El fundador de la economía política extendía, además, esas cualidades al capitalismo naciente, sin limitarlas a virtuosas actividades localizadas en Oriente.
Arrighi identifica al capitalismo con la búsqueda de lucros ilimitados que desatan grandes convulsiones, pero omite señalar la conexión de ese sistema con la intermediación mercantil. A partir de este desconocimiento establece una equivocada contraposición entre capitalismos occidentales (que conducen al imperialismo) y economías mercantiles de Oriente (ajenas a ese resultado). Las ambigüedades e indefiniciones que rodean al concepto de “economía de mercado” no son ajenas a ese desacierto.
BELICISMO CONTRA PACIFISMO
Arrighi retoma la identificación tradicional del imperialismo con las conquistas militares, el desborde fronterizo y la ambición comercial. Estas características son asociadas a la depredación que instrumentó Occidente y contrapuestas a la regulación estatal del beneficio que imperó en Oriente. ¿Pero puede una economía guiada por el patrón de la ganancia auto-restringirse a la esfera interna? ¿La dinámica competitiva no tiende a proyectarse al exterior?
El enfoque de Arrighi establece una muralla entre ambos modelos. Por un lado, afirma que el capitalismo ha tendido a globalizarse desde su origen y por otra parte, sostiene que en esa estructura mundializada coexistieron dos modalidades de acumulación totalmente divorciadas. Estos presupuestos son contradictorios.
La identificación que postula Arrighi del imperialismo con un pernicioso comercio externo es también problemática, puesto que omite el servicio que brindó esa actividad a los industriales. Fueron los productores de acero, energía eléctrica y cemento, los causantes de las grandes conflagraciones de principio del siglo XX. En realidad, la expansión imperial nunca obedeció al interés de un solo sector de las clases capitalistas. Siempre expresó confluencias de todos los grupos dominantes.
El mismo inconveniente se verifica en la identificación del imperialismo con la preeminencia financiera, que Arrighi emparenta con la agresividad comercial y la declinación de las potencias hegemónica. Estima que Génova (desde 1540), Holanda (desde 1740), Gran Bretaña a partir (1873-96) y Estados Unidos (1970) padecieron “otoños financieros”, signados por la sustitución de inversiones productivas por especulaciones bancarias, que exacerbaron el belicismo 20.
Esta visión discrepa con la cronología, pero no con el contenido de las tesis de Hobson o Hilferding. Presenta a los financistas como responsables de políticas guerreras tendientes a garantizar el manejo privilegiado de los recursos monetarios, pero olvida otros propósitos y protagonistas. Los imperios comerciales se expandían para asegurar mercados de venta, los imperios coloniales atropellaban para colocar excedentes industriales y el imperialismo del capital arremete para garantizar los negocios de las empresas transnacionales. El imperialismo protege los intereses de las clases dominantes y de sus distintos exponentes en cada época o país.
Pero Arrigihi no pone el acento en la diferenciación de estos grupos, sino en las consecuencias expansionistas que tiene el control del estado por cualquiera de estos sectores. Presenta al belicismo como un resultado de ese manejo ¿Pero acaso podría ser de otra forma? Quienes detentan el poder económico tienen a manejar también el poder político.
Arrighi estima que esa supremacía tiene consecuencias militaristas, cuando nadie se interpone en las decisiones de los poderosos. Pero olvida que los capitalistas no necesitan ejercer directamente los cargos que ocupan sus socios de la alta burocracia. Ambos sectores manejan las áreas estratégicas del estado burgués y ese control tiene efectos imperialistas, derivados del carácter destructivo que asume la acumulación. La primacía de una fracción guerrera al frente de ese estado, nunca fue un acontecimiento fortuito. Siempre obedeció a necesidades belicistas del conjunto de los dominadores.
Arrighi asocia el imperialismo con la expansión territorial, sin tomar en cuenta que esta característica sobresaliente de la era pre-capitalista perdió relevancia en el último siglo. Mientras que los viejos imperios necesitaban capturar regiones para sustraer recursos, el imperialismo contemporáneo obtiene los mismos insumos por medio de los negocios. Recurre a los réditos de la inversión extranjera, sin necesidad de imponer la sujeción formal de los territorios ajenos.
La presentación del imperialismo como una deformación militarista impuesta por financistas o grupos enriquecidos que manejan el estado tiene afinidades con la visión liberal. Identifica la agresión externa con la primacía del extremismo en los gobiernos metropolitanos y plantea razonamientos semejantes a los utilizados por los teóricos convencionales, para asociar exclusivamente al imperialismo con el militarismo y el territorialismo.
Este abordaje conecta el belicismo con la codicia descontrolada de ciertos segmentos minoritarios (conspiradores, fabricantes de armas, complejo militar-industrial). Visualiza al estado burgués como una entidad neutral, cuyo manejo está en disputa. Si ganan los militaristas hay efectos imperiales y si triunfan sus adversarios predomina la pacificación. Se desconoce que el devenir del estado está siempre condicionado por el interés mayoritario de los dominadores.
Es importante recordar también que los cursos imperiales no han sido patrimonio exclusivo del capitalismo occidental. Una gran potencia de Oriente –como Japón- encabezó el militarismo de principio del XX. Ese expansionismo alcanzó la misma virulencia que sus pares europeos, confirmando que la política de conquistas nunca fue un rasgo exclusivo del Viejo Continente.
El ensayo de Arrighi aporta importantes materiales de investigación de la historia china y esclarece aspectos esenciales de esa evolución, a través de fascinantes descripciones. Indaga las causas que condujeron a forjar el modelo introvertido de Oriente, desde una óptica muy distinta a las viejas miradas positivistas, que cuestionaban el estancamiento asiático reivindicando el progreso europeo.
Pero estas contribuciones contrastan con su discutible interpretación de Adam Smith, con las cuestionables continuidades que establece entre distintas economías de mercado y con la presentación del modelo chino actual, como la antítesis del imperialismo.
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RESUMEN
El estudio del imperialismo no debe ser sustituido por el análisis de la hegemonía. Esta visión inspira la contraposición del territorialismo occidental con el pacifismo oriental y desconoce los entrelazamientos del capitalismo con el mercado. Presupone una errónea universalidad del capitalismo desde el siglo XV e identifica el belicismo occidental con la expansión comercial externa, omitiendo el servicio que brindó a los industriales.
El protagonismo japonés demuestra que Oriente no ha sido ajeno a la agresividad imperial. El contraste de la decadencia norteamericana con el ascenso de China soslaya un tipo de asociación entre ambas potencias que no puede ser analizado con los modelos de Adam Smith.
Es indispensable caracterizar adecuadamente los rasgos centrales del capitalismo para registrar la restauración en curso de ese sistema en China. Un liderazgo pacifista oriental choca con el totalitarismo y la hipótesis de una hegemonía ideológica china contrasta con la difusión del americanismo entre las elites del país. No existen indicios de giros hacia propuestas antiimperialistas.
Notas:
3 Arrighi Giovanni, “The winding paths of capital”, New Left Review 56, Mars-April 2009,
4 Arrighi Giovanni. Adam Smith en Pekín, Akal, 2007, Madrid (cap 3 y 8)
5 Arrighi Giovanni. Adam Smith en Pekín, Akal, 2007, Madrid (cap 3, 8 y 11).
6 Arrighi Giovanni, Adam Smith en Pekín, Akal, 2007, Madrid (cap 1, 3, 11).
7 Arrighi Giovanni. Adam Smith en Pekín, Akal, 2007, Madrid, (cap 1, 2, 3, 8 y11)
8 Arrighi Giovanni. Adam Smith en Pekín, Akal, 2007, Madrid (cap 11).
9 Arighi Giovanni. Adam Smith en Pekín, Akal, 2007, Madrid, (introducción, cap,2)
10 winding paths of capital”, New Left Review 56, Mars-April 2009, London. Arrighi Giovanni, “Conceptos fundamentales para comprender el capitalismo actual”, Herramienta n 38, junio 2008. Adam Smith en Pekín, Akal, 2007, Madrid, (introducción, cap 5, 6). Arrighi Giovanni, “The
11 Ferguson Niall, “El matrimonio entre China y EEUU no podía durar”, Clarín, 28-12-09
12 London. Arrighi Giovanni, “The winding paths of capital”, New Left Review 56, Mars-April 2009,
13 Ver: International Conference of Economist on Globalization, La Havana, march 2010. Hart-Landsberg Martín, “China, capitalist accumulation and the world crisis”, XII
14 Arrighi Giovanni, “Entrevista”,www.mst.org.br/node, 20-6-2008-Arrighi Giovanni, “The winding paths of capital”, New Left Review 56, Mars-April 2009, London.
15 Arrighi Giovanni. Adam Smith en Pekín, Akal, 2007, Madrid (cap 3).
16 Arrighi Giovanni. Adam Smith en Pekín, Akal, 2007, Madrid.(cap 6)
17 Arrighi Giovanni. Adam Smith en Pekín, Akal, 2007, Madrid (epilogo) -Arrighi Giovanni, “The winding paths of capital”, New Left Review 56, Mars-April 2009, London.
18 Herramienta n 38, junio 2008. Arrighi Giovanni. Adam Smith en Pekín, Akal, 2007, Madrid (epilogo) Arrighi Giovanni, “Conceptos fundamentales para comprender el capitalismo actual”,
19 2011 Hung, Ho Fung, “China’s crisis” The crisis this time Socialist Register 2011, Toronto
20 Arrighi Giovanni, Adam Smith en Pekín, Akal, 2007, Madrid (cap 8).
Claudio Katz es economista, investigador y profesor. Miembro del EDI (Economistas de Izquierda). Su página webes www.lahaine.org/katz