viernes, 10 de septiembre de 2010

Una lectura desde Shanghai

10-09-2010
Reseña de Un mar invisible de Matías Escalera
Miguel Ángel Sánchez
Rebelión

Leer la novela Un mar invisible, de Matías Escalera, desde la China actual, como ha sido mi caso, a una distancia casi insalvable en tantos aspectos de El Trópico Zumbón, y de sus personajes, de Julián, de Munelbeq, de Rosario, Ezequiel, Fina, Clara, Carlos, Valverde, Estepeña o la tía Luna; en fin, de todo ese mundo de resistencia, situado más allá del "día después", cuando el movimiento obrero, y cualquier otro movimiento, fue engullido por la metástasis del neoliberalismo, resulta un acto esclarecedor en muchos sentidos, pues Un mar invisible no es sólo una lectura, es, en sentido Derridiano, un “marco para la lectura”, un contexto para reflexionar acerca de qué nos está pasando y por qué hemos llegado hasta el punto al que hemos llegado.
Por eso, quizás, introducirse en la lectura de este hipertexto no sea sencillo, como ya dejó anotado Ángel Basanta en su elogiosa reseña de El Cultural (09/03/2010), pues se superponen un sinfín de registros, de matices, de formas de construcción textual, sugerencias, evocaciones, descripciones, alegorías, metáforas, collages, cambios de registro, insertos o entradas a otros textos fundamentales para conocer, no sólo la génesis del socialismo y del movimiento obrero, sino, en una parte fundamental, los cimientos del arte, de la estética, de la filosofía, de la política y sus “daños colaterales”, o la cooperación internacional y sus sombras, los genocidios escondidos de etnias como el pueblo Bubi en Guinea Ecuatorial, cuya terrible realidad bien conozco; o acerca del mundo de la enfermedad, del trato discriminatorio y vejatorio que durante siglos sufrió el enfermo mental en horribles instituciones penitenciarias conocidas como psiquiátricos o manicomios, ese “ver, vigilar y castigar”, de Michael Foucault... En definitiva, Un mar invisible invita, por cada unos de sus elementos, tomados uno a uno, y por todos a la vez, integrados en un apasionante relato, a repensar la realidad que vivimos y nos vive, a pensar por qué las cosas han sido así y no de otro modo.
En Un mar invisible, a pesar de todo –y contra todo–, sin embargo, hay lugar para la afirmación y la esperanza, e incluso un manual para la acción y la intervención positiva en lo real. En la profunda humanidad, por ejemplo, que destilan los miembros de la comuna de El Trópico Zumbón; en su forma de ser personas frente a la maquinaria de despersonalización que ha sido puesta en marcha… Contra los viejos y los nuevos dioses del Mercado, y contra este mundo así dado, del que la actual Shanghai, y la “nueva China” pueden ser metáforas esplendentes, no todo está perdido.
Cuando el “socialismo real” ha resultado fallido y quizás no sabemos exactamente qué queremos ni deseamos, sí sabemos, sin embargo, qué es aquello contra lo cual luchamos, y lo que no queremos. La imagen de Leónidas y sus trescientos, frente al ejército persa cubriendo el estrecho de Termópilas, utilizada, más allá de mistificaciones pseudofascistas, es más que significativa, en este caso; como ese “¡No pasarán!”, de antaño, deja de ser una añeja figura retórica, y un anacronismo del movimiento obrero, para convertirse en una intención renovada, una señal y un grito de resistencia.
Además, este texto monumental se puede abordar –superando, en este sentido, el intento de la Rayuela de Cortazar– de forma lineal o fragmentaria, sin perder su sentido, y, en contraposición a la famosa novela del escritor argentino, sin que nos venga impuesto orden alguno, porque en Un mar invisible todo adquiere un significado completo, por sí mismo, y/o en relación al contexto tanto textual, como hipertextual. Esta es la fuerza que la escritura de su autor posee; con una prosa contundente, rica en imágenes, matices, sutilezas, amarga y desgarradora, a ratos; expresionista, y con un fondo de turbia ansiedad, de tristeza desolada, de amarga ironía, siempre alerta y en defensa de los más débiles y de la humanidad que nos incumbe y que intentan arrebatarnos convirtiéndola en mercancía.
Un mar invisible es, así, un escrito radical, en el sentido estricto del término; y entrañable y didáctico de un modo nuevo y original, pues esta es otra apreciación, aún más clara, si cabe, desde la distancia; no hay nada como esta novela de Matías Escalera Cordero en el actual panorama literario español. Un mar invisible es, en muchos aspectos, como un iceberg, cuya enorme entidad se encuentra sumergida, en su mayor parte, bajo las aguas del océano.
Su final es realmente sorprendente, y hay momentos en que la prosa es tan bella, tan rica de imágenes, de sugerencias y de tan terribles consecuencias, que se parece a un gran poema desplegado delante de nosotros. Lo leo, una vez más, desde esta China extraña y paradójica. Miro a mi alrededor, aquí, en este Shanghai, que es su metáfora, y busco El Trópico Zumbón entre los despojos de la gran urbe monstruosa; y a sus personajes, seguramente ocultos, e invisibles a los ojos de este “dragón camaleón”, en alguno de esos extrarradios destinados al derribo forzoso y a la especulación. Un mar invisible, me digo entonces, ha logrado aprehender no sólo la ciudad-mundo capitalista occidental, sino la ciudad-mundo capitalista global.

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