19-07-2011 |
Reseña de “Los holocaustos de la era victoriana tardía” de Mike Davis
Un estudio exhaustivo sobre cómo se forjó el Tercer Mundo
Después de reseñar en un artículo reciente (http://www.rebelion.org/ noticia.php?id=119026) Planeta de ciudades miseria, uno de los últimos trabajos del sociólogo californiano Mike Davis, me gustaría dedicar éste a otra de sus obras fundamentales en la que apartándose de sus escenarios habituales, centrados sobre todo en la degradación actual de la vida urbana como consecuencia de las políticas neoliberales, realiza una incursión en el pasado para reunir argumentos que muestran las circunstancias históricas que determinaron la formación de lo que ahora denominamos Tercer Mundo. El libro, cuyo título original completo es Late Victorian holocausts. El Niño famines and the making of the Third World, fue publicado por Verso en 1991, y de él hay una version española (Los holocaustos de la era Victoriana tardía, Publicacions de la Universitat de Valencia, 2006; trad. de Aitana Guia i Conca e Ivano Stocco). Se trata de un estudio riguroso y demoledor que analiza las devastaciones del colonialismo durante las décadas finales del siglo XIX y el papel determinante que éste tuvo en la pauperización de la mayor parte de la población mundial.
La primera sorpresa que nos reserva la obra es la magnitud de la tragedia que se va a estudiar. Estamos hablando de hambrunas que en tres episodios entre 1876 y 1902, y sumando sólo tres de sus escenarios: India, China y Brasil, arrebataron la vida a un número de seres humanos comprendido entre 31,7 y 61,3 millones, según diversas estimaciones. La segunda sorpresa, más mortificante aún si cabe que la primera, es descubrir que estas muchedumbres hambrientas tras desaparecer del mundo han desaparecido también de la historiografía. Como apunta Davis: “Casi sin excepción, los historiadores contemporáneos que escriben sobre la historia mundial del siglo XIX han ignorado las megasequías y hambrunas que arrasaron lo que ahora llamamos Tercer Mundo.” Al parecer, se trata de holocaustos que no sólo no han conseguido ser el Holocausto, sino que ni tan siquiera existen. Son los vencedores los que escriben la historia. No es éste un olvido inocente, pues se trata de muertes que contradicen la narrativa oficial sobre la historia económica del siglo XIX. Los ferrocarriles que se extienden en la India, por ejemplo, no son vehículos de progreso, sino herramientas de despojo y de muerte. En China, por su parte, los regímenes sociales establecidos por la dinastía Qing y que evitaron desastres mayores en el siglo XVIII, fueron desmantelados en el siglo XIX debido a la extorsión ejercida por las potencias coloniales.
La primera y la segunda partes del libro presentan en detalle los datos del desastre. El texto va ilustrado además con grabados y fotografías de la época que nos acercan a sus víctimas anónimas. Aunque se trata en muchos casos de episodios climáticos con escasez de agua y pérdidas de cosechas que fueron las peores en muchos siglos, se pone en evidencia que siempre había excedentes de alimentos en alguna región próxima que podían haber aliviado la situación, mostrando claramente que son también el mercado y sus leyes inexorables los que asesinan. En la India británica bajo los virreyes Lytton, Elgin y Curzon, el dogma de la doctrina de Adam Smith y el interés imperial permitieron que se realizaran exportaciones a la metrópoli mientras algunas áreas de la India eran arrasadas. Así, entre 1875 y 1900, un período que registra las mayores hambrunas de la historia de la India, las exportaciones anuales de grano crecieron de 3 a 10 millones de Tm, equivalentes a la nutrición anual de 25 millones de personas. Hay que considerar además que, en esa época, la India era obligada a dedicar una parte sustancial de su presupuesto (más del 25%) a costear las aventuras militares expansionistas del Imperio Británico. De esta forma, las masas de la India financiaban generosas la misma maquinaria que las mataba de hambre. Se analiza también en esta parte del libro cómo los cambios impuestos por el imperialismo en los cultivos tradicionales fueron determinantes en muchos casos para explicar la magnitud del holocausto.
Pero no es sólo ésta la responsabilidad del imperialismo, se ofrecen también numerosos ejemplos de cómo la expansión colonial va sincopada con los ritmos de los desastres naturales y epidemias. Como señala Davis: “Cada sequía global da luz verde para una carrera imperial por el territorio. Si la sequía del sur de África de 1877, por ejemplo, fue la oportunidad que Carnavan tomó para atacar la independencia zulú, la hambruna en Etiopía de 1888-92 fue como un mandato para que Crispi construyese un nuevo imperio romano en el cuerno de África. Igualmente, la Alemania de Guillermo II explotó las inundaciones y la sequía, que devastaron la provincia de Shandong a finales de la década de 1890, para expandir su esfera de influencia en el norte de China; simultáneamente, Estados Unidos usaba las enfermedades y las hambrunas causadas por la sequía como armas para hundir la República de las Islas Filipinas de Aguinaldo.” Son éstos sólo unos pocos ejemplos que se describen en detalle y se multiplican en el texto. Por otra parte, si en las primeras hambrunas la resistencia se manifiesta sólo en motines locales, en las posteriores aparecen ya movimientos organizados de los que los ejemplos más notorios son los Bóxer chinos o los milenaristas brasileños exterminados en la guerra de Canudos.
El papel de la naturaleza en esta historia sangrienta se analiza en la tercera parte del libro. Los mecanismos complejos que determinan los episodios globales de sequía no fueron desentrañados hasta la década de 1960, cuando Jacob Bjerknes mostró cómo el Pacífico ecuatorial actúa como motor térmico del planeta y coordinado con los vientos alisios es capaz de incidir en los patrones de precipitación a escala mundial. Son los famosos fenómenos El Niño, nombrado por ir ligado a un calentamiento de las aguas en las costas de Ecuador y Perú que ocurre hacia Navidad, y la Niña, en que se observan efectos opuestos a los de El Niño. El Niño se debe en realidad a una inversión en el patrón de circulación dominante (hacia el oeste) de vientos y corrientes oceánicas en el Pacífico central. El flujo anómalo de aguas superficiales cálidas hacia el este, al que acompaña su marquesina de tormentas tropicales, provoca precipitaciones inusuales en la costa occidental de América, al tiempo que la situación se invierte en el otro margen del océano y la sequía se extiende por India, China y el sudeste de Asia, donde las lluvias monzónicas pueden faltar algunos años, y también por el nordeste de Brasil. Los fenómenos La Niña pueden seguir a El Niño, por lo que en los años siguientes a las sequías es frecuente que se den espantosas inundaciones. La cronología de los procesos El Niño y La Niña a través de la historia es bastante errática aunque en ocasiones muestran una cierta periodicidad. Se discute también la relación que puede existir entre la proliferación reciente de fenómenos El Niño muy intensos con el calentamiento global.
La cuarta y última parte explora algunos factores económicos que pueden haber sido determinantes y no han sido considerados previamente en el libro: las consecuencias de los asentamientos coloniales, el efecto del nuevo patrón oro, impuesto por los ingleses y que les permitió un saqueo salvaje de los recursos de la India, el declive de los sistemas de riego autóctonos, etc. El resultado de los procesos que se estudian es que partiendo de una situación a finales del siglo XVIII en que las diferencias entre sociedades no eran significativas comparadas con las diferencias existentes dentro de las distintas sociedades, y en la que un campesino indio o un campesino francés, por poner un ejemplo, tenían un estándar de vida similar, con un nivel muy por debajo de sus clases explotadoras respectivas, se alcanza al final de la época victoriana una situación bien distinta. En el nuevo mundo que surge de unos desastres naturales exacerbados por la exprimidora colonial, las desigualdades entre naciones eran tan profundas como las diferencias de clase. El Tercer Mundo había sido fabricado. En ese horror seguimos y cada día que pasa el crimen se renueva y se agrava.
La primera sorpresa que nos reserva la obra es la magnitud de la tragedia que se va a estudiar. Estamos hablando de hambrunas que en tres episodios entre 1876 y 1902, y sumando sólo tres de sus escenarios: India, China y Brasil, arrebataron la vida a un número de seres humanos comprendido entre 31,7 y 61,3 millones, según diversas estimaciones. La segunda sorpresa, más mortificante aún si cabe que la primera, es descubrir que estas muchedumbres hambrientas tras desaparecer del mundo han desaparecido también de la historiografía. Como apunta Davis: “Casi sin excepción, los historiadores contemporáneos que escriben sobre la historia mundial del siglo XIX han ignorado las megasequías y hambrunas que arrasaron lo que ahora llamamos Tercer Mundo.” Al parecer, se trata de holocaustos que no sólo no han conseguido ser el Holocausto, sino que ni tan siquiera existen. Son los vencedores los que escriben la historia. No es éste un olvido inocente, pues se trata de muertes que contradicen la narrativa oficial sobre la historia económica del siglo XIX. Los ferrocarriles que se extienden en la India, por ejemplo, no son vehículos de progreso, sino herramientas de despojo y de muerte. En China, por su parte, los regímenes sociales establecidos por la dinastía Qing y que evitaron desastres mayores en el siglo XVIII, fueron desmantelados en el siglo XIX debido a la extorsión ejercida por las potencias coloniales.
La primera y la segunda partes del libro presentan en detalle los datos del desastre. El texto va ilustrado además con grabados y fotografías de la época que nos acercan a sus víctimas anónimas. Aunque se trata en muchos casos de episodios climáticos con escasez de agua y pérdidas de cosechas que fueron las peores en muchos siglos, se pone en evidencia que siempre había excedentes de alimentos en alguna región próxima que podían haber aliviado la situación, mostrando claramente que son también el mercado y sus leyes inexorables los que asesinan. En la India británica bajo los virreyes Lytton, Elgin y Curzon, el dogma de la doctrina de Adam Smith y el interés imperial permitieron que se realizaran exportaciones a la metrópoli mientras algunas áreas de la India eran arrasadas. Así, entre 1875 y 1900, un período que registra las mayores hambrunas de la historia de la India, las exportaciones anuales de grano crecieron de 3 a 10 millones de Tm, equivalentes a la nutrición anual de 25 millones de personas. Hay que considerar además que, en esa época, la India era obligada a dedicar una parte sustancial de su presupuesto (más del 25%) a costear las aventuras militares expansionistas del Imperio Británico. De esta forma, las masas de la India financiaban generosas la misma maquinaria que las mataba de hambre. Se analiza también en esta parte del libro cómo los cambios impuestos por el imperialismo en los cultivos tradicionales fueron determinantes en muchos casos para explicar la magnitud del holocausto.
Pero no es sólo ésta la responsabilidad del imperialismo, se ofrecen también numerosos ejemplos de cómo la expansión colonial va sincopada con los ritmos de los desastres naturales y epidemias. Como señala Davis: “Cada sequía global da luz verde para una carrera imperial por el territorio. Si la sequía del sur de África de 1877, por ejemplo, fue la oportunidad que Carnavan tomó para atacar la independencia zulú, la hambruna en Etiopía de 1888-92 fue como un mandato para que Crispi construyese un nuevo imperio romano en el cuerno de África. Igualmente, la Alemania de Guillermo II explotó las inundaciones y la sequía, que devastaron la provincia de Shandong a finales de la década de 1890, para expandir su esfera de influencia en el norte de China; simultáneamente, Estados Unidos usaba las enfermedades y las hambrunas causadas por la sequía como armas para hundir la República de las Islas Filipinas de Aguinaldo.” Son éstos sólo unos pocos ejemplos que se describen en detalle y se multiplican en el texto. Por otra parte, si en las primeras hambrunas la resistencia se manifiesta sólo en motines locales, en las posteriores aparecen ya movimientos organizados de los que los ejemplos más notorios son los Bóxer chinos o los milenaristas brasileños exterminados en la guerra de Canudos.
El papel de la naturaleza en esta historia sangrienta se analiza en la tercera parte del libro. Los mecanismos complejos que determinan los episodios globales de sequía no fueron desentrañados hasta la década de 1960, cuando Jacob Bjerknes mostró cómo el Pacífico ecuatorial actúa como motor térmico del planeta y coordinado con los vientos alisios es capaz de incidir en los patrones de precipitación a escala mundial. Son los famosos fenómenos El Niño, nombrado por ir ligado a un calentamiento de las aguas en las costas de Ecuador y Perú que ocurre hacia Navidad, y la Niña, en que se observan efectos opuestos a los de El Niño. El Niño se debe en realidad a una inversión en el patrón de circulación dominante (hacia el oeste) de vientos y corrientes oceánicas en el Pacífico central. El flujo anómalo de aguas superficiales cálidas hacia el este, al que acompaña su marquesina de tormentas tropicales, provoca precipitaciones inusuales en la costa occidental de América, al tiempo que la situación se invierte en el otro margen del océano y la sequía se extiende por India, China y el sudeste de Asia, donde las lluvias monzónicas pueden faltar algunos años, y también por el nordeste de Brasil. Los fenómenos La Niña pueden seguir a El Niño, por lo que en los años siguientes a las sequías es frecuente que se den espantosas inundaciones. La cronología de los procesos El Niño y La Niña a través de la historia es bastante errática aunque en ocasiones muestran una cierta periodicidad. Se discute también la relación que puede existir entre la proliferación reciente de fenómenos El Niño muy intensos con el calentamiento global.
La cuarta y última parte explora algunos factores económicos que pueden haber sido determinantes y no han sido considerados previamente en el libro: las consecuencias de los asentamientos coloniales, el efecto del nuevo patrón oro, impuesto por los ingleses y que les permitió un saqueo salvaje de los recursos de la India, el declive de los sistemas de riego autóctonos, etc. El resultado de los procesos que se estudian es que partiendo de una situación a finales del siglo XVIII en que las diferencias entre sociedades no eran significativas comparadas con las diferencias existentes dentro de las distintas sociedades, y en la que un campesino indio o un campesino francés, por poner un ejemplo, tenían un estándar de vida similar, con un nivel muy por debajo de sus clases explotadoras respectivas, se alcanza al final de la época victoriana una situación bien distinta. En el nuevo mundo que surge de unos desastres naturales exacerbados por la exprimidora colonial, las desigualdades entre naciones eran tan profundas como las diferencias de clase. El Tercer Mundo había sido fabricado. En ese horror seguimos y cada día que pasa el crimen se renueva y se agrava.
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