jueves, 14 de enero de 2010

Intervención en la presentación del libro "El Partido Comunista en Chile. Una historia presente”

98 años de lucha por la democracia y el socialismo
Jorge Insunza
Rebelión

Recibí el texto con muy breve antelación y en medio de la vorágine Una apresurada mirada me decidió a aceptar: declinar la invitación podía dar una señal equívoca: los comunistas rechazan debatir. Creo que el texto que hoy se lanza es un material valioso. Constata que el Partido Comunista tiene significación para nuestra patria.
Para mí, que he vivido esa historia por más de 50 años, esta lectura, aún apresurada y parcial, significó un enriquecimiento. Hay pasajes que conocía mal. Menciono, a título de ejemplo, el aporte de Olga Ulianova sobre las relaciones entre nuestro Partido y la Internacional Comunista. Debo decir también que, a la luz de mi vida militante, hay muchas afirmaciones se alejan radicalmente de la verdad histórica y no pocas están dictadas por prejuicios.
He comprendido mejor que la historia es un campo del conocimiento resbaladizo. Varios de los autores subrayan el peso que en su elaboración tiene la subjetividad. Eso es evidente en el libro. No obstante, aprecio su diversidad como un valor. Concluí que hacer política en serio es tan complejo como escribir historia: les sugiero a los historiadores tenerlo presente.
Esbozaré consideraciones sobre 2 ó 3 aspectos de los abordados en el libro. Lo haré en asuntos donde siento que se ignoran hechos que permitirían tratarlos mejor y no ser nosotros maltratados. Un primer aspecto es el de nuestra política internacional. Creo fundada la afirmación que nuestro Partido ha sido “ a lo largo de su historia un actor de la internacionalización y universalización de la política chilena así como de la proyección internacional de Chile ” y, también, la constatación que en nuestra relación con otros partidos comunistas nunca fuimos objeto pasivo, manipulado desde un centro, sino un sujeto que asumía esta relación a partir de sus visiones. Esta comprobación no es aceptada sino contradicha por otros textos.
Es efectivo que nuestra solidaridad con la Unión Soviética fue un componente de nuestra política. Ello se fundó en el hecho real que la URSS era un factor clave en la contención del afán de dominio de las potencias imperiales, en especial de los EE.UU., centro de dominación mas incidente en nuestro continente. La URSS apoyaba los procesos de liberación nacional y social en todo el orbe. El proceso de descolonización en Asia y África, las 2 victorias de Vietnam, la defensa del proceso revolucionario cubano, son algunos ejemplos de su aporte a las luchas de los pueblos y a la contención de las agresiones imperiales.
Asumíamos que la guerra fría era expresión de la lucha de clases en plano internacional y que el campo socialista representaba los intereses de las clases explotadas por el capital. Se puede decir que era una visión pobremente matizada y habrá argumentos para ello pero los hechos de ese tiempo y los posteriores no desmienten esa hipótesis.
De hecho, el fin de la guerra fría que culminó con la implosión de los países socialistas de Europa y la desaparición de la URSS, confirma que era una opinión fundada. De ahí en adelante la voluntad de dominación, que se había visto parcialmente contenida por la existencia del campo socialista, se desató. La década de los 90 se abrió con la guerra del Golfo, la ocupación de Irak, luego de Afganistán, el explosivo incremento de los gastos militares y el reforzamiento de la OTAN como un ejército internacional de salvaguardia de los intereses imperiales a medida que crecía el saqueo del Tercer Mundo, ahora ampliado a buena parte de los ex-países socialistas. Un símbolo dramático fue el desmembramiento de Yugoslavia a costa de una tragedia para todos sus pueblos. Igualmente lo es en nuestros días la brutalización extrema del pueblo palestino.
En nuestro continente persiste la agresión a Cuba, se promueven golpes de estado, se instalan bases militares anexando de hecho a países como Colombia para disponer de recursos de control y agresión sobre toda América del Sur. El propósito imperial de aplastar los procesos de cambio en nuestro continente creando un cordón de gobiernos de derecha que facilite el logro de aplastar no solo a Cuba sino Ecuador, Bolivia, Venezuela, Nicaragua y disciplinar a los restantes, es evidente. Nuestro apoyo a Frei hay que leerlo también en nuestra responsabilidad internacionalista. Muchos tuvieron esperanzas en que la asunción de Obama significara un cambio. Los hechos están a la vista :lo constato con amargura.
¿Esta solidaridad con la URSS implicaba subordinación ideológica como lo afirma un autor llegando a decir que actuábamos con «estricta fidelidad a la interpretación soviética del marxismo »? En aras del tiempo me remitiré a un solo hecho: nuestra concepción de sistema político.
Nuestro Partido definió que el sistema de partido único no era nuestra concepción y estableció que el pluripartidismo es componente del socialismo que promovemos para nuestro país. Agregamos que considerábamos legítima la existencia de oposición política que actuara en los marcos de la legalidad. En asuntos de creación cultural rechazamos la imposición de escuela oficial: el llamado realismo socialista. A esto ayudaron sin duda la pléyade de intelectuales en nuestras filas y en primer lugar Neruda y Volodia. En materia de creencias se asumió la militancia de los creyentes unos 35 años antes que Gorbachov lo planteara.
Por todo eso, cuando Salvador Allende planteó que su gobierno no se proponía la dictadura del proletariado no hubo conflicto. Era una discusión teórica que no tenía sentido entonces. Si la tendría en este intercambio. Exponerlo tomaría más tiempo del total que dispongo. En todo caso, el meollo es que el concepto de dictadura se remite al carácter del estado y no al gobierno. Asume que todo estado y, por cierto, el capitalista, es una dictadura: una estructura dirigida en última instancia a someter al pueblo a los intereses del capital. Puede hacerlo con gobiernos tiránicos o democráticos. Meditemos sobre hechos concretos como el Código laboral de Piñera, las tarjetas de crédito, los derechos a la educación, a la salud, a la vivienda: todo, con Pinochet y en lo grueso con la Concertación, se define en y para el mercado y ¿quien domina el mercado sino el dinero? ¿Y quien sino el Estado es el que asegura que los «derechos» del mercado, es decir del capital, se garanticen bajo amenaza de la fuerza?
Recabarren definió que dictadura del proletariado « significa obligar a la burguesía a someterse a la voluntad del pueblo (y)...cesará por sí sola ». No tiene nada que ver con « con gobierno de minorías » como se dice en el libro.
No eludo que las formas de funcionamiento de los estados socialistas dieron pié para una interpretación negativa del concepto de dictadura del proletariado ni tampoco eludo insuficiencias en nuestro actuar, formas de tolerancia y seguidismo que existieron. Considero atinada la conclusión expuesta en uno de los textos en cuanto que « los rasgos de pragmatismo y creatividad quedan eclipsados » en nuestra política internacional. Preciso: eclipsados, no negados.
No obstante, identificar al socialismo con las deformaciones que existieron en su construcción en las condiciones de asedio que se le impuso es un paso en falso, soportable en ideólogos y demagogos pero no en historiadores. Por regla general esas violaciones se engloban en el concepto de stalinismo. Mirada la historia sin anteojeras se puede afirmar que la experiencia terrible del stalinismo es producto no sólo del accionar de una persona o un grupo dirigente sino también de la persistente agresión de las fuerzas del capital dirigidas a liquidar el socialismo sin prescindir de ningún recurso por inmoral que fuese.
La agresión constante, abierta y encubierta, en una situación de debilidad relativa del socialismo respecto del capitalismo, empujó la adopción de medidas y formas de dirección que implicaron violaciones de la democracia socialista, alegadas por sus actores, como se dice en los textos, por los riesgos del persistente trabajo de zapa. Esas limitaciones perjudicaron sin duda el desarrollo social limitando la creatividad y participación popular en la construcción de la nueva sociedad como también incidieron en el retardo en el desarrollo de las fuerzas productivas por la concentración de recursos en la contienda permanente. Sin embargo, es un hecho indesmentible que los gobiernos comunistas, más allá de errores o insuficiencias, ponían al centro de su actividad la expansión de los derechos sociales de sus trabajadores y sus logros fueron considerables.
Otro asunto que tiene fuerte centralidad en los textos es nuestra decisión de promover la Política de Rebelión Popular de Masas para enfrentar la determinación de Pinochet de eternizarse en el poder y ejercer el mando por no menos de 18 años desde la imposición del plebiscito si la vida le alcanzaba. El análisis de Tomás Moulian e Isabel Torres equilibra el libro ante interpretaciones equivocadas y algunas simplemente falsas como es el caso de interferencias de la URSS o de la RDA. El centro de reflexión y análisis que efectivamente operó en la RDA, con el que yo mismo trabajé 4 años, abordaba una diversidad de temas y también el de las formas de lucha pero para poner las cosas en su lugar digamos de paso que también elaboró un proyecto de Constitución Política.
Como se constata en el texto, el plebiscito provocó efectivamente “la sensación sicológica de que el autoritarismo se consolidaba por un largo plazo”. Era un hecho previsible que amenazaba debilitar la resistencia. Por eso, las primeras decisiones se hicieron públicas antes de la concreción del fraude. No hubo un cambio de línea sino de la situación política.
La política de RPM implicaba la introducción sistemática y gradual de formas armadas en la lucha contra la dictadura. Presentar eso en contraposición a lo que en la acción de los comunistas es siempre lo principal, esto es la actividad constante y creciente del movimiento de masas más amplio posible, es una afirmación errónea y contradicha por los hechos. La realización de los “apagones” que no provocaban víctimas, los amedrentamientos a sirvientes de la dictadura, excluyendo los actos de terrorismo, y otras acciones ayudaban a sostener la decisión de lucha del pueblo. Se dice en el libro que las jornadas de protesta que adquirieron inmensa envergadura desde 1983 ” fueron el escenario propicio para la aplicación de las nuevas orientaciones ”. La verdad es lo inverso: esa potenciación de la movilización social fue producto por cierto de la agravación de las condiciones de vida del pueblo y también fruto del clima de resistencia que las acciones armadas ayudaban a crear. En la movilización de masas la participación activa de los comunistas no está en discusión. Todo lo hecho en el plano militar operaba con y para la movilización social y la unidad.
Los hechos hablan por sí mismos. Con PRPM en acción se dio un proceso, nada lineal por cierto, de convergencia de las fuerzas antidictatoriales, formada en las sucesivas protestas que culminaron en la Asamblea de la Civilidad, la más amplia agrupación de fuerzas sociales y políticas que haya existido en nuestro país. En ella, junto con el rol relevante que jugaban los representantes sindicales y gremiales se formó un llamado comité político privado en el que participábamos las fuerzas políticas desde la DC al PC. Allí se formó la convicción que había posibilidades de desplazar a la dictadura sobre la base de movilizaciones sociales siempre más fuertes, más prolongadas y más continuas. Las acciones armadas compatibles con esos propósitos eran asumidas por algunos y toleradas por otros. No se discutían en ese espacio.
La idea de que 1986 podía ser un año decisivo no era una consigna comunista sino una idea compartida por las otras fuerzas. De acuerdo con ello se programó un plan de movilizaciones que tuvo su máxima expresión, como se anota en el texto, el 2 y 3 de Julio de 1986 con una combinación de formas de luchas. La etapa siguiente estaba prevista para el 6 al 9 de Septiembre. Ésta tuvo lugar en un cuadro muy distinto. En Agosto la dictadura logró dar un golpe severo: el descubrimiento de la internación de armas. Luego se produjo el fallido ataque a Pinochet y su comitiva. La protesta de Septiembre fue convocada todavía unitariamente pero fue claramente más débil que la de Julio y ese proceso de debilitamiento de esa forma de lucha continuaría. Se descalifica en el texto nuestros esfuerzos por sostenerla. Veremos nuestras razones.
Pero antes unas palabras sobre ese momento. Es indiscutible que sufrimos una derrota y las derrotas tienen costos. Los tuvieron en el movimiento social y también en el plano interno, como lo detallan prolijamente los autores. En el Partido se expresaron en dos vertientes: quienes asumieron el camino de la solución pactada y quienes sostenían la vigencia de las formas armadas de lucha como línea esencial y autónoma. La dirección del Partido no compartía ni una ni otra e hizo todo lo posible para elaborar en común una línea única concordada democráticamente. No tuvimos éxito. Las tensiones del período condujeron a rupturas dolorosas. Será bueno saber que no pocos de los mencionados en los textos han restablecido, de formas distintas, su relación con el Partido. Mencionó a María Maluenda que ha recuperado su militancia y a jóvenes ya no tan jóvenes del FPMR que han hecho lo propio o que sin militar colaboran con el Partido. Otros siguieron su camino.
No obstante la derrota sufrida, la significación de estas acciones en el fin de la dictadura es tratada por algunos de los autores de un modo que creo equivocado. En los hechos, las formas y la fuerza de movilización de ese período forzaron la intervención directa del gobierno norteamericano, no en aras de la democracia sino para evitar el riesgo de una salida a la plebeya que emergió como peligro real y que, aunque temporalmente contenida, podía reproducirse. Constataron que la dictadura estaba agotada y que había que actuar para un cambio acotado a sus intereses. La intervención se hizo en dos direcciones simultáneas: sobre la dictadura imponiendo que debían garantizar un plebiscito real y reconocer sus resultados y sobre la oposición que debía excluir al Partido Comunista y aceptar el plebiscito como vía de salida y alcanzar con la dictadura un pacto de garantías. El rol de Eduardo Boenninger en estas operaciones es claro. La elección de P. Aylwin como presidente de la DC, en una elección que luego se supo fraudulenta, es parte del operativo para abrir paso a la solución pactada. Además, fue designado un embajador ad hoc para presionar a Pinochet y supervigilar el proceso.
En este cuadro hay que juzgar nuestros esfuerzos por continuar las protestas para lograr la derrota de la dictadura. No apoyamos una salida pactada. Algunos autores estiman “ambigüedad” nuestra ante el plebiscito lo que habría facilitado su tarea al sector DC opuesto a una relación con los comunistas. No era ambigüedad, era una convicción que ese camino era dañino. No tuvimos éxito en revertir la tendencia y cuando concluimos que era así llamamos a la inscripción electoral con la consigna NO Hasta Vencer. No conocíamos entonces detalles del acuerdo impulsado por EE.UU.. Inscribiéndonos se establecieron relaciones con la Concertación para impulsar la movilización electoral y adoptar medidas para evitar el fraude y enfrentar las reacciones de la dictadura ante su eventual derrota. Operábamos en dos estructuras distintas con coordinaciones ad hoc.
El día del Plebiscito me correspondió junto a Enrique Krauss asegurar el enlace de ambas estructuras. Nos encontramos poco después del inicio de los cómputos. Krauss me informó que lo que ellos tenían computado mostraba la victoria del NO. Allí escuchamos el ridículo primer resultado entregado por Cardemil con cifras mínimas que daban ganando el sí. A los minutos, desde el departamento, sentimos bocinazos de pinochetistas celebrando. Le planteé que debían dar lo que tenían de resultados reales con urgencia. Concordó y llamó a su Comando. Felizmente se hizo y el tiempo de Pinochet para forzar un nuevo golpe se redujo y no logró imponerlo.
Algunos autores cuestionan otras decisiones nuestras. Se lee: “ a pesar de adelantar su apoyo al candidato presidencial de la Concertación, (el PC) se opuso al Plebiscito de Julio de 1989 para reformar un conjunto de artículos de la Constitución acordados entre la Coalición opositora y el régimen militar ” y agregan unas líneas después “ en este sentido las esperanzas en el proceso…decían relación, más que con la construcción de un orden factible y estable, con las potencialidades revolucionarias del proceso. El núcleo dirigente del PC asumía las tareas democráticas desde la óptica del leninismo ortodoxo ”.
Si leninismo ortodoxo es construir un sistema realmente democrático tienen razón. En efecto, ese plebiscito, por las concesiones hechas, significó mantener lo esencial de la Constitución pinochetista, entre otras cosas mantener el sistema binominal y el sistema de quorums calificados que dan el derecho de veto a la derecha. En estas condiciones, se impuso un sistema de cogobierno que ha impedido que se cumplan los compromisos de 1989 y a 20 años estamos ante el riesgo de la toma del control del Gobierno por la derecha. El último resultado electoral confirma la perversidad de los acuerdos del 89: con un 23,13% de los votos la UDI contará con 40 diputados, un 33,33%. Recién hoy se compromete la lucha por el cambio de la Constitución ante la evidencia de que afeites y nuevas firmas no bastan.
Es un hecho que el fin de la dictadura se produjo en un cuadro nacional e internacional muy negativo para nuestras políticas. Se impuso y consolidó la salida pactada que promovió el sector hegemónico de la Concertación, se rompió la unidad socialista-comunista, se produjo la implosión del campo socialista y la reafirmación de la hegemonía del imperialismo. Ello conmovió a muchos militantes que adoptaron posiciones de confrontación con la Dirección del Partido. No obstante, la abrumadora mayoría, en particular su base proletaria, mantuvo su adhesión sin que eso significara que no asumieran la necesidad de una reflexión seria sobre cambios que demandaba la nueva situación. Procesos parecidos se daban en muchos otros partidos comunistas.
Nuestra reflexión nos reafirmó que el carácter de partido de clase, constructor de unidades amplias, promotor de una democracia real, asentado en la movilización social, son rasgos irrenunciables. Las propuestas, probablemente bien inspiradas, de seguir la huella del euro-comunismo, no encontraron acogida en nosotros. Mirando la experiencia de los partidos que la promovieron creo firmemente que tuvimos razón: el PC de Italia, un partido maravilloso, el más potente del mundo occidental, con personalidades de la envergadura de Enrico Berlinguer y otros, asumió ese camino y hoy no existe. Procesos semejantes experimentaron otros partidos que siguieron esa huella.
El riguroso cumplimiento del acuerdo de aislar a los comunistas asumido por dirigentes de la Concertación se materializó. Ello no fue óbice para que apoyáramos a Aylwin en la elección presidencial y que, en primera fase, nos declaráramos en posición de independencia crítica respecto de su gobierno como se constata en el libro. Evaluando el actuar del Gobierno resolvimos en 1991 declararnos fuerza de oposición. La apreciación de los autores de notas sobre este período se expresa en descalificaciones que debo comentar. Sostienen: “ El PCCh en suma, homologó en su retórica a la Concertación con la dictadura en cuanto a modelo económico y, además, en cuanto enemigo político ”. ¿Dónde la viste? Es una prueba patente del peso deformante que puede tener la subjetividad personal en la escritura de la historia.
Líneas más adelante se escribe críticamente que “ se reafirmaba el objetivo central de la colectividad: la acumulación progresiva de fuerzas para un salto revolucionario que produjera la ruptura con las estructuras autoritarias y neoliberales que persistían ”.
Efectivamente es así por la simple razón que somos Partido Comunista.
La constatación que vivimos una situación de aislamiento corresponde a la realidad. Hicimos la travesía del desierto no 40 días sino casi 20 años. Si esa era condición de nuestra permanencia como partido revolucionario no había más que asumirla. Que en ese período de acoso hayamos cometido errores no puede ser descartado pero eso no autoriza para descalificarnos con términos que el uso mediático de los poderes dominantes ha convertido en agresiones y así son usados en el texto. Sólo un ejemplo: se dice que denunciábamos a los compañeros socialistas “ en un tono que hacía recordar las imprecaciones kominternianas ” Creo que es un exceso impropio de historiadores más si se tiene presente que a fin de cuentas en nuestro país las ideas de Recabarren resistieron las indicaciones de los emisarios.
La democracia de los acuerdos, la justicia en la medida de lo posible, la permanencia del predominio del neoliberalismo, (somos un país que está entre los 15 primeros en cuanto a normativas procapitalistas y entre los 15 últimos en cuanto a distribución de ingresos) nos tiene al borde del despeñadero.
Si se imponen las fuerzas del pasado los efectos sobre nuestro pueblo serían graves. Lo serían también para otros pueblos de América Latina. Pero, nuestra visión profundamente crítica de las políticas que han llevado adelante los Gobiernos de la Concertación no nos nubla la vista. Por eso en estos días, junto a nuestros aliados, nos batimos para que triunfe el candidato de la Concertación: votar aunque duela dicen muchos de los nuestros y lo harán: eso es prueba de nuestra condición de partido revolucionario.
Agradezco a los autores la realización de este trabajo que me ha enriquecido. Las valoraciones como las observaciones críticas son parte de una dialéctica creadora al menos para mí. Desearía que lo fuese para otros pero como se dice en nuestro pueblo “la libertad es libre”
Les robo un minuto adicional para una anécdota
Un banquero alemán oriental que lo fue en el socialismo y que sobrevivió como tal en el capitalismo. Edgard Most dice en sus memorias: « En el período del Banco del Estado (de la RDA) en el centro de las decisiones que tenía que tomar aparecían, en el siguiente orden, esta preguntas: ¿para qué le sirve al Estado, a la sociedad? ¿Es útil para las empresas, para el trabajo? y recién en tercer lugar, ¿para que le sirve al Banco? Con el capital privado hay una completa inversión de los valores: la primera pregunta es la de saber para que le sirve al Banco.»
Esta máxima del gran capital está en el origen de la crisis en curso y si no cambiamos el sistema esto se reproducirá periódicamente como lo comprueba la historia del capitalismo.
Por tanto, la renuncia a la perspectiva del socialismo sería una tremenda inepcia. Es claro que ese socialismo no consistirá en volver atrás la rueda de la historia. Para ver claridad en ese proceso hay que echar a un lado la denigración interesada de los que defienden de manera abierta o encubierta la permanencia del capitalismo y para peor en su forma neoliberal actual que hace hoy más válida que ayer la conclusión de Rosa Luxemburgo: «Socialismo o Barbarie».

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