Macondo era ya un pavoroso remolino de polvo y escombros centrifugado por la cólera del huracán bíblico, cuando Aureliano saltó once páginas para adelantarse a los acontecimientos....
(Cien años de soledad. Gabriel García Márquez)
Si bien el personaje de Cien años de soledad empezó a saltar páginas de los manuscritos de Melquíades porque intuía el final de Macondo en el viento tibio de la nada y quería llegar al final antes de que desapareciera, no es agradable verse obligado a saltear páginas de una novela a la fuerza, por el simple hecho de que en la edición pirata que uno consiguió sencillamente faltan, y es por eso que cuando vi que a La caza del carnero salvaje, de Haruki Murakami, que me había regalado mi amigo Guillermo Mastroleo, le faltaban 23 en el momento más álgido, cuando todo está por resolverse, o mejor dicho no resolverse definitivamente al estilo de Murakami, salté de la cama con un grito ahogado y miré el reloj: las tres de la madrugada: esa hora insidiosa y retórica que raras veces existe. No era el momento de buscar una librería de urgencia (¿por qué no existen librerías de turno, como las farmacias, para estos casos?); lo cierto es que en la ciudad real, la que apenas existe, si es que existe, no iba a encontrar auxilio ni consuelo, y así fue como solo de toda soledad, a las tres de la mañana y frente a lo único real, Internet, busqué infructuosamente el libro en ese espacio real y contundente, que es el único amigo cálido que palpita a través de los cables o el wifi: ¿qué es lo que existe a las tres de la mañana, en la noche oscura del alma, salvo Internet?
Pero nada. Apareció, eso sí, una versión en japonés que de poca utilidad me resultaba y sólo profundizó el abismo que se abría a mis pies, hasta que vi, en una esquina de la pantalla, titilar el Número de Asistencia al lector.
Me precipité sobre el teléfono:
Serser vicio dde asistencia al lelector contestó una voz jovial. Soy Marco.... ¿en qqué podría ayudarlo?
Una inmensa felicidad descendió sobre mí.
Murakami balbuceé La caza del carnero salvaje, página tal y cual...
Un momento me dijo. Se oyeron varios eficientes clicksUUsted veverá; se... se tratrata de un estudiante de San Petersburgo qqué asesisina a uuna vieja usurera para rorobarle y a su tía....
No era la tía dije con superioridad, pero eso no es Murakami, es Crimen y castigo... que no es precisamente mi problema. Murakami.
Lo.... lo siento dijo Marco aa ver esto: un noble escocés asesina al rey para oo cupar el trono.
¡No! –aullé, aunque por lo visto progresábamos, ya que llegábamos a la “m”.
¿Sabe qué pasa? me dijo Marco recuperando el habla, yo soy sólo un pasante y además está por terminar mi tturno. Además, estudio veterinaria y esto de los libros no se me da muy bien. A ver... Un marino que se llama Edmundo Dantés...
¡No! ¡No! ¡Es el conde de Montecristo!
Lo tengo anotado como La guerra y la paz, de un tal Stoi. ¿Como me dijo que se llamaba el libro?
La caza del carnero salvaje.
No lo encuentro... –yo soy sólo un pobre estudiante de veterinaria que mató a una vieja usurera...
Con más razón le dije–. Un estudiante de veterinaria se tiene que entender con los carneros, aunque sean salvajes... A ver... probá con “El ataque al mundo salvaje de un carnero”. “El carnero que se volvió salvaje.” “El salvaje que se volvió carnero.”
Aquí hay algo me dijo: “La cabra domesticada, etiología de su desarrollo”. ¿Quiere que se lo lea?
¿Pero para qué sirve el servicio de asistencia al lector?
Nno lo sé me dijo Marco, apenas soy un pasante..., aquí encontré otra cosa que le puede interesar: coordinación de los sistemas de riego en regiones de lluvias intermitentes... Y empezó a leerme Madame Bovary.
¿Por qué no ponen a pasantes de letras? pregunté.
Los de letras están haciendo pasantías como repositores en los supermercados...
¿Y los de física?
En el servicio penitenciario..., la idea es que todos hagan todo, para que no haya división entre el trabajo manual y el intelectual.
Colgué. Pero enseguida volví a llamar.
Servicio de asistencia al lector, habla Karin, ¿en qué le puedo ser útil?
Murakami, etc. etc.
Mire me dijo, aquí tengo una novela policial donde hay un carnero salvaje... dijo... ¿quiere que le cuente quién es el asesino?
El mayordomo, por supuesto dije.
No dijo Karin, el asesino es justamente el carnero salvaje y lo mata al mayordomo... colgué.
Pero la compulsión era terrible.
–Servicio de Asistencia al Lector, habla Alejandra, ¿en qué puedo servirlo?
Mura... mura... Carnero... un carnero... Sólo eso...
¿No es lo mismo una ballena? Mire aquí tengo Moby Dick, la caza de la ballena salvaje...
Un animal de tierra...
Perros... gatos salvajes... ¿sabe cuándo tenemos más llamados?
En Navidad dije es cuando más pululan los carneros...
Y en el día de los enamorados...
Colgué y volví a llamar.
Aquí Jorge, servicio de asistencia al lector hoy tenemos Rayón y perlas nuevas, de Chris Turtsteka, o si prefiere, La persecución del carnero salvaje...
Me quedé mudo... ¡Lo había conseguido!
Me tiré a escuchar cómo me leían libro donde se describían los distintos tipos de trampas para atrapar carneros, ¿o eran tiburones?, escritas por un cazador del siglo XVII... pero eran carneros, carneros a pesar de todo... seguí escuchando la voz de Jorge hasta que amaneció y descubrí que me había dormido y la comunicación se había cortado.
Pero el mundo había cambiado. Y no me importó que ese mismo día tuviera una reunión con el ministro para diseñar una política en relación al carnero salvaje; sin desayunar siquiera, volví a llamar, pedí una novela de Agatha Christie, y mientras una voz me leía Vida y destino de Vasili Grossman, fui tirando a la basura todos y cada uno de los libros de mi biblioteca, ya inútil, sabiendo que nunca, que ya nunca jamás, me separaría del teléfono y del servicio de asistencia al lector.