miércoles, 14 de diciembre de 2011

14-12-2011
Miseria literaria, miseria de la sociedad

La fiera literaria


"La cultura sucumbe bajo el volumen de la producción, la avalancha de letras, la locura de la cantidad”. Milán Kundera.
Para conseguir que la cultura dejase de ser fuente de enriquecimiento colectivo y pasase a convertirse en objeto de negocio, el capitalismo organizó las obras de ficción en tres categorías:
  • La Novela Industrial (el superventas, creación suya, que cada vez adquiere mayor auge, importancia y protagonismo),
  • La Novela Artesanal (hecha con dignidad y profesionalidad, relegada a un papel de comparsa), y
  • La Novela Artística (la clásica de toda la vida, planteada con rigor y exigencia para consigo misma y el lector, que prácticamente ha desaparecido del mapa o se halla en vías de extinción).
La notoria desigualdad de fuerzas ha hecho que el superventas fagocitase sin dificultad alguna a las demás.
La novela industrial reúne toda la vaciedad característica de la vida moderna, proyectando su misma falta de sustancia, de valores y de contenido en sus engendros repletos de lugares comunes, elaborados con fórmulas gastadas destinadas a un consumo rápido que encuentran su mayor rival en los programas de televisión. Libros sin alma, resultado de la degeneración del folletín del siglo XIX, aplicado al consumo de masas, sazonado al gusto contemporáneo, y cuyo único mérito es el número de ejemplares vendidos. Aunque lo popular no tenga porque estar reñido con lo honrado, lo pedestre se ha impuesto por goleada y la mediocridad se ha convertido en norma y garantía de éxito.
A considerable distancia de ella, la novela artesanal, realizada con honradez, personalidad y oficio suficientes como para narrar una historia correctamente, con originalidad y personajes creíbles, ocupa un lugar secundario, subalterno, absolutamente irrelevante.
Por último, la obra artística, residuo de otros tiempos, centrada en captar el espíritu del ser humano, sus conflictos, inquietudes y planteamientos vitales, se encuentra completamente fuera del mercado. Para eso ya están los libros de ayuda. Que para arreglar el mundo basta con ser positivos.
El superventas se ha impuesto urbi et orbi como la manifestación novelística por excelencia de nuestra época, gracias a:
a) Haber convertido la cultura en mercancía, etiquetando indiscriminadamente como novelas a productos que no guardan más relación entre sí que el formato y la apariencia de libro.
b) Machacar al público con toda la artillería mediática a su disposición hasta hacer de ellos objetos imprescindibles que una vez pasado el momento de efervescencia, nadie volverá a leer nunca más.
c) Monopolizando, saturando y copando el mercado para invisibilizar y ningunear al resto de obras en la misma proporción que promociona a los superventas, no dejando sitio para ningún producto diferente a fin de que no se les pueda comparar con ellos en igualdad de condiciones, no sea que les hagan sombra. Control férreo del proceso de producción, difusión y distribución que se extiende a los espacios de venta de las librerías, en cuyas góndolas solo se exponen los libros de las empresas que los tienen alquilados, naturalmente las más fuertes del sector.
Que todo cambie en los mostradores, para que todo siga igual. A mayor número de páginas editadas, menor número de neuronas ocupadas. Y después de los superventas, el diluvio.
No hay márquetin que por bien no venga. La estafa literaria no es menor que la financiera, como prueba el tinglado de entrevistas, reseñas, premios amañados, falsas listas de éxitos, etc., trapicheado por críticos sin vergüenza, académicos de medio pelo y paniaguados de todo pelaje y condición, a los que habría que conceder la misma credibilidad que a las agencias de calificación que certificaron la bondad de las hipotecas basura. Porque mucho más grave que denominar novelas a lo que no son más que deposiciones verbales incontinentes, es la enorme ceremonia de la confusión desplegada con su complicidad para engañar a la gente, legitimar el fraude y venderle gato por liebre.
Así como en el campo culinario a ningún crítico de verdad se le ocurriría otorgar los máximos galardones de gastronomía a establecimientos de comida basura, ni se atrevería a calificar como restaurantes de alta cocina a mesones de comida casera, en el ámbito literario, nuestros comisarios culturales no vacilan en ensalzar a bombo y platillo autores de pacotilla y bodrios venenosos. Saben que el paladar humano se acostumbra a todo, y que si se le habitúa a la bazofia y se embrutece su sensibilidad, termina por no distinguir lo válido de lo inmundo, con la consiguiente indigestión mental, más nociva que la física.
La obra de arte, a diferencia del superventas, no pretende matar el tiempo, sino llenarlo; no distraer y banalizar la existencia, sino profundizar en ella; no fomentar la pasividad sino cultivar y desarrollar una conciencia propia. En una palabra, hacer del individuo, no masa, sino persona. Algo que, por socavar los fundamentos mismos del sistema - que demanda un ciudadano conformista y adocenado, no crítico -, le genera un rechazo visceral que en el superventas ha encontrado el antídoto perfecto para neutralizarla.
Porque más allá de su carácter minoritario, lo que ha abocado a la novela artística a su total indigencia y casi su destrucción, ha sido la política de tierra quemada practicada por los fabricantes de superventas que han logrado que si la mayor parte de las obras clásicas, inmortales, se escribieran hoy, no pasasen la criba del mercado, ni se publicaran, ni el público tuviera oportunidad de conocerlas. Ninguna novela con ambiciones que no sean económicas, tiene futuro. Y solamente en los márgenes del sistema, exiliadas de los circuitos comerciales, sobreviven un puñado de ellas en la clandestinidad, con más pena que gloria, convertidas en un lujo para iniciados.
Lógicamente, del mismo modo que disfrutamos del pensamiento único, no nos podíamos privar de la novela única. En aras a la coherencia, la cultura no podía marchar por mejores derroteros que el resto de la sociedad, y en ese sentido, el superventas, la novela basura, constituye el fiel reflejo de su evolución, el mejor retrato de sus miserias.
Fuente: http://www.lafieraliteraria.com/index.php?option=com_content&view=article&id=655:miseria-literaria-miseria-de-la-sociedad&catid=5:todos&Itemid=3

miércoles, 16 de noviembre de 2011

16-11-2011
Reseña del último libro de Pascual Serrano
"Contra la Neutralidad. Tras los pasos de John Reed, Ryszard Kapuściński, Rodolfo Walsh, Edgar Snow y Robert Capa"

Revista Latina de Comunicación



Contra la Neutralidad es el título de la nueva obra del prolífico autor y analista de medios de comunicación Pascual Serrano. Como nos indica desde su título, el libro es una argumentada y dura crítica al “culto a la objetividad” y el discurso de los “popes de la prensa de que ofrecen información neutral y equilibrada”. Serrano denuncia que la objetividad no es más que un mecanismo sofisticado para “deslizar ideología bajo la apariencia de hechos neutrales”, y al mismo tiempo la equidistancia de lo que “dicen ambos bandos debilita el verdadero periodismo”, pues la verdad no se sitúa “a mitad de camino de dos puntos de vista contrapuestos”.
Por este motivo ha elegido a cinco periodistas a quienes la posteridad ha reservado un lugar privilegiado, precisamente por no haber seguido de manera servil y acrítica las reglas del periodismo objetivista, sino por realizar su profesión de manera combativa y comprometida. Serrano nos sumerge en las vidas de estos cinco autores con la intención de acercarnos a su obra y sensibilidad, y demostrar que el periodismo cuando se hace con corazón puede rebasar la mera actualidad y los reportajes superficiales.
En la obra que nos presenta, quien conociera a Reed, Kapuściński, Walsh, Snow y Capa, tendrá nuevas perspectivas y miradas a estos autores. Pero quienes no los conocieran se encontrarán con personajes que querría haber conocido antes, y tendrán el deseo incontenible de saltar de los fragmentos elegidos por Serrano a la obra completa. Contra la neutralidad es, además, un ensayo con el ritmo y vitalidad de una novela, que desde casi la primera página produce una adicción que hará que aprovechemos la menor oportunidad para volver a su lectura hasta devorarlo por completo.
El libro comienza a desgranar la vida de John Reed, a quien Serrano denomina el cronista épico. Autor del clásico libro Los diez días que estremecieron al mundo, Reed, pese a ser un reportero extranjero recién llegado a la Revolución Rusa, capta la esencia de ese momento, ya que “domina los mejores instrumentos –sencillez, belleza, emoción profundidad– del periodismo revolucionario”. La obra de Reed recibió el reconocimiento de los protagonistas de este evento historio, Lenin diría que “ofrece un cuadro exacto y extraordinariamente útil de acontecimientos que tan grande importancia tienen para comprender lo que es la revolución proletaria”; mientras que Serguéi M. Eisenstein, sobre quien Reed tuvo una gran influencia al rodar Octubre, describe su obra “como la intromisión de la mirada móvil, secreta ubicua en el núcleo de los hechos”.
Los diez días que estremecieron al mundo no es una crónica que aspire a ser objetiva e imparcial con respecto a la realidad que le rodea. Serrano cita las propias palabras de Reed en las que nos explica que: “durante la lucha, mis simpatías no eran neutrales. Pero, al trazar la historia de estas grandes jornadas, he procurado estudiar los acontecimientos como un cronista concienzudo, que se esfuerza por reflejar la verdad”.
El segundo autor que estudia el libro de Serrano será Ryszard Kapuściński, eterno reportero polaco que desarrolla su actividad por todo el mundo y es testigo directo de los principales acontecimientos de la segunda mitad del siglo XX como: la descolonización de África, las revoluciones en América Latina o la caída de la Unión Soviética. Serrano hace gran hincapié en la importancia que tiene para Kapuściński estar al lado de los más desfavorecidos, para que el periodismo sea una forma de dar voz a quienes no la tienen. Recogerá Serrano varias citas en las que Kapuściński así lo expresa, como al decirnos: “La mayoría de los habitantes del mundo vive en condiciones muy duras y terribles, y si no las compartimos no tenemos derecho –según mi moral y mi filosofía, al menos– a escribir”.
El periodismo comprometido de Kapuściński le aleja también de la neutralidad, que es la idea fundamental que nos transmite el libro de Serrano: “En un plano más personal, siento que esta teoría llamada objetividad es totalmente falsa y produce textos fríos, muertos, que no convencen a nadie. Yo soy partidario de escribir con pasión. Cuanta más emoción, mejor para el lector”.
Serrano deja claro en todo momento que “la intencionalidad es lícita, honesta y efectiva si está dominada por el rigor y credibilidad y no por el mero mensaje ideológico”. Esta afirmación nos conduce al tercero de los autores a quien Serrano sigue los pasos, el valiente argentino Rodolfo Walsh.
La obra fundamental de Walsh a la que Serrano hace repetidas referencias ses Operación Masacre. Según el autor de Contra la neutralidad, la obra de Walsh se adelanta al Nuevo Periodismo, que consiste en “poner en clave de ficción hechos periodísticos”, y que se atribuye a Truman Capote. Pascual Serrano nos indica que la genialidad de Walsh consiste en que “además de periodista es detective, letrado y escritor de novela negra. Y todo ello lo pone al servicio de una gran causa: la denuncia de un crimen múltiple en el caso Operación Masacre”. El compromiso y denuncia de Walsh le llevan a que en la dictadura argentina de 1977 fuera “asesinado a balazos, como sus personajes, y su cuerpo desapareció”.
El cuarto de los autores que Serrano nos presentará en su libro es Edgar Snow, quien gracias a su trabajo como reportero y obra más conocida, Estrella roja sobre China, “descubrió Asia a Occidente”. Igual que el resto de los autores estudiados, Snow toma partido a favor de los oprimidos, al lado de quienes se pone dado su inmenso compromiso con un periodismo honesto. Su sensibilidad le lleva a lograr un gran hito en la historia del periodismo, entrar en la que era la gran desconocida para Occidente en los años 30 y 40 del siglo XX, la China Roja, y entrevistar a sus líderes, incluido Mao Zedong.
Pero Snow también fue víctima de los intereses de la prensa dominante, como nos relata Serrano: “Antes de que los comunistas llegaran al poder, en la medida en que la prioridad era la lucha contra el fascismo y los comunistas chinos eran aliados contra Japón, Snow y sus verdades sobre las políticas de Mao tuvieron un acceso relativamente fácil a los grandes medios estadounidenses (…) Sin embargo, una vez derrotado el fascismo y con el comunismo gobernando China, Snow vio que cualquier información positiva sobre las políticas del gobierno chino se silenciaba en los medios importantes de Estados Unidos”.
Su compromiso con la verdad hace que no se case con ninguna de las facciones, lo que según Serrano le acarrea muchos problemas, pues: “para el gobierno estadounidense era un comunista, para Mao era un burgués, para los rusos era un espía y para los comunistas estadounidenses era un trotskista”.
El último de los autores por el que nos guiará Serrano es Robert Capa, fotógrafo célebre por su trabajo durante la Guerra Civil española y el desembarco de Normandía en la Segunda Guerra Mundial. Capa nos da cuenta de la importancia de su trabajo como reportero de guerra en otra genial cita que Serrano rescata para los lectores de su libro: “Los periodistas no tenían permiso para escribir toda la verdad sobre la campaña, y tampoco estaban por la labor. Además, se trataba de una tarea que cumplían mejor las fotografías que las palabras. (…) Me arrastré entre monte y monte, entre trinchera y trinchera, haciéndoles fotos al barro, la miseria y la muerte”.
Pascual Serrano finaliza su libro con una nueva arremetida contra la manera en que la producción informativa se lleva a cabo hoy, que, basada en la actualidad, el sensacionalismo y la superficialidad sin contexto, caduca rápidamente e impide la comprensión de la realidad en profundidad. Por este motivo concluye repitiendo que “en una época en la que se sigue sacralizando la neutralidad, comprobamos que son precisamente los trabajos de los periodistas que renegaron de ella los que han logrado superar la prueba del tiempo”.
Fuente: http://www.revistalatinacs.org/11/alma/03oct/11-pascual.html 
rCR

martes, 8 de noviembre de 2011

08-11-2011
La Biblioteca Pública, ¿otro “lujo” que no nos podemos permitir?

Rebelión


La crisis provocada por el actual capitalismo de casino va acompañada de un discurso reaccionario que nos quiere convencer de que es muy costoso mantener los derechos ciudadanos. Así, el trabajo decente es un privilegio, nos recuerdan continuamente; sanidad y educación han pasado a ser un lujo insostenible de ciudadanos mantenidos la sopa boba; los funcionarios, una carga insoportable; las pensiones públicas no podrán mantenerse. El derecho a la cultura y a la información, en este contexto, ya parece un lujo extravagante.
Se trata de un ataque al estado del bienestar que viene ya de lejos y que se sustenta en una serie de falacias que autores como Vicenç Navarro han ido desmontando. En España el nivel de gasto social está por debajo de la media de la Europa de los 15, los países de “nuestro entorno” con los que debemos medirnos (España tiene un nivel de riqueza del 94% del promedio de la UE-15 y su gasto público social es sólo un 74%, según publicaba Navarro hace unos días); lo mismo ocurre con el número de funcionarios y otros indicadores del estado del bienestar, estado que es producto de una serie de luchas históricas para conseguir unos derechos sociales que permitan un nivel de vida digno, como proclama la Declaración Universal de Derechos Humanos (arts. 22 y 25). Los derechos económicos, sociales y culturales no son ningún lujo, sino una exigencia a la que no podemos renunciar si queremos pertenecer a una sociedad democrática. Y en una sociedad democrática no estaría mal que las prioridades económicas y la distribución de ingresos y gastos fueran cuestiones en las que la ciudadanía tuviera algún papel, y no sólo esos dos entes que se han convertido en la gran coartada: “Europa” y “los mercados”. Según la Constitución Española, tantas veces invocada cuando interesa e ignorada también cuando interesa, “la riqueza del país en sus distintas formas y sea cual fuere su titularidad está subordinada al interés general” (art. 128.1).
El ataque al estado del bienestar y la crisis económica y social provocada por prácticas económicas irresponsables socialmente, por políticas económicas erradas y por la ideología neoliberal, van enviando a millones de personas a engrosar las cifras de pobreza (¡casi 9 millones de pobres ya en nuestro país!) y exclusión social. Precisamente este escenario de crisis debería conducir a políticas de ayuda y protección a los sectores más vulnerables. Uno de los instrumentos más eficaces para ayudar a estos sectores es la educación, que, como estamos viendo va hacia un modelo de beneficencia para las capas de menor poder adquisitivo, anulando así su potencial para ayudar a que las personas puedan llevar a cabo sus proyectos vitales. Y muy directamente relacionadas con la educación están las bibliotecas públicas, que protegen los derechos de acceso a la cultura, a la información y a la educación para toda la población. Como no podría ser de otra forma dentro del modelo que se quiere imponer de “sálvese quien pueda”, las bibliotecas públicas también están sufriendo recortes inadmisibles de presupuestos, de horarios y de personal. Sin embargo, en épocas de crisis, las bibliotecas públicas sirven de refugio a millones de ciudadanos que tienen bajo nivel adquisitivo y, por consiguiente, pocos recursos.
En febrero de 2010 se redactó la Declaración de Murcia sobre la Acción social y educativa de las bibliotecas públicas en tiempo de crisis. En ella se dice que las bibliotecas cumplen una función social y educativa en todo momento, pero, “particularmente, pueden ser un recurso fundamental de inclusión y promoción social cuando la crisis económica incrementa el número de personas en paro, precariedad laboral, vulnerabilidad o exclusión social”. En épocas de crisis especialmente “hay que transmitir y hacer que la sociedad conozca la función de la biblioteca como institución de formación permanente, inclusión social y puerta de acceso a la sociedad de la información para todos”. Además, se dice, “la biblioteca debe atender especialmente las necesidades inclusivas y educativas de las personas y colectivos más vulnerables”.
Hace unas semanas el profesor José Antonio Gómez (Universidad de Murcia) decía en un foro de discusión: “Nos necesitan [refiriéndose a las bibliotecas] los cinco millones de personas en situación de desempleo, la mitad de la población española sin acceso a Internet en su hogar, los casi ocho millones de alumnos de la Educación obligatoria o más del 20% de la ciudadanía que se encuentra por debajo del umbral de la pobreza”.
No podemos seguir aceptando el discurso que sugiere que los derechos sociales no son derechos humanos, o bien que son para épocas de vacas gordas. Precisamente en épocas de crisis es cuando los derechos sociales son más necesarios, ya que son derechos solidarios y su función es garantizar un nivel de vida digno a todo ser humano, además de dar oportunidades a las capas más desfavorecidas. De hecho, en la crisis de 1929 los servicios públicos, concebidos precisamente para atender los derechos sociales, pasaron de ser un paliativo de los fallos del mercado a ser un instrumento de regulación del capitalismo.
La biblioteca es un servicio esencial para ejercer los derechos de acceso a la cultura, a la información y a la educación, sin los que el ciudadano no puede participar en la vida social y cultural. La crisis económica no debe ser una excusa para recortar presupuestos destinados a ella, sino un motivo para fortalecerla, si no queremos volver al modelo de beneficencia del siglo XIX, cuando los pobres no tenían derecho a nada, sino que recibían la vergonzante caridad de los ricos. La biblioteca pública es un derecho que debemos defender sin el menor titubeo, y más en un país líder en desigualdad económica como es España, según los últimos datos de Eurostat.
Pedro López López. Profesor de la Universidad Complutense. Miembro de la Plataforma Contra el Préstamo de Pago en Bibliotecas
08-11-2011
Novedad editorial de Ocean Sur
Perspectivas del socialismo latinoamericano en el siglo XXI



Nayar López Castellanos 2011 | Colección Pensamiento Socialista |

El autor realiza un recorrido panorámico por la historia del pensamiento socialista, se detiene en la experiencia soviética, en el auge y la caída del socialismo real, así como profundiza en las rutas reivindicativas en torno a las cuales el socialismo se piensa, se discute y se perfila en América Latina y el Caribe en el siglo XXI.

Más información sobre este libro en http://www.oceansur.com/catalogo/titulos/perspectivas-del-socialismo-latinoamericano-en-el-siglo-xxi/

Prólogo

por Roberto Regalado
Conocer el mundo para transformarlo es la función esencial del marxismo. Carlos Marx y Federico Engels establecieron los pilares de su teoría de la revolución en la Europa Occidental de mediados del siglo XIX . El Manifiesto del Partido Comunista , elaborado como llamamiento y guía para la participación del proletariado en la Revolución de 1848, y el Mensaje del Comité Central a la Liga de los Comunistas de 1850, redactado cuando Marx y Engels aún esperaban un nuevo estallido revolucionario, son los textos fundacionales del elemento medular del pensamiento de los clásicos, la filosofía de la praxis.
La filosofía de la praxis parte de un análisis crítico de la sociedad capitalista, estudia las condiciones concretas en que se desarrolla la lucha popular en cada momento y lugar, identifica y caracteriza al sujeto social de la revolución y, mediante la ponderación de esos factores, formula los objetivos, el programa, la estrategia y la táctica de la revolución, y traza las pautas para organizar, educar y movilizar a ese sujeto social. Esto es lo que buscan Marx y Engels con el Manifiesto y el Mensaje . Sin embargo, el fracaso de la Revolución de 1848 permitió que el viejo topo de la historia continuara abriéndose camino dentro de la sociedad capitalista, y que prosiguiera la indetenible modificación de las condiciones y el sujeto social revolucionario. Esta modificación impone la necesidad de adecuar, actualizar y desarrollar, en forma sistemática, la teoría de la revolución.
Nación moderna como producto del mercado capitalista, proletariado como sujeto social, Europa Occidental como escenario, partido de clase, conquista del poder, destrucción del Estado burgués, dictadura del proletariado y abolición de la propiedad privada de los medios de producción, forman el concepto de revolución que Marx y Engels plasman en el Manifiesto y el Mensaje . Dos décadas después, mediante el estudio de la experiencia de la Comuna de París, Marx profundizó su visión sobre la dictadura del proletariado. ¿Es este el concepto, universal y atemporal, de la teoría marxista de la revolución? Nada más lejano de su pensamiento. Eric Hobsbawm nos recuerda que «Marx y Engels rechazaron, en forma persistente, militante y polémica» la «tendencia a diseñar modelos operacionales cerrados, por ejemplo, a prescribir la forma exacta de cambio revolucionario y a declarar que todos los demás eran ilegítimos; o a rechazar el empleo exclusivo de la acción política».[1]
Por teoría marxista de la revolución entendemos el cuerpo de resultados científicos obtenidos mediante la utilización del aparato categorial y conceptual construido por Marx y Engels para: descubrir y analizar las características y contradicciones de la sociedad capitalista; percibir las regularidades sociales que se derivan de ellas; y formular leyes de tendencia que permitan elaborar los objetivos, programas, estrategias y tácticas de la revolución.[2] De los continuadores de su obra, solo Vladimir Ilich Lenin hizo aportes de tal envergadura que lo ubican como el co ‑ constructor del núcleo orgánico de la teoría revolucionaria. Mediante la aplicación del método de Marx, Lenin se percató de que en la Rusia zarista de inicios del siglo XX se había creado una situación revolucionaria, al margen de que las condiciones políticas, económicas y sociales fuesen muy diferentes a aquellas en que Marx y Engels elaboraron el Manifiesto y el Mensaje .
La Revolución de Octubre se erigió, por derecho propio, en el gran paradigma revolucionario del siglo XX. Fue el parte aguas definitivo entre las corrientes del movimiento obrero y socialista que optaron por la reforma de la sociedad capitalista como horizonte histórico y las que lo hicieron por la revolución socialista. Ella ocupa ese lugar cimero por su trascendencia histórica, por la fuerza de su ejemplo, por materializar ideas que hasta entonces eran abstractas y, en especial, porque fue el resultado de una adecuación exitosa del concepto original de revolución de Marx y Engels. En lo adelante, las fuerzas marxistas y leninistas no solo derivarían su estrategia y su táctica de las ideas elaboradas por los clásicos al calor de procesos que no cuajaron, sino también de su encarnación en la Revolución Bolchevique. Pero, esta no se convirtió en un estímulo y una experiencia de la cual otros revolucionarios extraerían lecciones, identificarían los elementos que pudieran adecuarse a sus necesidades y desecharían lo que no les sirviera. Por el contrario, se les impuso la noción de que ya había una teoría revolucionaria universal y la «tarea» era «aplicarla». Por si ello fuera poco, también se les impuso mutar y postergar ad infinitum esa «aplicación », en función de los vaivenes de la política estalinista.
El eurocomunismo rompe con el paradigma de la Revolución de Octubre en la década de 1960, pero, al hacerlo, rompe también con la revolución social como objetivo histórico. El paradigma fundacional siguió vivo para las corrientes revolucionarias de fundamento marxista, hasta que se derrumbó la URSS y se evidenció que ese derrumbe no iba a desembocar en la recuperación revolucionaria anhelada por la izquierda crítica del «socialismo real». El derrumbe de la URSS provoca el colapso, ya no solo del «paradigma soviético», entendido como aquel proyecto político, económico y social que una parte de los revolucionarios, incluso de los revolucionarios marxistas y leninistas, rechazaban desde mucho antes, sino del propio «paradigma de la Revolución de Octubre», es decir, provoca el colapso dentro del propio movimiento revolucionario de las certezas e ilusiones sobre aquella encarnación incontaminada por desviaciones posteriores del concepto original de revolución de Marx y Engels. ¿Revelaba el derrumbe que ese proceso histórico estuvo desde el inicio condenado al fracaso? Cualquiera que sea la respuesta, se evidenció que la construcción política hecha por Lenin a partir de la teoría de la revolución de fundamento marxista, aquella que sirvió de referente a todas las revoluciones socialistas del siglo XX , ya no podría volverse a «aplicar».
Si nos aferrásemos a aquel presupuesto que no distinguía entre la teoría general y la construcción política singular, llegaríamos a la errónea conclusión de que, después del derrumbe de la URSS, ya no hay, ni puede haber, teoría revolucionaria. Pero esa no es nuestra posición. Asumimos el pensamiento marxista y leninista como filosofía de la praxis. Lenin no recibió, ni podía haber recibido, en herencia de sus predecesores, una fórmula específica para conquistar el poder e iniciar la construcción del socialismo; tampoco dejó, ni podía dejar, una fórmula específica en herencia a sus sucesores. Lo que Lenin sí recibió en herencia fue un aparato categorial y conceptual, que utilizó para elaborar la fórmula específica de la Revolución de Octubre; y lo que dejó en herencia a sus sucesores fue ese mismo aparato categorial y conceptual, adecuado, actualizado y desarrollado por él hasta el momento de su muerte.
Sin teoría revolucionaria no hay movimiento revolucionario. ¿Cuáles son los principales problemas científicos que plantea el derrumbe de la URSS a la teoría revolucionaria? Esta es una cuestión de suma importancia, en primer lugar, porque el plazo histórico para derrotar a la barbarie capitalista se agota con la misma celeridad con que el imperialismo destruye y depreda al planeta y, en segundo lugar, porque ni la barbarie ni el socialismo son iguales a lo que eran. El capitalismo del siglo XX mutó y el paradigma del socialismo del siglo XX se derrumbó. De ahí surge la necesidad de desentrañar cómo se derrota al capitalismo y qué entender por socialismo en el siglo XXI . En rigor, no hay respuestas para esas interrogantes. Lo que sí hay son pistas para encontrarlas, pero para ello es necesario: restablecer la credibilidad de la teoría marxista y leninista, dañada por el derrumbe del paradigma de la Revolución de Octubre; recuperar el lugar que le corresponde en la conciencia del sujeto social revolucionario; completar el exorcismo de las reminiscencias de la etapa en que se le subordinó y vulgarizó en función de legitimar un proyecto político que decía derivarse de ella; y hacerla «parir» construcciones políticas revolucionarias acordes con la actual situación.
A todo ello contribuye, en forma meritoria, el libro Perspectivas del socialismo latinoamericano en el siglo XXI , de Nayar López Castellanos, que la colección Pensamiento Socialista de la editorial Ocean Sur se complace en presentar a sus lectores. En sus tres capítulos, el autor realiza un recorrido panorámico por la historia del pensamiento socialista, en el que justiprecia lo positivo y lo negativo de quienes lucharon por construir el socialismo a lo largo de los siglos XIX y XX; analiza la situación y perspectivas de los movimientos sociales y las fuerzas políticas latinoamericanas que hoy rescatan lo bueno y desechan lo malo de esa tradición; y contribuye a desarrollar la utopía revolucionaria que, según Eduardo Galeano, sirve para caminar .
Este libro sigue la huella de la filosofía de la praxis. Perspectivas del socialismo latinoamericano en el siglo XXI será de gran interés para muchos tipos de lectores. Sin excluir a ninguno, pienso que quienes más provecho obtendrán de él son las jóvenes generaciones, que en sus páginas encontrarán una síntesis del pasado, un esbozo del presente y un atisbo al futuro.

La Habana, julio de 2011

Notas

1. Eric Hobsbawm: How to change the world. Tales of Marx and Marxism, Little, Brown Book Group, London, 2011, pp. 319-320.

2. Véase a Néstor Kohan: Nuestro Marx, Misión Conciencia, Caracas, 2011, pp. 39‑41.

lunes, 24 de octubre de 2011

Ver como pdf 23-10-2011

Reseña de "La sociedad de la ignorancia"


La sociedad de la ignorancia. Gonçal Mayos, Antoni Brey ( eds.), Joan Campàs, Daniel Itinnerarity, Ferran Ruiz, Marina Subirats. Barcelona : Península, 2011, 217 páginas.

Este libro es un conjunto de ensayos , necesario por su actualidad : una análisis crítico de lo que se llama "La sociedad del conocimiento." El término en sí ya manifiesta su carácter claramente ideológico al idealizar los efectos de las tecnologías de la información imperante en el capitalismo globalizado. La voluntad crítica del libro es interesante pero voy a empezar planteando una reserva :
¿ porqué hablar de ignorancia en sentido negativo cuando nos referimos a lo que no sabemos ? ¿ No sería mejor volver al planteamiento socrático que plantea de la ignorancia es la base del conocimiento y su contrario lo que se presenta como saber sin serlo ? Este sería un hilo a seguir que sólo se hace parcialmente, aunque se apunta que el exceso de información satura asfixiándolo el deseo de conocimineto. Hay que volver a la distinción entre la sabiduria como algo práctico, el conocimiento como algo teórico y la información como una transmisión de datos. Pero una transmisión de datos basada en una determinada codificación que desde la filosofía hemos de cuestionar. No hay entonces ni sociedad del conocimiento ni tampoco del desconocimiento, hay una invasión de información delante de la cual podemos o no tener criterio. Esta es la cuestión. De todas maneras ya Gonçal Mayos, en su introducción y en el capitulo "Sociedad de la incultura ¿ cara oculta de la sociedad del conocimiento" ya apunta los peligros de la hegemonía de las T.I.C., tanto desde el punto de vista de la cultura como del de la política. Lo que ocurre es que aquí quizás sería más claro utilizar una noción más antropológica de cultura : no algo que se tiene o no se tiene, sino algo que siempre tenemos ( representaciones,valores, prácticas). Lo que se trata entonces es de saber que cultura perdemos y hacia cual vamos : aquí sí que, como Mayos señala, vale la pena recurrir a los análisis de los sociólogos Zygmunt Bauman o Richard Sennett cuando señalan que hacía una sociedad líquida, inconsistente, narcisista. Mayos analiza bien la ideología postmodernista que hay detrás de este proceso : lo efímero se impone, oligándonos tanto a aprender como a desaprender. Nada es sólido y hemos pasado del peligro d ela rigidez al de la fluidez. No se puede ser crítico sin tener criterio y éste no es posible delante del "todo vale", del relativismo que nos deja en poder de la manipulación de las modas. Ya ni siquiera hay transgresión porque esta se ha convertido en la norma, transformándose en banalización. También me parece fundamental los peligros para una sociedad democrática al perderse cada vez el espacio público y retirarse a la privacidad. Ya no quedan ciudadanos : solo quedan consumidores. Pan y circo, ciertamente, Gonçal pero junto a la televisión y a Internet no nos olvidemos del futbol, la nueva religión de masas. Parece cumplirse el sueño positivista de Comte, que no es otra cosa que una pesadilla : una sociedad teconológica dominada por supuestos expertos que cada vez dominan más nuestra vida ( la biopolítica). También son sugerentes las referencias a la desmaterialización del mundo sobre las que reflexionaba : un ahora sin aquí. Los dos artículos de Gonçal Mayos encuadran bien el análisis, aunque el algun momento pueden ser redundantes. Describe con soltura este escenario donde lo que se presenta como óptimo puede ser lo peor: la cara oculta de esta supuesta sociedad del conocimiento. Me ha gustado también las referencias literarias, sobre todo al Aleph de Jorge Luis Borges.
El resto de artículos me parece muy desigual. Empezaré por los que me parecen más prescindibles : los de Daniel Innerarity y Marina Subirats, que són justamente los autores que suenan más. El artículo del filósofo Innerarity me parece que combina una cierta pedanteria ( de referencias y citas, sobre todo en inglés) sin aportar nada nuevo. Del de la socóloga Marina Subirats salvaría la precisa descripción de esta nueva y nefasta élite que cada vez domina más el mundo académico. De los de Antoniuo Brey, Ferrán Ruiz y Joan Campàs si quiero comentarlos por el interés de lo que proponen, más allá de que esté o no de acuerdo con ellos.
El artículo de Ferran Ruiz me parece estimulante al mismo tiempo que me provoca rechazo : una sensación agridulce que para un texto es, sin duda, un valor. Por una parte tiene el valor de plantear en términos muy radicales la crítica al sistema educativo, sobre todo el de la educación secundaria. Me parece muy interesante que más allá de otros debates necesarios ( pública/privada; recursos humanos y materiales) se vaya al núcleo de la cuestión, empezando por el propio espacio físico donde se enseña ( que certeramente nos lleva al "Vigilar y castigar" de Michel Foucault). Pero me parece ianceptable el desprecio que manifiesta hacia el colectivo de profesores de secundaria : ¿ es que no se ha enterado de iniciativas como la Red IRES o el trabajo de muchísimos profesionales que en las peores condiciones están dando en centros de secundaria una enseñanza alternativa ? Claro que hay corporativismo y actitudes defensivas pero no solo esto y auqnue no sea un problema de recursos éstos también cuentan ( ¿ que se puede hacer en un aula con más de 30 alumnos totalmente diversos ?; como se pueden utilizar las T.I.C. O los medios audiovisuales sii no se disponen de los medios adecuados ?). De esta manera Ruiz se va deslizando hacia una retórica que me parece peligrosa : industria, empresa, gestión, clientes, productividad, evaluación). ¿ Es que cree que la manera de salir del impasse es transformando los centros educativos en empresas ? Y que conste que muchas de las críticas son correctas y me parece que entran a fondo en el tema pero me temo que si no contextualiza el sistema en el que estamos, y analizar la función de la educación en este sistema lo único que haremos es adapatar un sistema educativo caduco para adapatarlo a las necesidades del capitalismo contemporáneo.
Antonio Brey y Joan Campàs tienen el plus de haber analizado durante mucho tiempo y de forma crítica las T.I.C. Antonio Brey es ingeniero de telecomunicaciones que ya ha escrito sobre el tema ( La Generación fría y El fenómeno Wi-Fi). Me ha interesado especialmente el de Joan Campàs, un texto muy en la línea crítica de lo que publica, por ejemplo, la editorial virus con libros como La tercera piel o El lado oscuro de google.

viernes, 14 de octubre de 2011

14-10-2011
Reseña “El odio a Occidente”, de Jean Ziegler
Tan sencillo como la lucha de clases



Durante siglos Europa fue considerada la vanguardia del pensamiento cultural, del desarrollo de las instituciones y del progreso. Pero en la actualidad, según Jean Ziegler, el que fuera relator especial de la ONU para el Derecho a la Alimentación entre los años 2001 y 2008, “la luz ya no viene de Europa”. Considera, al igual que Maurice Duverger, que vivimos “la decadencia de las naciones europeas”. “Dotadas de un modo de producción de un dinamismo y una fuerza creadora admirab les, pero sometidas a la voluntad de conquista de sus clases dirigentes y a su obsesión por el beneficio financiero inmediato, dejaron morir la Ilustración que les había dado vida”. Estas palabras las escribió en mayo de 1010 en el prefacio a la edición española del libro “El odio a Occidente”. En el año y medio que ha pasado desde entonces, todo lo sucedido en la economía y la política europea confirma esa visión. Del mismo modo que señalaron Carlos Fernández Liria y Luis Alegre en su polémico libro “Educación para la ciudadanía”, Ziegler denuncia que los Estados occidentales practican el “fascismo exterior”, que consiste en que “en el interior de su territorio, constituyen auténticas democracias. Pero los valores democráticos que forjan el fundamento de sus Constituciones se detienen en sus fronteras”. No solamente esto, podríamos añadir nosotros, es que los procesos de “democratización” que manu militari han iniciado en países como Afganistán, Iraq o Libia no han supuesto la más mínima mejoría de las condiciones sociales o políticas de los ciudadanos de esos países. Todo esto es lo que lleva a sembrar el odio a Occidente que da título a este libro. Ziegler repasa las causas de este odio mediante la exposición de los comportamientos de los gobiernos occidentales y sus líderes en los países empobrecidos. Como un Sarkozy que arenga a los africanos sobre la necesidad de que alcancen la soberanía alimentaria mientras Europa inunda el continente con pollos, frutas y legumbres que, gracias a las políticas del dumping agrícola a través de las subvenciones, cuestan tres veces menos que los producidos en África destruyendo así la economía de los países.
El odio hacia Occidente surge, señala Ziegler, porque los dirigentes del mundo euroatlántico pretenden imponer en toda la superficie del globo lo que ellos llaman “derechos humanos” y “democracia”, pero que solo son leyes económicas y modos de producción al gusto de los países poderosos. Este funcionario de la ONU nos aclara que, tras los sistemas esclavistas y coloniales, hemos llegado al “actual orden del capital globalizado, con sus mercenarios de la Organización Mundial del Comercio, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, sus sociedades transcontinentales privadas y su ideología neoliberal, representa el último, y de lejos el más asesino, de los sistemas de opresión que se han dado en el curso de los cinco siglos pasados”. Si bien esta afirmación no es nada nueva, aunque sí lo sea procedente de un alto cargo de la ONU, existe otra afirmación de Ziegler que vale la pena destacar. Se trata de que la “multipolaridad del capitalismo financiero globalizado es una engañifa”. En mi opinión es importante esta advertencia para que ningún pueblo crea que una oligarquía financiera local pueda ser una alternativa a la extranjera. Afirma nuestro autor que “los pueblos del Sur odian a sus oligarquías locales de la misma manera, y por las mismas razones, que odian a Occidente. Por poderosas que sean, las oligarquías del Sur reproducen, en efecto, el sistema mundial de dominación y de explotación establecido por los occidentales”.
Por último, los testimonios privilegiados de Jean Ziegler sobre cuestiones de las Naciones Unidas nos asombrarán por la forma tan elocuente en que se muestra la soberbia de las grandes potencias o la impotencia para aplicar los principios de la ONU cuando chocan con los intereses de los poderosos. Cinismo, arrogancia, esquizofrenia, doble lenguaje, son algunas de las expresiones que el ex relator utiliza para explicarnos el papel de Occidente en la ONU.
La conclusión es inevitable, el comportamiento de Occidente sólo puede generar odio. El odio del oprimido contra el opresor, del explotado contra el explotador, del humillado contra el dominador, del pobre contra el rico. Es, sencillamente, la lucha de clases a nivel internacional, por si alguien pensaba que eso era una expresión del siglo pasado.
Ziegler, Jean. “El odio a Occidente”. Traducción de Jordi Terré. Península. 2010

sábado, 17 de septiembre de 2011

Reseña de la novela "Acceso no autorizado" de Belén Gopegui

17-09-2011
Reseña de la novela "Acceso no autorizado" de Belén Gopegui
Cuando amanezca, nuestros ojos verán

Ramón Pedregal Casanova
Rebelión


Belén Gopegui, la escritora con una literatura fuertemente crítica al sistema de producción actual, no se va del momento que estamos viviendo, quiere discutir el terreno y la fuerza al poder establecido, y descubrir sus contradicciones, sumar, sumar, y sumar fuerzas en el mismísimo estómago de la bestia y contra ella. Belén Gopegui quiere que los lectores nos metamos en las heridas que le inflinge como una astilla y las hagamos cada vez mayores, más grandes, más profundas, hasta que…
Su obra compuesta de novelas como “La escala de los mapas”, “Tocarnos la cara”, “La conquista del aire”, “El lado frío de la almohada”, “El padre de Blancanieves”, “Deseo de ser punk”, o ésta recientemente publicada “Acceso no autorizado”, y ensayos como “Un pistoletazo en medio de un concierto”, entre otros, hacen sobresalir a Belén Gopegui de manera evidente como escritora por su riqueza de lenguaje, su construcción literaria, su capacidad de análisis de los conflictos que expone, su visión de conjunto y estratégica,… con lo que sus novelas trascienden, perduran. Belén Gopegui con su obra ha roto el muro, otro más del poder que nos quiere atados y bien atados, con el que tratan de quitar de nuestra vista la literatura que habla de nosotros, de nuestras contradicciones, y nos rebela la conciencia, ese despertar activo que no producirá nunca la correa de trasmisión novelística y periodística de la gran burguesía.
Belén Gopegui advirtió en el prólogo que escribió a su novela “La conquista del aire” sobre el carácter capitalista del tiempo en que vivimos, la función que ejercen los escritores, y, los intereses que los animan, recordándonos a los lectores el papel de jueces. Y así, jueces, primeros críticos, nos enfrentamos a la construcción literaria interactiva que es “Acceso no autorizado”, una novela como un alternador de corriente: usted lee y transforma la intensidad de su pensamiento en capacidad de discutir el presente. Si Einstein decía que es más difícil partir un átomo que una idea preconcebida, aquí pueden hacer la prueba quienes entregan su cerebro a siglas y gentes de cargo institucional, y verán “cómo lo sólido se disuelve en el aire”, son palabras de Carlos Marx.
La novela plantea las contradicciones que a la vicepresidenta del gobierno de zapatero se le crean ante las contrarreformas puestas en marcha. Las contradicciones empiezan a brotarle cuando un hacker entra en su ordenador, lo que de por si lleva un problema que se hará presente en la lectura: el dominio sobre nosotros de ejércitos empresariales que utilizan la informática para el control social, bajo la capa de prestar un servicio. A través de las diferentes contradicciones la confianza del personaje en la acción gubernamental se resquebraja, y ante sus ojos, conforme habla con el presidente sobre esas contradicciones, se va cayendo el telón que quitaba de la vista el profundo daño social de las acciones implantadas, entre las que resalta la entrega a los bancos de los bienes del Estado. El hasta entonces ignorado peligro de censura, o castigo en cualquier nivel social o institucional, irrumpe, y hace palpitar más la herida, descubriendo, como un personaje extraño a lo que dice la propaganda, al responsable gubernamental máximo:
“ - Estaba equivocada. No puedes dimitir. Puedes no presentarte en las próximas elecciones, pero para irse hay que tener una razón.
-¿Y quién me obliga a quedarme?
- Te lo he dicho: no tienes un motivo para dimitir. No es verdad que estés haciendo ahora, debido a la crisis, una política alejada de tu ideología. No tienes ideología. El buen talante, los derechos civiles a los que llamamos sociales, etcétera: son barniz, aderezos.
- A algunas personas les va la vida en lo que tú llamas aderezos.
- Yo también he dicho esas palabras. Algunas personas serán más felices gracias a tus aderezos, de los que te desprendes con prisa en cuanto te sientes atacado, véase Igualdad. Pero no se trata de algunas personas. Se trata de para quiénes gobernamos, y para qué. La ideología es eso. A tí y a mí, y a Felipe y los demás, nos dieron las respuestas y las aceptamos.
- Me alegro (le dice Zapatero) que hayas tenido esta caída del caballo justo ahora que te vas del poder. … Anunciaré tu destitución mañana...”
Locutores e interlocutores, es una novela fundamentalmente dialogada, van abriéndose paso en la espesura y ocultación política de individuos corruptos por si mismos que habitan bajo el manto del amo. Su lenguaje en ocasiones se hace enormemente preciso para que el lector solo vea lo que sucede ahí y en ese momento, para lo que lo limpia de retórica como una fuerza que no debe maquillarse. La acción transcurre en cuatro meses, y se nos advierte con una metáfora de lo difícil que nos puede resultar ver lo que hay más allá de donde estamos, ver en profundidad. Para ejemplificar esa falta de visión, al comienzo nos sitúa en un espacio urbano y en horas sumergidas en la oscuridad moderna, pero compuesta de verdaderos muros, casas y casas, como pequeñas celdas, habitadas y sin contacto entre unas y otras, y una oscuridad que no deja ver nada de lo que hay poco más allá. Eso podrá verse y saberse con el paso del tiempo, cuando amanezca, nuestros ojos verán.
Belén Gopegui pone sobre la mesa a la tecnología, y muestra sus bondades, bondades que llevan incrustada la vigilancia policial sobre la población, el control de teléfonos e internet al margen de la Ley, sobre todo en periodos de movilización social, y recuerda lo ocurrideo en Atenas en el 2004, ejemplo a tener en cuenta pensando en la toma de las plazas y las calles por los trabajadores durante los últimos meses en el Estado español, lo que conlleva su rápida concienciación social como grupo y su desprecio por quienes disponen del gobierno y por quienes hacen ostentación de ser los próximos. Los personajes se plantean problemas reales, que están en la calle, y también, como en la calle, surgen voces que pretenden un lenguaje cuidado y moldeado en ámbitos contrarios a los sociales, cuidado que en la calle es indicador de desconocimiento, de sumisión, de miedo, y de otras tantas actitudes llenas de matices que finalmente preservan la norma que nos ha hecho callar y nos ha llevado a la situación actual, y en la novela se da una respuesta a tener en cuenta cuando se nos dice:
“ - Pero eso es provocar.
-Eso es enseñar. Marcar el territorio. Si cedes te acorralan.
- Soy demasiado precavido -se disculpaba él.
- Yo creo que nadie es nada. O que son programas abiertos, los hechos nos van cambiando.”
Entretanto, bancarización de las cajas, sobreprecios, mercadeo de los mínimos sociales, y la inversión en el lenguaje, o mejor la perversión del lenguaje, la retórica vacía de quien es responsable público. Se abre paso la libertad para los fraudulentos, a la que acompaña la violencia física, la del atentado contra quien duda, y comienza a través de personas interpuestas, los riesgos de mirar a los derechos elementales que nos pertenecen, la represión venida desde la oscuridad de la noche del Estado capitalista: la primera injusticia contiene más injusticia.
Si en la novela de Belén Gopegui cuentan los hechos, en la realidad también, pero además en la realidad hay que esforzarse para que no se olvide o no se tome como una ficción más. Esos hechos causantes de las desgracias sociales son responsabilidad de quienes los disponen, de quienes los organizan, de quienes ponen en marcha el terror desde el Estado contra los que piden igualdad, y en la novela el espectro del terror se asoma, dejando en esa oscuridad antes señalada la responsabilidad, pero el lector no puede saltar por encima, los hechos son comprobables, las responsabilidades son detectables, y su padre, como poco, es detestable. Pero la novela es ficción. Hay un punto común entre realidad y ficción, es la verosimilitud, la verosimilitud de la ficción nos debe llevar a la realidad, y aquí espera la racionalidad para ser crítica. Con el conflicto planteado con las nuevas tecnologías aparece el de la conciencia ante los bienes de la mayoría social, queda la pregunta de cuánto es el derecho y el respeto que se conserva a los trabajadores y a quién hay que señalar en esta batalla; es preciso saber, y es preciso formar colectivo, y para saber en torno a qué, permítame parafrasear a un personaje de la novela: puede decirse que lo común, lo público, será aquello donde el respeto tiene su origen.
Título: Acceso no autorizado.
Autora: Belén Gopegui.
Editorial: Mondadori.
Ramón Pedregal Casanova es autor de “Siete Novelas de la Memoria Histórica. Posfacios”. Edita Fundación Domingo Malagón y Asociación Foro por la Memoria (asociacion.foroporlamemoria@yahoo.es)