miércoles, 23 de septiembre de 2009

Capitalismo: Una historia de amor, de Michael Moore

Mark Weisbrot
The Guardiab

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens


Cuando encontré por primera vez a Michael Moore hace más de 20 años, estaba proyectando un documental, que aún estaba a medias, a algunas docenas de personas en una sala de clases en Ann Arbor, Michigan. Era divertido y mordaz e incluía un poderoso mensaje. Había tomado una segunda hipoteca sobre su casa –el equipo para la producción de cine era mucho más caro entonces– y consiguió un poco de dinero de gente del lugar que compartía sus ideas para una empresa de largometraje. A todos nos encantó lo que nos mostró, pero pensamos que tendría suerte si unos miles de personas llegaban a verlo.

Pero la cinta, Roger y yo, sobre la irracionalidad y el coste humano de la destrucción de la industria automotora de EEUU, fue un exitazo y Moore iba camino de convertirse en el documentalista más influyente de EEUU. Veinte años después, ha producido su obra más radical, saludada con un entusiasmo delirante cuando la vi en el festival más antiguo de cine del mundo en Venecia.

Como dice el viejo refrán, o culpas a la víctima o culpas al sistema. Moore hace un llamado a culpar al sistema, a lo grande.

Uno sabe que una película va a ser subversiva si comienza con secuencias que muestran a verdaderos asaltantes de bancos –filmados por cámaras de seguridad en medio del atraco armado– agarrando su botín con Louie Louie de Iggy Pop (una versión especial para la cinta) retumbando como fondo musical. La equivalencia moral con los titanes de la industria financiera, y sus protectores políticos, está a la vuelta de la esquina.

Capitalismo: una historia de amor no acosa sólo el lado oculto de la economía estadounidense, aunque es capturado limpiamente en las escenas de “buitres de condominio” que se alimentan con el colapso de la vivienda en Florida, junto con las corporaciones (incluidas Wal Mart y Amegy Bank) que compran pólizas de seguros para sus empleados y cobran en grande cuando mueren jóvenes. Esos macabros derivados llevan el encantador nombre de seguros “de campesinos muertos” –que lo dice todo, realmente.

Pero Moore tiene objetivos mayores en su mira: cuestiona si toda la estructura de incentivos, los valores morales y la economía política del capitalismo estadounidense es apropiada para seres humanos. Aunque esto no parecerá tan radical en Europa, donde la mayoría de los países ha tenido gobiernos en la era posterior a la Segunda Guerra Mundial que por lo menos se llamaban socialistas, o en la mayor parte del mundo en desarrollo, donde las ideas socialistas tienen un atractivo popular, es bastante inaudito en el caso de algo que puede llegar a una audiencia de masas en EEUU.

Pero no hay que ser revolucionario para apreciar la cinta. Por cierto, puede ser vista como un tratado socialdemócrata, con la “segunda declaración de derechos” propuesta por Franklin Roosevelt –una “declaración de derechos económica” que incluía un trabajo con un salario que permita vivir, vivienda, atención sanitaria y educación– como su programa de reforma. Muestra a Roosevelt en 1944 proponiendo su programa ahora olvidado.

Como en sus películas anteriores, Moore combina el dolor y la tragedia de las víctimas –gente que pierde sus casas y puestos de trabajo– con comedia hilarante, fragmentos caricaturescos de cintas de los años cincuenta, y testimonios sobrios cuando son necesarios. Y hay victorias también –como cuando los trabajadores ocupan su fábrica en Chicago para conquistar la paga que se les debe.

Como economista que opera en el mundo de los think-tank, tengo que apreciar este trabajo. Da en el clavo en la historia económica. ¿Cómo fue posible que el padre de Michael Moore haya podido comprar una casa y criar una familia con el ingreso de un trabajador en la industria automotora, y a pesar de ello tener una pensión para su jubilación? ¿Y que esto no sea posible en la economía mucho más productiva de la actualidad? La respuesta no es complicada: en la primera mitad de la era de la posguerra, los empleados compartían los beneficios del crecimiento de la productividad; desde 1973, la mayoría tiene dificultades para lograr algo parecido. (El aumento de la productividad también se ha ralentizado.) Moore también explica los cambios estructurales, como el desmantelamiento por Ronald Reagan de los sindicatos y de las relaciones laborales al nivel del Siglo XIX, que ayudó a producir la más masiva redistribución hacia arriba de los ingresos en la historia de EEUU. (Moore incluso muestra gráficos y planillas para respaldar con datos los principales puntos.)

Desde un punto de vista económico, lo único que falta es un vistazo a las burbujas del mercado bursátil y de la vivienda de la última década. La actual recesión, como la anterior, fue causada primordialmente por el colapso de una inmensa burbuja de activos –una burbuja de la vivienda de 8 billones de dólares, y una burbuja de un tamaño semejante en el mercado bursátil en 2000-2002. Es algo que la mayoría de los medios no han comprendido realmente. Las burbujas de activos son tan viejas como el capitalismo, y ya que ésta es una película sobre el capitalismo y la actual Gran Recesión, hubiera sido bueno ver algo al respecto en ella. Pero no puedo culpar demasiado a Moore por no considerar algo que la mayor parte de los economistas y de la prensa pasaron por alto –y que todavía no mencionan-. Es una película, no un libro de texto.

Moore también obtiene mi voto por haberse informado bien sobre los hechos y las cifras. Vale la pena subrayarlo porque el último documental de Moore, Sicko –que tuvo bastante cuidado con los hechos– recibió ataques de CNN y una campaña de calumnias de la industria aseguradora. Ambas trataron –infructuosamente– de impugnar su exactitud. Un ex vicepresidente de comunicaciones corporativas de una compañía de seguros de salud, y autor de varios memorandos en los que trató de desacreditar Sicko, admitió recientemente en directo a Bill Moyers que Moore “dio en el clavo con su película.”

La nueva historia de amor también apunta a los mandamases que posibilitaron nuestra actual Gran Recesión:

Alan Greenspan, Robert Rubin, y Larry Summers (los tres presentados con aire satisfecho en esa portada de Time de 1999 del “comité para Salvar el mundo”), y Tim Geithner. Rubin, quien vino de Goldman Sachs, ayudó a desregular la industria financiera y se enriqueció en Citibank con los resultados. Larry Summers, quien vino del mundo académico, también ganó millones con el casino desregulado, garantizado por el gobierno, que ayudó a formar cuando él (como Rubin) fue secretario del tesoro del presidente Clinton. Es un salón de la fama bipartidista, que rastrea los estragos causados por una industria financiera floreciente, parasítica, y con cada vez más poder político, durante las presidencias de Reagan, Bush I, Clinton, y Bush II.

En un contraste reconfortante con la era de la codicia, vemos a Jonas Salk, el hombre que descubrió la vacuna contra la polio en 1955, que salvó a millones de la enfermedad discapacitante y a menudo fatal y se negó a enriquecerse con su trabajo con los derechos de patente. Sólo quería que estuviera lo más disponible que fuera posible. “¿Podéis patentar el sol?” pregunta. Y el obispo católico de Detroit, cuando se le pregunta qué pensaría Jesús del capitalismo, responde que Jesús se negaría a participar en un sistema semejante. Todo forma parte del plan de Moore de hacer que los valores socialistas democráticos sean tan estadounidenses como la tarta de manzanas. Lo que es difícil, pero si alguien puede hacerlo, es un muchacho del corazón de EEUU, del medio oeste, el tipo del que Garrison Keillor escribe cuando dice que son “los tontos que se sientan sobre la tarima, y los inteligentes que se sientan a oscuras, cerca de las salidas.” Como hijo de un trabajador de la industria automotora en Flint, Moore no olvida de qué lado está. Veinte años después, no parece haber sido cambiado mucho por la fama y el éxito.

La última película de Moore fue una devastadora acusación contra el sistema de atención sanitaria de EEUU, una excelente introducción a la batalla por la reforma del sistema. Ésta podría ser un preludio para la cólera y la desilusión que sólo comienzan a aparecer.

La Oficina Presupuestaria del Congreso extrapola que la tasa oficial de desempleo permanecerá cerca de un 10% durante el próximo año. Si sumamos a los empleados a tiempo parcial (involuntario), a los marginados de la fuerza laboral y a otros cesantes no incluidos, llegamos a una cifra que es de casi el doble. Incluso si la economía se recuperara pronto, el problema no se solucionará durante bastante tiempo. La película tendrá una audiencia dispuesta, en EEUU y por doquier.

Mark Weisbrot es codirector del Center for Economic and Policy Research (CEPR), en Washington, D.C. Ha escrito numerosos informes de investigación sobre política económica. Es presidente de la organización Just Foreign Policy.

Fuente: http://www.guardian.co.uk/commentisfree/cifamerica/2009/sep/09/michael-moore-documentary-capitalism



Envía esta noticia
Compartir esta noticia: delicious digg meneame

sábado, 12 de septiembre de 2009

Sobre dialéctica

Un libro sobre las aportaciones de Manuel Sacristán a la noción de dialéctica


El Viejo Topo


Sobre dialéctica recoge las principales aportaciones -inéditas en su mayor parte- de Manuel Sacristán Luzón (1925-1985) en torno a esta debatida noción. Algunos de estos escritos fueron básicos en la formación de varias generaciones de intelectuales, de universitarios, de trabajadores y de ciudadanos próximos al movimiento socialista antifranquista. Destacadamente, el prólogo que Sacristán escribió en 1964 para su traducción castellana del Anti-Dühring. Javier Muguerza lo ha caracterizado como “el texto filosófico más significativo de Sacristán -el que más me impactó cuando lo leí y prolongó más duraderamente dicho impacto”. Gregorio Morán ha señalado igualmente que “otro tanto ocurrió con su soberbio prólogo al Anti-Dühring…; fue un texto capital en la formación marxista de una generación”.

El volumen incluye artículos publicados en revistas como Nuestras Ideas -”Jesuitas y dialéctica”- u Horitzons -”Tres notas sobre la alianza impía”-, el citado prólogo al Anti-Dühring, una carta en torno a una propuesta de formación de una escuela de “sociología dialéctica”, una conferencia sobre la dialéctica en Hegel y Marx, y otra más sobre lógicas dialécticas, al igual que apartados de las clases de metodología de las ciencias sociales de los cursos de 1981-1982, 1983-1984 y 1984-1985. Cierran Sobre dialéctica tres anexos: las anotaciones de Sacristán a Historia y consciencia de clase de György Lukács y a diversos trabajos de Lucio Colletti, y el esquema de una conferencia de 1967 sobre “Aspectos del problema del método en ciencias sociales”.

Miguel Candel Sanmartín, Manuel Monleón Pradas y Félix Ovejero Lucas son los autores del prólogo, nota final y epílogo del volumen. Antoni Domènech ha traducido la “Loa a la dialéctica” de Brecht que cierra el volumen.

La posición central del autor sobre esta debatida categoría puede resumirse, con sus propias palabras, del modo siguiente: “La idea de “ciencia alemana”, la interpretación del sistema dialéctico como ciencia positiva o como la ciencia, sugiere el desprecio por lo que Hegel llama, en el prólogo a la Fenomenología, la “agudeza” o “el truco aprendible” (der erlernbare Pfiff). Ahora bien: el truco que se puede aprender es elemento esencial de cualquier validación en ciencia. Hay ciencia en sentido corriente, no sapiencia reservada a titanes idealistas, cuando se trabaja con trucos que se pueden aprender y enseñar y cuyo uso, consiguientemente, puede contrastar todo colega. Lo que no es contrastable mediante trucos aprendidos puede ser de un interés superior al de cualquier clase de ciencia, pero, precisamente, no será ciencia”.

Como el propio Sacristán también señaló, la dialéctica es, digámoslo así, una “visión global del mundo”, no un método, y una hipótesis de estas características no se aplica: se realiza, se concreta, y para ello hay que trabajar de verdad y verazmente.

Manuel Sacristán Luzón (Madrid, 1925-Barcelona, 1985) estudió Derecho y Filosofía y Letras en la Universidad de Barcelona y cursó estudios de lógica y epistemología en el Instituto de Lógica Matemática e Investigación de Fundamentos de la Universidad de Münster (Westfalia, Alemania) entre 1954 y 1956.

Sacristán se doctoró en Filosofía en 1959 con una tesis sobre Las ideas gnoseológicas de Heidegger y en 1964, dos años después de que le fuera negada la cátedra de lógica de la Universidad de Valencia, publicó Introducción a la lógica y al análisis formal, uno de los textos que más contribuyeron a la presencia y consolidación de la lógica formal en la cultura científica y filosófica española. Profesor de “Fundamentos de Filosofía” y de “Metodología de las ciencias sociales” en la Universidad de Barcelona, impartió durante el curso 1982-1983 seminarios de postgrado en la UNAM. Miembro del comité central del PCE y del PSUC, entre 1965 y 1970 formó parte del comité ejecutivo del PSUC.

Expulsado de la Universidad de Barcelona en 1965, a la que no pudo reincorporarse definitivamente hasta 1976 tras la muerte del dictador golpista, Sacristán tuvo que organizar su vida como traductor y colaborador editorial. Tradujo más de un centenar de volúmenes. Entre ellos, la obra en prosa de Heine, la Historia del análisis económico de J. A. Schumpeter, Filosofía de la lógica, Desde un punto de vista lógico y Las raíces de la referencia de W. O. Quine y los volúmenes I y II -y parte del tercer volumen- de El Capital de Marx. La mayor parte de sus ensayos e introducciones a la obra de Marx y a destacados autores de la tradición marxista están recogidos en los volúmenes I y III de Panfletos y materiales (Sobre Marx y marxismo, Intervenciones políticas), en Pacifismo, ecologismo y política alternativa (edición de J. R. Capella), en El orden y el tiempo (edición de Albert Domingo Curto) y en Escritos sobre El Capital (y textos afines).

En su faceta de filósofo marxista, destaca la sensatez y originalidad con que siempre trató el complejo, y en ocasiones oscuro, tema de la dialéctica y su concepción del marxismo como una tradición de política revolucionaria. De uno de los escritos aquí recogidos, Félix Ovejero Lucas señaló en 1985: “Apenas veinte páginas tenía la introducción de Manuel Sacristán a la edición castellana del Anti-Dühring, de Engels; veinte páginas que enseñaron a varias generaciones de marxistas mucho más acerca de lo que significaba ser marxista que la marabunta editorial de unos años más tarde”.

ÍNDICE

PRÓLOGO: “EL BUCLE DIALÉCTICO”, MIGUEL CANDEL SANMARTÍN.

PRESENTACIÓN: “CLARIDAD ENTRE TINIEBLAS”, SALVADOR LÓPEZ ARNAL.

1. JESUITAS Y DIALÉCTICA

2. TRES NOTAS SOBRE LA ALIANZA IMPÍA.

3. LA TAREA DE ENGELS EN EL ANTI-DÜHRING.

4. A PROPÓSITO DE UN PROYECTO DE CONSTITUCIÓN DE UNA ESCUELA DE SOCIOLOGÍA DIALÉCTICA EN BARCELONA

5. DE LA DIALÉCTICA.

6. SOBRE ECONOMÍA Y DIALÉCTICA

7. COLOQUIO DE LA CONFERENCIA “EL TRABAJO CIENTÍFICO DE MARX Y SU NOCIÓN DE CIENCIA”.

8. UNA AVENTURA RECIENTE DE LA DIALÉCTICA.

9. METODOLOGÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES.

9.1. LA “CRÍTICA DE LA CIENCIA” EN LAS DISCIPLINAS SOCIALES.

9.2. LA METODOLOGÍA DE MARX.

9.3. ¿QUÉ ES LA DIALÉCTICA?

10. SOBRE LA DIALÉCTICA DE LA HISTORIA.

11. ANEXOS.

ANEXO 1: ASPECTOS DEL PROBLEMA DEL MÉTODO EN CIENCIAS SOCIALES

ANEXO 2: SOBRE HISTORIA Y CONSCIENCIA DE CLASE.

ANEXO 3: EN TORNO AL MARXISMO DE LUCIO COLLETTI.

12. NOTAS SLA

13. EPÍLOGO. “MANUEL SACRISTÁN LUZÓN”, FÉLIX OVEJERO LUCAS.

14. NOTA FINAL. “TOTALIDADES, CONTRADICCIONES Y DIALÉCTICA DE LA NATURALEZA”, MANUEL MONLEÓN PRADAS.

15. SENDEROS TRANSITABLES: REPENSANDO LA DIALÉCTICA.

16. LOA A LA DIALÉCTICA, BERTOLT BRECHT (TRADUCCIÓN DE ANTONI DOMÉNECH).

ÍNDICE NOMINAL Y ANALÍTICO

Dos citas abren el volumen. La primera es de Terry Eagleton:

Los posmodernistas rechazan la idea de progreso porque están trastornados por las grandes narraciones. Ellos suponen que creer en el progreso debe acarrear que la historia en su conjunto ha estado siempre en progreso constante desde el principio, una perspectiva que, por supuesto, ellos desestiman por considerarla una ilusión. Si estuvieran menos arrebatados por las grandes narraciones podrían seguir sus propias intuiciones, adoptar una actitud más pragmática ante el progreso y llegar a la correcta aunque aburrida conclusión de que la historia de la humanidad ha mejorado en algunos aspectos mientras que en otros se ha deteriorado. El marxismo trata de que este estereotipo gastado resulte menos banal señalando, con más imaginación, que el progreso y el deterioro son aspectos estrechamente relacionados de una misma narración. Las condiciones que contribuyen a la emancipación también contribuyen a la dominación.

Esto se conoce como pensamiento dialéctico.

Terry Eagleton (2005), Después de la teoría

La segunda es del poeta, filósofo y lingüista Carlos Piera:

Hay pues, en efecto, una crisis. Es también verdad que la llamada izquierda estaba mal preparada para abordarla, que hasta puede ser necesario olvidar la palabra “izquierda”, para romper, no con su recuerdo histórico, sino con las deliberadas limitaciones que sus variantes se impusieron, sobre todo, en torno a la Guerra del 14 al 18; además, es seguro que ese olvido deba arrastrar consigo el de palabras como “dialéctica”, y otras que aquí han sido recordadas. Pero ni esa crisis es sólo crisis de “la izquierda”, ni percibirla y percibir que ha que enfrentarse a ella requiere en principio más doctrinas ni certezas que las que, supuestamente, todos abrazamos: las que entraron en la conciencia pública, según la historización común, en torno a la Ilustración. Basta tratar de ver, aunque sea oscurísimamente, que ningún ser humano tiene mayor valor intrínseco que otro. Me consta por experiencia personal que esto es muy difícil de ver y que nunca se consigue verlo con carácter definitivo. Y agradezco a Sacristán que nos ayudara a atisbar algo de ello y que se esforzara por entender y transmitir una tradición agobiada de crímenes y errores y mil veces traidora de sí misma, pero que partía de proclamar, muy oportunamente, que el género humano es internacional.

Carlos Piera (1996), “Sobre la veracidad de Manuel Sacristán”

Ediciones de Intervención Cultural, S.L.

C/ Sant Antoni 86, of. 9, 08301 Mataró-Barcelona

Telf: 93-755-08-32 / Fax: 93-790-67-95

inakivazquez@elviejotopo.com



Envía esta noticia
Compartir esta noticia: delicious digg meneame

martes, 8 de septiembre de 2009

"Enfrentándose a la locura. Héroes ordinarios en Tiempos extraordinarios" de Amy y David Goodman

Novedad editorial


Rebelión


“¿Dónde están todos los que defienden los derechos humanos, las libertades civiles y la justicia racial? ¿Dónde está la masiva oposición al asesinato y la tortura cometidos en nuestro nombre? ¿Dónde están los medioambientalistas y los activistas por la paz? La respuesta: Están en todas partes”.

Enfrentándose a la locura es un libro oportuno, inspirador e incluso revolucionario que trata sobre gente corriente que un día reaccionó ante un hecho injusto y cuyo pequeño gesto estimuló la acción de otra mucha gente. También es un libro cargado de fuerza y optimismo: cambiar las cosas depende de nosotros mismos y de nuestra capacidad de organizarnos.

En su viaje por los EEUU, los hermanos Goodman fueron testigos de cómo los activistas de base iban arrebatando la política de manos de los políticos. En sus encuentros pudieron constatar cómo la gente corriente recuperaba la confianza en sí misma y en la lucha colectiva para enfrentarse a la demencial política de su gobierno. Enfrentándose a la locura habla de todas estas gentes y de esos movimientos: de héroes ordinarios en tiempos extraordinarios.

Amy Goodman es una premiada periodista y columnista licenciada en Harvard, autora de varios libros e impulsora de Democracy now!, la reconocida red de emisoras independientes de radio y Tv con más de 700 estaciones por todo Norteamérica. Su labor en defensa de la paz, de los derechos humanos y de apoyo a los media independientes la hicieron objeto de brutales críticas y agresiones, pero también la convirtieron en merecedora del Right Livelihood Award (o Nóbel alternativo). Michael Moore la ha definido como la “única voz que dice la verdad en la radio norteamericana”.

David Goodman es un premiado periodista independiente y autor de siete libros, entre ellos Fault Lines: Journeys into the New South Africa. Los artículos de David Goodman han aparecido en The Washington Post, Los Angeles Times, Outside, Christian Science Monitor, Boston Globe, The Nation y otros.


Colección Las Otras Voces nº 24

Nº de páginas: 272 PVP: 18 €

Para realizar sus pedidos:

hiru@euskalnet.net




Envía esta noticia
Compartir esta noticia: delicious digg meneame

Manual de la obediencia global

Edgar Borges
Rebelión

(A propósito del libro “Jakob Von Gunten” de Robert Walser)


“El que suscribe, Jakob Von Gunten, hijo de buena familia, nacido el día tal del año tal, educado en tal y tal lugar, ha ingresado como alumno en el Instituto Benjamenta a fin de adquirir los escasos conocimientos necesarios para entrar al servicio de alguien”. Así comienza el currículum que, después de una tortuosa indecisión, Jakob Von Gunten, el personaje que le da título a la novela de Robert Walser, entrega al director de la academia donde espera aprender el oficio de la obediencia. “El infrascrito-sigue diciendo el alumno-no espera absolutamente nada de la vida. Desea ser tratado con severidad para saber qué significa tener que dominarse. Jakob Von Gunten no hace grandes promesas, pero se propone comportarse de manera honesta y encomiable. Los Von Gunten son un antiguo linaje. En otros tiempos fueron guerreros, pero al menguar su belicosidad se han convertido, hoy día, en altos consejeros y comerciantes. Y el último retoño de la estirpe, objeto del presente informe, ha decidido repudiar por completo cualquier tradición envirotada”.

Más allá de la discreta presencia que Robert Walser asumió en la literatura (y en la vida), cuando entro (página a página) en el Instituto Benjamenta (de la novela Jakob Von Gunten) siento que estoy penetrando en el centro de adoctrinamiento global. La historia (en la novela y en la vida) parece un guión diseñado para despojar al ser humano de sus vínculos con la naturaleza. Y la trascendencia. Es mucho lo que nos han robado; la individualidad se difumina tanto como la sociedad. Año tras año, mes a mes, segundo a segundo, aumenta el intento por crear un ser frívolo (todos actuamos como tal); rápido (todos corremos como tal); e irreflexivo (todos respondemos como tal). Y “tal” es el ideal (robot) capitalista hecho a imagen y semejanza de las tablas de “calidad” del mercado mundial (fabricado a puertas cerradas, en una oficina ubicada en algún lugar del planeta). De tanto seguir un espejismo, hemos terminado siendo el espejismo.

Con voraz apetito, el sistema de consumo se ha empeñado en los niños. Hay en el ambiente un mensaje que en silencio le grita a los padres: ¡No pierdas tiempo con tus niños; mándalos de la escuela a las clases de baile; del baile al piano y del piano al yoga express y del express a la natación! ¡Si sobra tiempo les cuentas un relato optimista de Paulo Coelho (valga la reiteración entre el estado emocional y el autor)! No hay caso, todos los padres andan corriendo (con sus niños al hombro) el maratón de los niños superdotados. Ya no hay Einstein retraído que valga; todos somos Einstein espabilados. Y que suenen a millón las maquinitas del consumo. ¡Dios bendiga la fábrica de idiotas!

Eso, la fábrica de idiotas, es lo que describió Robert Walser en el Instituto Benjamenta. Pero no se refería al idiota que vive oculto en su silencio; Walser dibujó al idiota atrevido y ruidoso que, sin sospechar que ha sido entrenado como sirviente del sistema, participa en la carrera de la maquinaria devoradora de existencias. ¿A quién le estamos sirviendo? ¿qué clase de estúpido formato hemos aceptado? ¿con qué vestimenta no humana nos estamos disfrazando? Un campo minado de preguntas me encuentro cada vez que abro las puertas del Instituto Benjamenta.


Envía esta noticia
Compartir esta noticia: delicious digg meneame

domingo, 6 de septiembre de 2009

Cortázar pasó por mi celda

Elogio del autor de Rayuela

Víctor Montoya
Rebelión


Cierto día, estando aún recostado en la celda húmeda y maloliente, cayó un libro desde el mirador por donde se filtraba la luz del día y recibía el plato de comida. Mi sorpresa fue tan grande que me incorporé de inmediato y lo cogí entre las manos cual una paloma mensajera; tenía las esquinas plegadas y el lomo estropeado.

Cuando leí el título: “Rayuela”, lo primero que destelló en mi mente fue aquel juego que solía jugar de niño, saltando sobre un pie y empujando el tejo con la punta del zapato. En efecto, “Rayuela” era un libro armado como un rompecabezas; un juego de palabras, símbolos, imágenes y otros recursos literarios, que traspasaban las fronteras levantadas por los doctores de la literatura entre la realidad y la fantasía, ya que para su propio autor, “la noción de frontera era una noción tan artificial como la línea ecuatorial”.

En el reverso del libro se veía la imagen de un hombre que tenía el rostro de niño gigante, a pesar de llevar una hermosa barba y una melena leonina. Y, delante de él, la hebra de un cigarrillo humeante entre los dedos.

Apenas abrí el libro, no sabía si empezar a leer según el orden que estaba impreso o según el orden señalado por el autor. Permanecí perplejo por algún tiempo, pero luego de elegir la segunda alternativa advertí que la estructura de la novela no era similar a la de los libros tradicionales. Sin embargo, a pesar de ser la novela más voluminosa y compleja llegada a mis manos, la leí apasionadamente entre el sueño y la vigilia, sin sospechar que más tarde yo mismo viviría como Oliveira; mejor dicho, como Cortázar, con un pie en Bolivia y otro en Suecia.

Por entonces desconocía que ese libro, que dormía y despertaba conmigo cada día, era la obra clásica de Cortázar, que el llamado “boom” de la literatura latinoamericana se impuso en el mundo y que Julio Cortázar era uno de los pocos autores leídos internacionalmente.

La lectura de “Rayuela” me deslumbró por su estilo. Y cada vez que me perdía en el laberinto de sus páginas, imaginaba a su autor viviendo lejos, bajo un cielo azul que se hundía en el horizonte, en una ciudad inundada de luces y en un cuarto que tenía más discos que libros. A ratos, lo imaginaba escuchando jazz o tango como músico frustrado, derribando en cada “round” a sus adversarios y tecleando una máquina de escribir como si tocara un piano mágico del cual, en vez de nacer música, nacía un castillo de palabras donde se hospedaban las criaturas de la imaginación.

Al cerrar el libro, volví a clavar la mirada en sus ojos y a recorrer detalladamente el mapa de su rostro, mientras mi mente asociaba la imagen del Che Guevara con la suya, quizá, porque ambos eran argentinos y defendían la misma causa, o, quizá, porque se enfrentaron armados contra los opresores del mundo: el uno con un fusil y el otro con una pluma.

Cuando terminé de leer “Rayuela”, bajo la luz casi mortecina de una bombilla pendida sobre la cabecera, quedé cavilando en una y mil cosas, probablemente, porque consideré que nunca más volvería a leer otro libro con tanto cariño.

Julio Cortázar (Ilustración de Maiken Banner-Wahlgren)“Rayuela” fue un estímulo para mí y su autor un leal compañero, quien, sin saberlo, me alentó a escribir mi primer libro, cuyas páginas se deslizaron por los mismos barrotes por donde él entró en la celda, burlando la vigilancia de los torturadores. Desde entonces, parece no haber transcurrido el tiempo, pues al leer su “Nicaragua tan violentamente dulce”, experimenté la misma sensación como cuando leí “Rayuela” en un rincón de la celda; claro está, con la diferencia de que su autor, lejos de todo patriotismo vocinglero, dedicó la última etapa de su vida a escribir artículos contra los atropellos a la dignidad humana y a reafirmar su compromiso con los movimientos revolucionarios, aunque jamás militó en ningún partido político.

Julio Cortázar, como el resto de los escritores latinoamericanos -salvo contadas excepciones-, unió su talento literario a la lucha infatigable por la soberanía de los pueblos, consciente de que la literatura y la revolución eran hermanas gemelas en tiempos de injusticia.

A muchos años de haberse despedido de todo y de todos, no quiero imaginarlo muerto ni sepultado. Prefiero seguir pensando que está vivo, luego de haber dado “la vuelta al día en ochenta mundos”.

¡Cortázar no ha muerto! Vive en el corazón de los hombres enamorados de la libertad. Anda por ahí con la estatura de la gente normal, tal vez por ese país de volcanes que él definió con certeza: “Nicaragua tan violentamente dulce como sus bruscos atardeceres cuando del rosa y del naranja se vira a un terciopelo verde y la noche cae llena de ojos de tigre, oliente y espesa”. Sí, Cortázar vive en la memoria de los “nicas”, donde lo vio Sergio Ramírez, desplazándose de la ciudad al campo y del campo a la ciudad, entre hombres y mujeres que trabajaban y estudiaban con el fusil al hombro, y donde lo vio García Márquez “sin más armas que su voz hermosa”, leyendo textos salpicados de lunfardo en medio de un estrépito de aplausos.

Julio Cortázar -o Yulió Cortasar, como le decían los franceses- vive aún en cualquier lugar. Y si no fuese así, desdichado de mí por no haberlo conocido en vida. Pero quizá sea mejor, porque entonces ese gran escritor, que un día pasó por mi celda, será una llama perpetua en mi memoria. No importa que no le haya estrechado la mano ni abrazado como a un hermano. Me basta con haber oído su voz con los ojos y haber leído sus obras con el corazón.


Envía esta noticia
Compartir esta noticia: delicious digg meneame

martes, 1 de septiembre de 2009

Releyendo La vida breve

Si hay una cosa más temible que leer a Juan Carlos Onetti, es releerlo



Juan Gabriel Vásquez
El Espectador




“Es una auténtica paliza, de la que sales agotado como si hubieses combatido con Cassius Clay en su mejor momento, y tú, además, con una mano atada a la espalda”. Pues en esa pelea llevo yo metido varios meses ya, como quizás sabrán algunos lectores, y mi último round ha sido con (contra) La vida breve, que leí por primera vez hace unos quince años. La experiencia esta vez ha sido radicalmente distinta, porque La vida breve, como todas las grandes novelas, cambia mientras cambian sus lectores; y además porque entre las dos lecturas está El viaje a la ficción, el ensayo que Vargas Llosa publicó el año pasado y que dedica varias páginas a poner patas arriba la novela de Onetti, a destriparla y a mostrarnos las tripas.

El ensayo de Vargas Llosa gira alrededor de esta idea sencilla: la obra de Onetti es toda una larga y terca huida hacia mundos que no existen. Ya sea porque no soportan el mundo que les ha tocado en suerte, ya sea por cualquier otra razón, los personajes de Onetti fabrican una realidad alterna y se instalan en ella. Si eso es así (y es así), La vida breve es una especie de cifra, de símbolo perfecto, de toda la empresa de Onetti. La novela comienza con un acto imaginativo: Brausen, el narrador de la novela, escucha desde un lado de una pared lo que su vecina, la prostituta Queca, dice en el otro lado. Imagina a la mujer; imagina a su acompañante. Más tarde nos enteramos de que Brausen tiene buenos motivos para huir, por lo menos imaginariamente, de su vida actual: por un lado, a Gertrudis, su mujer, acaban de amputarle un seno; por el otro, están a punto de despedirlo de su trabajo.

Brausen se pone entonces a imaginar una historia para venderla en forma de guión. Imagina unos personajes que vagamente imitan los de su realidad: el doctor Díaz Grey se basa, más o menos, en él mismo (pero Díaz Grey lleva en general una mejor vida); Elena Sala se basa, más o menos, en Gertrudis (pero Elena Sala tiene los pechos enteros, y el doctor lo constata en la primera consulta que tienen). Esos personajes y la realidad que los rodea viven y se mueven en una ciudad inventada para ellos: Santa María, la gran creación de Onetti, su Macondo o su Comala. Pero el asunto es que el guión nunca llega a existir. En lugar de escribir la historia, Brausen huye hacia la ciudad, se instala en ella como su creador, a tal punto que los habitantes de Santa María erigen una estatua al fundador Brausen, y el doctor Díaz Grey llega a invocar su nombre en sus oraciones: “Brausen mío”.

La vida breve es un fascinante inventario de imposturas. Brausen llega a su casa una noche cualquiera, se pone a dibujar el mapa de esa ciudad que ha inventado, y es imposible no pensar en Faulkner, que también tenía un mapa de su ficticio condado de Yoknapatawpha. Pero ahí están también la Mami y el viejo Levoir, que suelen poner un mapa de París sobre la mesa para imaginarse citas de amor en esas calles pintadas. Es que todos en la novela añoran una realidad distinta. Lo curioso de La vida breve es que el mundo allí inventado invade el mundo real, le da forma y, como todas las grandes ficciones, acaba por superarlo. Aunque uno quede, como he quedado yo, agotado en el proceso.

Fuente: http://www.elespectador.com/columna158317-releyendo-vida-breve