miércoles, 25 de noviembre de 2009

Procesos revolucionarios en América Latina, de Alberto Prieto

Novedad editorial


Una inspiradora travesía por la historia de los procesos revolucionarios de América Latina iluminada por Túpac Amaru, Hidalgo, Martí, Bolívar, Mir anda y San Martín, Mariátegui, Sandino y el Che.

Las insurrecciones y revueltas en el siglo XVIII, la avalancha independentista, las transformaciones democráticas y antiimperialistas, el influjo de la Revolución cubana, el Sandinismo y el nuevo auge revolucionario y democrático en nuestra región quedan registrados en sus páginas.

Cierra el periplo un escenario de esperanzadoras luchas por la unidad latinoamericana lideradas por Fidel Castro, Hugo Chávez y Evo Morales, quienes retoman el pensamiento y esfuerzos integradores de otros próceres que lucharon por una Patria Grande en América Latina.

SOBRE EL AUTOR

Alberto Prieto. Profesor titular de la Universidad de La Habana. Doctor en Ciencias Históricas y miembro de los Tribunales Permanentes Nacionales de Historia y de Ciencias Políticas. Dirigió el Grupo de Investigaciones Interdisciplinarias para América Latina, el Caribe y Cuba (GIPALC) y actualmente es presidente de la Cátedra Benito Juárez de la Universidad de La Habana.

Entre sus principales libros publicados se encuentran: La burguesía contemporánea en América Latina (1983 y 1986); Apuntes para la historia económica de América Latina (1986); Héroes latinoamericanos (1987); Centroamérica en Revolución (1987); Las civilizaciones precolombinas y sus conquistas (1992); Ideología, economía y política en América Latina, Siglos XIX y XX (2005) y Las guerrillas contemporáneas en América Latina (2007).

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Introducción

Capítulo I

Insurrecciones y revueltas en el siglo

1. Conflictos entre criollos y portugueses en el Brasil

2. Sublevación veguera en La Habana

3. Rebelión chacrera en Paraguay

4. Alzamientos del campesinado indígena

5. Sublevación comunera en Nueva Granada

Capítulo II

Inicios del movimiento revolucionario liberador

1. Precoz emancipación haitiana

2. Frustraciones republicanas norandinas

3. Fraccionamiento rioplatense

4. Fracasos populares en México y Centroamérica

Capítulo III

La avalancha independentista

1. Imperio esclavista en el Brasil

2. Separatismo conservador en México y Centroamérica

3. Gesta liberadora de San Martín

4. Coalición revolucionaria bolivariana

5. Involución tradicionalista en países emancipados

Capítulo IV

Predominio de las reformas liberales

1. La excepcionalidad paraguaya

2. Luchas revolucionarias en México

3. La llamada República artesana en Colombia

4. Complejidades político-sociales en Centroamérica

5. Guerras independentistas en Cuba

Capítulo V

Transformaciones democráticas y antiimperialistas

1. La Revolución mexicana

2. Luchas de los tenentistas y de Sandino

3. Concepciones socialistas en América Latina

4. Bloque de la Victoria en Costa Rica y violencia en Colombia

5. Democracia en Guatemala y MNR en Bolivia

Capítulo VI

La Revolución cubana y su influjo

1. El movimiento antidictatorial cubano: Fidel Castro

2. Foquismo guerrillero latinoamericano

3. Nuevas opciones socialistas

4. La epopeya del Che

5. Combates armados urbanos

6. Nacionalismo revolucionario de los militares

7. Allende y la Unidad Popular en Chile

Capítulo VII

Sandinismo y nuevo auge revolucionario

1. EL FSLN en el poder

2. Surgimiento y consolidación del FMLN en El Salvador

3. Formación de la URNG en Guatemala

4. Multiplicidad guerrillera en Colombia

5. Sendero Luminoso y MRTA en Perú

Capítulo VIII

Ascenso revolucionario, democrático y unitario

1. Del Caracazo al Gobierno de Chávez en Venezuela

2. Derrocamiento de los regímenes fascistas

3. De la caída del Che en Bolivia al Gobierno del MAS

4. Dificultades de la transición democrática en Chile

5. Triunfos electorales en Ecuador y Nicaragua

6. La integración latinoamericana

Notas

Índice onomástico

• • • Introducción, por Alberto Prieto. Proceso revolucionario es la denominación que se brinda al conjunto de fa­ses evolutivas de un fenómeno progresivo, que transforma de manera cuali­tativa una sociedad debido a la metamorfosis del antiguo régimen social en otro nuevo, mediante los cambios que se producen en el Estado y sus insti­tuciones o dependencias, tras ser ocupado el poder político con el objetivo de alterar el derecho y consecuentemente las formas de propiedad. Dado este concepto, se comprende el hecho de que no toda revuelta implica una revolución, pues el propósito de alcanzar un mundo mejor es imprescindible para calificar de aquella manera la mutación llevada a cabo. Por lo tanto, se debe subrayar que las heroicas resistencias simbolizables en Hatuey, Cuauhtémoc, Rumiñahui, o Caupolicán, a pesar de haber represen­tado la más admirable y tenaz oposición a la conquista foránea, solo tenían la intención de preservar las sociedades precolombinas tal y como se encon­traban hasta el momento de la Conquista y no la de establecer un modo de vida superior. De igual forma sucedió con las tempranas rebeliones que se produjeron en la Hispanoamérica colonial, como las encabezadas por Gonzalo Pizarro, Rodrigo Contreras, Álvaro de Oyón, Sebastián de Castilla, Francisco Hernández Girón, o Martín Cortés, segundo marqués del Valle de Oaxaca, quienes, soberbios, se alzaron en armas al sentir que algunos de sus privi­legios adquiridos durante la Conquista, estaban amenazados por la implan­tación de las antes desconocidas ordenanzas absolutistas emanadas de la metrópoli feudal. Por eso, dichas insurrecciones no dejaron huellas visibles de avance material ni gloria alguna en la historia de nuestro subcontinente. En lo que hoy constituye la América Latina, hubo que desarrollar una creciente división social del trabajo que ligara los diversos territorios entre sí, para que empezara a forjarse la necesaria e indisoluble unidad econó­mica entre las diferentes regiones, pues entonces se trazaban caminos y se impulsaban las vías de comunicación. De esa manera se iniciaba una exis­tencia común para todos los pobladores, los cuales comenzaban a constituir una colectividad social estable, con un mismo idioma junto a una confor­mación mental y ética propia, muy distinta a la de los peninsulares. La nueva psicología comenzó a reflejarse en valores literarios originales, como en Cuba Espejo de paciencia, escrito por Silvestre de Balboa en 1608, 4 el cual evidenciaba una fisonomía espiritual diferente de las demás; su esencia se expresaba en peculiaridades culturales formadas durante gene­raciones como resultado de condiciones específicas de vida. Estas caracterís­ticas desempeñaban un papel aglutinador y constituían una idiosincrasia, al ser asimiladas y puestas en práctica por todas las personas susceptibles de conformar una comunidad de cultura. Una situación similar se expresa en la trascendente Historia do Brasil, es­crita en 1627 por Vicente de Salvador, en la que se exponen los contrastes y diferencias entre autóctonos y metropolitanos en un sinfín de cuestiones. Por ello, no puede extrañar que a partir de 1630, cuando se produjo la in­vasión holandesa a Pernambuco, los criollos —blancos, mulatos y negros libres— bajo el mando de André Vidal y Enrique Dias, combatieran con persistencia y denuedo contra el dominio extranjero hasta la recuperación de Recife a principios de 1654, a pesar de las múltiples treguas y hasta al­guna alianza pactadas entre los gobiernos de Lisboa y los Países Bajos. Ese gran triunfo militar reveló el poderío de las fuerzas nativas, que habían es­tructurado un formidable movimiento popular contra los ocupantes gracias a la aglutinación de todas las clases y grupos sociales, en un proceso que demostró su capacidad de hacerse respetar en la consecución de objetivos propios. Pero la conciencia emancipadora estaba lejos aún, pues el amor al suelo patrio se mezclaba todavía con sentimientos de fidelidad hacia el so­berano y la metrópoli colonialista. Por ello los criollos, al vencer a los inva­sores, en vez de luchar por constituir un Estado independiente, decidieron restablecer en Pernambuco la soberanía de Portugal. Ese tipo de problemática evidencia la necesidad de poseer una adecua­da ideología, susceptible de ayudar en la correcta organización de las ideas acerca de qué hacer luego de la toma del poder político, teniendo en cuenta las heterogéneas condiciones materiales de los variados componentes so­ciales. Ello determina que aun cuando en todas partes se esgrima la misma concepción del mundo, los procesos de cambio tienen que ser diferentes, pues cada cual debe adecuar su convicciones a las características socioeco­nómicas y a las tradiciones que sustentan la identidad; por empecinado que sea cualquiera en romper con el pasado, siempre encuentra límites en los nexos de continuidad, objetivos o subjetivos, que sobreviven. Se comprende así que las relaciones entre las clases y grupos sociales, e incluso los indivi­duos, se tienen que practicar con gran tacto, ya que resulta imprescindible desarrollar el arte de lo posible al máximo. A partir de los principios, leyes y axiomas esenciales de una concepción ideológica, y teniendo muy en cuenta a quién se desea beneficiar, los que han pretendido moldear una sociedad nueva a partir de la antigua han teni­do que realizar evaluaciones de las exigencias fundamentales de las clases y grupos sociales que viven en los territorios de su incumbencia, para dise­ñar entendimientos según el precepto de satisfacer la principal demanda de cada agrupación y sacrificar las otras de aquellos interesados en transitar hacia un sistema que se avenga mejor a sus intereses. Desde la Conquista, además, los hegemónicos siempre han contado en nuestra región con el apoyo de influyentes fuerzas provenientes del exte­rior. Y emanciparse de ese poderío foráneo aliado de las elites dominantes, ha requerido que se conciban políticas de amplias y creadoras alianzas. Por eso, el paradigma ha sido defender los reclamos básicos de la mayoría, al reivindicar los derechos generales de la sociedad; nada más se han exclui­do los privilegiados de adentro y sus socios externos. Sin embargo, llevar a cabo semejante tarea no solo implica una profunda comprensión de las ca­racterísticas socioeconómicas de la población, sino también haber calado en sus rasgos psicológicos, los cuales se manifiestan en la cultura; es conocido que esta expresa la subjetividad de los valores humanos propios, íntima­mente relacionados con los acontecimientos históricos. Estos se proyectan mediante las tradiciones, las cuales recuerdan lo que en su momento se de­bía hacer. Y si hecho está, dicen quién lo hizo. Las tradiciones sostienen los anhelos de las etnias, nacionalidades, clases y grupos sociales; dejan saber lo deseable de un cambio y siempre lo preceden, como anticipo del hecho mismo. Cuando se llega al criterio de que, para implementar una transforma­ción que alcance el éxito se deben conocer bien las peculiaridades del de­sarrollo material y espiritual de una sociedad determinada, se comprende la magnitud del reto existente para metamorfosearla. Por eso, se requiere una dirigencia capaz, decidida y firme, susceptible de formar una vanguar­dia nacional-liberadora que, por medio de una política acertada, adecue su ideología a la realidad concreta, sin abandonar los preceptos básicos e in­soslayables que sostienen su visión del mundo. Entonces, se podrá tomar el poder y avanzar hacia una sociedad superior mediante la revolución. Ocean Sur

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