viernes, 26 de noviembre de 2010

Viaje a la literatura rusa del siglo XIX con el maestro Juan Eduardo Zúñiga


26-11-2010

Viaje a la literatura rusa del siglo XIX con el maestro Juan Eduardo Zúñiga



El maestro Juan Eduardo Zúñiga, autor de una pequeña colección de libros que han marcado la literatura del siglo XX, deja en nuestras manos un volumen en el que los editores reúnen dos de sus obras. Relectura, podría decir, pero es que la obra de nuestro gran autor es para releer una y otra vez. Su obra, dentro del territorio de los clásicos de nuestro tiempo, cualquiera de sus títulos, merece un lugar en la biblioteca de toda persona interesada por la literatura consciente. Un ejemplo de su punto de vista sobre el compromiso de los intelectuales es su artículo “Arquímedes, intelectual comprometido”

Ir al artículo: http://blog.levante-emv.com/angostohojaslibres/2010/03/15/arquimedes-intelectual-comprometido-por-juan-eduardo-zuniga/

“Desde los bosques nevados”, último libro de Juan Eduardo Zúñiga, reúne dos obras “El anillo de Pushkin” y “Las inciertas pasiones de Iván Turguénev”, que muestran la profundidad sorprendente de los estudios sobre literatura del siglo XIX que ha llevado a cabo el autor, su gran capacidad literaria, su lenguaje poderoso y su sensibilidad artística para dibujar con palabras los entornos, circunstancias, valores, relaciones e interioridades reveladoras de Pushkin y Turguénev, y siempre conduciéndonos, lectores, sobre una rueda envolvente que macera incisiva los temas que desprende la vida de estos autores, como la libertad, la infancia solitaria, la mujer,…

Juan Eduardo Zúñiga, que siempre ha declarado su amor por la literatura rusa, atribuye su formación como escritor a ese substrato que fueron las lecturas en su pubertad de las novelas de Turguénev, Gogol, Pushkin, Tolstoi, Dostoievski, Chejov,… Como declaró en cierta ocasión: “Fueron autores que lo que decían resonaba en mí. Uno de los rasgos de la literatura rusa es la conciencia de país, de realidad, de hechos históricos que dan personalidad, conciencia de pertenencia a un mundo, y de deberse a él.” Quizás solo así puede transmitirse de modo tan profundo.

Los autores rusos del XIX entre los que contaban los aquí reunidos deslumbraron a los lectores europeos de tal manera que los críticos escribían entonces que tanto por su número como por su literatura resultaba una verdadera invasión, y es que los lectores franceses quedaron atrapados y recibieron su influencia.

El primero de los libros contenidos en éste de titulo “Desde los bosques nevados”, es “El anillo de Pushkin”, auscultación del escritor que introdujo cambios fundamentales en la literatura de su tiempo, nos lleva a ver como vivió y cómo supo integrar el espíritu y el arte de la sociedad en que vivía dándole significado y dejando el camino al futuro. Pushkin, creador en los más variados géneros, capaz de recoger la esencia de la literatura del siglo XVIII, sembró el XIX con verdaderas joyas del arte literario tanto en lo que se refiere a los temas como a las formas.

El segundo de los libros contenidos en “Desde los bosques nevados”, es “Las inciertas pasiones de Iván Turguénev”, en él vamos a vivir con el introductor del realismo en Rusia, con el autor que dio a conocer a ese país en Occidente, y sabremos del gran pintor de caracteres, poético realista, que buscaba la cadencia de las frases, que plasmaba siempre en su interior una idea social, y nos empujará a que veamos cómo la superficie de su prosa no es más que aparentemente lisa, y espera a quien va a leer una pintura de la sociedad que cambia momento a momento. Con la lectura de Juan Eduardo Zúñiga sabremos por qué Turguénev ha sido considerado uno de los más importantes escritores del siglo XIX con sus novelas donde la realización queda suspendida o no se consigue, donde se abren caminos equivocados o se muestra el fracaso, con finales de renuncia o tragedia, aunque en su interior laten la esperanza y el deseo.

“El anillo de Pushkin” es el magistral relato, la orquestación literaria, de la suerte de los personajes que poseyeron un anillo, especial por demás. Desde esa orquestación contemplaremos lo que fue San Petersburgo y tendremos el espíritu de Pushkin acariciando la ciudad con sus versos: “Te amo, creación de Pedro, // amo tu aspecto armonioso y severo, // el curso poderoso del Nevá, // y el granito de tus malecones, // …” y notaremos en nuestras yemas de los dedos la estatua de Pedro el Grande, que nos deja ver como banderas señaladoras los acontecimientos históricos en la construcción del Socialismo primero.

Seguidamente se abrirá el capítulo “Mujeres leídas, soñadas” en el que las mujeres que han sido protagonistas en las obras de Gorki, Tolstoi, Goncharov, Turguénev, dan las razones del enamoramiento hacia ellas de tantos lectores a través de todos estos años. Al lado, los hombres expresión fiel de un tiempo que dominaban, en el que imponían sus reglas de esclavistas, absurdas, vacuas, manifiestamente seguidistas.

Bajo el título “Anton Chejov y las gaviotas” encontramos al gran autor, su propósito teatral y narrativo y los significados que nacen de sus palabras, su captación y plasmación de lo oculto y sus formas y expectativas. Las suspensiones determinantes en Chejov y la orquesta de fondo que acompaña a los anhelos, acciones y miedos fundiéndose en lo interno, y lo externo manifestado en pequeños fragmentos de vida. Escribe Juan Eduardo Zúñiga “… la gran innovación que representó el teatro de Chejov era que fraccionaba la clásica línea argumental única sustituida por varias historias con su propio desarrollo e importancia, imitación exacta de la simultaneidad de aconteceres que se da en la existencia humana. … Chejov lo que hizo fue trasladar a su teatro su visión de la sociedad, representó en las postrimerías del siglo XIX un cambio de concepción teatral, un cambio absoluto en el comportamiento de los actores y en la dirección de escena”. Con su teatro se dejaron atrás “…la declamación, los monólogos trascendentales, los gritos y gestos desmesurados. A los argumentos tortuosos de situaciones equívocas, sorpresas, lances inesperados, Chejov opuso la sencillez de las relaciones cotidianas…, él mismo declaró al poeta Gorodetski: “Después de todo la gente no se pasa el tiempo disparando, ahorcándose y declarando su amor, ni tampoco diciendo pensamientos profundos. Con más frecuencia comen, beben, flirtean y dicen tonterías. Esas cosas son las que deben verse en el escenario”.

Chejov, nos dice Juan Eduardo Zúñiga, permite que los personajes se muevan en lo cotidiano para así dibujársenos como son, como piensan, sus anhelos y sus indolencias, y las vaguedades que recubren las insatisfacciones. En ese panorama los diálogos llevan una densidad sicológica como una línea de “acción directa” que hace crecer la intervención del lector para imaginar e interpretar. A todo ello se suma el ruido del mundo que envuelve la escena, que llega a los espectadores porque forma parte del espectáculo de la vida y que subraya la verosimilitud de la acción.

En el capítulo titulado “Los rebeldes” se recorren los cambios sociales a través de los escritores y los clímax, podríamos decir históricos: Alejandro II muere por una bomba lanzada a sus pies, atentados que decaerán por el mismo desarrollo de la revolución, y así irrumpe en 1905 el “domingo rojo”. Block, nos dice el autor, declarará: “Gogol y otros muchos escritores gustaban de imaginarse a Rusia como la encarnación del silencio y el sueño. Este sueño, sin embargo, toca a su fin. El silencio se interrumpe para dar paso a un rumor lejano y cada vez más fuerte, que apenas se asemeja al ruido de una ciudad”.

Y Juan Eduardo Zúñiga recorre obras y autores que nos hacen comprender la importancia para Rusia y para el mundo de los acontecimientos que cambiaron el horizonte social, y de ahí algunas narraciones: “Caballería roja”, “El tren blindado”, “La semana”, “Chapáyev”, “El torrente de hierro”, “La derrota…”

En los capítulos siguientes de “El anillo de Pushkin” el lector va a disfrutar y va a aprender como pocas veces ha tenido ocasión de hacerlo. Magnífica la recuperación de un libro que enterrado bajo la basura comercial que de continuo se echa sobre las grandes obras, no había sido olvidado, por lo visto, pero si que hacía que nos preguntásemos si se recuperaría alguna vez y cuánto tardarían las próximas generaciones lectoras en conocerlo.

El segundo de los libros aquí reunidos, “Las inciertas pasiones del Ivan Turguénev”, recorre la vida de éste gran autor enseñándonos las imanencias de tan poderosa escritura, su capacidad para, separándose de las características nefastas de la aristocracia, recorrer bajo la superficie la vida de la Rusia del XIX como fuente de la posteridad. La educación bárbara, las aversiones, los tormentos, las pasiones de Turguénev, sus distancias, su aprendizaje y su práctica literaria que envuelve a quien lee, sus implicaciones políticas, sus amistades, sus discusiones, su quiebra romántica se daría de frente con la conciencia social, la frustración, el agotamiento de lo que eran sueños alejados trajo el humanismo literario en parte idealizando la realidad. Ahora bien, como señala Juan Eduardo Zúñiga, de entre todos los escritores que se adentraron por ese camino es preciso señalar a Nicolai Gógol, su obra “fue el inicio de la corriente realista: “El abrigo”, “El inspector”, “Las almas muertas”, sátiras implacables contra los hábitos de la burocracia y semblanza de las costumbres rusas de aquel tiempo. Si desde principio de siglo la perspectiva al uso exigía belleza en la expresión, empleo de vocablos literarios y elegancia en la forma, a partir de ese cambio que determina Gógol se generalizó la exactitud en la descripción, el uso del habla cotidiana y la ruptura con la retórica lírica”.

Turguénev, procedente de la aristocracia, como Kropotkin, Tolstoi, y otros, aspiraba el aire revolucionario de entonces y confiaba en los cambios lentos, él mismo declaraba que “el gobierno no debe recelar de mí, nunca me he dedicado ni me dedicaré a la política”, pero sus cuadros sobre la vida cotidiana eran toda una aportación para entender el momento. Vinculado amorosamente a la mujer de un amigo vivió y viajó con la pareja dejando declaraciones en torno al acontecer de su época que muestran a un personaje cumplidor de los preceptos de su clase, por ejemplo, 1871, la Comuna de París le horrorizó: “Los acontecimientos de París me habían dejado estupefacto. Me he callado como nos callamos en el tren cuando entra en un túnel: el estrépito infernal atonta”.

Lector absorbente de la literatura de su tiempo tradujo y difundió en Rusia a Flaubert. Maupassant dijo de él que era “un alma ingenua”. Era un lector impertérrito, conocedor de todas las lenguas europeas, capaz de sorprenderse con los detalles más inocentes, mientras que, otra vez Maupassant, “cuando soñaba ante su mesa, su inteligencia le hacía comprender y penetrar la vida humana hasta sus secretas vergüenzas”.

Juan Eduardo Zúñiga entra en sus cuentos para descubrirnos la esencia de ellos, hacérnoslos sentir de modo que nos trastoquen nuestro pensamiento y creándonos la necesidad de leer “El final del mundo” o “El insecto”. Los defensores de todas las especies zoológicas encontramos a un escritor que se reconoce, que empatiza con ellas, he aquí un fragmento de “El perro” y a continuación otro de “La travesía”, dos de sus “poemas en prosa”, del primero nos dice Juan Eduardo Zúñiga: “él ve en los ojos de un perro la misma inquietud que en los suyos: “Estamos los dos en la habitación, mi perro y yo. Fuera ruge una terrible y furiosa tormenta. El perro esta sentado delante de mí y me mira fijo a los ojos. Y yo también le miro a los ojos. Se diría que quiere decirme algo. Es mudo, sin palabras, él no se comprende pero yo le comprendo. Yo comprendo que, en este momento, en él y en mí hay un único sentimiento, que entre nosotros no existe ninguna diferencia. Somos iguales; en cada uno de nosotros arde y brilla la misma temblosa llamita. La muerte vendrá, nos llevará con sus frías y enormes alas … Y será el final. ¿Quién distinguirá en cuál de nosotros exactamente ardió la llamita? No, no son un animal y un hombre que se miran … Son dos pares idénticos de ojos fijos uno en otro. Y en cada uno de esos pares, en el animal y en el hombre, una cínica vida que se aferra temerosa a la otra”.

En el segundo poema en prosa, titulado “La travesía”, cuenta cómo viajando en un barco que cruza el Canal de La Mancha escucha los chillidos de un mono atado en cubierta, y dice Juan Eduardo Zúñiga: “Coge la mano que el animal, asustado, le tiende; rodeados de niebla, sobre un mar peligroso, los dos se hacen compañía, se prestan la protección de su contacto como dos huérfanos abandonados; ambos son hijos de una naturaleza impasible”. Vida y obra de Turguénev nos las recorre, con voz profunda y suave, el gran autor que es Juan Eduardo Zúñiga, a quien se puede leer además en su trilogía “Largo Noviembre en Madrid”, “La tierra será un paraíso” y “Capital de la gloria”, en “Flores de plomo”, en “Misterios de las noches y los días”,…

Este volumen que reúne los dos libros comentados es una muestra del conocimiento tan esencial que alberga el escritor que se expresa en castellano y ha sido traducido a múltiples idiomas para llegar a la inteligencia de los lectores por encima de fronteras y nacionalidades.

Título: Desde los bosques nevados. Memoria de escritores rusos.

Autor: Juan Eduardo Zúñiga.

Editorial: galaxia Gutemberg.

Ramón Pedregal Casanova es autor de “Siete novelas de la Memoria Histórica. Posfacios”, editado por Fundación Domingo Malagón y Asociación Foro por la Memoria (asociacion.foroporlamemoria@yahoo.es)

jueves, 25 de noviembre de 2010

Una guía para entender la "desdemocratización" contemporánea


25-11-2010

Reseña del libro de César Roa "La República de Weimar. Manual para destruir una democracia"
Una guía para entender la "desdemocratización" contemporánea



“El pasado deja huellas por todos los rincones del presente”, dice César Roa en la introducción de su libro. Sin embargo, recoger esas huellas no es suficiente, es necesario saber interpretarlas y querer hacerlo, sentir la necesidad de extraer las enseñanzas imprescindibles para construir un futuro mejor, plantearse además, la urgencia de ese futuro mejor. Aquí radica la importancia de La república de Weimar. Manual para destruir una democracia. No trata el texto de establecer paralelismos o simples analogías, más bien se rescata la tradición de la sociología clásica comprensiva (M. Weber, G. Simmel, K. Marx…): estudiar y conocer para comprender y transformar. Es el presente, el momento que vivimos aquí y ahora, el que mueve este trabajo de investigación histórica, y es la urgencia de las fuerzas desatadas contra la democracia, contra el Estado de Derecho, aquí y ahora, la que nos urge a estudiar el periodo de entreguerras en Europa.

Este libro no es un texto de coyuntura ni un ejercicio de erudición, es el resultado de una necesidad sentida por el autor y transmitida de forma clara, rotunda y brillante ¿Por qué elegir la República de Weimar? Sin duda un acierto, porque son los periodos de crisis en los que el teatro de la vida queda iluminado plenamente –vemos el proscenio, el foso, el escenario, la tramoya, los bastidores..- todas las contradicciones se evidencian casi de forma simultánea porque se extreman, se rompe el consenso que regula la pacífica sociabilidad del orden –impuesto o autoimpuesto-. Es en estos momentos cuando el poder aparece evidenciado, despojado de cualquier pretexto, de cualquier justificación. Las crisis, dirá Gramsci, son esos periodos en los que lo nuevo no acaba de nacer y lo viejo no acaba de morir. Entre lo viejo y lo nuevo, diríamos nosotros, surge ese instante en el que lo probable puede llegar a no serlo, y lo posible, puede llegar a ser. Durante la República de Weimar, la democracia surgió como una posibilidad en Alemania plasmada en su novedosa Constitución que, como señala César, junto con la mexicana de 1917 y la soviética de 1924 “reconoce que el hombre tiene unas necesidades sociales, que están más allá de la responsabilidad personal del individuo” Esa constitución, contenía tanto elementos progresistas como autoritarios porque fue el resultado de las contradicciones de una época en la que las fuerzas revolucionarias estuvieron apunto de hacerse con el poder, pero fue un momento también en donde las fuerzas más reaccionarias encontraron aliento en un régimen temeroso de perderlo todo si no hacía concesiones.

La paradoja que nos plantea la República de Weimar la enuncia Cesar como la contraposición entre la modernidad política y la modernidad económica. Se nos ocurre que el lector puede fácilmente ir un paso más allá e interpretarla como democracia versus capitalismo, o hacerse una doble pregunta ¿Es compatible la democracia con el capitalismo? ¿Qué relación existe entre fascismo y capitalismo? De hecho algunos autores alemanes de la época ya lo plantearon en esos términos (R. Luxemburg, K. Liebknecht, A. Rosenberg, H. Marcuse, A. Thalheimer…) Dice C. Roa: “Por una parte, desde un punto de vista político, modernidad implica reconocer que la soberanía emana del pueblo y que el poder sólo puede ser ejercido por la nación y sus legítimos representantes. […] Por otra parte, desde un punto de vista económico, modernidad significa división del trabajo, aplicación de la tecnología al proceso productivo y racionalidad instrumental. Por racionalidad instrumental se entiende la utilización eficiente de los recursos disponibles para alcanzar un objetivo. Dado un fin, las distintas alternativas que se presentan para realizarlo deben ser evaluadas con criterios técnicos y, acto seguido, seleccionar aquella que mejor emplea unos recursos escasos”. De esta forma nos pone sobre la mesa las cartas que estaban en juego: la sociedad alemana como un proyecto democrático gobernado por la voluntad de los hombres (la política), o una sociedad sometida a las leyes inmutables de naturaleza económica (las leyes del mercado); es decir, un proyecto democrático o un proyecto autoritario.

Los capítulos dos y tres del libro tienen una importante carga histórica concreta, en ellos se detallan los acontecimientos que ilustran la contradicción en la que se debatía el gobierno alemán: o se resolvían los problemas sociales -unos derivados de la guerra, otros de la crisis económica, otros de la propia explotación productiva-, o se doblegaba a las masas de obreros y campesinos a los dictados económicos, es decir, o se les convencía o se les vencía. El teórico C. Schmitt desgranaba esta situación del parlamento alemán en varias de sus obras demostrando la imposibilidad de crear mayorías parlamentarias en un contexto en el que la burguesía no contaba con el poder absoluto, la democracia de masas se convertía en un obstáculo para la toma de decisiones de un ejecutivo urgido por salvar la economía [1] .

Si la modernidad –o más bien la burguesía- es la que determina el fin último de una sociedad, este fin no puede ser otro que la economía [2] , todo lo demás, se subordina a ese fin previamente determinado cual destino inmutable. La política se torna técnica, administración y gestión de la economía. “Obviamente, un mundo en el que el dinero se ha convertido en un valor supremo, en el que las relaciones entre personas sólo dependen de los precios de las mercancías, en el que se termina clasificando a las personas en función de la rentabilidad que puedan aportar, no es un mundo humanamente viable. La sociedad burguesa decimonónica lo descubriría muy pronto”, dice César al inicio del capítulo cuatro dedicado a la tecnología. En él encontramos una de las claves de su propuesta de análisis: la República de Weimar había nacido de un acto de rebeldía de los marineros en Kiel que se negaban a obedecer órdenes que no les tomaban en cuenta. En este origen está el germen democrático, la posibilidad de que nada quede fuera de la discusión y decisión de los hombres, ni siquiera la economía y mucho menos la tecnología que hace posible esa economía. La discusión sobre la tecnología está plasmada en la Constitución de Weimar en donde, según Cesar, encontramos “uno de los esfuerzos más ambiciosos por controlar y humanizar un desarrollo tecnológico que, de otro modo, podría descarrilar en catástrofes aterradoras”. Estos aspectos sociales de la Constitución de Weimar la hicieron tremendamente avanzada para la época e implicaban un embridamiento necesario de las fuerzas tecnológicas que surgieron al servicio de la economía y de la guerra.

No hay que olvidar que la economía se presenta al hombre, ya en el siglo XVIIII – B. Mandeville (La fábula de las abejas) A. Smith (Teoría de los sentimientos morales), François Quesnay (Cuadro económico)-, como una ciencia exacta, siguiendo el modelo newtoniano de finales del XVII [3] . De lo que tratará la nueva ciencia económica es de descubrir las leyes universales que regulan las relaciones humanas y ofrecer a la política los modelos que ha de seguir (imponer). Podemos decir que una nueva teología sustituye a la teología medieval adoptando una forma secularizada, en ella el hombre está sometido a su propia naturaleza (regida por el deseo), sometido a unas leyes naturales de las que no podrá zafarse. La economía deviene destino de la humanidad. La libertad es la libertad de seguir los propios dictados de la naturaleza humana, una naturaleza económica por lo demás. Si la ciencia social se reduce a la exactitud, la función de los economistas y los políticos, dado que son gestores será sustituir el mundo natural, la realidad social, por su representación racional. Este contexto ideológico, el del liberalismo, es el que nos permite entender los esfuerzos del gobierno de Weimar y su funcionariado por amoldar una realidad social que entraba en contradicción con estos postulados. Guiados por los modelos económicos construidos para servir a un único fin (la economía) la República de Weimar colapsó.

El profesor Andrés Bilbao decía que los modelos económicos no expresan la realidad social sino que son modelos de disciplinamiento social. El mercado como principio de organización social no puede ser otra cosa que un sistema totalitario, y no puede sino entrar en conflicto con el sistema político cuando éste está ocupado por fuerzas democráticas. Por eso, cuando Cesar Roa nos documenta el colapso de la República de Weimar, que sitúa entre 1930-1932, se ve obligado a hablarnos de las difíciles relaciones entre la economía y la política, entre un legislativo que representa la soberanía popular constantemente en conflicto con un ejecutivo dispuesto a hacer cumplir las leyes de la economía y someter al parlamento.

El libro se cierra con el capítulo titulado “La decorosa destrucción de la democracia y la concepción de la política como espectáculo”, se trata de una síntesis brillante del mundo político contemporáneo que el nazismo ayudó a construir. Es fácil reconocer en sus páginas las analogías con el mundo presente: unos sistemas políticos donde puede convivir el parlamento y el sufragio universal con el dominio del capital.

La destrucción de la democracia que subyacía en la República de Weimar fue una lucha a muerte en la que las fuerzas revolucionarias fueron derrotadas. Mientras duró, hasta el ascenso del nazismo, estas fuerzas fueron capaces de descubrir una segunda paradoja de la modernidad, lo que al principio hemos llamado la contradicción irreconciliable entre democracia y capitalismo.

De esa primera paradoja que nos planteaba César entre modernidad política –el pueblo es el soberano- y económica –sociedad regida por leyes que se escapan al soberano-, surge, me parece, una segunda contradicción en el principio de soberanía: ¿Dónde reside el poder supremo? El soberano es aquel que decide el estado de excepción, nos decía C. Schmitt, el que tiene el poder absoluto. Si el soberano es el pueblo, y esto ha de ser así en un sistema democrático, es el pueblo quien define los fines que guían la política, es el que tiene la última palabra pues nada escapa al poder del soberano. Pero si es la burguesía y sus instituciones quienes delimitan cuál es el fin último hacia el que dirigir la sociedad ¿Entonces? ¿Es realmente soberano el pueblo?

El fascismo, considerando el fascismo como un movimiento político general del siglo XX que adoptó particularidades en Italia y en Alemania en un momento histórico concreto, fue un fenómeno profundamente arraigado en los caracteres fundamentales de la época; fue continuador e impulsor de esa tendencia autoritaria que describe César en la república de Weimar -expresada en el artículo 48 de la Constitución-, fue el fundamento último del sistema político del Antiguo Régimen, y de su principio de soberanía – el monárquico autoritario- que no había desaparecido a pesar de la ilustración y las revoluciones burguesas. Junto a este movimiento político continuador del absolutismo, la democracia y el socialismo fueron corrientes ideológicas también presentes en esa época y propulsadas por la ruptura político-ideológica que supuso la ilustración. Según Reinhard Kühnl “la ilustración había destruido el fundamento de la legitimidad del Estado medieval, la creencia en que la autoridad estatal tenía derecho a actuar por encargo y en nombre de Dios. El Estado era considerado ahora como institución humana que debía su legitimidad a la voluntad del pueblo y que, por lo tanto debía procurar a éste un bienestar terreno” [4] Las revoluciones burguesas tuvieron que romper con los principios de legitimidad precedentes apelando a los valores de libertad, igualdad y fraternidad. La fuerza de estos principios -y la guerra-, desplazaron la fuente de la soberanía: de Dios a la razón, del monarca al pueblo.

En el periodo de entreguerras, Alemania fue presa de esos mismos demonios democráticos que ahora venían de la mano de las revoluciones socialistas que habían fecundado la República de Weimar. El Parlamento alemán de ese momento era un reflejo de las fuerzas en pugna. Estaba claro que un parlamento democrático chocaba con los requerimientos de la economía. Si previamente las masas no han sido disciplinadas, -bien mediante la guerra, bien mediante el convencimiento [5] - y en el parlamento no se consiguen las mayorías necesarias para gobernar, entonces el Parlamento se convierte en un obstáculo. “El respeto escrupuloso de las reglas abstractas de un mercado puro terminará chocando con la voluntad popular” recoge César del análisis de F. Hayek (no sus propuestas) en el que se señala que “los Parlamentos democráticos son un riesgo para el orden económico”, de modo que los defensores del mercado y de la propiedad tienen que edificar una serie de defensas que limiten las iniciativas de los legisladores. Quizá resulte arriesgado plantearlo así pero, de nuevo, las semejanzas con la actualidad son más que evidentes en esta subordinación de los parlamentos nacionales a los mercados y las instituciones internacionales que les representan.

En la República de Weimar las tensiones sociales que se trasladaban al sistema jurídico-político hicieron que se acabara identificando al Parlamento como “el origen de tensiones que ponían en riesgo los cimientos del sistema económico”. La economía, el capitalismo, necesita de un andamiaje jurídico-político que lime las resistencias de los pueblos a la explotación. La extracción de plusvalor del hombre libre no sólo se logra con la desposesión y la coacción. Al capitalismo, después del cambio del principio de soberanía, no le han servido las formas tradicionales de ejercicio del poder. Para el clasicista G. Ferrero “una vez que todos los hombres son iguales, no existe ningún otro derecho más necesitado de justificación que el derecho de mandar de unos sobre otros”. La justificación del ejercicio del poder, o el deber de la obediencia a la ley, dada una sociedad de iguales, se logra bajo el principio de legitimidad democrática: todos hacemos la ley (a través de nuestros representantes) y libremente aceptamos someternos a ella. Ese principio de soberanía es la base de cualquier sistema realmente democrático. Tanto durante la Primera Guerra Mundial como después de ella en los Estados europeos surgieron movimientos caracterizados por un rechazo a la democracia parlamentaria, al movimiento obrero, a las teorías marxistas, al nacionalismo y al anticapitalismo. La base ideológica del nazismo estaba en estas corrientes pero no pasaban de ser sectas o grupos de desclasados apenas significativos. La crisis del capitalismo tras la guerra es la que alimentaría estas corrientes hasta dotarlas de una base social significativa. El nazismo reclutó a sus miembros entre las clases medias, la pequeña burguesía… cuya base económica estaba amenazada.

Después de leer el texto de César Roa llegamos a la conclusión de que el nazismo no fue el resultado de un exceso de democracia sino todo lo contrario, un proceso de desdemocratización. Podemos decir que por mucho que el nazismo alterara la estructura social y política de la época la contradicción entre producción social y apropiación privada siguió en pie, y que para que esto fuera así había que acabar con el Parlamento y con la Constitución, corazón y cerebro, de todo orden democrático porque tanto el Parlamento como la Constitución alemana se habían convertido en serios obstáculos para el capitalismo. Dicho de otra forma: el nazismo acabó con la democracia alemana porque la expansión económica, las medidas técnicas que era necesario aplicar para el desarrollo del capitalismo, necesitaban acabar con la democracia.

Leída en estas claves, la destrucción de la democracia alemana no vino de la mano del nazismo sino que éste fue su brazo ejecutor. Después de la I Guerra Mundial, los movimientos obreros revolucionarios y el desastre de la guerra, permitieron la democratización de las instituciones públicas pero no se consiguió la democratización de la economía. De modo que podemos interpretar esta época como una guerra entre dos esferas, la política y la económica; en la primera se daba una correlación de fuerzas favorable a las clases populares, en la segunda dominaban los grupos que habían llevado a Alemania a la guerra (los que necesitaban una expansión del capital, es decir, las fuerzas imperialistas)

La economía -el capitalismo-, es por definición dictatorial, no puede ser de otra forma, de modo que hay que excluir de ese ámbito a cualquier sujeto que pueda variar su orientación, no cabe la democracia en el mercado, eso sólo sería posible en el socialismo. En la República de Weimar la línea imaginaria que falsamente divide economía y política perdió sus márgenes, la II Guerra Mundial volvió a restablecerlos.

Hablar de democracia implica pues restaurar la conexión entre el ámbito de la política (donde aparentemente se disputa el poder) y ámbito de la economía, y a la vez, poner en manos del pueblo soberano el máximo poder de decisión: decidir sobre la economía. La batalla alemana la perdió la democracia y la ganó la “democracia capitalista” –diría Harold Laski-. La democracia que surge después de la II Guerra Mundial no es ya la que corresponde a esas fuerzas revolucionarias que entraron en lucha en la República de Weimar. En los sistemas políticos contemporáneos la democracia se nos presenta ya como pura ideología, cobertura frágil pero necesaria para legitimar la reproducción del orden capitalista. Si en algún momento esos genios invisibles reclamaran la adecuación entre ideología y realidad los fantasmas autoritarios emergerán de nuevo.

La fascistización de las democracias parlamentarias de la época, como describió Thalheimer fue gradual. El parlamento no estaba sirviendo para implementar los intereses de la burguesía, se inició la desdemocratización que adoptó diversas formas según la realidad histórica concreta. En Alemania de la época fue el nazismo quien asumió la tarea restaurando el “orden” incluso en contra de algunos sectores de la burguesía, por lo menos en lo que respecta a determinadas libertades y garantías. El nazismo toma el poder para restaurar el control político directo de la burguesía sobre la economía. Además, tomó el poder de forma plena cuando las organizaciones del movimiento obrero, tanto las reformistas como las revolucionarias se habían visto reducidas a la impotencia. Los obreros perdieron confianza en sus organizaciones y perdieron confianza en sí mismos. Para los autores críticos de la época, el autoritarismo que invadía Europa no era la última alternativa del capitalismo, era más bien, “una nueva forma política” que expresaba el poderío del capitalismo tras la aniquilación de las resistencias. Según A. Rosenberg “el fascismo no es más que una forma moderna de la contrarrevolución burguesa capitalista, disfrazada de movimiento popular” [6] .

Hoy en día, somos ya muchos los que presentimos de nuevo la barbarie, este libro de César Roa nos enseña que ese presentimiento tiene fundamento. Sin duda podemos vivir este tiempo de barbarie desde la impotencia, pero también como un tiempo de resistencia. Podemos leer en el presente las huellas del pasado y encontrar la forma de transformarlo.



[1] Ver especialmente los textos de C. Schmitt: Los fundamentos histórico-espirituales del parlamentarismo en su situación actual, cap. I y apéndice “Disolución del Reichstag (1924); y Legalidad y legitimidad, cap. II

[2] Vamos a utilizar el término economía como sinónimo de capitalismo ya que a partir del XVIII podemos decir que el modo de producción capitalista se ha convertido en hegemónico en toda Europa aunque con sus variantes en términos de composición social, por ejemplo entre Alemania e Italia, y teniendo en cuenta como señala Arthur Rosenberg que aunque de cada 100 alemanes en 1925 sólo unos 28 pertenecían a clases propietarias, unos 72 eran en sentido amplio asalariados y proletarios, pero de estos sólo 32 eran auténticos obreros fabriles; lo que no impide que se pueda hablar del capitalismo como modo de producción dominante ya que cualquiera de las otros modos de producción son subsidiarios o marginales en relación a la economía capitalista.

[3] Quizá no tan casualmente Mandeville y Quesnay eran también médicos además de filósofos y economistas.

[4] R. Kühnl, Liberalismo y fascismo, Fontanella, Barcelona

[5] Es interesante saber la obra del periodista estadounidense W. Lippman, La opinión pública, fue escrita en 1922 tras su experiencia como informador en el I Guerra Mundial, que en esta obra teoriza sobre la relación entre democracia y medios de comunicación de masas y que fue una obra conocida y citada por C. Schmitt en su demoledora crítica del Parlamentarismo alemán.

[6] A. Rosenberg, Democracia y socialismo, Cuadernos de pasado y presente, México, 1981

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Reseña de "Fin de ciclo. Financiación, territorio y sociedad de propietarios en la onda larga del capitalismo hispano (1959-2010)"


24-11-2010

Reseña de "Fin de ciclo. Financiación, territorio y sociedad de propietarios en la onda larga del capitalismo hispano (1959-2010)"

Viento Sur

"Un material denso pero de fácil lectura, bien documentado y argumentado, muy útil para comprender la historia ya vivida y esforzarnos por construir otro futuro."


Partiendo de un enfoque basado en la crítica de la economía política (y, por tanto, contrario a la tendencia a disociary oponer Estado y mercado), los autores hacen un excelente esfuerzo de reinterpretación tanto de la historia del capitalismo español desde el Plan de Estabilización de 1959 hasta el estallido de la burbuja inmobiliaria en 2007 como del proceso de configuración de un capitalismo cada vez más financiarizado a escala global desde la crisis de 1973-1979. Una tercera parte entra ya en el análisis de la crisis actual, y con ella de la “sociedad de propietarios”, apuntando finalmente a posibles escenarios de futuro. La primera parte, centrada en la formación histórica del capitalismo financiero global, constituye un buen recordatorio de los pasos que se han ido dando desde el inicio de la contrarrevolución neoliberal, destacando el despliegue de la financiarización, ligada a nuevas formas de “acumulación por desposesión”, el papel clave de las instituciones de Bretton Woods en ese proceso, las sucesivas quiebras en distintos países “periféricos” y la emergencia de un capitalismo cognitivo cuyos límites para la reproducción ampliada de capital son también subrayados. El neoliberalismo aparece asícomo una estrategia basada en la redistribución del producto social hacia las fracciones superiores de la clase capitalista, pero para ello se ha ido apoyando en un “keynesianismo de precio de activos” (Brenner) generador del “efecto riqueza” y de la “sociedad de propietarios” entre rentas medias e incluso bajas. Los autores, siguiendo pero matizando a Harvey, destacan así cómo ante los problemas de exceso de producción, los capitales han ido pasando del circuito primario de acumulación a otro secundario, apoyándose para ello en las grandes obras públicas y en la construcción de viviendas, en cuyo marco se desarrolla una creciente competitividad territorial y un nuevo empresarialismo urbano.

La segunda parte recuerda el fallido modelo fordista español, el corte radical que marcaron los Pactos de la Moncloa de 1978 frente al ascenso salarial, la pronta opción por un “modelo” basado en el turismo y la construcción y, luego, la financiarización, paralelamente a una creciente desindustrialización bajo la presión de la entrada en “Europa”. Al primer ciclo inmobiliario de 1985-1993 (Naredo) le sigue la crisis de 1992-1994, con un notable endeudamiento de amplios sectores sociales; pero luego se inician los años del “boom” que llegarían hasta 2007: la vivienda se convierte en activo central de las familias y la construcción se convierte en la “primera industria nacional”, al mismo tiempo que se produce una fuerte represión del crecimiento de los salarios reales y un aumento notable de la tasa de ganancia. Pese a la creciente precariedad y polarización salarial (entre una minoría de “working richs” y una mayoría de “working poors”), avanza el proyecto de sociedad de propietarios en la que “el trabajador se convierte en un inversor, un propietario y un rentista en potencia”. Pero este proceso no ha sido resultado de un mero desarrollo del mercado sino que en él han jugado un papel fundamental las políticas adoptadas por los sucesivos gobiernosdesde el inicio de la transición, como muy bien nos recuerdan los autores, y que han contribuido a la extensión de la figura del promotor y “agente urbanizador”y al poder creciente del “lobby” de las grandes constructoras.

Los costes políticos y ambientales de esa apuesta, que ha conducido a la formación de las “growth machines” urbanas y a nuevas formas de “gobernanza”basadas en el partenariado público-privado y depredadoras de recursos, son también señalados. La tercera parte constata el colapso financiero global y el inmobiliario hispano a partir del otoño de 2007, así como las políticas gubernamentales de socialización de pérdidas, que no han podido impedir la caída de la demanda –efecto pobreza– y la creciente financiarización de las cuentas del Estado bajo la vigilancia de unas agencias de evaluación corruptas y una UE en crisis. El panorama con el que nos encontramos es ya el del fin de la “sociedad de propietarios”, con la configuración de un gran “ejército de reserva” de personas paradas, principalmente “extranjeros”, jóvenes y mujeres y sin expectativas de recuperación del factor trabajo como medio de pertenencia y de vínculo social colectivo.

Tiene especial interés en esta parte, ante la perspectiva de las elecciones municipales, el análisis que hacen del endeudamiento público de los ayuntamientos, ligado al modelo de financiarización que adoptaron la mayoría de ellos, así como de la vía de escape que están buscando mediante una nueva ola privatizadora del sector público y del suelo público. No es difícil estar de acuerdo con los posibles escenarios de salida apuntados y con la hipótesis de que en casos como el español se pueda dar una combinación de la ilusión en intentar nuevas burbujas con la realidad de un estancamiento probable por un largo período, coexistiendo ambas tendencias, a falta de un radical cambio de rumbo, con una “guerra entre pobres”. Y, sin embargo, hay alternativas por las que luchar mediante lo que definen como una “contra-desamortización”o apuesta por un régimen de propiedad común frente a la nueva guerra contra el trabajo y los bienes comunes que nos viene desde arriba.

En resumen, un material denso pero de fácil lectura, bien documentado y argumentado, muy útil para comprender la historia ya vivida y esforzarnos por construir otro futuro.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Capitalismo y soberanía alimentaria


22-11-2010

Reseña del libro "Du local au mondial. Alternatives rurales et luttes paysannes" de Angela Barthes y Béatrice Mésini
Capitalismo y soberanía alimentaria



El libre mercado, pilar del fundamentalismo económico, no sólo agudiza las desigualdades entre los países ricos y pobres, sino que además, destruye a los pequeños productores tanto del Sur como del Norte. El capitalismo se define como un proceso de producción donde la propiedad privada es el núcleo imprescindible. En este sentido, el capital como forma específica de producción –y de relación social– se basa en la constante destrucción del trabajador y de la tierra; ya en el capítulo sobre “la acumulación originaria” del Capital, Marx analizaba la manera cómo los campesinos fueron despojados de su tierras con la finalidad de “hacerlos hombres libres” –en el sentido jurídico del término–, es decir, el mecanismo por el cual los campesinos fueron obligados a un éxodo perpetuo en busca de un trabajo en las ciudades industriales de aquella época como Londres o Manchester.

Efectivamente, ya no vivimos en la Inglaterra del siglo XIX. Sin embargo, la explotación –como elemento específico de esta relación social– sigue vigente. La pobreza como resultado de una dinámica que funciona a través del despojo y de la enajenación es cada vez más evidente. No está por demás mencionar que según la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación), en estos últimos decenios, los niveles de hambruna no han dejado de aumentar. La pobreza, la crisis alimentaria y la perversa mercantilización de la naturaleza se encuentran íntimamente ligadas. De ahí que como lo enfatiza el economista y politólogo Takis Fotopoulos, no existirá una verdadera salida sino es fuera de los marcos del actual sistema hegemónico, esto es, fuera del capitalismo.

En otro orden de idea, e l pasado 16 de noviembre de este 2010, en el Parlamento Europeo, se realizó la actividad titulada Quelle place pour les payasans du Monde? en la que participaron algunos de los principales protagonistas de las luchas contemporáneas contra el neoliberalismo. Entre ellos podemos mencionar a Henri Saragih (secretario general de Vía Campesina), a Geneviève Savigny (coordinadora europea de Vía Campesina), a José Bové (euro-diputado) y a Bernard Njonga (presidente de la Asociación ciudadana de defensa de los intereses colectivos-ACDIC de Camerún). De manera general, los panelistas mencionaron que la política agrícola –modelo productivista– que se viene practicando desde la década de los ochenta ha provocado la desaparición del 26% de pequeños productores en Europa. Al respecto, se subrayaron tres puntos cardinales en el combate contra el actual modelo económico: a) una solidaridad entre las luchas del norte y las del sur, b) la lucha frontal contra las multinacionales y c) la constante denuncia contra el sistema.

Sin embargo, la intervención de Bernard Njonga merece ser tratada aparte, pues este líder de origen camerunés destacó cuatro elementos que, en ocasiones son soslayados aún por los militantes de la izquierda europea: 1) la soberanía alimentaria como eje articulador de las luchas; 2) ya que mientras en Europa se debate la cuestión de los apoyos (aunque para ellos éstos sean ínfimos) a los pequeños productores en África y para la mayoría del tercer mundo estos estímulos no existen 3) incluso quien debería de promover dichos estímulos (el Estado), lejos de apoyar a los campesinos, se vuelve su principal hostigador y 4) la presencia del “capitalismo autoritario” chino en África. En ese sentido, Njonga hizo un llamado para rebasar el enfoque de la PAC (Política Agraria Común) puesto que está excesivamente concentrada en el mundo europeo. Cabe hacer mención que en 2013 podría reformarse la PAC, de ahí que 332 organizaciones de 27 países europeos apuestan a una nueva Política Alimentaria y Agrícola común basada en: la alimentación como un derecho humano universal; el respeto del medio ambiente tanto a niveles globales como locales; defensa de la agricultura y de la producción de alimentos; reforzamiento de la producción y consumo de los productos locales, por mencionar algunos de los 12 puntos [2] .

Para entender los intereses, conflictos y tensiones que están atravesando las actuales confrontaciones entre una economía industrial (hegemónica) y una economía campesina-familiar (alternativa), es pertinente leer la obra de Angela Barthes y Béatice Mésini pues estas investigadoras nos presentan un marco histórico y sociológico de las luchas campesinas contemporáneas. Para ellas, la tensión dialéctica entre lo local y lo mundial muestra nítidamente la fuerza de las movilizaciones por el acceso a la tierra, es decir, la necesidad de una re-apropiación de la existencia en el medio rural (p. 13). A través del uso de testimonios y relatos como herramientas para el análisis, las autoras rastrean el papel de la memoria en la configuración de las identidades de los actores sociales e individuales. El libro se divide en tres capítulos donde se aborda el proceso en el que la agricultura se articuló al mercado mundial provocando una gran disminución en el poder de compra de los campesinos en Europa.

El primer capítulo, Alternatives rurales en France 1970-2007, analiza el fenómeno de migración hacia el campo (néoruralisme) que se dio en la década de los setenta. La generación post-68, cansada de los valores que le imponía una sociedad de consumo y fatigada del estilo pequeño burgués, decidió llevar a la práctica formas alternativas al modelo de vida tanto de los países capitalistas como el de las burocracias soviéticas con la finalidad de mostrar la falta de sentido en ambos modelos (p. 20). Así, entre 1968 y 1978 se crean diversas comunidades libertarias en el hexágono francés donde las ideas de Vaneighem, Marcuse, Watts, Reich, Illich, entre otros, están presentes.

En esta sección destaca el análisis del concepto de oasis, iniciado por Pierre Rabhi en 1995, como una crítica espiritual y ecológica al modelo hegemónico, en ese sentido, no es fortuito que el “decrecimiento sustentable” forme parte de su locus. Por otra parte, la noción de campesino como “forma de vida” es fundamental para entender la continuidad de las prácticas alternativas en el medio rural pues elementos como autonomía, autogestión, autarquía, solidaridad y convivialidad siguen participando dentro de su imaginario. Para ejemplificar la reapropiación de los medios de existencia las autoras dan cuenta de la importancia de las asociaciones como Deux Mains sur la Terre, Habitat Terre et Partage, Habitat Racine y Le Pré aux Yourtes en la continuidad de las luchas anti-capitalistas.

El segundo capítulo, Du local, au mundial, confluence des luttes rurales, está centrado en las contra-cumbres y en los diferentes foros locales realizados en diversas partes del mundo. Destaca, indudablemente, el “affaire” Millau de 1999 donde un grupo de militantes desmontó un restaurante de comida rápida (Mc Donald) en señal de protesta contra las represalias de la OMC [3] . Dicho acontecimiento muestra tres procesos articulados en el movimiento francés: a) La presencia de la tradición y de la memoria como elemento de lucha pues no debe omitirse que la Confederación Campesina creada en 1987 tiene influencia de Lanza de Vasto –pacifista– y de Bernard Lambert [4] ––, b) la afirmación y articulación de luchas a escalas locales y globales y c) la tensión entre lo legal y lo legítimo. Con la finalidad de entender este último punto, la tensión entre legalidad y legitimidad las autoras analizan el derecho a gozar de un medio ambiente sano.

El 15 de marzo de 1999 un grupo de militantes decidió poner fin a un incinerador el cual quemaba sin filtro y contaminaba en medias espectaculares. Dentro de los 14 militantes, 5 fueron llevados en chirona. Indudablemente, dicha sanción desató un malestar en asociaciones, confederación y movimientos sociales. A través de algunos relatos de los interlocutores que participaron en el juicio (Simon Charbonneau, José Bové, Jean-Baptiste Eyraud, Gilles Lemaire, Gérard Onesta), las autoras muestran las contradicciones entre un derecho positivo (de cuño liberal) y una práctica de resistencia que tiene por horizonte la preservación de la vida y, por tanto, cuenta con el respaldo popular. En este sentido la desobediencia civil como método de contestación contra la ley fetichizada y, contra el derecho (como instrumento de opresión) es axial en los movimientos sociales y campesinos que intentan transformar la sociedad para convertirla en un espacio justo, democrático y solidario.

El origen de la Vía Campesina, del Movimientos de Trabajadores Rurales sin Tierra y del Ekta Parishad –movimiento basado en los principios de acción de Gandhi– son tratados en este apartado. Los diversos encuentros, marchas y movilizaciones internacionales evidencian los rasgos comunes (reclamo de una reforma agraria y defensa de la soberanía alimentaria) así como las diferencias estratégicas de estos movimientos. En este sentido José Bové acota que: la globalización ha creado una situación donde incluso si se vive en Mali, en Bolivia, en Palestina, en Brasil o en Europa encontraremos un acaparamiento de tierras que no es resultado de una producción local sino secuela de la lógica de exportación y del mercado (p. 88).

Finalmente, Interdépendance des droits-devoirs humains envers la Terre, tercer capítulo de la obra, expone la manera como los movimientos sociales-rurales han desconfiando del concepto de progreso. Para ello, las autoras retoman algunas de las ideas de Gracchus Babeuf y de Elisée Reclus (pensadores anarquistas) para entender la concepción de la tierra en dichos movimientos. La necesidad de una reforma agraria esta en concordancia con la exigencia de un respeto al medio ambiente y de la soberanía alimentaria. Por ello: “la soberanía alimentaria implica la puesta en marcha de un proceso radical de reforma agraria que esté en armonía con el contexto local y regional. Dicho proceso deberá ser controlado por las organizaciones campesinas y deberá garantizar los derechos individuales de los productores así como los derechos colectivos sobre los terrenos de uso común (…) La soberanía alimentaria ha sido definida como un nuevo paradigma alternativo que se basa en tres pilares: la alimentación es un derecho del hombre, los pueblos y los Estados tiene el derecho de definir sus propias políticas agrarias y los productores de alimentos debe estar en el centro de las políticas públicas” (p. 115-116).

Los planteamientos de los “ críticos al crecimiento” (objecteur de croissance) que postulan una simplicidad voluntaria (Volontary Simplicity) han tenido eco en algunos movimientos rurales. Sin embargo, por nuestra parte, creemos que el eco-socialismo como teoría y práctica social será pieza clave en las luchas del siglo XXI porque el eco-socialismo es la expresión de la civilización de la solidaridad (p.143).

El libro de Mésini y Barthes es significativo porque nos permite observar la evolución de los movimientos rurales, sus planteamientos político-ecológicos y sus formas de resistencia. En ese sentido su texto es un excelente trabajo que deberá ser tomando en cuenta tanto por estudiosos de los movimientos sociales como por los militantes que luchan por la transformación de una sociedad que reduce todo en mercancía. Por consiguiente, la defensa de la soberanía alimentaria y la exigencia de reforma agraria real seguirán participando en los conflictos venideros. Indudablemente, la transformación política y social será una relación de fuerzas entre el gran capital y los trabajadores (de la ciudad, del campo, de la maquiladora, etc.), sin embargo las contiendas ya están en marcha. Por ello, no debemos perder de vista que nuestro enemigo común es: el capital.


* Reseña del libro Du local au mondial. Alternatives rurales et luttes paysannes de Angela Barthes y Béatrice Mésini , Publication de IUT de Digne-Université de Provence, Château-Arnoux, 2008, p. 170

[1]El autor es sociólogo.

[2] « Pour une politique agricole et alimentaire commune, saine, durable, juste et solidaire. In : www.europeanfooddeclaration.org

[3] La Unión Europea prohibió la importación de carne tratada con hormonas. Sin embargo, este hecho fue condenado por la OMC y los Estados Unidos, quienes como forma de represalia aplicaron una sobretasa del 100% a 100 productos europeos, en los que se incluía el queso roquefort. Cfr. José Bové y François Dufour, El mundo no es una mercancía, Barcelona, Icaria, 2001.

[4] Lambert pertenecía a la organización Paysans travailleurs que era un movimiento campesino fundado en 1972. Manifestó una crítica a los efectos sociales de la modernización agrícola y, bajo la influencia de la ideas de “Mayo del 68”, buscó la alianza con los obreros. En la década de los ochenta denunciaron la existencia de granjas que empleaban hormonas para engordar al ganado. En 1970 publicó Les paysans dans la lutte des clases.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Sobre las revoluciones africanas

(Conclusión de la III Edición del libro “África Revolucionaria”)
Sobre las revoluciones africanas
Por: Reinaldo Bolívar
Fecha de publicación: 17/11/10




El libro África Revolucionaria en sus dos ediciones, la primera de la Universidad Bolivariana de Venezuela, la segunda del Ministerio de la Cultura Venezolano, ha causado un gran impacto positivo tanto nacional como internacionalmente, por lo que además de alegrarnos nos compromete en la investigación y difusión sobre África. Sus textos son ahora divulgados, citándonos (lo cual es justo y se agradece) o no, lo cual no es lo más importante, siempre que se cumpla el objetivo de la socialización del conocimiento.

Lo que surgió como un ejercicio semanal para un semanario impreso, se ha convertido, por su sencillez y rápida lectura en un breviario de consulta para acercarse a través de grandes protagonistas, a la historia poco contada del África del siglo XX.

Las traducciones al inglés y francés han dado un especial interés a esta obra. Es una responsabilidad escuchar de los propios africanos que la compilación ha despertado un gran interés en el propio continente madre, al punto que nuevas traducciones del libro se han realizado en árabe, amárico y walof en Libia, Argelia, Etiopía, Gambia y Senegal.

Por otra parte, en la medida que el libro se difunde y recorre caminos africanos, recibimos comentarios enriquecedores y amables de solicitudes de incluir en próximas ediciones a determinado héroe o heroína. No como un diccionario bibliográfico, que ya existen, con la heterogeneidad que les caracteriza, lejos de lo cual está esta contribución, sino como una manera de centrar la atención en las personalidades que aportaron al desarrollo de la evolución africana con una perspectiva revolucionaria, nacionalista, continental, rompiendo los esquemas enciclopedistas tan comunes en estos tiempos en físico y digital. La milenaria África, la de las grandes culturas Mali, Songhay, Sudan, Ghana, Ashanti, Kanem, Egipcia, Congo, Etiope, Massai, Kusk, Buganda, Axum, Zulú, Merina, Yoruba, Walof, Berebere, Bantú entre otras llama a su búsqueda para comprender la humanidad. Más que montañas y mares naturales ocultan a África, son murallas de engaños, de manipulación mediática. Lo decimos en palabras de un poema bantú:

Las lejanas montañas te ocultan de mí,

Mientras se me enciman las cercanas

Si yo tuviera un pesado martillo

Para aplastar las montañas cercanas.

Si yo tuviera alas como un pájaro

Para volar sobre aquellas más lejanas.

Bajo la barbarie de 300 años de esclavitud se pretendió enterrar la inmensidad cultural africana. Ni siquiera el loable esfuerzo de la UNESCO a través de la “Historia General de África” puede mostrar al mundo, en sólo cuatro mil páginas (8 tomos) toda la profundidad de la africanidad, cada civilización, cada personalidad, daría para más de ese número de hojas. Queda tanto que buscar, por el bien del mundo, por la prosperidad de las ciencias y la precisión del conocimiento.

Son tantas las mujeres y hombres que ha aportado la africanidad. Como el Emil Abdelkarder, fundador del moderno estado argelino quien señaló el camino libertario de 1832, resistiendo a los invasores franceses hasta 1847. Quince años entregados a la guerra por la emancipación; luego capturado, sufrirá su penosa cárcel hasta que se exilia en Damasco, legendaria ciudad donde el guerrero se transforma en maestro espiritual para mantener la fe en el Islam, para labrar la libertad espiritual. Abdelkarder representa el encuentro con la Argelia rebelde del Siglo XIX, cercano a las grandes gestas emancipadoras de América que luchaba contra imperios como el español y el portugués, y el propio francés, derrotado en 1804 en la pequeña Haití.

Para comprender la exacta significación de las revoluciones africanas, es necesario entender la dimensión del holocausto de la esclavitud, y luego la magnitud de la invasión orquestada por los imperios europeos entre 1880 a 1935.

Era el imperialismo colonial. Adu BOHAHEM (1987) en su ensayo “África y el desafío colonial”, explica:

“La velocidad a la que se desarrollo este drama fue verdaderamente asombrosa, pues hasta 1880 solo algunas zonas muy limitadas de África estaban bajo el y gobierno directo de europeos. En todo el oeste de África, sólo la isla de Senegal y la zona costera, la ciudad de Freetown y sus alrededores (hoy día Sierra Leona), el sur de la Costa de Oro (actualmente Ghana), la costa de Abidján en Costa de Marfil, Porto Novo en Dahomey (hoy Benin) y la isla de Lagos (en lo que hoy es Nigeria) estaban gobernadas directamente por europeos. En África del Norte, sólo Argelia estaba colonizada en 1880 por los franceses. En la parte oriental de África, los gobiernos europeos no controlaban ni una pulgada de tierra y en la zona central, sólo estrechas zonas costeras de Mozambique y Angola estaban gobernadas por los portugueses. Únicamente en el sur de África, el gobierno extranjero no sólo había sido firmemente implantado en el sur de África, el gobierno extranjero no sólo había sido firmemente implantado sino que, además, se extendía considerablemente hacia el interior del territorio. En resumen, en una fecha tardía como 1880, alrededor del 80% del continente africano estaba gobernado por sus propios reyes, reinas, clanes y cabezas de linajes, en imperios, reinos, comunidades y organizaciones de diversos tamaños y formas”.

La Europa se vino brutalmente contra ese 80 %, apoyada en inventos como la mortal ametralladora Maxim, que pasaría por encima de la resistencia de los pueblos originarios. Los líderes africanos, en su mayoría se opondrían a sangre y fuego a la implantación europea.

Digno líderes alzaron sus armas y voz contra el colonialismo. Citamos aquí al naba moro (rey) de los mossis (hoy Burkina Faso), WOBOGO (1895) que tajantemente dijo a un invasor francés, que había venido a prometerle progreso:

“Se que los blancos desean matarme para apoderarse de mi país, y usted declara aún que me ayudaran a organizar mi país. Pero yo encuentro que mi país es bueno tal como es. No los necesito. Conozco lo que es necesario para mí y lo que quiero: tengo mis propios mercaderes: además, considérese afortunado de que no dé orden de que le corten la cabeza. Ahora váyase, y sobre todo, no vuelva nunca”.

Los monarcas de otras culturas africanas se expresarían en iguales términos. En Namibia, Etiopía, Tanzania. Los africanos alzaron al cielo y a la naturaleza sus oraciones a la par que empuñaron sus armas. De la cuna de la humanidad, Etiopía, MENELIK II, fundador de la moderna Etiopia así lo proclamó:

“Ahora han venido enemigos contra nosotros con el objeto de arruinar nuestro país y cambiar nuestra religión (…) Los que soy fuertes, dadme hoy vuestra fuerza, y los que sois débiles, ayudadme con la oración”.

Gran diplomático, administrador y guerrero Menelik, proclamó a las potencias europeas el 27 de febrero de 1893 que “Etiopía no necesita nadie; tiende sus manos hacia a Dios”. En diciembre de 1894 entraría en guerra contra la invasora Italia a la que derrotaría en Adowa el 1º de marzo 1896, en la más grande victoria militar que un país africano infligiera a Europa desde tiempo de Aníbal, reafirmando la independencia del país cuna de la humanidad.

En África Occidental, en Senegambia, se opuso a la invasión el damel LAT DIOR, quien murió en batalla por su patria junto a sus hijos, en 1886.

Por los mandingos, se alzó SAMORI TURE, que en 1882 equipó un gran ejército con armas europeas para repeler a los franceses. Hasta 1898 los mantuvo a raya, lamentablemente, este genio militar, defensor de la soberanía fue emboscado y atrapado por las fuerzas francesa. Murió a los setenta años en Gabón.

En la mítica Nigeria, los europeos forzaban a los nativos para construir el telégrafo y el ferrocarril como método para la penetración y extracción de riquezas. Sería MAMADOU LAMINE el que nuclearia la resistencia laboral, bajo un discurso religioso “los musulmanes no pueden estar bajo el control de ninguna autoridad no islámica”. Mamadou Lamine atacó a los franceses invasores en 1886. En 1987, cayó bajo el poder de fuego francés.

Justo es, destacar que los lideres surgían de grupos étnicos organizados, como el caso de los Zulúes en África Austral, familia del diplomático y guerrero CETSHWAYO. Este y su ejercito resistió y derrotó a un ejercito de 7000 soldados bien armados, fue en 1879. El poderío zulú, desafortunadamente se quebró por un enfrentamiento interno que cobró la vida de Cetshwayo. Los ingleses quebraron la unidad y lograron vencer.

En África del Norte, la árabe, resistieron valientes como SAYYID AHMAD AL SHARIF AL-SANUSI, y los irreductibles libios que en cada poblado se pararon contra los italianos.

Sin embargo, el poder de las modernas armas, las mismas que tronarían con saña en la primera gran guerra europea del Siglo XX, mermarían la resistencia armada africana. Gran Bretaña, Francia, Portugal, Bélgica, Alemania, Italia y España, principalmente se adentraron más allá de las costas del Atlántico y del Índico. África, sometida a la colonización esclavista en su propio territorio; África obligada llevar millones de jóvenes a morir en los campos de guerra europeos en las dos grandes conflictos bélicos del siglo XX. África saqueada para alimentar a Europa, para enriquecerla.

De allí la trascendencia de los revolucionarios africanos que idearon las estrategias para regresar a las naciones africanas a la independencia. En todos esos años de pos resistencia bélica, los africanos se organizaban; constituían organizaciones internacionales africanistas y pan africanistas; buscaban apoyo internacional; protegían sus ritos sagrados de las leyes inquisidoras. En ningún momento abandonaron.

En estas páginas, y la del todo el libro, apenas se mencionan un puñado de esos héroes y heroínas de la neo independencia africana.

Como Kenneth Kaunda, fundador de Zambia, en 1964. Kenneth Kaunda, conocido como “KK”, hombre de intensidad sensibilidad social, seguidora de los ideales de Mahoma Gandhi, daría una importante contribución a la lucha contra el apartheid en Sudáfrica, Zimbabwe y Namibia, y colaboraría decididamente por la independencia de Angola. En su gobierno, los exiliados sudafricanos, se protegieron en Zambia. Kaunda, intentó un proyecto socialista en su país, la antigua Rhodesia del Norte, buscando la nacionalización de las empresas mineras, chocando de frente contra las empresas transnacionales de Gran Bretaña, la potencia ocupante.

O como en Mozambique, Eduardo Mondlane (1920 – 1969), prócer nacional por excelencia de este país. Eduardo, fundó el gran movimiento guerrillero de Tanzania y Mozambique el Frente de Liberación de Mozambique (FRELIMO), que se convertiría en un partido de tendencia socialista y gobernaría a Mozambique. La inmensidad de Eduardo Mondlane trascendió su horrorosa muerte por encargo de la ultraderecha Europea, pues sus ideales fueron seguido por Samora Machell que igual daría la vida por su país.

En la misma África Austral, la figura de Robert Mugabe (1924) ha guiado la independencia de Zimbabwe. Los detractores de Mugabe, evitan referirse a la lucha del fundador de ese país, que por sus luchas soportó 10 años de cárcel. Le tocó pelear contra el colonialismo y apartheid británico. Mugabe formó parte del gran movimiento socialista africano. Hoy su nación paga esa opción con el mayor bloqueo económico y comercial que sufre país alguno en África.

Cada país africano tiene sus hombres, sus mujeres, sus pueblos. Ha resistido y alcanzado victorias por su perseverancia, por la fe en sus religiones. La mayor satisfacción que nos queda de estas pocas páginas es que despiertan la inquietud de hurgar en la historia para conocer más de ellos en estos nuevos tiempos en la que África se agiganta como el eventual centro de los sucesos del mundo en pocos años, en los que esperamos que continúen tomando en sus manos su presente y futuro. El legado de las grandes culturas, pueblos, la resistencia contra el imperialismo, su espiritualidad y la fuerza puesta en acción por su gente resurgen para África, el continente madre.

@BolivarReinaldo

Salud Siempre
Hipólita y Matea al Panteón Nacional
en twitter @BolivarReinaldo

Resucitar a Marx


18-11-2010

Reseña de la última obra de Carlos Fernández Liria y Luis Alegre Zahonero
Resucitar a Marx



    En la ciencia no hay calzadas reales y sólo llegarán a sus cimas luminosas quienes no escatimen esfuerzos para escalar sus senderos escarpados” (Karl Marx, prólogo a la edición francesa de El Capital, 1872).

I

Este artículo pretende ser una reseña de El orden de El Capital , el último libro de los profesores Carlos Fernández Liria y Luis Alegre Zahonero, que acaba de ser publicado por la editorial Akal, con prólogo de Santiago Alba Rico. Pretende, asimismo, ofrecer una somera exposición de ciertas claves de El Capital, acercando la obra magna de Marx a algunos de nuestros lectores que, a priori, podrían considerarla una lectura cuanto menos áspera. Trataremos de convencerlos de que, muy al contrario, afrontar El Capital les resultará siempre fascinante.

En esta nueva colaboración, los autores del polémico contramanual de Educación para la ciudadanía (y de una visión ilustrada de la Revolución Bolivariana publicada por Hiru: Comprender Venezuela, pensar la democracia) exponen tesis que, sin duda, van a dar mucho que hablar. Sin embargo, se piense lo que se piense de dichas tesis, nadie podrá discutir que esta nueva obra constituye un novedoso instrumento desde el que acercarse a El Capital y arrojar luz sobre sus implicaciones.

Fernández Liria suele comentar que, hace una década, justo cuando se disponía a publicar un libro sobre El Capital, Luis Alegre (por aquel entonces, alumno suyo) descubrió un pequeño hilo suelto en la argumentación y, tirando de él, toda la obra se deshizo. El problema surgió a partir del desconcertante hecho de que Marx, después de haber expuesto en el libro I de El Capital que toda mercancía tiene un valor de uso y un valor (de cambio), nos informa, en el libro III, de que las mercancías... no se venden a su valor (tal como éste concepto había sido definido en el libro I), sino a su “precio de producción”. ¿Qué sentido tiene entonces la ley del valor? ¿De qué fenómeno puede dar cuenta? ¿Qué realidad invisible puede sacar a la luz? ¿Para qué, en suma, la pone en juego Karl Marx?

II

Para empezar, hay que tener en cuenta el dispositivo conceptual que Marx desarrolla en la Sección 1ª del libro I de El Capital. El pensador alemán (un “Galileo de la historia”, en palabras de Liria y Zahonero), en su pretensión de hacer ciencia (y no mero empirismo), genera unas condiciones artificiales de laboratorio que le permiten aislar determinados fenómenos. De este modo, nos sitúa ante un mercado simple de libres productores independientes que intercambian sus mercancías (es decir, productos fabricados para ser vendidos, y no para consumirlos). En dicho mercado, se intercambiarían equivalentes, ya que cada productor buscaría su propio interés y esto generaría un equilibrio espontáneo. Pero ¿qué cualidades comunes podemos encontrar entre dos mercancías completamente diferentes, que posibilite que dichas mercancías sean intercambiadas? Únicamente dos: saciar necesidades humanas (valor de uso) y ser productos del trabajo (mediremos ese trabajo en horas de trabajo: valor de cambio... o valor). Sólo más tarde surgirá, necesariamente, una mercancía que será adoptada como equivalente general (el dinero) y con respecto a la cual se originará un fetichismo, que, erróneamente, hará percibir en ella (y no en el trabajo) la verdadera fuente del valor.

Al final de la Sección 2ª, sin embargo, Marx nos despierta de la ilusión, invitándonos a abandonar la ruidosa esfera de la circulación para seguirle hasta la zona de “No admittance except on business” . Nos recuerda, en este punto, que el mundo real no está constituido por productores independientes que intercambian mercancías equivalentes, sino estratificado en dos clases fundamentales, una de las cuales compra la fuerza de trabajo y otra de las cuales la vende. En este caso, las mercancías que se intercambian son salario por un lado y fuerza de trabajo por el otro. Resumiendo mucho, por razones de espacio, diremos que la fuerza de trabajo, al trabajar, genera una cantidad de valor superior a la que el salario podrá adquirir más tarde en el mercado. A ese “más-valor” Marx lo denomina, sencillamente, plus-valor. A la clase de hombres que compra fuerza de trabajo, clase capitalista. Al dinero que estos hombres vuelcan en la circulación con el objetivo de generar plusvalor, sencillamente capital. De este capital, una parte será constante (el empleado en materias primas e instrumentos de trabajo, como hoces y martillos) y otra variable (el empleado en contratar a la fuerza de trabajo, cuyo trabajo es el que hace variar la suma inicial de dinero, obteniendo más dinero que, más tarde, volverá a reinvertirse, dando lugar a una reproducción ampliada).

Pero ¿cómo se llega a esta situación, que ahora nos parece tan natural, pero que no deja de ser absurda, en la que unas personas son compradoras ricas y otras vendedoras pobres de fuerza de trabajo? ¿Cómo se desemboca en un mundo en el que unos hombres “eligen” trabajar gratis para otros durante varias horas al día (las horas en las que producen el plusvalor) y en el que el intercambio (fuerza de trabajo vs salario) no se da entre valores equivalentes (mundo en el que no rige, por tanto, el principio republicano de igualdad ) ?

III

En respuesta a estos interrogantes, en los dos últimos capítulos del libro I, Marx introduce algo que, a primera vista, podría parecer una enmienda a sí mismo, pero que cobra sentido dentro de su orden de exposición lógico-categorial: la “acumulación originaria” de capital, que, en toda Europa, tras finalizar la Edad Media, supuso un prolongado y violento proceso histórico de expulsión masiva de la población campesina de sus tierras. También nos habla de la historia de Mr. Peel, empresario de la época que llevó un ejército de trabajadores a Australia, junto con todos los materiales necesario para construir una fábrica, pero que se encontró con que sus trabajadores lo abandonaban para establecerse como campesinos en la tierra virgen de Oceanía (en la cual, por aquel entonces, aún no se había producido una “acumulación originaria”).

¿Qué significa esto? Que una persona sólo vende su fuerza de trabajo cuando ha sido privada de cualquier otro sustento vital (como la tierra). Para Liria y Zahonero, éste es un hecho fundamental, porque de él se deduce que, a pesar de la ficción con la que la sociedad moderna se representa a sí misma, nuestro mundo no está constituido a partir del principio de la propiedad individual (requisito kantiano de la independencia civil, es decir, del principio ilustrado por antonomasia, junto a la libertad y la igualdad), sino, precisamente, a partir de su aniquilamiento y sustitución por la gran propiedad capitalista (que supone, en palabras de Marx, la expropiación del 90% restante de la sociedad).

Sin embargo, en el libro III, nos encontramos con una nueva vuelta de tuerca: el plusvalor se convierte en ganancia y el valor en precio de producción. ¿Qué significa esto? En el libro I, que narraba cómo funcionaría la circulación mercantil si existiera, digamos, una sola empresa, sólo el capital variable hacía variar (y, obviamente, crecer) el valor inicial desembolsado por el capitalista, mientras que el constante (maquinaria y materia prima), al hacer uso de él, iba transmitiéndose al valor de la mercancía progresivamente. Ahora, sin embargo, en mitad de la concurrencia capitalista, nos encontramos con que se produce una nivelación de las tasas de ganancia y las empresas no obtienen beneficios en función del dinero invertido en capital variable, sino una cantidad proporcional al capital total invertido. ¿Por qué? Porque, en una situación de competencia, los precios que establece una empresa están determinados por la tasa de ganancia media de su rama, y no por la tasa de plusvalor creada en el interior de dicha empresa en particular. De este modo, si puede vender un poco más caro (aprovechando, por ejemplo, una productividad superior a la media), en su ánimo de lucro, lo hará. El juego de la oferta y la demanda, además, tiene también su influencia sobre el precio final de mercado.

Pero, entonces, ¿qué sentido tiene para Marx la ley del valor? ¿Por qué Marx, al inicio de El Capital, nos remite a un mercado generalizado de equivalentes, si éste nunca ha existido históricamente? ¿Por qué al final del libro I introduce lo que, sólo en apariencia, sería una auto-enmienda? ¿Y por qué en el libro III, miles de páginas más tarde, nos aclara finalmente la cuestión de los precios? ¿Qué sentido tiene, en suma, el desconcertante orden de los capítulos y libros de El Capital?

IV

Según la teoría de Liria y Zahonero, la ley del valor no consigue determinar los precios, porque tampoco lo intenta. Para Marx, la cuestión de cómo los capitalistas se reparten el plusvalor entre ellos es algo secundario (que se afronta, como hemos visto, en el libro III) . Lo primordial es investigar cómo es posible que en la sociedad moderna aparezcan dos clases fundamentales de seres humanos: los compradores ricos y los vendedores pobres de fuerza de trabajo. Para fundamentar el concepto de explotación, era estrictamente necesario construir previamente el concepto de plusvalor (y los conceptos de trabajo necesario y plustrabajo , dando cuenta de cuántas horas diarias trabaja el obrero para sí mismo y cuántas lo hace gratuitamente para engordar la fortuna del capitalista) y, obviamente, este concepto de plusvalor no podía construirse sin la teoría del valor. También es significativo que Marx abandone, desde el principio, la denominación “valor de cambio”, para hablar de algo diferente: el “valor”.

Pero no fueron pocos, nos dicen Liria y Zahonero, los marxistas que vinieron a embrollar aún más la situación, recurriendo al as en la manga de la aufhebung hegeliana, capaz de dar cuenta de una identidad entre contrarios (en este caso, entre los libros I y III de El Capital ). Al igual que Althusser (pero a diferencia de Lukács o, por citar un autor actual, Kohan), Liria y Zahonero consideran que Marx, tras su ruptura epistemológica, conserva la dialéctica como un mero recurso expositivo, pero no como dispositivo teórico fundamental ni como método de comprensión de la realidad. Para nuestros autores, el precio no es la verdadera expresión del valor , sino que estos dos términos remiten a dos consistencias estructurales diferentes , con implicaciones diferentes también. Porque la primera de ellas, la consistencia-valor, al estar determinada sólo por el capital variable, remite a las mercancías como productos del trabajo humano, no considerando todavía dicho trabajo como la consecuencia de una inversión de tipo capitalista. En cambio, desde la categoría “precio de producción” (es decir, desde los ojos del capitalista, desde la circulación del dinero como capital y no como simple dinero), las diferencias entre funcionar y trabajar (capitales constante y variable), o incluso entre invertir y trabajar (compra y venta de fuerza de trabajo), se diluyen, al no tener consecuencias económicas directas para su bolsillo. Sin embargo, para el científico social, dichas diferencias sí conllevan cruciales implicaciones metodológicas, porque someten al sistema a dos interrogantes distintos.

Así pues, la construcción, al inicio del libro I, de lo que anteriormente denominamos “condiciones artificiales de laboratorio” nos permite aislar un fenómeno (el de la explotación de una clase por otra), mientras que, en contraste, el libro III constituye ya una constatación empírica y descriptiva del funcionamiento real de la sociedad capitalista. Y el orden de los libros de El Capital no implica, como asumió una parte de la tradición marxista, que baste tirar del hilo de la “libertad-para-hacer-lo-que-quiera-con-lo-que-es-mío” (es decir, de la lógica del libro I) para obtener, sin más, el mercado generalizado capitalista (o sea, la lógica del libro III), sino que, por el contrario, para llegar a esta última situación fue necesario, como ya hemos visto, introducir un mecanismo completamente ajeno y diametralmente opuesto a esa o cualquier otra libertad: el terror y la sangre de la acumulación originaria.

V

Los economistas burgueses, por su parte, acusaron naturalmente a Marx de incoherencia, ya que no comprendieron (o no les interesó comprender) el papel de la teoría del valor en la Sección 1ª de El Capital. Además, en su grotesco afán por justificar la estructura del poder capitalista, estos economistas trataron de asimilar nuestra realidad a un mercado justo e igualitario, en tanto que todos, compradores y vendedores de fuerza de trabajo, aparecen como propietarios de algo, que intercambian libremente. Sin embargo, la Ilustración (empezando por Kant) jamás habría aceptado la ficción jurídica que supone llamar propietario al que no posee nada exterior a sí mismo, salvo su propio pellejo, porque, obviamente, tal noción carecería de sentido jurídico, ya que, en ese caso, nadie podría no ser propietario. El pensamiento ilustrado tampoco habría aceptado jamás que se pudiera considerar ciudadano a alguien desprovisto de independencia civil; es decir, a alguien que, al no poseer nada, depende de otros para obtener su sustento.

Ahora bien, efectivamente, una vez puesta en juego la “acumulación originaria”, una vez despojada la población de sus medios de subsistencia, los obreros aparecerán en el mercado y venderán su fuerza de trabajo libremente (aunque, en cambio, no tendrán libertad para cambiar de “sector” y pasar a ser compradores, en lugar de vendedores, de fuerza de trabajo...), especialmente porque la única alternativa a ejercer esa peculiar libertad (la libertad, recordemos, para vender fuerza de trabajo) será, en realidad, la muerte de hambre. Por otro lado, una vez activado este mecanismo, una auténtica liberación se hace imposible, porque, en la esfera económica, todo incremento de la libertad individual conllevará, automáticamente, un incremento de la dominación y un deterioro de las condiciones de vida. ¿Por qué? Porque, por ejemplo, si la negociación de los contratos de trabajo es libremente individual, en lugar de imperativamente colectiva, dada la existencia de una masa permanente de parados (que Marx llama “ejército industrial de reserva”), siempre habrá alguien dispuesto a vender su mano de obra por un salario más bajo del que perciban los que ya estén trabajando. Así, de no existir la negociación colectiva y sindical, los salarios descenderían hasta el límite mínimo de la subsistencia, generándose, como demostró Karl Polanyi, unas condiciones sencillamente incompatibles con el ejercicio de cualquier libertad o derecho.

Así pues, ni igualdad, ni independencia civil, ni libertad. El capitalismo no fue (como trata de aparentar) el legítimo sucesor de la Ilustración, sino que, en un auténtico coup d'état, la traicionó y falsificó descaradamente. Tal es la tesis fundamental de este sugerente libro (tesis en la que aquí, por razones de espacio, no profundizaremos más, pero para cuya comprensión recomendamos la lectura directa de la obra de Liria y Zahonero).

VI

¿Qué alternativas nos deja esta situación? La socialdemocracia, nos dicen nuestros autores, ha tratado de reformar el capitalismo o de hacerlo “más humano”, sin comprender que el Estado de bienestar fue una excepción histórica, lograda hace más de medio siglo por un sindicalismo radicalizado y ante la presión política de la Unión Soviética (que tenía una “quinta columna” en todos los países del mundo), es decir, en una correlación de fuerzas que no volverá a darse en mucho tiempo, si es que se vuelve a dar. Para colmo, la socialdemocracia no tuvo en cuenta que el nivel de vida del Primer Mundo es un privilegio imposible de generalizar a todo el planeta, dato que ha sido demostrado matemáticamente por el Global Footprint Network (California). Obvió, asimismo, que, bajo el capitalismo, el Estado de bienestar sólo es posible sobre la base de lo que Emmanuel Arrighi denominó “intercambio desigual”. Dado que los capitales no chocan contra fronteras institucionales, pero las personas sí, la clase obrera no podrá trasladarse a las empresas del mundo que ofrezcan mejores salarios, sino que, con suerte, podrá elegir entre las que existan en un determinado país. Por tanto, aunque las tasas de ganancia tenderán, como siempre, a nivelarse a escala global (nivelación de la que, como vimos, dependen los precios), las tasas de explotación, en cambio, serán diferentes en cada marco de relaciones laborales, en función de los éxitos y derrotadas en las luchas políticas, sindicales y de clases. En consecuencia, un salario primermundista dará acceso a bienes en los que habrá cristalizada una cantidad de horas de trabajo tercermundista muy superior a la que el trabajador primermundista ha necesitado efectuar para cobrar su salario, produciéndose, de facto, un fenómeno de explotación global del norte al sur (lo que, obviamente, no anula la contradicción entre clases también existente en el norte).

Descartados el capitalismo (que motiva esta auténtica barbarie) y la socialdemocracia (ineficaz para contener al capitalismo), como conclusión, Liria y Zahonero aclaran cuál es la alternativa que proponen: el comunismo, la cooperativización o incluso estatalización de los medios de producción. Sin embargo, aclaran también que, como proyecto político, no están dispuestos a defender cualquier versión posible del comunismo (como tampoco lo estuvo Marx), sino sólo una versión que respete los principios de la Ilustración (que el capitalismo, como hemos visto, proclama pero a la vez anula): la igualdad, la independencia civil y la libertad, como exigencias irrenunciables de la razón. Además, matizan que, en una sociedad socialista, podrían encomendarse determinadas funciones, como la asignación de recursos escasos, a un mercado controlado.

VII

Ésta es, pues, la resurrección de Marx que los autores de El orden de El Capital proponen. Una resurrección que, por supuesto, tendrá sus seguidores y sus detractores. Pero a la que todos, incluso sus detractores, tendrán que reconocer el mérito de ir más allá de la mera-repetición-inútil de las ideas de nuestro gigante del pensamiento y, en definitiva, de proponer algo mejor: una reapropiación crítica de su genial método de análisis de la sociedad capitalista. Un método que, a día de hoy, sigue demostrando extraordinaria fertilidad. Esperamos, para terminar, que no sea preciso insistir en la importancia (tan subestimada por la estrechez de miras del espontaneísmo) del análisis teórico para un correcto diseño de la táctica política. Por eso, como dirían los autores de esta magnífica obra, hay que leer, o seguir leyendo, El Capital.

martes, 16 de noviembre de 2010

El testamento de Howard Zinn


16-11-2010

El testamento de Howard Zinn

The Guardian


Fallecido este mismo año, Howard Zinn era conocido si acaso y ante todo por su People´s History of the United States [La otra historia de los Estados Unidos] [1], un libro que ha aparecido hasta en los Simpson y los Soprano, y que recomienda el personaje encarnado por Matt Damon en la película Good Will Hunting. Este libro, que ofrecía una visión de la historia norteamericana en términos de quinientos años de imperialismo, colonización y racismo, no fue bien recibido académicamente, y sus críticos lo tacharon de polémico y revisionista. En última instancia, Zinn era un activista, lo que se dejaba traslucir en su labor académica lo mismo que en sus ensayos más políticos.

Entregado a su editor un mes antes de su muerte, The Bomb [La bomba] entra en esta última categoría. En él, reúne Zinn dos ensayos, titulado uno "Hiroshima, breaking the silence" [“Hiroshima, romper el silencio”] y el otro "The bombing of Royan" [“El bombardeo de Royan”]. Joven deseoso de ser desmovilizado, Zinn recuerda haber celebrado el lanzamiento de la bomba atómica; significaba el final de una guerra a la que no deseaba volver. Había participado en el bombardeo de la ciudad francesa de Royan justo tres meses antes. El ensayo rememora esa irreflexiva celebración, así como el deseo de cumplir las órdenes de aquellos meses de 1945. Con pruebas históricas sostiene también que ninguna de ambas misiones fue necesaria y se pregunta qué fue lo que precipitó una acción militar que iba más allá de la lógica militar y las sensibilidades morales.

Al igual que Zinn, también yo cambié de mentalidad sobre la necesidad y gloria de la Guerra. Cuando terminé el colegio cuáquero [2] a los 17 años, quería ser piloto de combate. Pero viajando por el mundo en bicicleta, llegué a la misma conclusión que Zinn: que no existe ningún “ellos”, no hay más que un “nosotros” global. Diré alegremente que cambiar de mentalidad no es y no debería considerarse signo de debilidad, como tan a menudo les sucede a los políticos, sino de reflexión creativa. Por supuesto, ahora que soy un pacifista comprometido, espero que los cambios de la gente sigan el mismo rumbo que seguimos Zinn y yo, antes que al revés: de pacifistas a militaristas.

Con todo, Zinn también se implica en argumentos más complejos que el del simple pacifismo. Se muestra crítico con las descripciones de cualquier parte de la humanidad como algo de “menor” entidad y apunta con razón a que sólo deshumanizando al enemigo podían estrategias como los bombardeos de saturación o el lanzamiento de bombas atómicas concebirse como posibles por parte de gente que las consideraba morales. Recuerdo un análisis de los medios de información por parte del sociólogo Christie Davies que explicaba cómo la humanidad podía en cualquier momento describirse en términos de seres humanos identificados, como miembros innominados de un grupo o como estadística, y que su estatus moral cambiaba en la cobertura de prensa dependiendo del grado de humanidad que se les concediera. “Dieciocho muertos en un accidente de autobús” construye a los muertos como estadística. Así sucede en el caso de la guerra, en la que se deshumaniza o demoniza al “enemigo” hasta un punto en el que matarlo ya no se percibe como asesinato, y donde ya no son víctimas “inocentes” sino sólo “enemigos muertos”. Se trata de un proceso consciente del Estado y los medios de información que se puede observar en la censura de las filmaciones que documentan los efectos de las bombas atómicas en los años posteriores a la guerra. Zinn sostiene implícitamente que si nos colocamos en esa situación del “enemigo” y no podemos justificar la acción militar propuesta, entonces estamos moralmente en falta. Esto puede concluir en una suerte de pacifismo, pero de una clase tal que se hace cargo de las críticas de forma diversa y pide con más agudeza examinar cada acción propuesta a la luz de una moral globalizante.

En estos casos particulares, sobre todo el de la destrucción de Royan, poblado en realidad por aliados y no por enemigos, sostiene Zinn que motivos de orgullo militar, la experimentación de tecnología nueva (el napalm se usó por vez primera en Royan) y el deseo de venganza se impusieron al hecho de que nada de ello era estratégicamente necesario: el puerto era un elemento de diversión secundario que no representaba amenaza alguna al rápido avance de los aliados hacia Berlín en mayo de 1945.

Dicho esto, los mismos "males" que se suponía que la guerra iba a derrotar estaban implícitos en las acciones de los aliados. Todas las potencias aliadas tenían un historial de colonización y todas habían invadido previamente otros países en su interés, tal como se quejaban que hacían Alemania y Japón. Todas defendieron sus imperios contra los movimientos de independencia en los años siguientes a 1945. Todas en última instancia llevaron a cabo acciones militares con el resultado de miles y miles de civiles muertos. Churchill describió el bombardeo de saturación de Dresde como una “contundente incursión”. En aquella época, el racismo apuntalaba el sistema social de los EE.UU. tanto como avivaba la retórica de marchar a la guerra contra Japón y Alemania. También en este sentido, menos felizmente, “ellos” eran en realidad igual que “nosotros”. Sin embargo, la retórica de la guerra se atiene a un “ellos” considerado como algo menor.

The Bomb no es libro fácil de leer en algunas de sus partes, teniendo en cuenta lo que relata del sufrimiento infligido por los bombardeos: es un libro que enfurecerá a algunos. Algunos se resistirán a su análisis histórico, algunos a la mezcolanza de argumentos a su favor, y hay quienes dirán que Zinn simplemente no comprendió la verdadera naturaleza de las decisiones que había (y hay todavía) que tomar. Lo que muestra, sin embargo, es la división que existe entre los que circulan por los pasillos del poder, y aquellos de nosotros que no sabemos realmente lo que sucede y sólo disponemos de su defensa de la necesidad de que la guerra continúe.

Por desgracia, el libro de Zinn sigue siendo oportuno y crucial. Como último testimonio de una vida de trabajo académico y activismo, nos sirve para tomarnos bien en serio todo lo que escribió.

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Notas del t. [1] La otra historia de los Estados Unidos, Ed. Hiru, Hondarribia/Fuenterrabía, 1997. [2] Recuérdese que los cuáqueros, o, quakers, comunidad religiosa disidente nacida en la Inglaterra del siglo XVII, se han distinguido tradicionalmente por su activo pacifismo y su compromiso humanitario, salvo rarísimas excepciones, como la del presidente norteamericano Richard Nixon.

Ben Dandelion es profesor honorario de estudios cuáqueros de la Universidad de Birmingham.

Traducción para www.sinpermiso.info : Lucas Antón

Tomado de: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=3712