lunes, 25 de abril de 2011

El puño negro que noqueó a la América blanca

25-04-2011
Aparece un libro inédito de crónicas de Jack London
El puño negro que noqueó a la América blanca


Un libro inédito de crónicas de Jack London revive el combate por el título de los pesos pesados de 1910 que sacudió los cimientos de la discriminación racial en EEUU

Un izquierdazo con la fuerza de un terremoto. El puño negro de Jack Johnson no sólo tumbó en el decimoquinto asalto a "la gran esperanza blanca", Jim Jeffries, sino que dejó sonado a todo un país. Jack Johnson retuvo su título de campeón de los pesos pesados el 4 de julio de 1910. Y lo hizo sin perder la sonrisa. "El combate más grandioso del siglo ha sido un monólogo que un negro sonriente, que no ha dudado ni un segundo, y que no ha tenido que ponerse serio más de una vez, ha ofrecido a 20.000 espectadores", escribió Jack London (San Francisco, 1876-1916) en una de sus crónicas para el New York Herald, que la editorial Gallo Nero publicará los primeros días de mayo, por primera vez en España, bajo el título El combate del siglo.
London comenzó a enviar sus crónicas diarias desde Reno 11 días antes del combate. Nevada era entonces el único estado donde se podían organizar combates, pero la expectación era máxima en todo EEUU. "En ninguna guerra, en ningún lugar, se ha congregado nunca tal número de escritores e ilustradores", escribió London el 23 de junio.
Según se acercaba el día decisivo, el autor de Colmillo blanco y La llamada de la selva, iba poniéndose más nervioso. En su crónica del 28 de junio aseguró sentir "un deseo tan abrasador de presenciar este combate, que hay momentos en los que me asalta el súbito miedo de que no tenga lugar, de que algún enorme terremoto lo impida. Porque tengo tantas ganas de ver el combate que resulta doloroso".
Duelo de titanes
Para entender el ansia del escritor (y de toda una nación), hay que remontarse unos años atrás. Jim Jeffries se había retirado invicto y en la cima de su popularidad en 1905. Lo había avisado dos años antes: "Cuando no haya más hombres blancos contra los que luchar, dejaré el boxeo". Es decir, no tenía intención alguna de pelear contra un negro. Racismo deportivo.
Desde entonces, la guerra dialéctica entre el campeón Jeffries y el aspirante Johnson se recrudeció. A cada provocación del boxeador negro, el blanco respondía con argumentos como "he dicho que no pelearé con un hombre de color, y no cambiaré de opinión" y "no creo que el público quiera que defienda el título si no es con un blanco. No crea que tengo miedo de un negro. Puedo machacarlo igual que a cualquiera". Johnson contraatacó en noviembre de 2007: "Jeffries tiene miedo".
Pero la presión social sobre el boxeador blanco se disparó cuando, en diciembre de 1908, Johnson se convirtió en el primer campeón negro de los pesos pesados tras noquear a Tommy Burns en Sydney. El 1 de mayo de 1909, Jim Jeffries sucumbió al clamor popular. "Me siento obligado ante el público deportivo a hacer al menos un esfuerzo por recuperar los pesos pesados para la raza blanca. Lo correcto es que entre de nuevo en el cuadrilátero y demuestre que el hombre blanco es el rey".
La América tradicional estalló de júbilo. Por fin alguien iba a darle una lección a ese negro que no sabía comportarse. Johnson, hijo de esclavos emancipados, no contento con haberse convertido en el dominador del ring, salía con mujeres blancas. Era lo que entonces se llamaba un mal negro por rebelarse contra las normas discriminatorias vigentes entonces. El Mohamed Alí de la época. "Cumplía a la perfección los requisitos del mal negro y, lo peor de todo, menospreciaba el peligro y los tabúes interraciales. Para colmo, era inteligente, atractivo, expresivo, no había sido derrotado y derribaba a sus rivales blancos. En los racistas EEUU de principios de siglo, Johnson era el mal negro por excelencia", razona Barack Y. Orbach, profesor de Derecho en la Universidad de Arizona, en un artículo incluido en El combate del siglo.
Segundos fuera
Todo estaba listo, por tanto, para devolver el cetro mundial al lugar de donde nunca debió de haber salido. Jeffries ganaba en las apuestas de un modo abrumador. El propio Jack London apostó su dinero a la victoria del luchador blanco. Pero, ¡ay!, Johnson metió una tunda histórica a Jeffries, destruyendo las "poco realistas ilusiones xenófobas de que un exluchador con sobrepeso y en malas condiciones físicas podía superar a un campeón invicto en el culmen de su juego", cuenta Orbach.
"Una vez más Johnson ha conseguido derrotar al representante de la raza blanca, y en esta ocasión al mejor de todos ellos. El juego ha pertenecido a Johnson. Desde el inicio hasta el final mantuvo la agudeza, el intercambio de agudas réplicas con los asistentes de su contrincante y con los espectadores. Exhibió su dorada sonrisa [tenía dientes de oro] con la frecuencia acostumbrada, y no se le congeló en el rostro ni desapareció", escribió London en el arranque de su crónica del combate.
A la América blanca, por contra, se le heló la sonrisa y le hirvió la sangre. Al menos 20 negros y unos pocos blancos murieron las noches siguientes en los disturbios raciales provocados, en su mayor parte, por frustrados hermanos de raza del derrotado Jim Jeffries.
Violencia y censura
"El golpe que derribó a la gran esperanza blanca conmocionó a la nación, suscitó funestos disturbios raciales, y provocó una de las olas de censura cinematográfica más inquietantes de la Historia de América", explica Orbach.
En efecto, los días siguientes al combate, una "avalancha legal" llegada de numerosos estados y municipios "sepultó los derechos de los negros". La exhibición del combate, que iba a empezar a mostrarse en cines de todo EEUU, fue prohibida alegando que podía provocar alteraciones del orden público. El Washington Post respaldó el veto al filme, impulsado desde los estados del sur, para "evitar que se eche leña al conflicto racial al proyectar imágenes de un negro golpeando al campeón mundial blanco". Orbach apunta a otros motivos para explicar la prohibición: "Censurar la supremacía negra de uno de los mayores atletas de la historia, Jack Johnson. Las viejas objeciones moralistas al boxeo se combinaron con el pánico racista al deterioro del estatus del hombre blanco".
Johnson, amenazado por el Ku Klux Klan, pagó con creces su osadía de hacer besar la lona al gigante blanco. Tras el combate, fue detenido e interrogado varias veces acusado de saltarse la Ley Mann de 1910, que impedía a un hombre llevarse una mujer a otro estado con propósitos "inmorales". Finalmente, en 1912 fue condenado a prisión. Tras exiliarse a Europa, acabó regresando a EEUU en 1921 para cumplir una pena de cárcel de nueve meses.
Tuvieron que pasar dos décadas antes de que se permitiera otra vez a un negro competir por el título de los pesos pesados. El boxeador se llamó Joe Louis. Y tuvo que firmar un contrato en el que se especificaba cómo debía comportarse en caso de convertirse en el rey de los cuadriláteros.
Louis no podía ser fotografiado junto a una mujer blanca. Ni adoptar posturas arrogantes ante un rival blanco, ni hablar despectivamente de él antes o después del combate. Y debía mantener una actitud pasiva ante las cámaras y llevar una vida ordenada. Conclusión: Dios bendiga a América y a los negros buenos...
*
Johnson, en palabras de London
Alegría
"El despreocupado y alegre Jack Johnson es completamente distinto. Nadie fue nunca más gregario, siempre feliz de saludar a viejos amigos y hacer algunos nuevos. Le gustan las multitudes, se crece con ellas, y a cambio hace lo que puede para que disfruten. En sus instalaciones, Johnson siempre es el centro de la atención. Normalmente él es quien entretiene, bien tocando música, bien jugando, presidiendo concursos de chistes o contando historias. Y siempre invita a los demás a que participen y lo pasen bien (...) Bajo todo el aderezo de fuerza combativa, tiene un temperamento despreocupado, tan ligero y desenvuelto como un niño. Se divierte con facilidad. Vive el momento".
Defensa
"Es una maravilla oscura. Nunca ha habido un boxeador defensivo de su tamaño. Ni uno que tuviera tanta sangre fría. Esa es una de sus mayores cualidades. Hasta tal punto, que su juego a veces parece lánguido, y nunca da la impresión de brutalidad. Cuando está en acción, apenas se distingue a la bestia luchadora. Se distingue, sí, en momentos de fiereza, y su rostro y su fuerza son los de un tigre. Pero no es genuino. Lo simula. Es un actor haciendo un papel. No lo domina el instinto del tigre. Lo está fabricando. En el fondo de su frío cerebro, decide que necesita ese despliegue de fiereza, y lo saca".
Juego
"Johnson jugueteó como es su costumbre. Puesto que su oponente no hacía gala de vigor en sus ataques, podía permitirse el lujo de juguetear mientras bloqueaba y se defendía como un maestro. Y jugó y combatió contra un hombre blanco en un país blanco y ante una multitud de blancos que apoyaban a Jeffries".
Relax
"Esta es una de sus grandes ventajas. Johnson dispone de la capacidad de relajarse casi por completo. Sus arremetidas más fieras siempre preceden a intervalos de reposo. En un abrazo, si no está golpeando, descansa. Por eso lo conocen como el boxeador perezoso. Y parece relajarse mentalmente tanto como físicamente. Parece dejar de pensar e incluso de percibir, y durante los abrazos entra en una especie de trance".
Verborrea
"Johnson es un antiguo maestro de la lucha verbal dentro del cuadrilátero. En su combate contra Tommy Burns, Johnson se enzarzó en una lucha verbal contra Tommy, los asistentes de Tommy y todo el público australiano, y se llevó los laureles. Debemos añadir que de sus labios no salió ni una palabrota ni un insulto. Todo lo que dijo era genuina diversión, puro ingenio, agudeza y jocosidad".
Fuente: http://www.publico.es/culturas/372383/el-puno-negro-que-noqueo-a-la-america-blanca

domingo, 10 de abril de 2011

Reseña de ¡Indignaos! de Steéphane Hessel

10-04-2011
Reseña de ¡Indignaos! de Steéphane Hessel


Steéphane Hessel, ¡Indignaos!, (Traducción de Telmo Moreno Lanaspa). Ed. Destino, colección imago mundi. Barcelona 2011, 60 páginas.

Por supuesto que hay que indinarse, como nos dicen dos viejos luchadores que casi están llegando al siglo de vida, Stéphane Hessel y José Luis Sampedro, que prologa el libro. Este pequeño libro es una pequeña joya por la simplicidad con que nos recuerda las verdades del barquero, que a veces solemos olvidar.

La primera es que hay palabras que por muy deterioradas que estén, como libertad y justícia, deben estar siempre presentes en nuestra mente. No hace falta entrar en grandes debates sobre lo que significan porque desde la razón común todos podemos entenderlas y esto es lo que debe unirnos. Que no podemos aceptar que cada vez hayan más pobres y menos ricos y que estos controlen lo que pasa en nuestro planeta. Que los que mandan sean los mercados y que los que deciden en ellos son los grandes ricos especuladores que imponen una dictadura según sus mezquinos pero poderosos intereses. Que haya muchos más recursos que los que habían cuando se construyó el Estado del Bienestar en Europa y que nos digan que no hay dinero para sostenerlo. Que el mundo vaya por tan mal camino y que cada vez tendremos menos margen para reaccionar. Que tenemos todos derecho a una vida digna pero el sistema es totalmente irracional y el dinero tiene hoy más poder del que ha tendio nunca. No hace falta discutir si esto es ser antineoliberal o anticapitalista : lo que hay aquí es una lucha urgente que debe unirnos y movilizarnos.

La segunda es que la política debe basarse en sentimientos morales y que el sentimiento moral básico es la indignación ( "lo insoportable" que diría Michel Foucault rizando el rizo). Ernest Tugendhat, que es uno de los grandes filósofos vivos, hablaba de tres sentimientos morales : la culpa ( y aquí también la vergüenza), la inddignación y el resentimiento, según estuvieran referidos a una mala acción que hacemos, que contemplamos o que padecemos. La palabra resentimiento, quizás por influencia nietzscheana, no me gusta, y pienso que la de indignación está bien para referirnos a esta reacción que tenemos delante de lo que nos parece inaceptable, sea porque nos lo hacen a nosotros, a los demás o a ambos. Pero hay que recuperar esta palabra contra otra que es la indiferencia Hay que estar harto y ceder ante los indiferentes, que para justificar su cinismo o pasividad empiezan a relativizar estos sentimientos como algo subjetivo y discutible. En Egipto, en Túnez, en Libia la gente se ha indignado sin necesidad de teorías, sabiendo lo que cualquier humano puede saber que es que quieren ser más libre y vivir en una sociedad más justa. Luego ya discutiremos los matices, pero esto que estamos viendo es un auténtico movimiento democrático que, como nos dice Jacques Rancière, es el movimiento de los sin-parte, de los excluidos que quieren participar y decidir sobre aquello que los atañe. La tercera verdad a recordar es que "La Declaración Universal de los Derechos Humanos" no fue un documento ideológico hecho para cubrir el expediente sino la expresión de la lucha contra el totalitarismo, contra la injusticia. El autor del libro, Stéphane Hessel, es uno de los que lo elaboraron. Lo hizo al calor de la lucha contra el nazismo, después de ser detenido y brutalmente torturado en más de una ocasión por arriesgar su vida en la resistencia. También nos explica la elaboración y cómo participaron en ella el libanés Malik y el chino Chang para darle un carácter cosmopolita y no exclusivamente occidental. Igualmente nos dice que hubo que superar la resistencia del representante inglés para utilizar la contundente expresión "derecho humano" contra la neutra de "derecho internacional." Era una lucha contra la exclusión, ya que humano es una expresión sin reservas que pone de manifiesto que no hay que estar reconocido por un Estado como ciudadano para ser incluido en estos derechos, en esta dignidad básica. En su pequeño escrito Hessel pone de manifiesto su rechazo radical contra cualquier forma de segregación. La Declaración Universal de Derechos Humanos debe ser hoy aún un arma contra la injusticia.

Es éste un pequeño texto de combate que debe contribuir a despertarnos a nosotros, pasivos ciudadanos europeos. Está escrito con el corazón por este gran hombre,Stéphano Hessel, que a sus 93 años no está quemado, no ha perdido la capacidad de indignarse. Esta indignación le ha llevado siempre a estar al lado de los oprimidos y a participar en su lucha. Los argelinos de ayer y los palestinos de hoy han tenido en él a un inestable aliado. Pero la indignación ha de transformarse en una insurrección pacífica, en un levantamiento masivo contra las élites gobernantes. Hessel es aquí muy claro, tanto en el término insurrección como en el el de pacífica. Sartre se equivocaba cuando justificaba la violencia justa contra la injusta. Hay que buscar métodos pacíficos, no reproducir los medios que criticamos. Las fórmulas no las tenemos pero habrá que inventarlas. Esta es la tarea.

viernes, 1 de abril de 2011

Mil motivos para indignarse en sólo 30 páginas


01-04-2011

Stéphane Hessel presenta ¡Indignaos! copn José Luis Sampedro en Madrid
Mil motivos para indignarse en sólo 30 páginas

Cuarto Poder


La escena resultaba un tanto insólita en la tarde gris de Madrid. Bajo una débil llovizna centenares de personas guardaban cola resignadamente. Hubieran podido pasar por los espectadores de alguna película de estreno o por ansiosos compradores del iPad 2. Pero no. Esos extraños individuos acudían –y esto es lo extraño- a la presentación de un libro en la que, para colmo, no estaba previsto que se sirviera una copa de vino ni que se repartieran canapés o brochetas de fruta. El responsable de aquella concentración humana era un señor de 93 años, Stéphane Hessel, un francés nacido en Berlín cuya vida es una auténtica novela, y que es autor de un panfleto de 30 páginas del que se han vendido 1.700.000 ejemplares. ¿Su título? ¡Indignaos!. Toda esa gente estaba allí dispuesta a escuchar motivos para la indignación y se llevaron a casa una ración generosa. Indignarse, al fin y al cabo, es el primer paso para el compromiso. Como se deduce de su edad, Hessel no es lo que se dice un moderno. Hoy lo moderno es defender a los mercados antes que a las personas, alabar por limpia y ecológica la energía nuclear, denigrar lo público, recortar las pensiones, creer que los parados son unos vagos y felicitar al jefe en su cumpleaños por Twiter, como hacían este fin de semana un director adjunto de El Mundo y la gerente de Internet del diario, porque hasta para hacer la pelota hay que estar a la última. ¿Es moderno afirmar que “el interés general debe dominar sobre los intereses especiales” o que “el hombre justo cree que la riqueza creada en la esfera del trabajo debe dominar sobre el poder del dinero”? Pues eso.
De hecho, Hessel es tan antiguo que en ese opúsculo suyo que ha causado furor viene a exaltar el programa de derechos sociales que elaboró el Consejo Nacional de la Resistencia en la Francia ocupada por los nazis. El nonagenario fue un resistente, hizo de espía para De Gaulle, estuvo en el campo de concentración de Buchenwald y logró salvar la vida de milagro tras ser condenado a morir en la horca. Enviado a Nueva York al acabar la Segunda Guerra Mundial, participó en la elaboración de la Declaración Universal de Derechos Humanos, y terminó convertido en un activista contra la injusticia y en un defensor de los inmigrantes y de minorías como los gitanos.
Presentaba ayer su libro junto al escritor, intelectual y economista José Luis Sampedro, 94 años, que es quien ha prologado la obra, y que si no desgranó sus razones para estar indignado fue, según dijo, por falta de tiempo. Si Hessel confía en el papel de Naciones Unidas –“no se crean que se puede hacer todo con un G-8, un G-20 o con un G y otro número sin ningún tipo de legitimidad”, Sampedro es un entusiasta de la gobernanza mundial para un planteta que no es sino “un barco navegando por el espacio en el que nos hundimos o nos salvamos todos” y que, con unidad, puede cambiar de rumbo al margen de las elites que están al timón. Resultaban envidiable sus utopías no exentas de pesimismo.
El de Hessel no es ensayo sesudo sino un puñado de folios llenos de sentido común. Urge indignarse con unos líderes políticos que “no tienen que ceder ni permitir la opresión de una dictadura internacional real o de los mercados financieros que amenazan la paz y la democracia” o con unos bancos “que han probado estar más preocupados de sus dividendos y de los altos sueldos de sus líderes que del interés general. Esta disparidad entre los más pobres y los más ricos nunca había sido tan grande, ni amasar fortunas y la competición tan incentivado”.
Ahora bien, ¿hasta qué punto ha de llegar a la indignación? El francés habla de “insurrección pacífica” y de las bondades de la no violencia aunque reconozca, como hizo ayer, que en casos extremos “es difícil sustraerse a la tentación de la resistencia violenta”. Eso cuando el problema no es la pasividad, estado en el que se encuentran muchos jóvenes, “a los que la inquietud por su vida, su empleo o su insuficiente formación les impide a veces movilizarse”. Idéntica idea esbozaba Sampedro: “Los jóvenes son víctimas de esa ideas que avanza el poder de que no hay nada que hacer”.
El de Hessel es un grito contra el retroceso emprendido por una sociedad que parecía encaminada a metas bien distintas. “Todas las conquistas sociales de la Resistencia están hoy amenazadas (…) Ya es el momento de que las preocupaciones acerca de la ética, la justicia y el equilibrio duradero –económico y medioambiental- prevalezcan (sobre el pensamiento productivista)”.
Hay, en efecto, muchos motivos para una indignación, de la que no escapan unos medios de comunicación que proponen como horizonte para la juventud “el consumo en masa, el desprecio hacia los más débiles y hacia la cultura, la amnesia generalizada y la competición excesiva del todos contra todos”. Para compensar, los responsables de esos medios se felicitan por Twitter. Eso es el progreso.
Fuente: http://www.cuartopoder.es/preferirianohacerlo/mil-motivos-para-indignarse-en-solo-30-paginas/931