martes, 12 de enero de 2010

¡Leed, leed, malditos!

Constantino Bértolo
Público

ERE que ERE, la crisis avanza y según las últimas noticias está acercándose a los centros comerciales y a los primeros bloques de pisos adosados. Presuntos clientes de esa industria del ocio que llamamos literatura escudriñan cada mañana la cara de la jefa de Recursos Humanos tratando de adivinar el estado de salud de su tarjeta de crédito.
Pero no hay que asustarse: ese heroico 50% de españoles que han logrado leer un libro al año a pesar de Trento, de la Santa Inquisición, del púlpito, del colegio de monjas y frailes, de José María de Pereda, de la tele y de las campañas de promoción de la lectura, no está dispuesto a renunciar al vicio impune y no demasiado caro. Leer nos salva de la muerte, dicen los autores cuando se ponen estupendos. Los libros son ese amor que nunca te maltrata, repite hasta la saciedad el marketing. ¡Leed, leed, malditos!
Ya sabemos que cada vez se venden más ejemplares de unos pocos títulos mientras los restantes rotan y rotan como huérfanos que esperan la mano de nieve que sabrá valorarlos, algo cada año más difícil dado el calentamiento del marketing editorial que sufrimos por mucho que las pequeñas editoriales sigan hurgando en las minas abandonadas en busca de las literaturas olvidadas. Lo único complicado es averiguar quién será el nuevo Stieg Larsson que salve a los editores de las devoluciones, a los libreros del fin de mes y a los lectores de las dudas. Menos mal que los narradores de hoy están tan domesticados que es de esperar nos ofrezcan novelas de catástrofes, extrañas epidemias o historias con nazis al fondo, mujeres vengadoras y sin escrúpulos, misterios en trama, gotitas de metaliteratura, un buen puñado de erotismo explícito y salpicón de nuevas tecnologías.
Previsiones: La novela histórica dará sus últimas boqueadas, la narrativa tecnocostumbrista agotará su propia novedad, se editarán tres ensayitos semiológicos sobre Belén Esteban, la poesía seguirá tan correcta y, como siempre, la novela negra será lo que leamos cuando estemos cansados de leer y releer las páginas de nuestras vidas malvendidas. Y los libros electrónicos al acecho.
Fuente: http://www.publico.es/culturas/284054/leed/leed/malditos/literatura

Feminismo, capitalismo, globalización y vida cotidiana

Reseña de "La mercantilización de la vida íntima. La casa y el Trabajo"
Luis Roca Jusmet
Rebelión

La mercantilización de la vida íntima la casa y el trabajo Arlie Russell Hochschild Traducción de Lilia Mosconi 383 páginas Ed. Katz, 2009
Desconocida en nuestro país Arlie Russell Hochschild ( Massachussets, 1940) es una interesante socióloga especializada de la situación de la mujer en el tardocapitalismo. Este libro, tan denso como extenso, reúne varios ensayos con un hilo conductor común. que la autora presenta en la introducción en forma de preguntas: ¿ Que cosas influyen en el amor y el cuidado ? ¿ De qué manera ha cambiado esta situación desde que la mujer ha pasado de estar al margen de la vida mercantil en el siglo XIX a estar cada vez más incorporada a ella a principios del siglo XXI ?. Los temas implicados son variados y complejos: emoción, género, capitalismo, globalización; todo ello en un marco cultural específico, que es EEUU pero con un interés que lo trasciende porque ésta sociedad es, sin duda, el paradigma de la lógica del capitalismo por venir. También vale la pena mencionar las idea con la que se cierra el libro: en el último cuarto de siglo el capitalismo USA está integrando ideológicamente el feminismo pero de una manera interesada y parcial, incorporando lo que cuadra con el capitalismo y el individualismo; pero lo ha hecho prescindiendo de toda la reorganización que implicaba el equilibrio entre la vida económica y la vida privada de la mujer trabajadora.
Los cinco ensayos son complementarios y reflejan la coherencia, el rigor y la claridad de la socióloga y aunque todos son interesantes creo que algunos son extraordinarios. El mejor es el cuarto (“La ecología del cuidado”) que consta de tres artículos : “Amor y oro” ( muy influenciado por la perspectiva de Marx), “La geografía emocional y el plan de vuelo del capitalismo” ( inspirado en el punto de vista de Durkheim) y la cultura de la política”. En “Amor y oro” trata de la tendencia global a importar amor y cuidado de los países pobres a los países ricos. Si la desigualdad progresiva entre estos conjuntos de países lleva a que las personas con más talento y capacitación de los países pobres sean absorbidos por los países ricos al mismo tiempo las mujeres de los países del Sur deben abandonar a las personas que dependen de ellas ( hijos, padres...) para ocuparse de personas dependientes de los países del Norte. Y aquí se da una transferencia emocional, ya que estas mujeres acaban proyectando su amor hacia las nuevas personas que dependen de ellas. Pero, cómo bien dice la autora, este sentimiento de amor no es el originario ya que no solo cambia de destinatario sino que también se transforma en el nuevo escenario; y esto como producto de la combinación de tres factores: la ideología estadounidense sobre los vínculos materno-filiales, la soledad de la mujer y la nostalgia de los hijos de los que se han separado por necesidad. Continua siendo una forma de imperialismo, ya que si antes se saqueaban los recursos materiales ahora son los emocionales, pero la autora también considera que el desarrollo de un país con respecto a otro genera siempre migraciones y lo que hay que plantear es elevar el valor del trabajo realizado por las cuidadores. Por otra parte, y aparte de la lucha por eliminar la tendencia a aumentar la desigualdad Norte/Sur e invertirla, se trata de involucrar al padre de todos los países en la realización de las tareas del cuidado y de esta manera ir contra el traspaso de estos trabajos hacia las clases sociales más pobres.
En “La geografía emocional y el plan de vuelo del capitalismo” parte de la constatación de la aceleración progresiva de la vida laboral y familiar en EEUU. Cada vez hay más madres que trabajan fuera de casa, cada vez se trabajan más horas ( EEUU es el país industrializado donde se trabajan más horas al año, superando al mítico Japón) y los empleos no tienen flexibilidad horaria. Delante de ello hay tres posibilidades : o “racionalizar” la vida familiar dejándola en manos de expertos ( canguros, cuidadores, servicio de limpieza...), o volver a la solución tradicional ( hombre en el trabajo, mujer en casa) o bien, como defiende la socióloga, adecuar al horario laboral al familiar y repartir el cuidado y el trabajo doméstico entre hombres y mujeres. Pero en EEUU lo que domina es una vida cada vez más centrada en el trabajo, al que se quiere convertir en un lugar estimulante para los dirigentes y trabajadores cualificados, donde puedan desarrollar una vida social y lúdica. Y lo familiar conducirlo hacia el área privada, ya que al mismo tiempo se reducen cada vez las políticas públicas de apoyo a la familia y a las personas dependientes. Un tema inquietante y muy palpable en EEUU que es como cada vez las personas se implican más en el trabajo ( tanto hombres como mujeres) al que consideran su lugar de realización personal mientras la vida familiar se reduce a un lugar residual de tensiones y conflictos.
Todo esto enlaza con el tercer artículo, donde la socióloga plantea las cuatro alternativas políticas referidas al cuidado : la tradicional, la postmoderna, la moderna-fría y la moderna-cálida. Las dos primeras son las propias del neoliberalismo : si es posible que la mujer se ocupe del cuidado mientras el hombre se dedica cada vez más al trabajo ( tradicional, como ocurre en Suiza y Portugal ) si no lo es que la mujer haga de la necesidad virtud y se ocupe de todo de la mejor manera posible, ayudada en parte por el Estado ( combinación de postmoderna y moderna-fría, como en EEUU). La mejor alternativa sería la cuarta, la moderno-cálida, que es la que impera en los países nórdicos ( Dinamarca, Noruega y Suecia). Esta opción implica adaptar el sistema laboral a las exigencias del cuidado, corresponsabilizando a hombres y mujeres del cuidado y una política pública de apoyo a este equilibrio.
En el resto del libro hay también otras cosas destacables, como los dos primeros artículos del primer ensayo ( “Una cultura de la desinversión psíquica”) que se titulan “El espíritu mercantil de la vida íntima y la abducción del feminismo” ( que como dice la autora tiene un aire muy weberiano) y “ La frontera de la mercancía”. Hay aquí analizadas dos cuestiones de gran interés : el primero es el ideal masculina que se ofrece a la mujer muchas veces en nombre de un supuesto feminismo y el segundo el peligro que tiene aplicar conceptos mercantiles a la vida personal : gestión, cliente, productividad, competencia, oferta y demanda....
En el tercer ensayo ( “El dolor reflejo de una sociedad conflictiva”) hay dos artículos que son igualmente imprescindibles : “El colonizador colonizado” y “La familia fracturada”. En el primero hay que criticar que la traductora ( en general muy correcta, aunque nos choquen algunas expresiones latinoamericanas) porque la traducción elegida para el título invierte totalmente el sentido del texto. Porque no es “el colonizador el que resulta colonizado” sino que es este último el que hace de transmisor de las ideas del colonizador. Con este título ( “El colonizado colonizador”) sí entendemos de lo que trata el capítulo, que es el del papel de la madre que transmite a la hija la ideología de la sumisión; y al mismo tiempo esto nos permite abordar con toda la complejidad de relaciones ambivalentes entre madre-hija en una sociedad patriarcal. El segundo artículo trata de las transformaciones de la familia en las últimas décadas, siempre tomando como referencia EEUU, el país con más divorcios del mundo y en el que se prevé que el 60% de las mujeres serán las responsables de una familia monoparental en un país en el que la mayoría de hombres divorciados se desentienden de sus hijos.
Como última referencia al contenido del libro no quiero olvidarme de dos artículos muy preciosos del último ensayo ( “Un yo imbuido de sentimientos”) que son “La capacidad de sentir” y la elaboración del sentimiento”. Aquí hay un trabajo muy innovador y sugerente sobre como las convenciones y la ideología reglamenta los sentimientos. Parte de los trabajos del mejor representante de la sociología de la vida cotidiana, Erving Goffman pero con la pretensión crítica de cubrir un aspecto que él no desarrolla, que es el emocional. La cuestión central es la de cómo elaboramos socialmente los sentimientos, aunque creo que falla una distinción más precisa de lo que es una emoción y un sentimiento, que de esta manera queda en la ambigüedad. La distinción del filósofo y neurocientífico Antonio Damasio, que considera la emoción como la base reactiva corporal y el sentimiento como la conciencia que tenemos de ella hubiera dado más juego. Igualmente creo que sería fecundo tener en cuenta las aportaciones de corrientes psicoanalíticas más interesantes que las que circulan por EEUU, que es la única que la autora considera en el texto.
En todo caso el libro es muy potente y abre un campo de reflexión psicológica, sociológica y política bastante desconocida en nuestro país. Una vez más muestra el error de aquellos que como Wilheim Reich consideraban que la familia es la estructura ideológica básica del capitalismo. En esta etapa de globalización se cumple la previsión de Marx de que la lógica del capitalismo acaba destruyendo todos los lazos tradicionales, incluido el de familia. Quizás la relectura de Un mundo feliz de Aldous Huxley nos diga bastante sobre lo que puede llegar a ser la reproducción social en los países del Norte. Y lo que es fundamental en el libro que tratamos es la relación entre la lucha de la mujer, que es uno de los elementos básicos de la democracia entendida como la lucha para acceder al poder de todos aquellos que están discriminados, y los intentos del capitalismo de desintegrarla en una ideología que sólo responde a sus intereses.

domingo, 10 de enero de 2010

Para investigar las valijas del alma

10-01-2010
Se reedita "Bajo la Lluvia" de Juan Gelman y Carlos Alonso
Silvina Friera
Página 12

“Lo leo como si fuera de otro. Me reconozco en ellos, sin duda, pero tomé distancia”, señala hoy el poeta. Más allá de la inevitable distancia que impone el tiempo, el libro propone una sumatoria de letra y dibujo de intensidad apabullante.
Un hombre cierra los ojos bajo un solcito romano que lastima. Los párpados pesan; el odio, el furor y la pena le taladran el corazón. Ya le informaron que su hijo y su nuera tuvieron una suerte nefasta y que una criatura nació en cautiverio. Ese hombre es Juan Gelman, replegado en Italia, el primer país donde se refugió, doblemente condenado a muerte, por la dictadura militar argentina y por Montoneros, bloqueado creativamente –lleva cuatro años sin escribir una línea–, con los tajos del pasado a flor de piel. Necesita exorcizar los fantasmas. Se pregunta en qué lengua podría hablar la soledad. No sabe, pero se propone averiguar. “No debiera arrancarse a la gente de su tierra o país, no a la fuerza. La gente queda dolorida, la tierra queda dolorida”, escribe conjurando la parálisis. “Nacemos y nos cortan el cordón umbilical. Nos destierran y nadie nos corta la memoria, la lengua, los calores.” Poco a poco fue componiendo un mosaico de lúcidas reflexiones sobre la ausencia, el dolor, el exilio. Bajo la lluvia ajena, publicado originalmente en 1984, se acaba de reeditar por Libros del Zorro Rojo y Fundación Nuevo Mundo, ilustrado con las aguafuertes que Carlos Alonso realizó durante su exilio, también en Roma, que permanecieron inéditas durante treinta y cinco años. La combinación resulta magistral: son veintiséis fragmentos de una intensidad apabullante, a caballo entre la prosa y el poema, con doce maravillas visuales desgarradoras.Ríos de la congoja
El cerebro detrás de esta cumbre de figuras capitales de la cultura latinoamericana es el escritor y editor argentino Alejandro García Schnetzer, residente en Barcelona. En el prólogo compara las vidas de Alonso y Gelman como “dos ríos que paralelamente discurren; han compartido y comparten verdades, convicciones, voluntades; han conocido persecuciones, tragedias, exilios”. Ciertamente, como añade a continuación, “a su modo, cada cual supo integrar esas experiencias al orbe de sus creaciones”. Paloma y Marcelo, sus hijos, fueron víctimas de la dictadura militar. Los caminos apenas se bifurcan: el poeta pudo recuperar el cadáver de su hijo; el pintor aún no sabe dónde está el cuerpo de Paloma. Ambos desgranaron una y mil veces “la negra pena” en el destierro en Italia. Ni siquiera se cruzaron por esas callecitas romanas que abruman con tanta belleza a cada paso que se da. Sortearon la parálisis, el silencio y volvieron a escribir y a pintar. “Ante cosas como ésas, hay una pérdida de confianza en la humanidad”, afirmó Alonso. “Un poeta decía: ‘El asesino desequilibra la naturaleza’, y es así, desequilibra la propia naturaleza y lo que uno entiende como equilibrio general del comportamiento.” Cuando emprendió el viaje de vuelta a la Argentina, se dedicó a pintar paisajes. “Mi quiebre fue con las personas, hacía árboles porque no quería siquiera bocetar la figura humana. Sentía en verdad que se me había quebrado el mundo.”
A Gelman le tocó también remontar cuatro años en Roma sin poder escribir: “El exilio produce una honda sensación de desamparo, de vivir a la intemperie”. Bajo la lluvia ajena, subtitulado Notas al pie de la derrota, representa el regreso a la palabra. Alonso se negó a ilustrar el texto en tiempo presente con nuevos trabajos. “Muchas cosas deberían cambiar para tratar de nuevo el pasado”, explicó. “Pero al mismo tiempo siento que el texto está ilustrado por mí, especialmente ilustrado por mí, pero ilustrado en el mismo momento en que fue escrito, porque las preocupaciones, el sentimiento, incluso las metáforas que yo trabajaba entonces, eran coincidentes con las de Juan.” El 5 de marzo de 2009 llovía en Buenos Aires. Alonso y Gelman compartieron la tarde, conversaron sobre la obra y las aguafuertes que la integrarían. Cuando Gelman las vio, dijo: “No son ilustraciones, Carlos, son mucho más”.Las valijas del alma
“Es difícil reconstruir lo que pasó –se lee en el primer texto del libro–, la verdad de la memoria lucha contra la memoria de la verdad. Han pasado años, los muertos y los odios se amontonan, el exilio es una vaca que puede dar leche envenenada, algunos parecen alimentarse así.” En este viaje introspectivo, el poeta bucea en las sensaciones cotidianas, luego de haber sido arrancado de la Argentina, lejos de su propio hijo, su nuera y sus amigos desaparecidos. La ropita de los exiliados está en el ropero, pero no han deshecho las valijas del alma. La primera reacción es negar el país donde se está, negar su gente, su idioma; rechazarlos como testigos concretos de una mutilación. Ni el cielo ni el sol son los mismos. “Las voces del rocío se parecen a las voces del rocío. Una pequeña lengua lame y las diferencia, las distancia. Mi rocío del sur o cabellera o cristalina madrugada sobre los pechos del combate. No rocía lo mismo sobre el Mercado Común Europeo, el más común de los mercados.”
Los pies de Alonso, como los de Gelman, se arrastran “en ríos de sangre seca”, pisan otras tierras; “la cosa es que viva yo en otras tierras sin mentirme, sin mentir”, advierte el poeta. Duele la derrota, pero entre los deberes del exilio está, en primer lugar, no olvidar el exilio, como subraya en uno de los poemas: (...) y vos / corazoncito que mirás / cualquier mañana como olvido / no te olvides de olvidar olvidarte /. Roma recibió a un poeta y un pintor heridos y hambrientos de justicia. ¿Hasta dónde este exilio exterior coincide con otro más profundo, interior, anterior? Las preguntas brotan como si fueran yuyos imposibles de extirpar de la tierra. “Hierven los argenguayos, urulenos, chilentinos, paraguayos, están tirando de la noche sudamericana, rechinan de almas en silencio, su verdadero trabajar”, describe el poeta esa Babel sudaca a la intemperie. A veces el tono se eleva por el fuego de la bronca y despotrica contra los “profesores del exilio, sociólogos, poetas del exilio, llorones del exilio, alumnos del exilio, buenas almas con una balancita en la mano pesando el más el menos, el residuo, la división de las distancias, el 2 x 2 de esta miseria”.El dolor de la palabra
Hasta cuando recuerda a su padre ucraniano, que huyó a la Argentina para no cumplir con los veinticuatro años de servicio militar que le tocaron por sorteo –y que “por obra y gracia del zar” se convirtieron en veinticinco–, emergen los pies. Como si recién arrancado de cuajo de la tierra, descubriera, repentinamente, esa parte que es una de las más olvidadas del cuerpo. Su padre llegó a América con una mano atrás y otra adelante, para tener bien alto el pantalón. “Yo vine a Europa con una alma atrás y otra adelante, para tener bien alto el pantalón. Hay diferencias, sin embargo: él fue a quedarse, yo vine para volver”, compara Gelman. “Nunca te olvidaré, en la oscuridad del comedor, vuelto hacia la claridad de tus comienzos. Hablabas con tu tierra. En realidad, nunca te sacaste esa tierra de los pies del alma. Pieses lleno de tierra como silencio enorme, plomo o luz.”
En los primeros años de su exilio, Gelman se reunía con los líderes principales de la socialdemocracia europea para conseguir una condena a la dictadura militar argentina. El poeta volvió clandestinamente a Buenos Aires en mayo de 1978, caminó por el centro y por los sitios que solía frecuentar. Leyó los diarios de la época como La Opinión, donde alguna vez trabajó y que alguna vez fundó, y descubrió que un compañero intelectual de la izquierda (ex compañero o ex izquierda) sumaba su vocecita paga a la propaganda de la dictadura militar. “Hago esfuerzos y no alcanzo a recordar su nombre. Era cuentista, o algo así, como su mujer, que se cagaba en Rosa Luxemburgo desde posiciones de izquierda. Tenía un ano de izquierda que no le habrá impedido evacuar la pitanza militar”, ironiza el poeta en el texto XIX. Luego regresaría a Roma y un año después se desataría el vendaval de la Contraofensiva montonera, tragedia que marcó el final de la organización.
Hay un texto dedicado a César Fernández Moreno y una carta para el “querido Paco” (Urondo), en la que recuerda la casita de Ciudad de la Paz, donde comieron y chuparon bien, y la casa clandestina de Constitución, donde Paco le anunció que la organización lo enviaba a Gelman a Europa. “Sigo pensando, hace años que lo pienso –¿cuatro?, ¿cinco?–, que era mejor que te mandaran a Roma a vos. Ahora estarías haciéndote de comer en tu casita, recordándolo al Moro, recordándome, lejos, cerca”, confiesa el poeta en la crónica más extraordinaria del libro. “No me quiero morir en lugar tuyo, aunque a veces quisiera estar en tu lugar. Lo que pasa es que una vez me dijiste que ibas a vivir ochenta años y yo te creí. Y todavía te creo.” La equivalencia visual se potencia. En la ilustración de Alonso que complementa esta carta hay dos manos con dedos gruesos, nudosos, agrietados, sufrientes; en una se apretuja un cigarrillo, en la otra se sostiene una pluma que está a punto de deslizarse sobre un papel. ¿Qué quiere garabatear esa mano? Un dibujo, acaso la fisonomía de la hija desaparecida, o una carta al amigo asesinado, o el inventario de víctimas, consignar sus nombres para no olvidarlas. Al ver esta imagen viene a la mente una frase patentada por Gelman: “La poesía nace del dolor de la palabra”. La poesía de Alonso, amasada en el exilio y la derrota, también surge del dolor.
La reedición de Bajo la lluvia ajena enfrenta a Gelman con ese puñado de textos. “Me he alejado de eso, han transcurrido treinta años y los sentimientos se modifican y se entrelazan con nuevas visiones y circunstancias de la vida. Lo leo como si fuera de otro. Me reconozco en ellos, sin duda, pero tomé distancia”, aclara. “Porque no se puede vivir en el pasado, eso trae mala suerte.” A pesar de la distancia, siempre sana y necesaria, los pormenores de su exilio, la memoria y la sensación de derrota lo visitan de vez en cuando, aunque sean experiencias archivadas en su pasado. Pero algunas “máximas” resuenan como si fueran ecos de los tiempos inmemoriales de la humanidad: “Quien contempla el exilio es absorbido por él”, “Lo que me duele es la derrota” o “Los exiliados son inquilinos de la soledad”. A diferencia de otros “inquilinos” que han abandonado el barco de los ideales por los que supieron luchar, el poeta nunca fue carne de cañón del arrepentimiento. Ha seguido escribiendo y conquistando premios –el Cervantes lo ha coronado como el mejor poeta en lengua española–, encontró a su nieta y ya no le importa que las musas lo abandonen. Nadie –ni esas ingratas muchachas, en caso de dejarlo– podrá amputarle la memoria, ni cortarle la lengua.
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/17-16586-2010-01-09.html

sábado, 9 de enero de 2010

El Can Cerbero

Sobre el libro Una flor en el juzgado de Fernando Alonso Abad
Mikel Arizaleta
Rebelión

En la mitología griega, confusa y de perfiles de ensueño, Cerbero era el perro del Hades, monstruo de tres cabezas y una serpiente como cola. Guardaba la puerta del Hades, del Averno, para que los muertos no salieran y no entraran los vivos. Permanecieran mundos estancos. Estigia era uno de los ríos infernales, que rodeaba el Hades. Límite y muga entre la tierra y la región de los muertos; y Heracles aprendió a entrar y salir del Hades cruzando el río Aqueronte en la barca de Caronte. Y aprendió también a domeñar a Cerbero.
Miguel de Cervantes Saavedra escribió una obra perruna: El Coloquio de los perros, de Berganza y Cipión en el hospital de la Resurrección de Valladolid. Cipión escucha las andanzas de Berganza: “Habla hasta que amanezca… que yo te escucharé de muy buena gana, sin impedirte sino cuando viere necesario”. Esta actitud de escucha psicoanalítica es mantenida por “Cipión” a lo largo de todo el relato, estimulando a “Berganza” a la investigación: “Antes que pases adelante, Berganza, es bien que reparamos en lo que te dijo la bruja y averigüemos si puede ser verdad la gran mentira a que das crédito”.
La vida de un perro se puede medir en amos. Y Berganza hace un recuento de los señores a los que ha servido: carniceros de Sevilla, pastores de ovejas, defraudadores como el aguacil Nicolás el Romo, el escribano, el rico mercader, el atambor, los soldados… hasta los gitanos de uña larga. Cipión contrapuntea el diálogo con Berganza con pensamientos de carácter filosófico. Dice Omar Delgado que “a través de los perros cervantinos es posible ver una estampa múltiple y colorida de la España del siglo XVI, mas no la de los palacios y los nobles, sino la de los ladinos y pícaros…, más bien su tono es de burla y sarcasmo… Tal vez la tesis más peligrosa del Coloquio cervantino de los perros fue insinuar que los sufrimientos del ser humano no provenían del diablo sino de Dios mismo, afirmación que a más de uno le hubiera mandado directo a la leña verde y a la hoguera”. En Cervantes como en Sigmund Freud la distinción entre fantasía y realidad es problema central en su obra.
Una flor en el juzgado lo escribió Fernando Alonso Abad desde la cárcel de Villena en el 2006 y en el 2009 Hiru lo ha hecho libro. Su afán en ese diálogo largo de preso, que es el libro, es sembrar la duda de la tortura en un juez, español, duro y leguleyo de la Audiencia Española, que ya desde joven sabe que “las zonas problemáticas son las mejores para quien pretende ascender profesionalmente con rapidez… Navarra significaba zona de guerra. País vasco… significaba que el Estado de Derecho era agredido sistemáticamente y que la Justicia española tenía un papel a desarrollar que bien podía calificarse de heroico. Me pareció el lugar ideal para iniciar mi carrera judicial desde una base firme y comprometida. Allá podría lograr en pocos años lo que fuera de aquellas cuatro conflictivas provincias nos costaría décadas. Era un joven ambicioso que quería llegar lo antes posible a lo más alto”.
En un momento de su meteórica carrera el juez Vallejo encuentra acomodo y hueco en la Audiencia Nacional de Madrid, y María Leire Uztarun, su joven esposa Navarra, comenta: “Aquí en Madrid vivo en esa bendita tranquilidad de los que se consideran inmaculados, de los que no miran cuando lo que hay que ver no conviene, de los que pagan los impuestos para que otros hagan el trabajo sucio por ellos y así poder seguir manteniendo las manos blancas. Ya ni sigo lo que ocurre cada día en mi país. Lo hago para no sufrir. Si volviera a abrir los ojos, las contradicciones serían tan insalvables que no podría seguir con mi marido…”.
Y un buen día el juez, con la duda ya en los ojos, sí quiere saber qué ocurre durante los interrogatorios en el transcurso de los cinco días de incomunicación, porque si, como dice el médico forense “era indiscutible que los detenidos no colaboraban ni lo más mínimo en los interrogatorios, sin embargo los informes policiales, que se presentaban elaborados sobre las declaraciones de los detenidos eran, en muchas ocasiones, pródigos en detalles, abundaban las delaciones e incluso las autoinculpaciones de los arrestados, dándose casos de atribuirse crímenes en los que posteriormente quedaba probado que no habían podido participar de no darse la facultad de la ubicuidad. Los detenidos no colaboran con los interrogadores y, sin embargo, todos eran presentados posteriormente ante el juez de Instrucción, sin exclusión, acompañados de su correspondiente declaración policial. Era una curiosa contradicción…”. El libro del periodista preso-político-vasco recorre, como Caronte, el mundo de las tinieblas convirtiendo el diálogo de perros en retrato psicoanalítico de una Audiencia Nacional, que hace tiempo dejó de lado la justicia y los derechos humanos para mirar a otra parte. También en Una flor en el juzgado la fantasía y la realidad se convierten en problema central. Un libro que merece leerse. “Y sobre la pantalla de sueños del firmamento silente proyectaron sus recuerdos”, él y ella.
Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

jueves, 7 de enero de 2010

Isabel Allende, incendio bajo el mar

Reflexiones críticas sobre la última novela de Isabel Allende al hilo de su reciente visita a Chile
Galo Nómez
The Clinic

Isabel Allende, la escritora, o al menos la que firma libros, acaba de hacer una breve visita a Chile, para promocionar su última novela, titulada La isla bajo el mar. En las conferencias y entrevistas que ofreció, se explayó sobre sus tópicos recurrentes: elogios a los gobiernos de la Concertación –sobre todo al actual, por un asunto de solidaridad de género-, remembranzas del improductivo feminismo de los años 1960, y ataques virulentos y emocionales contra lo que ella califica de “vacas sagradas”: los literatos chilenos que gracias a sus méritos han obtenido el Premio Nacional de Literatura que a su persona le ha resultado esquivo. Por cierto, ninguno de estos temas guarda siquiera una remota similitud con la trama de su engendro, que trata de una esclava dominicana. A estas alturas, resulta imposible evitar retrotraerse a ese infantil chiste del “incendio bajo el mar”.Dejemos las cosas en claro. La Allende es una autora excesivamente sobrevalorada, aunque de acuerdo a los parámetros estéticos, tampoco se pueda afirmar a coro que es de mala calidad. Es del montón, simplemente. Ahora, la gran admiración que despierta en determinados sectores, está motivada por su enorme capacidad de vender libros, lo que en términos de cultura pop, es conocido como una “fábrica de salchichas”. De hecho, ése es el argumento que sus partidarios esgrimen para afirmar que estamos en presencia de una escritora notable, candidata indiscutida al Nobel, el Grammy, el Oscar y la Triple Corona. Pero que en su nacionalidad de origen (no quiero decir país, porque nació en Perú) ha sido víctima de un rechazo supuestamente prejuicioso, dada su condición de mujer en un reservorio del más terrible machismo, el cual ella misma se ha encargado de denunciar en el mundo entero.Y pese a todo, si recorremos la vida de Isabel Allende, hallamos poquísimos hechos que puedan catalogarse de revolucionarios o que estén relacionados con la lucha social, incluso en el ámbito del género. Descendiente de hacendados rurales y políticos conservadores (La Casa de los Espíritus es bastante autobiográfica), empezó redactando artículos para dos medios de la sociedad bienpensante de la década de 1960: la revista Paula –un magazine “hecho para la mujer” en el sentido de los roles tradicionales- y el diario El Mercurio. Partidaria de la Unidad Popular, se vio obligada a salir del país tras el golpe, afincándose, tras algunos tanteos, en el Estado norteamericano de California, meca por excelencia de la cultura pop. Ya afuera, merced a llevar el mismo apellido que Salvador y el mismo nombre de una de sus hijas (es preciso aclarar que no tiene parentesco con el compañero presidente, y si alguna vez se especuló sobre un supuesto vínculo, es porque en el extranjero siempre evadía esa pregunta cuando se la formulaban) fue llamando progresivamente la atención, hasta que se decidió a plagiar el realismo mágico de García Márquez en sus novelas. Lo del éxito de ventas es un fenómeno que dejo para un analista especializado, puesto que nadie puede predecir quién será tocado por la varita del reconocimiento comercial.Sin embargo, sí hay una cuestión que se puede constatar a simple vista: en Estados Unidos se remarca, desde el principio, la línea que separa a los simples "bestseleristas" de aquellos escritores realmente relacionados con la literatura. Y la Allende siempre ha sido ubicada en el primer grupo, junto a Bárbara Wood –que aseveran algunos críticos, es una autora rescatable- o Danielle Steel. En el estandarte del capitalismo más liberal ya sea en su versión clásica o nueva, se coloca aparte a quienes tienen como principal misión hacer ganar dinero. La confusión se produce en Chile; mejor dicho, en un sector de chilenos, vinculados a esa izquierda liviana y esnobista que se arropa con el término “progresismo”. Tales personas ven en esta diarrea mercantil que constantemente despide su escritora favorita –preferida justamente por dicha cualidad- una muestra de masificación popular, que para ellos siempre ha sido una inequívoca demostración de buena calidad. Es curioso que este criterio, relacionado con el marqueteo más puro, sea el mecanismo de evaluación de quienes, se supone, miran más allá de los billetes. Aunque siempre han considerado que el artista que no convoca un alto número de público es un fracasado que sólo puede darse a conocer entre una media docena de escogidos. Tal proceder ha sido su forma particular de censura, del mismo modo que los derechistas y los reaccionarios se han valido de la condena moral.Fuente: http://www.theclinic.cl/2010/01/04/isabel-allende-incendio-bajo-el-mar/

miércoles, 6 de enero de 2010

“Vida y destino” de Vasili Grossman


Este libro refleja la epopeya de un pueblo violentado y amordazado que lideró la más dura batalla por la dignidad del ser humano... contra el fascismo y contra el autoritarismo Reseña de la novela "Vida y destino" (Galaxia Gutenberg) Todo el sufrimiento del pueblo ruso que derrotó al fascismo
Por: Jesús Aller Fecha de publicación: 05/01/10

Ya existía una edición de Vida y destino en castellano, preparada a partir de una versión francesa (Seix-Barral, 1985; traducción de Rosa M. Bassols), pero ha sido en 2007 con la publicación de una soberbia traducción directa del ruso debida a Marta Rebón (Galaxia Gutenberg) cuando la obra parece haber despertado al fin en el mundo de habla hispana el interés que merece. Esta novela, la mayor y más importante de Vasili Grossman, fue concluida en 1960 y no pudo ser publicada en la Unión Soviética. De hecho, hay que decir que los intentos de conseguirlo por parte de su autor dieron lugar al final a una visita de agentes del KGB que requisaron el manuscrito e incluso las cintas de la máquina de escribir utilizadas para producirlo. Ocurría esto en 1961, en pleno deshielo jruschoviano, y Mijaíl Suslov, ideólogo del régimen, comunicó a Grossman más tarde que la novela no podría ver la luz hasta pasados doscientos o trescientos años, lo que, aparte de un intolerable atentado a la libertad, suponía también sin duda un juicio favorable sobre la calidad y perdurabilidad de la obra. Afortunadamente, Grossman había preparado otros originales, uno de los cuales fue guardado por su amigo Semión Lipkin. Posteriormente, este texto fue microfilmado por Andréi Sajárov, y pudo ser enviado a Suiza, donde vio la luz la primera edición rusa del libro en 1980, dieciséis años después de la muerte de su autor. La monumental obra (más de mil cien páginas en la versión que ahora se publica) describe extensamente las condiciones de la sociedad rusa en la época de la batalla de Stalingrado y retrata de modo fiel la brutal agresión fascista y al pueblo que heroicamente le hizo frente.
Vasili Semiónovich Grossman (nacido Iósif Solomónovich) vino al mundo en 1905 en Berdíchev (Ucrania) en una familia judía acomodada. Tras realizar estudios de ciencias en Moscú, simultaneó sus inquietudes de escritor con diversos trabajos como técnico y profesor hasta que en los años treinta decidió dedicarse por entero a la literatura. Corresponsal durante la Gran Guerra Patria, vivió las batallas más importantes de ésta, desde el asedio de Moscú hasta Stalingrado, la liberación de Ucrania y Berlín, y fue de los primeros en dar a conocer los horrores de los campos de exterminio (El infierno de Treblinka, 1944). Su producción hasta la muerte de Stalin comprende novelas y colecciones de relatos, algunas de ellas dedicadas a la guerra, como Stalingrado (1943) y Por una causa justa (1953), que tuvo problemas con la censura. El conjunto de estas obras le valió una sólida reputación literaria en la Unión Soviética.
Tras la desaparición de Stalin, Grossman emprende una nueva etapa en su trabajo, truncada por su fallecimiento en 1964, en la que con Vida y destino y la novela inconclusa Todo fluye desarrolla un intento de mostrar en toda su complejidad la sociedad rusa de su tiempo y proveer argumentos para la rectificación del estalinismo que tantas esperanzas despertaba en la URSS en aquellos momentos. No obstante, más allá de esto, estas obras estaban destinadas a permanecer como una reivindicación de la dignidad del ser humano enfrentado a las condiciones más duras. Hay que decir también que la acerada crítica que presentan de los aspectos más brutales del estalinismo, unida a la rocambolesca historia de su publicación, no podían dejar de propiciar una utilización propagandística por parte de los sectores especializados en el estudio de las "atrocidades del comunismo". Puede señalarse en este sentido el congreso celebrado en 2005 en un centro católico de Turín para conmemorar el centenario de nuestro autor.
Vida y destino toma como modelo Guerra y paz de Tolstói, y esto ya desde el guiño en el propio título. No en vano reconocía Grossman que durante los días de Stalingrado éste era el único libro cuya lectura le resultaba soportable. Una competencia tan directa con tamaño rival no puede dejar de arrojar al final matices desfavorables, pero el minucioso y vasto fresco de la sociedad rusa que aporta Vida y destino admite la comparación sin duda, en amplitud e intensidad, con la gran epopeya de la invasión napoleónica. Para conseguir esto la novela multiplica sus escenarios y recurre a una galería de personajes que superan con creces el centenar (en esta edición aparecen censados en un apéndice que facilita enormemente la lectura de la obra). En este caos, la familia Sháposnikov, dispersa a consecuencia de la guerra, proporciona de alguna manera un hilo conductor a toda la narración.
Un primer escenario nos muestra, entre Moscú y Kazán, a un grupo de físicos de la Academia de Ciencias y sus familias. Víktor Pávlovich Shtrum, que sin duda presenta rasgos autobiográficos y en el que se han querido ver también otros del gran físico Lev Landáu, es aquí el protagonista principal. Narrando la vida y el trabajo de estos hombres, Grossman logra una convincente recreación del ambiente intelectual de la URSS en aquel tiempo. Conocemos en estos episodios los privilegios que los científicos siempre tuvieron allí y asistimos a sus conversaciones, donde se mezclan comentarios sobre economía y sobre historia, sobre Chéjov y Dostoievski y también sobre la realidad de cada día. La vida es dura también para ellos, y cuando el autoritarismo hace estragos, vemos diferenciarse los grupos de los críticos y los sumisos frente al poder, con sus fronteras difusas y atormentadas, y conocemos lo difícil y peligroso que resultaba hablar en aquel ambiente enrarecido. La compleja personalidad de Víktor se debate en una historia con muchos momentos inolvidables y que narra la pugna de un ser humano por el raro privilegio de expresar sus opiniones en libertad.
Un segundo escenario principal gira en torno a la lucha en Stalingrado, que Grossman vivió personalmente. Unidades del Ejército Rojo que son presentadas en un principio en otras regiones acaban convergiendo para la gran batalla junto a las orillas del Volga. Piotr Pávlovich Nóvikov, un joven coronel de un cuerpo de tanques, militar pundonoroso y genial es aquí un elemento esencial. Se trata de alguien que es capaz en una ocasión de retrasar ocho minutos el comienzo de una ofensiva para que la artillería termine de batir sus objetivos, desafiando con ello las órdenes imperiosas de una cadena de mando que llegaba hasta el propio Stalin, y que consigue así penetrar en la brecha sin perder un solo tanque ni un solo hombre. Como ejemplo de la contradicción en que se mueven tantas veces los personajes del libro, Guétmanov, el comisario de la unidad, felicita en voz baja poco después a Nóvikov por esta proeza humana, pero no deja de denunciar puntualmente por la noche el retraso a sus superiores. Los movimientos estratégicos que culminaron en el cerco de Stalingrado se muestran en detalle a través del sudor y el esfuerzo de sus protagonistas, así como la vida en la ciudad durante la batalla, tanto en el lado ruso como en el alemán, una descripción plena de ese "pesado olor de morgue y herrería, típico de la primera línea".
Otros escenarios nos traen la crónica de los privados de libertad en aquellos momentos, en un campo de trabajo ruso y en un campo de concentración alemán. En éste, un personaje al que sus compañeros llaman yuródivi (loco santo) es ejecutado al negarse a tomar parte en la construcción de un campo de exterminio. Un texto escrito por él presenta una reflexión desde el infierno que culmina con unas palabras esperanzadoras y enigmáticas: "Si ni siquiera ahora lo humano ha sido aniquilado en el hombre, entonces el mal nunca vencerá". Otros presos intentan organizarse en una red de resistencia y son también liquidados al ser descubiertos. En otro escenario diferente encontramos a los prisioneros que son conducidos en tren al campo de exterminio. En él, Sofía Ósipovna Levinton, una médico militar, adopta al pequeño David que viaja sólo hacia la muerte y por seguir a su lado renuncia a salvarse cuando al llegar al campo separan a los doctores y otros profesionales de los condenados a la aniquilación. En la cámara de gas, se nos dice cómo "sintió el cuerpo del niño derrumbarse en sus brazos (...) sintió nauseas. Presionó a David contra sí, ahora un muñeco, y murió." Estas páginas nos sumergen sin contemplaciones en aquel genocidio: en el funcionamiento del ciclón B y la arquitectura y la tecnología de las cámaras: todos los detalles del horror.
Otro personaje esencial del relato es Nikolái Grigórievich Krímov, protagonista, verdugo y víctima de la revolución, detenido cuando se descubre que había presumido en alguna ocasión de que Trotski después de leer un artículo suyo había comentado: "Es puro mármol". Encarcelado en la Lubianka, Krímov sólo lamenta que Yevguenia Nikoláievna Sháposnikova, aliento de belleza y seducción que se desliza por las páginas del libro como la Lara de Doctor Zhivago, que fue su mujer y ahora es novia de Nóvikov, pueda haberle delatado, y su horizonte se ilumina, a pesar de su triste situación, cuando ella vuelve a su lado al enterarse de que ha sido detenido. En Stalingrado y la Lubianka podía el amor también alumbrar y endemoniar la vida.
Pleno de complejos caracteres humanos y situaciones trágicas e intensas, el relato mezcla y entrecruza sus hilos narrativos de una forma que incita a veces a adentrarse en el texto en busca del desenlace de algún episodio. En este sentido, este lector confiesa haber leído el libro siguiendo de corrido sus diversas historias mediante continuas incursiones y retrocesos. Como quiera que sea la lectura, las imágenes y las voces distantes se suman al final en nuestra memoria para componer un fresco donde aflora todo el dolor de aquel tiempo crucial. Hay que decir también que los cambios de escenario que se suceden crean a veces proximidades fascinantes. Así, la descripción del campo de exterminio donde unos seres humanos dan muerte masiva a otros en una cámara de gas es seguida inmediatamente por el relato de una anciana de una aldea ucraniana que recoge a un hombre abandonado para morir en un convoy de prisioneros y lo vuelve trabajosamente a la vida. Se desliza aquí también la sombra del yuródivi y su atisbo capaz de iluminar lo más horrendo. El bien y el mal pueden caber en una misma página, y en un mismo corazón, a la espera siempre de una decisión que nos libere.
Vida y destino combina altura épica en la magnitud del empeño y la estructura, con intensidad lírica del detalle y la emoción humana, convirtiéndose al final en un estudio sobre el sufrimiento en el que ciertamente cabe demasiada poca esperanza. Este libro que la Unión Soviética no fue capaz de publicar debemos comprender que le era sin embargo absolutamente necesario, y podemos atrevernos a especular lo importante que hubiera sido para aquella sociedad reconocerse en la imagen de heroísmo y errores que reflejan sus páginas. Hoy día éstas siguen iluminando para nosotros el retablo de un momento decisivo en la historia de Europa, y nos hacen vivir la epopeya de un pueblo violentado y amordazado que lideró la más dura batalla por la dignidad del ser humano.
Vida y destino – Vasili Grossman
Molina Dice en la contracubierta de “Vida y destino” que este libro «consigue emocionar, conmover y perturbar al lector desde la primera línea y resiste —si no supera— la comparación con otras obras maestras como “Guerra y paz“»: lo primero es cierto sin discusión; lo segundo puede suscitar más suspicacias. Para el que escribe está claro que este novelón de Vasili Grossman es una obra maestra, con una atmósfera épica propia de novelas como las de Tólstoi y un trasfondo ideológico al estilo de Dostoievski, todo ello unido por una historia intensa, humana y bella. El autor huye de sentimentalismos, algo en lo que es sencillo caer cuando se escribe sobre la guerra, y también de posiciones maniqueas a la hora de abordar la invasión alemana y la resistencia rusa en la ciudad de Stalingrado.
Con el estilo narrativo característico de sus compatriotas (escritura sencilla y directa; docenas de personajes inmersos en la trama; protagonistas abrumados por sus relaciones o por sus obligaciones), Grossman teje una historia compuesta por muchas vidas, pero todas marcadas por el estigma de la doble moral que encierran en su seno los regímenes autoritarios. Pilotos, oficiales, amas de casa, científicos o prisioneros pasan por las páginas de “Vida y destino” con unas existencias únicas, aunque siempre hermanadas por ese miedo a la represión, por ese afán de libertad individual. Todos ellos luchan de una forma u otra por la liberación de su país; sin embargo, la verdadera batalla se desarrolla en sus conciencias, en sus ideales, en sus creencias. Así, por ejemplo, el comisario Krímov, el físico Shtrum o el coronel Nóvikov ven afectadas sus convicciones cuando la guerra deja paso a la política: todos ellos se cuestionan su lealtad para con sus semejantes (miembros del partido, colegas de laboratorio u oficiales al mando, según cada cual), la importancia de las normas que el Partido impone y que, llegado un momento crucial, se evidencian como inútiles y sanguinarias.
Quizá el mayor acierto de Grossman es la descripción sin tapujos del régimen de Stalin: las purgas, las persecuciones, las prohibiciones, los acosos, las desapariciones, los detenidos… Aunque “Vida y destino” debe considerarse una novela de guerra (con todas sus inherentes características), su desarrollo tiene su base principal en la contraposición entre el individuo y el estado; para ser más exactos, entre el individuo soviético y el estado soviético. La invasión alemana sirve como desencadenante de las luchas íntimas de las que hablé arriba, pero el autor no se centra en ella a la hora de tejer los relatos de guerra que se cruzan una y otra vez a lo largo del libro. Para Grossman, lo terrorífico de ese momento crucial fue la falta de respeto por el ser humano, la total ausencia de humanidad en los dos bandos, encarnada en los campos de exterminio —llámense «de trabajo», «de concentración» o, simplemente, «de detención»— que unos y otros construyeron. La nacionalidad del autor no supuso un problema a la hora de denunciar los abusos que su propio gobierno cometió contra sus conciudadanos, ya fuera antes de la jefatura de Stalin (durante el periodo revolucionario de 1917-1918) o después (la Gran Purga de finales de los años treinta); de hecho, esto le supuso la condena al ostracismo durante el régimen de Jrushchov.
Al aliento épico e histórico de esta novela se le suma, pues, un alegato bellísimo (por su estilo, por su sencilla y conmovedora forma de narrar hechos tan terroríficos y crueles) por parte de Vasili Grossman contra la maldad que se esconde tras las dictaduras que se constituyen «en nombre del pueblo». Pero también un alegato sobre la fuerza del hombre en circunstancias terribles, en momentos oscuros, sobrellevando la indignidad en silencio. Las descripciones del exterminio que los nazis llevan a cabo en sus campos son sobrecogedoras, pero cargadas de respeto por el dolor e incluso hermosas cuando han de pintar la temible cara de la muerte. Inquietantes son, así mismo, los retratos de los interrogatorios que los detenidos rusos sufren en la Lubianka; el autor muestra el miedo y la indefensión con una efectividad sobrecogedora. No obstante, los personajes de la obra nunca son blancos o negros: se debaten en la duda, sufren con la incertidumbre y tienen miedo a las represalias. Víktor Shtrum, por ejemplo, es capaz de enfrentarse a todos sus colegas en nombre de la ciencia, pero termina por firmar una delación para no perder los privilegios que el azar le ha proporcionado… Lo que el autor nos muestra es la debilidad, la turbación, pero también el coraje que todo hombre atesora en su interior.
Aparte de todos estos rasgos, el hecho más simple es que “Vida y destino” es una novela narrada con vigor, que atrapa desde la primera página por su sabiduría y su honestidad, y que leída hoy día conmueve por la verdad que encierra. No sé si, pasado el tiempo, podrá ser comparada con “Guerra y paz”, pero estoy seguro de que constará en los anales de la Literatura; así, con mayúscula.

sábado, 2 de enero de 2010

Manuel Sacristán Luzón (1925-1985), veinticinco años después

Rebelión abre un apartado dedicado a la obra del filósofo marxista Manuel Sacristán
Salvador López Arnal
Rebelión
De regreso a su casa de la Diagonal barcelonesa, pocos minutos después de haber finalizado una sesión de diálisis en un dispensario de la sanidad pública cercano a su domicilio, un infarto segó la vida de Manuel Sacristán Luzón el 27 de agosto de 1985. Había nacido 60 años antes en la ciudad resistente, en la capital republicana, en aquel Madrid del que hablaba con nostalgia en una conferencia clandestina impartida en 1983 a militantes revolucionarios mexicanos y latinoamericanos al sur de la Ciudad de México [1], durante el curso académico que impartió en la Universidad Nacional Autónoma de México, un país amigo, cuya cultura y lengua le interesó desde joven, donde vivía desde 1939 la familia exiliada del hermano socialista de su padre.
En 2010, veinticinco años después de su fallecimiento, recordaremos la figura y la obra del que, en opinión de muchos, Jesús Mosterín entre ellos, ha sido el más grande filósofo hispánico de su generación. No sólo eso desde luego. Sacristán fue, en diferentes momentos de su vida, un crítico literario y teatral de referencia; un miembro destacado del consejo de redacción de revistas inolvidables como Laye, Materiales o mientras tanto; un profesor universitario como pocos que fue expulsado de la Universidad en 1965 por motivos políticos y a la que tan sólo pudo reincorporarse de forma no esporádica en 1976; una figura clave en la consolidación de la lógica en España, al que se le negó en 1962 -la decisión está en el amplio y destacado currículum del Opus Dei- la cátedra de lógica de la Universidad de Valencia; un traductor autoexplotado, unas 30.000 páginas vertidas del griego, alemán, inglés, francés, italiano y catalán están en su incansable hacer; un metodólogo competente, informado y abierto a novedades documentadas; un filósofo de una pieza que no comulgó con las concepciones tradicionales del filosofar; un conocedor como pocos de las corrientes destacadas de la epistemología contemporánea; un estudioso de las ciencias sociales y naturales; un marxista singular, contra corriente, ortodoxo en su heterodoxia, en estado de revisión permanente, interesado por Marx, Engels, Lenin y Lukács pero también por Gramsci, Labriola, Luxembourg, Dutschke, Korsch, Zeleny o Harich, por ejemplo, y, sobre todo y ante todo, un revolucionario que, junto a muchos otros y otras, luchó arriesgadamente contra la dictadura militar-nacional-católica y por la irrupción de una sociedad de orientación y valores socialistas, en equilibrio con la Naturaleza (a la que nunca observó idílicamente y con flores impolutas en los ojos), ajena, por lo demás, a todo tipo de desigualdad, explotación e injusticia. Son suyas esta palabras, tan actuales, de la Carta de Redacción del primer número de mientras tanto [2]:
[…]Aunque convencidos de que las contradicciones entonces aludidas se han agudizado, sin embargo, ahora nos sentimos un poco menos perplejos (lo que no quiere decir más optimistas) respecto de la tarea que habría que proponerse para que tras esta noche oscura de la crisis de una civilización despuntara una humanidad más justa en una Tierra habitable, en vez de un inmenso rebaño de atontados ruidosos en un estercolero químico, farmacéutico y radiactivo. La tarea, que, en nuestra opinión, no se puede cumplir con agitada veleidad irracionalista, sino, por el contrario, teniendo racionalmente sosegada la casa de la izquierda, consiste en renovar la alianza ochocentista del movimiento obrero con la ciencia.
Rebelión pretende sumarse al recuerdo de su figura, un recuerdo que no quiere cultivar la nostalgia sino, más bien, evitar que habite el olvido en una obra que merece ser considerada, sin exageración ni papanatismos, una aportación clásica, que nadie debe apropiarse y que merece ser leída siempre y no estar de moda nunca, como él mismo dijera refiriéndose a las aportaciones de su admirado Antonio Gramsci.
Rebelión abrirá en la sección “Cultura” un apartado especial dedicado a la obra de Sacristán, abierto a todas las personas que quieren contribuir con artículos y aportaciones.
Rebelión ha pensado editar a lo largo de 2010 en la sección libros-libres seis libros dedicados a su obra. Entre ellos, un estudio sobre su relación con el poeta José Mª Valverde; El legado de un maestro, el libro que editó la FIM con las comunicaciones y ponencias del encuentro celebrada en Barcelona en 2005, veinte años después de su fallecimiento, y Del pensar, del vivir, del hacer, el volumen que acompañó a los extraordinarios documentales realizados y dirigidos por Xavier Juncosa, películas que El Viejo Topo editó a principios de 2007 junto con el audio de cinco de sus conferencias más recordadas (Este último volumen aparecerá mañana mismo, 1 de enero de 2010, en las páginas de rebelión).
Además de ello, rebelión tiene la intención de editar semanalmente un artículo de divulgación sobre su vida y los numerosos registros de su poliédrica obra para aproximarse paulatinamente a algunas de sus aportaciones centrales, poniendo énfasis especial en los aspectos y aristas menos conocidos o menos desarrollados.
Por último, rebelión intentará buscar y editar materiales del propio Sacristán que ya cuelgan en diferentes páginas. Sin duda, la lectura de sus escritos es la mejor forma de adentrarse en un pensamiento que, como él dijera refiriéndose a Marx y a la tradición, tenía la decencia, intelectual y poliética, de estar en crisis permanente.
Carl Sagan, un científico-filósofo al que Sacristán si no ando errado no citó en ninguna ocasión, apuntó una interesante reflexión sobre un delicado y difícil equilibrio [3]:
Me parece que lo que se requiere es un delicado equilibrio entre dos tendencias: la que nos empuja a escrutar de manera incansablemente escéptica todas las hipótesis que nos presentan; y la que nos invita a mostrar una gran apertura hacia las ideas nuevas. Si no somos más que escépticos ninguna idea nueva llegará jamás hasta nosotros; nunca aprendemos nada nuevo; nos convertiremos en personas detestables, convencidas de que la estupidez reina en el mundo -y, por supuesto, existen muchos hechos que nos darán la razón-. Por otra parte, si somos abiertos hasta la credulidad y no tenemos siquiera una pizca de escepticismo, no seremos siquiera capaces de distinguir entre las ideas útiles y las que carecen de todo interés. Si todas las ideas tienen la misma validez, estamos perdidos; pues, en este caso, ninguna tiene valor.
Sacristán supo transitar por ese difícil sendero: mostrando una gran apertura de miras hacia las nuevas ideas y escrutando críticamente de manera incansable el fundamento de las nuevas y viejas conjeturas, también de las propias claro está. Fueran esas acaso dos de las las señas de identidad más destacables de un filósofo marxista revolucionario que no claudicó nunca en el combate milenario contra los, como él mismo los denominó, descreadores de la Tierra. Ni el amor al conocimiento ni la indignación (y combate) ante el mal social estuvieran alejados de un filosofar que nunca aspiró a tomar asiento definitivo ni a ser fácil presa de los poderosos.
PS: Admitiendo que toda recomendación es arriesgada y difícilmente compartible en todos sus vértices, me permito sugerir a ciudadanos y ciudadanas que no hayan transitado hasta ahora la obra de Sacristán tres lecturas esenciales, si se concede el uso de un término muy del gusto de Samuel Kripke y de S. Jay Gould. En primer lugar, un libro editado por Juan Ramón Capella en 1987, que el diario Público ha reeditado recientemente: Pacifismo, ecologismo y política alternativa, Icaria-Público (colección Pensamiento crítico), Madrid, 2009, donde además de sabrosas notas editoriales sobre la transición-transacción política española, aproximaciones político-filosóficas no inactuales a diversos asuntos del ecologismo político y el antimilitarismo, puede leerse el que fuera su último escrito largo: su presentación al undécimo cuaderno de la cárcel de Antonio Gramsci, el revolucionario sardo sobre el que escribiera años atrás un magnífico texto interrumpido: El orden y el tiempo (Trotta, Madrid, 1998, edición de Albert Domingo Curto); en segundo lugar, un amplio conjunto de entrevistas recogidas con el título De la primavera de Praga al marxismo ecologista. Entrevistas a Manuel Sacristán, Los Libros de la Catarata, Madrid, 2004, entre las que destacan las conversaciones con Gabriel Vargas para Dialéctica (1983), con José Mª Mohedano sobre la primavera praguense para Cuadernos para el diálogo (1969) y con Jordi Guiu y Antoni Munné para El Viejo Topo (1978). Por último, un libro de reciente aparición: Sobre dialéctica, El Viejo Topo, 2009 (prólogo de Miguel Candel, epílogo de Félix Ovejero Lucas y nota final de Manuel Monleón Pradas), centrado en uno de los temas filosóficos más y mejor tratados por el autor de Introducción a la lógica y al análisis formal, lectura esta última que acaso podría complementarse con Manuel Sacristán, Seis conferencias. Sobre la tradición marxista y los nuevos problemas, El Viejo Topo, Barcelona, 2005, volumen que cuenta con un prólogo, imprescindible en mi opinión, del que fuera su alumno, discípulo, amigo y compañero de lucha Francisco Fernández Buey.
Notas:
[1] M. Sacristán, , “La situación del movimiento obrero y de los partidos de izquierda en la Europa Occidental”, Seis conferencias, El Viejo Topo, Barcelona, 2005, pp. 95-114.
[2] Puede verse ahora en M. Sacristán, Pacifismo, ecologismo y política alternativa, Icaria-Público, Madrid, 2009, p. 51.
[3] Tomo la cita de: 3ormand Baillargeon, Curso de autodefensa intelectual, Ares y Mares (Crítica), Barcelona, 2007, pp. 297-298 (traducción de Francisco Carbajo Molina).
Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes. http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/2.5/es/