María del Carmen Ariet y Jacinto Valdés-Dapena
Rebelión
Filosofía y Revolución en los años sesenta Ocean Sur, 2010. Compilación y prólogo de María del Carmen Ariet y Jacinto Valdés-Dapena.Los textos que se agrupan en esta antología no solo permiten conocer las problemáticas política, social y filosófica de la época en que fueron escritos, sino que aportan elementos clave para desentrañar los enigmas del mundo a principios del nuevo milenio.
A la urgencia imperiosa de reflexionar acerca del mundo que nos ha tocado vivir y a la necesidad de modificarlo, no ya para que sea mejor —porque eso es un atributo indiscutible que se debe alcanzar—, sino para que simplemente sea habitable, se hace imprescindible retomar la memoria histórica de una época que intentó transformar los cimientos de un mundo que traslucía sus contradicciones desde lo inmediato, pero sobre todo desde la incertidumbre de un futuro marcado por un pasado opresor y de valores dominantes que impedían plantearse una real estrategia de cambio.Pudieran parecer ingenuas algunas de las consignas o pintadas que aparecían espontáneamente en paredes y calles, en especial las concernientes a la estructura de dominación: «El poder tiene el poder. ¡A tomarlo!». Sin embargo, más allá de posturas extremas o simplistas, acompañadas por otras de extraordinarios valores que emergían como nuevas fuerzas revolucionarias, todas reflejaban el momento histórico que, intuitivamente o pensado, marcó las diferencias de un período que introdujo una nueva óptica de interpretar y de hacer, y que de forma transversal ha sido protagonista —por más de cuarenta años— de sucesos, contradicciones, retrocesos y luchas, que han delineado su comportamiento y el debate de alternativas diferentes desde lo teórico y desde la rebeldía misma. Las décadas que atraviesan los años sesenta y setenta del pasado siglo han sido calificadas como una época de revolución por la magnitud de los procesos y hechos ocurridos, de ahí la importancia que tiene conocer y profundizar su dimensión y contenido desde un nuevo milenio más complejo y turbulento que los precedentes. Esas razones, nada simples por cierto, son las que han motivado la publicación de la antología que se pone en manos del lector —especialmente para los jóvenes que no la vivieron y que apenas la conocen—, con el propósito esencial de retomar un conjunto de análisis y de postulados teóricos a través de sus pensadores más sobresalientes, los que por su connotación y validez ponen de manifiesto la radicalidad y la renovación crítica de corrientes que conformaban estructuras de pensamientos que debatían sobre el orden social imperante y que dan paso a un nuevo escenario intelectual, básicamente desde la izquierda, que se planteaba fundamentar presupuestos teóricos y una praxis revolucionaria que respondiera a los desafíos intelectuales y políticos de la época. La transición que permitió el surgimiento de un reto en permanente renovación desde el quehacer teórico mismo, tiene antecedentes que por su relación impactaron de modo significativo en cómo asumir lo que se intuía como una nueva época, la que esta vez no solo se ceñía a los esquemas de las sociedades capitalistas en contraposición con las socialistas de Europa del este, sino que además emergía una nueva fuerza, el Tercer Mundo, como consecuencia de la descolonización surgida de los movimientos de independencia, sumados a los de liberación y soberanía nacional, enfrascados en una búsqueda de opciones que los identificara. La simple enumeración de acontecimientos como la Revolución cubana, las guerras de Argelia y de Viet Nam, la crítica a los modelos económicos y políticos del capitalismo, la Revolución cultural china, la Primavera de Praga, la crítica a la burocratización y al modelo soviético de socialismo y los movimientos estudiantiles ocurridos sobre todo en Europa y América, entre otros, son ejemplos suficientes para entender la magnitud de lo sucedido dentro de las propuestas renovadoras debatidas desde lo conceptual y lo práctico y también a partir de su propia historia, el por qué desde la teoría misma se construyeron vertientes radicalmente opuestas que las han perseguido con saña hasta hoy, tratando de devaluarlas y de culparlas de lo que acontece en la actualidad, bajo una pretendida visión posmoderna. Como es lógico, la enorme derivación de esos antecedentes tuvo una repercusión y un estrecho vínculo con las discusiones concernientes al campo intelectual, sobre todo en el conjunto de las Ciencias Sociales, desde los métodos de investigación hasta la polémica entre pensamiento crítico y militancia radical del orden social existente y las formas de encararlos a través de propuestas de diálogos interdisciplinarios, multidireccionales y antiautoritarios, que presagiaban el derrumbe de las instituciones académicas tradicionales. La convergencia de corrientes como el estructuralismo, donde el hombre es eliminado como actor social, pero que logra trasladar su método a las ciencias sociales y declarar su neutralidad; el surgimiento de una nueva izquierda intelectual calificada de antisistema, como la Escuela de Francfort; el carácter emergente de la etnología y la antropología a partir de la descolonización y el estudio de nuevas culturas y valores, y la reevaluación del marxismo desde la crítica al modelo soviético dogmático y autoritario y su polémica con los partidos comunistas tradicionales que representaban en su mayoría al «socialismo real», forman parte del legado que nos dejara esa ruptura con el pensamiento académico dominante. Todo ello, unido a las nuevas fuerzas revolucionarias que emergían en el Tercer Mundo —fundamentalmente en América Latina—, y a una nueva intelectualidad que con profundidad asumió los procesos de renovación y el estudio y análisis de la realidad de sus países, mediante una estrategia de investigación que les permitió medir la historia de dominación y poder hegemónico impuestos, apoyados en el cuerpo teórico del marxismo, de las ciencias políticas y sociológicas, la economía y otras técnicas de investigación. En la edición se han seleccionado un conjunto de autores que por su carácter creador ocuparon un espacio sobresaliente, sobre todo desde la filosofía, la sociología y la economía, disciplinas que marcaron pautas en las valoraciones, juicios y métodos asumidos. La producción intelectual resultante de ese debate, resumida en las temáticas que se presenta —filosofía, sociología, economía y otros de carácter interdisciplinarios incluidos en Problemas de nuestro tiempo—, es una muestra de la profundidad con que se encararon temas tan diversos como la reflexión entre poder y saber, críticas al sistema capitalista que planteaban el autoritarismo del Estado y su desvalorización, el papel de los sujetos sociales actuantes en medio de cambios externos e internos mediante la praxis, el surgimiento de nuevos actores sociales en un primer plano y su radicalismo al enarbolar el advenimiento de la revolución contra el capitalismo y sus valores dominantes, mediante una transformación profunda de la sociedad a partir de acciones colectivas autónomas como respuestas a las relaciones autoritarias. En ese proceso reflexivo generado a escala planetaria, más allá de las críticas al socialismo estatizado —sin disminuir el daño irreparable que hizo—, la relevancia que ocupa el marxismo como la auténtica teoría de la revolución, permitió rescatar toda una historia común de luchas presentes desde el siglo XIX, los avatares que se han cruzado en su devenir y su enorme alcance como totalidad orgánica y a su vez inacabada, que se cuestiona y reinterpreta a sí misma en la praxis revolucionaria. Se reexaminaron los antecedentes históricos más directos que dieron lugar a su surgimiento, así como otros más recientes, los que sin dudas reflejaban momentos particulares y comunes a pesar de sus especificidades y la distancia en el tiempo entre unos y otros: la Comuna de París, los Soviets, la revolución espartarquista, los movimientos de liberación del Tercer Mundo, la Revolución cubana y la Revolución cultural china, por citar los más referenciados. En ese nuevo escenario intelectual, muchos sintieron la necesidad de estudiar el marxismo para comprender la distorsión que había sufrido dentro del socialismo imperante, además de buscar, investigar y asumir a un grupo de marxistas que sobresalieron por su pensamiento creador y su radicales posturas revolucionarias, como Rosa Luxemburgo, León Trotski y Antonio Gramsci. Recuperar todo un pasado y presente que eliminara la vulgarización y el empleo de categorías inoperantes en nombre de una teoría devenida en fórmulas opacas citadas al infinito sin ningún progreso fecundo y sin ninguna autocrítica como expresara el francés L. Althusser, figura prominente de ese período, devino una necesidad obligada. Otros pensadores destacados, como el belga E. Mandel y el húngaro G. Lukacs, profundizaron en cómo organizarse para hacer cambiar las circunstancias mediante la combinación de un serio análisis social totalizador y de un análisis crítico del presente, los únicos que permitirían medir el éxito, orientado hacia su transformación en auténticas revoluciones socialistas. Conocer qué se quiere y pensar la realidad como es para luchar, organizarse y concientizarse mediante la acción, única forma de elevar la conciencia, así como encarar el surgimiento de una verdadera vanguardia revolucionaria que al ocupar el poder político supiera despojarse de poderes autónomos que tienden a la auto-preservación del aparato partidario como un fin en sí mismo, formaban parte de los temas más polémicos. Desde el Tercer Mundo se levantan voces imprescindibles en su dualidad de teóricos y revolucionarios, como Ho Chi Minh, Frantz Fanon, Ernesto Che Guevara y Fidel Castro, y de intelectuales comprometidos como André Gunder Frank y Theotonio Dos Santos, todos iniciadores de tendencias y corrientes genuinas del pensamiento tercermundista y de posturas radicales que han elevado a los primeros a una escala superior, el de revolucionarios, como los calificara Che en su Diario de Bolivia. Como conjunto se sentían deudores con el marxismo teórico, por haber sido el primero en estudiar el comportamiento universal de la sociedad capitalista y el único capaz de construir, desde el conflicto, las críticas y generalizaciones capaces de producir un conocimiento exacto y reflexivo, pero sobre todo por haberlo utilizado como un referente obligado para profundizar e investigar acerca de las contradicciones y las formas que asumió el modo de producción capitalista en África y América Latina, que como en ninguno otro lugar han sido tan intensas y agresivas. Los años transcurridos desde entonces, los unos complejos, polémicos y heroicos, los otros conservadores y «restauradores» del viejo orden, obligan a una reconstrucción desde el presente. De ahí, la imperiosa necesidad de conocerlos no solo para evaluar las relecturas que desde la derecha conservadora se están haciendo de ese período —no caben posturas simplistas para enjuiciar las razones que obligan a hacerlo—, y que han conducido, en cierto modo, a un intento de validar la ideología de la moral burguesa y del liberalismo en fuertes segmentos del poder, sino sobre todo para medir fuerzas con el capitalismo actual, el que desde el neoliberalismo global ha impuesto el poder del capital financiero especulativo con una magnitud de concentración de capital históricamente inédita, pero que a su vez engendra una fractura en su interior imparable: la intensificación de la explotación de la fuerza de trabajo y el crecimiento de la superpoblación relativa a niveles desconocidos, traducidos en el empeoramiento de las condiciones de vida muchas veces a escala infrahumana, y en la degradación del planeta. Una vez más disyuntivas similares se confrontan, solo que más apremiantes, derivadas de las enormes diferencias desde lo interno del sistema, que transita por una cada vez más desvalorización del Estado, de la política y de los partidos tradicionales, convertidos en defensores de las transnacionales. Ese orden de cosas ha establecido, además, una crisis institucional que se vuelve más burocrática, opresora y disfuncional. En esencia, se retorna al cuestionamiento de problemas similares que al de los intensos años sesenta y setenta, aunque más ininteligibles y destructivos, y que obligan a los comprometidos de siempre a entender la complejidad en que se comportan los fenómenos sociales. Las ciencias sociales hoy, al igual que el período antologado, están en el deber de diseñar estrategias de investigación que profundicen en los conflictos derivados de las circunstancias actuales y de la irrupción de «actores invisibles» que sustituyen a los actores nacionales; cuáles fuerzas están emergiendo de esa situación conflictiva; situación de los grupos dominantes; cuál es el comportamiento del sistema político actual; quiénes serán los encargados de sustituir ese poder y cómo debe actuar la resistencia opuesta a la lógica del poder, del dinero y de la globalización. Esa resistencia presente en el amplio diapasón de los movimientos sociales tiene la responsabilidad ética y la fuerza moral de transformarse para revertir muchos de los errores cometidos y cerrar los espacios a la actual crítica y a la relectura posmoderna, que tanto la derecha como sectores de la izquierda han realizado y realizan, de acontecimientos que no solo estremecieron conciencias, sino que costó la vida a más de una generación ante su fidelidad incorruptible al apostar por un mundo mejor. La negación de la lucha y la violencia revolucionarias, calificadas como los excesos cometidos en esos años y los supuestos causantes de un camino sin salida, obliga a un serio análisis crítico del presente acompañado de la asimilación consecuente de las lecciones de la historia, como las verdaderas armas que nos conducirán a la unidad, al camino del triunfo y a alcanzar lo que tan hermosamente fue expresado en los tan cercanos años sesenta: «Seamos realistas, soñemos lo imposible».
A la urgencia imperiosa de reflexionar acerca del mundo que nos ha tocado vivir y a la necesidad de modificarlo, no ya para que sea mejor —porque eso es un atributo indiscutible que se debe alcanzar—, sino para que simplemente sea habitable, se hace imprescindible retomar la memoria histórica de una época que intentó transformar los cimientos de un mundo que traslucía sus contradicciones desde lo inmediato, pero sobre todo desde la incertidumbre de un futuro marcado por un pasado opresor y de valores dominantes que impedían plantearse una real estrategia de cambio.Pudieran parecer ingenuas algunas de las consignas o pintadas que aparecían espontáneamente en paredes y calles, en especial las concernientes a la estructura de dominación: «El poder tiene el poder. ¡A tomarlo!». Sin embargo, más allá de posturas extremas o simplistas, acompañadas por otras de extraordinarios valores que emergían como nuevas fuerzas revolucionarias, todas reflejaban el momento histórico que, intuitivamente o pensado, marcó las diferencias de un período que introdujo una nueva óptica de interpretar y de hacer, y que de forma transversal ha sido protagonista —por más de cuarenta años— de sucesos, contradicciones, retrocesos y luchas, que han delineado su comportamiento y el debate de alternativas diferentes desde lo teórico y desde la rebeldía misma. Las décadas que atraviesan los años sesenta y setenta del pasado siglo han sido calificadas como una época de revolución por la magnitud de los procesos y hechos ocurridos, de ahí la importancia que tiene conocer y profundizar su dimensión y contenido desde un nuevo milenio más complejo y turbulento que los precedentes. Esas razones, nada simples por cierto, son las que han motivado la publicación de la antología que se pone en manos del lector —especialmente para los jóvenes que no la vivieron y que apenas la conocen—, con el propósito esencial de retomar un conjunto de análisis y de postulados teóricos a través de sus pensadores más sobresalientes, los que por su connotación y validez ponen de manifiesto la radicalidad y la renovación crítica de corrientes que conformaban estructuras de pensamientos que debatían sobre el orden social imperante y que dan paso a un nuevo escenario intelectual, básicamente desde la izquierda, que se planteaba fundamentar presupuestos teóricos y una praxis revolucionaria que respondiera a los desafíos intelectuales y políticos de la época. La transición que permitió el surgimiento de un reto en permanente renovación desde el quehacer teórico mismo, tiene antecedentes que por su relación impactaron de modo significativo en cómo asumir lo que se intuía como una nueva época, la que esta vez no solo se ceñía a los esquemas de las sociedades capitalistas en contraposición con las socialistas de Europa del este, sino que además emergía una nueva fuerza, el Tercer Mundo, como consecuencia de la descolonización surgida de los movimientos de independencia, sumados a los de liberación y soberanía nacional, enfrascados en una búsqueda de opciones que los identificara. La simple enumeración de acontecimientos como la Revolución cubana, las guerras de Argelia y de Viet Nam, la crítica a los modelos económicos y políticos del capitalismo, la Revolución cultural china, la Primavera de Praga, la crítica a la burocratización y al modelo soviético de socialismo y los movimientos estudiantiles ocurridos sobre todo en Europa y América, entre otros, son ejemplos suficientes para entender la magnitud de lo sucedido dentro de las propuestas renovadoras debatidas desde lo conceptual y lo práctico y también a partir de su propia historia, el por qué desde la teoría misma se construyeron vertientes radicalmente opuestas que las han perseguido con saña hasta hoy, tratando de devaluarlas y de culparlas de lo que acontece en la actualidad, bajo una pretendida visión posmoderna. Como es lógico, la enorme derivación de esos antecedentes tuvo una repercusión y un estrecho vínculo con las discusiones concernientes al campo intelectual, sobre todo en el conjunto de las Ciencias Sociales, desde los métodos de investigación hasta la polémica entre pensamiento crítico y militancia radical del orden social existente y las formas de encararlos a través de propuestas de diálogos interdisciplinarios, multidireccionales y antiautoritarios, que presagiaban el derrumbe de las instituciones académicas tradicionales. La convergencia de corrientes como el estructuralismo, donde el hombre es eliminado como actor social, pero que logra trasladar su método a las ciencias sociales y declarar su neutralidad; el surgimiento de una nueva izquierda intelectual calificada de antisistema, como la Escuela de Francfort; el carácter emergente de la etnología y la antropología a partir de la descolonización y el estudio de nuevas culturas y valores, y la reevaluación del marxismo desde la crítica al modelo soviético dogmático y autoritario y su polémica con los partidos comunistas tradicionales que representaban en su mayoría al «socialismo real», forman parte del legado que nos dejara esa ruptura con el pensamiento académico dominante. Todo ello, unido a las nuevas fuerzas revolucionarias que emergían en el Tercer Mundo —fundamentalmente en América Latina—, y a una nueva intelectualidad que con profundidad asumió los procesos de renovación y el estudio y análisis de la realidad de sus países, mediante una estrategia de investigación que les permitió medir la historia de dominación y poder hegemónico impuestos, apoyados en el cuerpo teórico del marxismo, de las ciencias políticas y sociológicas, la economía y otras técnicas de investigación. En la edición se han seleccionado un conjunto de autores que por su carácter creador ocuparon un espacio sobresaliente, sobre todo desde la filosofía, la sociología y la economía, disciplinas que marcaron pautas en las valoraciones, juicios y métodos asumidos. La producción intelectual resultante de ese debate, resumida en las temáticas que se presenta —filosofía, sociología, economía y otros de carácter interdisciplinarios incluidos en Problemas de nuestro tiempo—, es una muestra de la profundidad con que se encararon temas tan diversos como la reflexión entre poder y saber, críticas al sistema capitalista que planteaban el autoritarismo del Estado y su desvalorización, el papel de los sujetos sociales actuantes en medio de cambios externos e internos mediante la praxis, el surgimiento de nuevos actores sociales en un primer plano y su radicalismo al enarbolar el advenimiento de la revolución contra el capitalismo y sus valores dominantes, mediante una transformación profunda de la sociedad a partir de acciones colectivas autónomas como respuestas a las relaciones autoritarias. En ese proceso reflexivo generado a escala planetaria, más allá de las críticas al socialismo estatizado —sin disminuir el daño irreparable que hizo—, la relevancia que ocupa el marxismo como la auténtica teoría de la revolución, permitió rescatar toda una historia común de luchas presentes desde el siglo XIX, los avatares que se han cruzado en su devenir y su enorme alcance como totalidad orgánica y a su vez inacabada, que se cuestiona y reinterpreta a sí misma en la praxis revolucionaria. Se reexaminaron los antecedentes históricos más directos que dieron lugar a su surgimiento, así como otros más recientes, los que sin dudas reflejaban momentos particulares y comunes a pesar de sus especificidades y la distancia en el tiempo entre unos y otros: la Comuna de París, los Soviets, la revolución espartarquista, los movimientos de liberación del Tercer Mundo, la Revolución cubana y la Revolución cultural china, por citar los más referenciados. En ese nuevo escenario intelectual, muchos sintieron la necesidad de estudiar el marxismo para comprender la distorsión que había sufrido dentro del socialismo imperante, además de buscar, investigar y asumir a un grupo de marxistas que sobresalieron por su pensamiento creador y su radicales posturas revolucionarias, como Rosa Luxemburgo, León Trotski y Antonio Gramsci. Recuperar todo un pasado y presente que eliminara la vulgarización y el empleo de categorías inoperantes en nombre de una teoría devenida en fórmulas opacas citadas al infinito sin ningún progreso fecundo y sin ninguna autocrítica como expresara el francés L. Althusser, figura prominente de ese período, devino una necesidad obligada. Otros pensadores destacados, como el belga E. Mandel y el húngaro G. Lukacs, profundizaron en cómo organizarse para hacer cambiar las circunstancias mediante la combinación de un serio análisis social totalizador y de un análisis crítico del presente, los únicos que permitirían medir el éxito, orientado hacia su transformación en auténticas revoluciones socialistas. Conocer qué se quiere y pensar la realidad como es para luchar, organizarse y concientizarse mediante la acción, única forma de elevar la conciencia, así como encarar el surgimiento de una verdadera vanguardia revolucionaria que al ocupar el poder político supiera despojarse de poderes autónomos que tienden a la auto-preservación del aparato partidario como un fin en sí mismo, formaban parte de los temas más polémicos. Desde el Tercer Mundo se levantan voces imprescindibles en su dualidad de teóricos y revolucionarios, como Ho Chi Minh, Frantz Fanon, Ernesto Che Guevara y Fidel Castro, y de intelectuales comprometidos como André Gunder Frank y Theotonio Dos Santos, todos iniciadores de tendencias y corrientes genuinas del pensamiento tercermundista y de posturas radicales que han elevado a los primeros a una escala superior, el de revolucionarios, como los calificara Che en su Diario de Bolivia. Como conjunto se sentían deudores con el marxismo teórico, por haber sido el primero en estudiar el comportamiento universal de la sociedad capitalista y el único capaz de construir, desde el conflicto, las críticas y generalizaciones capaces de producir un conocimiento exacto y reflexivo, pero sobre todo por haberlo utilizado como un referente obligado para profundizar e investigar acerca de las contradicciones y las formas que asumió el modo de producción capitalista en África y América Latina, que como en ninguno otro lugar han sido tan intensas y agresivas. Los años transcurridos desde entonces, los unos complejos, polémicos y heroicos, los otros conservadores y «restauradores» del viejo orden, obligan a una reconstrucción desde el presente. De ahí, la imperiosa necesidad de conocerlos no solo para evaluar las relecturas que desde la derecha conservadora se están haciendo de ese período —no caben posturas simplistas para enjuiciar las razones que obligan a hacerlo—, y que han conducido, en cierto modo, a un intento de validar la ideología de la moral burguesa y del liberalismo en fuertes segmentos del poder, sino sobre todo para medir fuerzas con el capitalismo actual, el que desde el neoliberalismo global ha impuesto el poder del capital financiero especulativo con una magnitud de concentración de capital históricamente inédita, pero que a su vez engendra una fractura en su interior imparable: la intensificación de la explotación de la fuerza de trabajo y el crecimiento de la superpoblación relativa a niveles desconocidos, traducidos en el empeoramiento de las condiciones de vida muchas veces a escala infrahumana, y en la degradación del planeta. Una vez más disyuntivas similares se confrontan, solo que más apremiantes, derivadas de las enormes diferencias desde lo interno del sistema, que transita por una cada vez más desvalorización del Estado, de la política y de los partidos tradicionales, convertidos en defensores de las transnacionales. Ese orden de cosas ha establecido, además, una crisis institucional que se vuelve más burocrática, opresora y disfuncional. En esencia, se retorna al cuestionamiento de problemas similares que al de los intensos años sesenta y setenta, aunque más ininteligibles y destructivos, y que obligan a los comprometidos de siempre a entender la complejidad en que se comportan los fenómenos sociales. Las ciencias sociales hoy, al igual que el período antologado, están en el deber de diseñar estrategias de investigación que profundicen en los conflictos derivados de las circunstancias actuales y de la irrupción de «actores invisibles» que sustituyen a los actores nacionales; cuáles fuerzas están emergiendo de esa situación conflictiva; situación de los grupos dominantes; cuál es el comportamiento del sistema político actual; quiénes serán los encargados de sustituir ese poder y cómo debe actuar la resistencia opuesta a la lógica del poder, del dinero y de la globalización. Esa resistencia presente en el amplio diapasón de los movimientos sociales tiene la responsabilidad ética y la fuerza moral de transformarse para revertir muchos de los errores cometidos y cerrar los espacios a la actual crítica y a la relectura posmoderna, que tanto la derecha como sectores de la izquierda han realizado y realizan, de acontecimientos que no solo estremecieron conciencias, sino que costó la vida a más de una generación ante su fidelidad incorruptible al apostar por un mundo mejor. La negación de la lucha y la violencia revolucionarias, calificadas como los excesos cometidos en esos años y los supuestos causantes de un camino sin salida, obliga a un serio análisis crítico del presente acompañado de la asimilación consecuente de las lecciones de la historia, como las verdaderas armas que nos conducirán a la unidad, al camino del triunfo y a alcanzar lo que tan hermosamente fue expresado en los tan cercanos años sesenta: «Seamos realistas, soñemos lo imposible».
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