sábado, 23 de octubre de 2010

Reseña de La armadura del capitalismo

23-10-2010

Reseña de La armadura del capitalismo
Un estudio crítico necesario e inquietante

Luis Roca Jusmet
Rebelión

La armadura del capitalismo Aljandro Teitelbaum Ed. Icaria, 2010, 334 páginas


Este libro está publicado por una organización militante llamada Paz con Dignidad, defensora de los derechos humanos y crítica radical del capitalismo neoliberal. Al igual que otras publicaciones suyas está editada por Icaria, que como sabemos es una excelente pltaforma para el pensamiento crítico. Una de las tareas que se plantea Paz con Dignidad está la que realiza el Observatorio de Multinacionales en America Latina ( OMAL), proyecto que tiene como objetivo investigar, documentar y sistematizar los impactos económicos, ambientales y culturales sobre los derechos humanos generados por las empresas multinacionales españolas en diversos países latinaoamericanos.

El trabajo contenido en el libro es tan riguroso como claro, absolutamente necesario, ya que para combatir la ideología neoliberal es importante una investigación empírica que fundamente lo que sabemos de forma intuitiva y práctica. El estudio de Alejandro Teitelbaum sobre el poder de las sociedades transnacionales en el mundo contemporánea está en esta línea de investigación, aunque en un horizonte más ambicioso, El autor es un abogado que conoce bien la trama de la que habla: desde 1985 el 2006 representó a la Federación Internacional de Derechos Humanos y a la Asociación Americana de Juristas ante los organismos de las Naciones Unidas. Domina abundante información directa sobre el tema y es capaz de ordenarla de manera coherente desde una valoración de defensa radical de los Derechos Humanos. Para Teitelbaum está claro que la ampliación de la Declaración sobre derechos civiles y políticos con los económicos, culturales y ambientales es la mejor referencia actual para la emnacipación humana. En el primer capítulo hay una introducción jurídica conceptual muy útil para el lego en temas de Derecho.

El capítulo 2 es quizás el más interesante del libro y trata sobre la naturaleza y el papel de las multinacionales en el capitalismo globalizador actual. Sus bases son una información muy rica y precisa y unos conceptos muy claros y muy radicales . Las conclusiones son abrumadoras : las multinacionales dominan el planeta. La criminalidad está esencialmente ligada a ellas y dependemos de sus decisiones en cuestiones tan básicas como la alimentación, la salud o la información. Gracias a las multinacionales que controlan los medios de comunicacvión y la industria audiovisual pueden condicionar lo que percibimos, pensamos, queremos y hacemos. Su poder demuestra una vez más que el capitalismo es incompatible con la democracia, aunque la utilce como ideología para ocultar su dominio real sobre los mecanismos políticos.

Pero Alejandro Teitelbaum es muy lúcido cuando plantea que no podemos deducir a partir de lo anterior que el Estado ( o la ONU) son simples instrumentos del Gran Capital. La realidad, afortunadamente, es más compleja y lo que reflejan estas instituciones es la correlación de fuerzas en la lucha de clases que se desarrolla en cada situación histórica. El papel de la Declaración Universal de los Derechos Humanos es, como mínimo, el de denunciar unos hechos que sin una referencia ideal caerían en la justificación cínica. El panorama que describe el libro es ciertamente desolador: la lógica del sistema es irracional, injusta y destructiva. El autor es implacable en su denuncia y desenmascara a personas y organizaciones que parecen intachables, como el ex-secretario de la ONU Kofi Annan o la organización Trasnsparency International.

Pero hay algunos análisis que requerirían más matices, como cuando denuncia parcialmente a Amnistia Internacional: sería conveniente una valoración más global para ver sus aspectos positivos y seguramente necesarios para la defensa de los Derechos Humanos. Pero lo que no puedo dejar de criticar es algo que en el libro aparece de manera marginal pero que no lo es. Es la manera como el autor del libro trata a Immanuel Wallernstein, que me parece uno de los ghrandes teóricos de la izquierda actual y al que Tentalbaum liquida tratándolo de ideólogo del sistema. Me parece inceptable esta referencia tan arrogante y superficial, sobre todo teniendo en cuenta que lo único que aparece en la bibliografía es un artículo de Wallernstein. Desgraciadamente el sectarismo continua siendo uno de los vicios de la izquierda radical. A pesar de este último comentario negativo el libro es totalmente recomendable y su valor ético y político está por encima de estas reservas concretas.

El paraíso español de la mafia

Ver como pdf 23-10-2010

Francesco Forgione presenta su último libro, donde denuncia la conexión del crimen organizado con los poderes político, económico y financiero
El paraíso español de la mafia



El estado español concentra la actividad de una treintena de bandas criminales italianas -Cosa Nostra, N'Drangheta y Camorra-, con especial incidencia en Cataluña, Madrid y Andalucía, según el ex presidente de la Comisión Parlamentaria Antimafia italiana, Francesco Forgione.

En su nuevo libro (Mafia export), presentado el pasado miércoles en Barcelona, Forgione no sólo detalla los lugares desde donde operan o los nombres de los pocos mafiosos que se encuentran encarcelados, sino las conexiones de la mafia con los poderes político, económico y financiero.

Mafia export es un trabajo de investigación documentado por las sentencias e investigaciones realizadas por la policía italiana, junto a las de otros estados. En el texto se afirma que los grupos del crimen organizado italiano mueven entre 130 mil y 150 mil millones de euros anuales, de los que sólo entre un 30 y 40% proceden de la actividad "criminal convencional" como narcotráfico o prostitución. El resto es dinero "lavado" procedente de negocios supuestamente legales, vinculados en muchos casos al sector inmobiliario. Esto quiere decir, en palabras del propio Forgione, que “el problema es que hemos de leer las mafias en su doble dimensión: criminal y financiera; y entender que son un gran holding económico global”, al que por cierto no está afectando la crisis.

¿Cómo es posible entonces luchar contra estos poderosos holdings empresariales? “No podemos combatir organizaciones y delitos transnacionales con instrumentos nacionales -contesta el investigador-. Necesitamos un espacio jurídico común construido sobre una tipología de delito de asociación mafiosa que permita incautarse de sus capitales y patrimonios, una ley que sólo está en Italia” [1]. Pero el problema va aún más allá puesto que debido a la relación existente entre la política y la mafia, hay muy poco interés por erradicarla. “Si no hubiera habido una relación con la política y las instituciones, no habríamos tenido mafias, sino formas normales de criminalidad. Se convierten en mafias porque tienen conexiones con el poder político, con el poder económico y con el poder financiero” [2]. “¿Por qué no hay la misma voluntad global de acabar con el terrorismo islamista que con la mafia internacional? Pues por los vínculos de los mafiosos y políticos", se pregunta y contesta Forgione, que insiste en que "puede haber política sin mafia, pero no mafia sin política". Por ello, pide la creación de una legislación europea para todos los países que fije el delito de asociación mafiosa y la confiscación de bienes.

Forgione no tiene dudas al señalar con el dedo: “¡Los bancos son el verdadero problema! El sistema bancario, detrás de la exigencia del secreto en los movimientos de las transacciones financieras, ha representado el instrumento fundamental que las mafias han tenido para reinsertar su dinero en la economía legal. […] El blanqueo financiero lo hace un sistema complejo: bancos, Administración pública, empresarios, agentes de bolsa... Lo que llamamos la burguesía mafiosa”.

En el caso del estado español, cientos de criminales prófugos de la justicia italiana han encontrado refugio, como simples empresarios, gracias a una legislación mucho más permisiva. Incluso la normativa penitenciaria favorece que los capos sigan dirigiendo su organización, ya que pueden hacer llamadas o recibir muchas visitas. "En Italia, los mafiosos en prisión están aislados", asegura Forgione. Luigi Iannaco, arrestado en Valencia en 2005, y Pasquale Claudio L., Locatelli, detenido en Alicante en 2006, son sólo dos ejemplos de dirigentes de la mafia napolitana asentados en tierras valencianas, citados por el investigador italiano.

Además, la península ibérica es interesante para las redes criminales por su situación geopolítica, puerta de entrada de la droga procedente de Sudamérica y África.

Forgione detalla la existencia de 20 clanes y agrupaciones de la Camorra de Nápoles y 10 de la 'Ndrangheta de Calabria que se encuentran operando en el estado español. En concreto se hallan establecidos en Andalucía (nueve de la Camorra y tres de 'Ndrangheta); en Madrid (con cinco de 'Ndrangheta y cuatro de la Camorra, que también operan en Valencia, Zaragoza, Ceuta y Toledo); en Cataluña (siete de la Camorra y uno de la 'Ndrangheta); y por último un grupo criminal de Calabria presente en Palma.

Francesco Forgione (Catanzaro, Calabria, 1960) presidente de la Comisión Antimafia del Parlamento italiano hasta su disolución. Desde 1996, y durante dos legislaturas, fue diputado y líder parlamentario de Rifondazione Comunista en la Asamblea Regional siciliana, y miembro de la Comisión Regional Antimafia y de la Comisión para la Transparencia en la Administración Pública. Desde septiembre de 2008 enseña historia y sociología de las organizaciones criminales en la Università degli Studi dell’Aquila. Ha publicado Oltre la Cupola. Massoneria, mafia e politica (con Paolo Mondani), Amici come prima. Storie di mafia e politica nella Seconda Repubblica y ’Ndrangheta. La mafia menos conocida y más peligrosa del planeta (Destino), traducido a varios idiomas.

Su intensa labor para desenmascarar las actividades y el modus operandi de los mafiosos le ha valido para recibir amenazas de muerte. En 1995 sicarios de la Cosa Nostra “colgaron un muñeco ahorcado con mi cara en la farola frente a mi casa; desde entonces tengo escolta policial”, asegura. Tras presentar el primer informe sobre la mafia calabresa, hombres cercanos a la organización orquestaron una campaña de desprestigio: "Publicaron mi foto en primera plana advirtiendo que era un hombre peligroso; pero no serán un hombre ni diez los que acaben con la mafia, debemos cambiar el yo por un nosotros internacional".

Notas:

[1] http://lescontres.blogspot.com/2009/02/francesco-forgione-autor-de-un-informe.html

[2] http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1228991

martes, 12 de octubre de 2010

Dwight tenía razón

11-10-2010
Michael Moore
Progreso Semanal

Así que... resulta que el presidente Eisenhower no estaba inventando todo eso acerca del complejo militar-industrial.
A esa conclusión llegarán ustedes si leen el nuevo libro de Bob Woodward, La guerra de Obama. (Se pueden leer resúmenes del libro (en inglés) aquí, aquí y aquí.) ¿Ustedes creyeron que habían votado a favor del cambio cuando eligieron a Obama? Hmm, no cuando se trata de que Estados Unidos ocupe a países que no comienzan con “E” y con “U”.
Es más, después de que lean el libro de Woodward, se morirán de risa cada vez que oigan a un político o a un profesor de gobierno hablar acerca del “control civil sobre los militares”. Las únicas personas que realmente toman las decisiones acerca de las guerras de Estados Unidos están frente a Washington, al otro lado del río, en el Pentágono. Y usan uniforme. Tienen muchas armas que compraron a las corporaciones para las que trabajarán cuando se retiren.
Para todos los que apoyaron a Obama en 2008, es reconfortante descubrir que él sabe que debemos marcharnos de Afganistán. Pero para todos los que están preocupados por Obama en 2010, es atemorizante descubrir que lo que él piensa que debe hacerse realmente no importa. Y eso es porque él no está dispuesto a enfrentarse a los que realmente dirigen este país.
Y aquí viene la parte que ni siquiera deseo escribir –y que ninguno de ustedes realmente quiere considerar. No importa a quién elijamos. El Pentágono y los contratistas militares son los que deciden. El título de “Comandante en Jefe” es ceremonial, como el de “Empleado del Mes” en el Burger King más cercano.
Todo lo que necesitan saber puede encontrarse en solo dos párrafos de La guerra de Obama. Esta es la situación: Obama está reunido con el personal de su Consejo de Seguridad Nacional, el sábado después del Día de Acción de Gracias del año pasado. Está preparándose para pronunciar un gran discurso anunciando su nueva estrategia para Afganistán. Excepto que… la estrategia no está lista aún. Los militares le han presentado solo una opción: escalada. Pero a último momento, Obama dice a todos, esperen –la puerta de un plan para la retirada aún no se ha cerrado.
Los altos oficiales no lo aceptan:
"Señor presidente”, dice el coronel John Tien, del Ejército, “no veo cómo puede usted desafiar a su cadena militar en esto. Estamos más o menos donde estamos. Porque si usted le dice al general McChrystal: ‘recibí su evaluación, recibí su teoría de los recursos, pero he decidido hacer otra cosa’, probablemente va a tener que sustituirlo. Usted no puede decirle: Haga lo que le digo, gracias por su trabajo”. ¿Y hasta dónde va a llegar eso?”
El coronel no tuvo que dar muchas explicaciones. Su implicación era que no solo McChrystal, sino el alto mando militar completo tendría un estremecimiento sin precedente –Gates: el almirante Mike Mullen, jefe del Estado Mayor Conjunto; y el general David H. Petraeus, por entonces jefe del Comando Central de EE.UU. Quizás ningún presidente pueda enfrentar eso, especialmente uno de 48 años con 4 años en el Senado y 10 meses como Comandante en Jefe. Y, bueno, el resto es historia. Tres días más tarde, Obama anunció en West Point la escalada. Y se convirtió en nuestro más reciente presidente de guerra.
Pero he aquí la pregunta que Woodward no responde: ¿exactamente por qué un presidente no puede enfrentarse a terminar una guerra, incluso si tiene que despedir a todos sus generales para hacerlo? Está ahí mismo en el Articulo II, Sección de la Constitución: el ejército no puede marchar hacia el Departamento del Tesoro y robarse el dinero para las guerras. El Artículo I, Sección 9 dice que el Congreso tiene que asignarlo.
Sin embargo, en el mundo real, la Constitución es solo un trozo de papel. En el mundo real, un presidente que despidiera a sus más altos oficiales para terminar una guerra quedaría arruinado antes de que ustedes puedan decir “golpe de estado incruento”. The Washington Post (lleno de anuncios desde Boeing a Northrop Grumman) formaría un escándalo y lo calificaría de reencarnación de Neville Chamberlain. Fox y CNN (llenos de “expertos” que trabajan para tanques pensantes financiados por Raytheon y General Dynamics) dirían que él es un debilucho que debiera ser destituido. Y el Congreso (que ha experimentado su propia escalada de cabildeo por parte de los contratistas de defensa, justo mientras se estaba decidiendo la escalada en Afganistán) muy bien podría hacerlo. (Por cierto, si ustedes desean escuchar a Lyndon Johnson hablar en 1964 de cómo pudiera ser destituido si no seguía las órdenes del complejo militar-industrial y escalaba la guerra en Viet Nam, vaya aquí.)
Así que esta es la tarea de esta noche: vean el famoso discurso de despedida de Eisenhower. Y luego empiecen a pensar cómo podemos domesticar a esta bestia. La Unión Soviética tenía su propio complejo militar-industrial, que es una de las razones por la que se metieron en Afganistán… que es una de las razones por la que ya no existe la Unión Soviética. Les sucedió a ellos.
¿No creen que nos pueda suceder a nosotros?
Fuente: http://progreso-semanal.com/4/index.php?option=com_content&view=article&id=2692:dwight-tenia-razon&catid=3:en-los-estados-unidos&Itemid=4

sábado, 9 de octubre de 2010

Ahora entre Premios Nobel anda el juego

09-10-2010
Sobre el Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa
Luis Toledo Sande
Rebelión

Incluso a sus más apasionados adversarios les será difícil negar que Mario Vargas Llosa merece el Premio Nobel que acaba de otorgársele. Ha hecho infinitamente más por la literatura que por la paz el flamante mandatario estadounidense Barack Obama, y a este último se le concedió el Premio Nobel de la Paz en los inicios mismos de la carrera belicista con que daba pronta continuidad a la de su antecesor, George W. Bush.

Tal vez al elegante autor de Conversación en la catedral le incomode que el lauro se le dé más bien tardíamente, cuando su colega, y su bestia negra, Gabriel García Márquez lo había honrado —él al Premio— hace un montón de años. Y ¿se molestará el autor de La fiesta del chivo porque el galardón le llegue cuando la Academia está harto marcada por el sometimiento a la OTAN, explícito en la injustificable distinción que dio al cabecilla imperial de turno?
De esto último no podrá quejarse el peruano nacionalizado español. Él, en el servicio que le rinde al imperio, lleva muchos años deshaciéndose en delirios de globalización, andanadas contra los indígenas de nuestra América, vocación europoide —más bien otanoide, pues la cuestión no es geográfica—, complacencia por todo lo que huela a derecha y hostilidad contra la izquierda y los movimientos revolucionarios.
Al menos de momento —pues quizás la Academia Sueca retome caminos más honorables que el mostrado cuando premió a Obama—, está a las claras que Vargas Llosa recibe el Nobel cuando aquella institución nórdica parece haberse alejado de cierto afán de “equidistancia” . Tal fue el que algunos creyeron ver, no sin fundamento, en el hecho de que se privara de ese Premio a escritores como el cubano Alejo Carpentier, de clara ubicación en la izquierda, revolucionario, y el argentino Jorge Luis Borges, de un posicionamiento en la derecha signado por la realeza de sus ideas y su pasión, y por dosis de ironía y mordacidad a veces desconcertantes.
Aquella “equidistancia” venía tomando un camino más definido, sin equis de incógnita alguna, desde que la Academia quiso poner al mismo nivel en la defensa de la paz al representante del masacrado pueblo palestino y al jefe del Estado sionista, el agresor. Aunque conviene a la mencionada institución que entre sus laureados haya nombres que le mengüen sus culpas, y muchos de los acumulados a lo largo de años han sido o son verdaderos orgullos del género humano, el otro paso natural como servicio al imperio fue la investidura de Obama con el título de promotor de la paz. “¡Hay que ver!”, podría decir en puro estilo español Vargas Llosa si no fuera porque ello lastimaría al jefe del imperio y, por tanto, suyo.
Tampoco tendría gracia que lo dijera al modo del pueblo del cual renegó cuando tuvo el tino —ese pueblo— de no elegirlo presidente. Pero quizás, después de todo, ese hecho haya sido una muestra de sabiduría: para salvar al eminente novelista de pasar a la historia asociado a la emulación con mandatarios como Alberto Fujimori, Alejandro Toledo y Alan García Pérez. Hacer otra cosa sería contrariar al imperio, y no estaba ni está para eso el nuevo Premio Nobel de las letras.
Otro problema podría darse si, a fuerza de perder toda “equidistancia” y toda buena compostura, un lapsus mental hiciera que en alguna nota de prensa la Academia Sueca apareciese alabando las virtudes de Vargas Llosa como Premio Nobel de la Paz por novelas como La Casa Blanca, y a Obama como Premio Nobel de Literatura por ser el autor de La guerra del fin del mundo. A menudo los lapsus mentales suelen cumplir el papel que en la ebriedad desempeña la desinhibición etílica.

Las crónicas de Vargas Llosa en Iraq

09-10-2010
Trofeos de Guerra
Santiago Alba Rico
Rebelión

(Del libro “Crímenes de guerra” publicado por el Comité de Solidaridad con la Causa Arabe y que incluye el informe de los brigadistas sobre víctimas civiles, Madrid 2003).
A veces las cosas son tan sencillas que uno se deja llevar por el desánimo; son tan sencillas y funcionan con tan pocos elementos que no hay forma de cambiarlas. Lo más terrible que puede decirse de las relaciones de dominio -conyugales, económicas o coloniales- es que simplifican enormemente el universo mental de los implicados, reducido a las dos evidencias redondas que acompañan y legitiman desde hace miles de años el triunfo de la fuerza: la superioridad de los vencedores y la inferioridad de los vencidos. Un poco por pedantería y un poco por superstición -con la esperanza de aumentar la fragilidad de la trama al exagerar su complejidad- he buscado durante mucho tiempo acercamientos más difíciles, más ramificados, más elaborados. Pero me rindo. Todo es tan sencillo que sobrevivirá, tan plano que no caerá: cada uno de los gestos de eso que llamamos Occidente, cada uno de sus parloteos y parlamentos, sus juguetes, sus depresiones, sus periódicos, sus cestas de la compra, sus valores, cada uno de sus adornos de Navidad y cada uno de sus electrodomésticos, presupone y refuerza el más simple y tranquilo desprecio por el otro; el más bondadoso, amable, ingenioso y correcto desprecio por los demás; la más dulce, inteligente y moderada negación del prójimo. No se puede dominar al otro sin violencia; no se le puede violentar sin despreciarlo; pero los podemos despreciar tan cargados de razón, tan henchidos de humanidad y de moral que acabamos ironizando sobre nuestras víctimas, perfeccionándonos con su dolor y afilando nuestra capacidad de amar en sus muñones. El etnocentrismo es uno de los mecanismos de producción de identidad más primitivos de la historia; pero es la primera vez que una pequeña tribu de un remoto rincón de la tierra -que hoy representa a menos de la quinta parte de la humanidad- reúne la suficiente fuerza y aplica la bastante violencia como para imponer al resto del mundo su visión cerrada y sus costumbres particulares; tanta fuerza y tanta violencia, tan extendida, tan sin fronteras, que esa visión cerrada ha acabado por parecernos abierta y esas costumbres particulares han acabado por parecernos universales.
En este verano del 2003 en el que escribo estas líneas, la resistencia frente a la ocupación estadounidense aumenta en Iraq mientras disminuye en el resto del mundo. Y el simple y tranquilo desprecio de los otros vuelve a apoderarse de españoles y europeos, como el sueño de la siesta, abanicado por hazañas deportivas y ronroneos de famosos en cueros y alcaldes en camisón.
A mediados de julio oigo en la televisión de un bar la noticia del verano: un grupo de indeseables, entre los que se encuentran "algunos inmigrantes", ha sido sorprendido haciendo fotografías a mujeres que tomaban el sol o se cambiaban de ropa en playas, vestuarios y piscinas públicas de Alemania. La justa cólera de las afectadas ha sido amplificada por la lógica solidaridad de la sociedad alemana y occidental, cuyo escándalo frente a esta operación de voyeurismo no consentido, intolerable agresión a la libertad individual, ha repercutido en toda una serie de comentarios e indignaciones mediáticas contra estos ladrones de imágenes cuya identidad cultural -se sobreentendía- no era ajena a su comportamiento irespetuoso.
El lunes 4 de agosto leo en El País la crónica mandada por Mario Vargas Llosa desde Iraq. En ella nos cuenta con indisimulable admiración que su hija Morgana, desatendiendo sus consejos y provista de una abbaya , entró con él en la mezquita de Ali, en Nayaf, uno de los lugares santos del chiismo, y se puso a hacer fotografías. Entonces "un exaltado creyente" que allí rezaba se sintió incomprensiblemente ofendido y "le lanzó un manazo a la cara, que la cámara atajó". ¿Qué ocurrió después? "El guardaespaldas que la acompañaba se llevó las manos a la cabeza, indignado con esa manifestación de obscurantismo" al tiempo que "varias personas del entorno contuvieron y apartaron al agresor". Conclusión lógica del escritor: "las virtudes democráticas de la tolerancia, de la coexistencia en la diversidad, parecen ajenas a estos pagos". (Los subrayados, que son míos, dejan bien claro que uno es siempre más que varios cuando se trata de retratar la verdadera idiosincrasia de un pueblo).
Al parecer los ladrones de imágenes de Alemania, entre los que había -insisto- "algunos inmigrantes musulmanes", no querían las fotografías para consumo privado sino para su explotación pública y comercial en internet, lo que sin duda subraya el carácter abyecto de su delito. ¡Qué bonito, en cambio, el reportaje fotográfico firmado por Morgana Vargas Llosa y publicado a todo color en el dominical de El País del 27 de julio, como anuncio y anticipo del "diario de Iraq" excogitado sobre el terreno por su padre y del que hemos extraído el pasaje anterior! El propio escritor había redactado las leyendas y al pie de estas imágenes de niñas, tenderos y funcionarios bagdadíes sorprendidos en sus actividades cotidianas, figuraban textos entrecomillados, como si se tratase de las declaraciones personales de los fotografíados, pero cuyos nombres y pensamientos se había inventado -según advertía discretamente la entradilla- el genio fértil del peruano.
Es ésta la universal moral de nuestra tribu: son siempre ellos -aquí o allí- los que faltan al respeto y se propasan, los intolerantes, exaltados, agresores y abusones. Lo normal es que nosotros no aceptemos que nos fotografíen en nuestras playas o nuestras iglesias y que ellos acepten ser fotografiados en todas partes: mientras rezan, mientras trabajan o mientras se mueren. Lo normal es que nosotros protejamos nuestras costas de la "invasión" de los inmigrantes y que invadamos sus países con nuestros tanques o nuestros mercachifles. Lo normal es que los marroquíes se adapten en España a nuestra cultura y que los españoles en Marruecos vivan en fortalezas de lujo y clubes exclusivos donde pueden seguir comiendo tortilla de patata y consumiendo espárragos de la península. Lo normal es que, protegidos por guardaespaldas, disparemos nuestras cámaras (o nuestros cañones) y los iraquíes sean los "agresores". Lo normal es que defendamos nuestra "imagen" con uñas y abogados mientras a ellos les robamos no sólo su vida y su riqueza sino también su cara, su nombre y sus pensamientos. Lo normal es que nos preocupe mucho que nuestros políticos roben nuestro dinero y muy poco o nada que maten a extranjeros. Y lo lógico, con este concepto de normalidad, es que interpretemos la resistencia de los pobres y los vencidos a ser fotografiados (o esquilmados y asesinados) en clave cultural, como una superstición relacionada con el alma o como la natural renuencia de su religión, inscrita en las aleyas del Corán, a la democracia y la civilización. ¿No podría ocurrir que estos iraquíes fuesen en realidad como nosotros y no les gustase esta intromisión en su vida privada y en su libertad individual? No. Esto sería aceptar rebajarnos a la altura de aquellos a los que robamos, degradarnos al rango de los que matamos y, en definitiva, equipararnos a aquellos que despreciamos. Lo que a nosotros no nos gusta que nos hagan, debe gustarles a ellos porque se lo hacemos nosotros. El "escándalo" de Vargas Llosa ante la "agresión" sufrida por su hija demuestra el mismo simple y tranquilo desprecio por los otros que la indignación de los marines sorprendidos de que sus tanques Abram fuesen recibidos por disparos y no por vítores en su avance por el desierto iraquí. Los disparos y las fotografías deben ser unilaterales para que sean racionales; y si bombardeamos dulcemente sus ciudades, mutilamos con cariño a sus niños, nos quedamos honestamente con su petróleo, saqueamos desinteresadamente sus museos, les dejamos caritativamente sin electricidad ni agua, allanamos educadamente sus casas y luego vamos, acompañados de guardaespaldas, a fotografiar respetuosamente sus primitivos ritos, entonces el manotazo de "un exaltado" es, por contraste, irracional, fanático e incivilizado.
Vargas Llosa quiere que admiremos la proeza de su hija y nos indignemos ante la intolerancia de su "agresor". Hay algo enternecedor en este orgullo paterno ante el carácter díscolo de una hija a la que no importa poner en peligro su vida con tal de poder despreciar la de los otros. La traviesilla, en compañía de su amiga Marta y de un matón, en alas de la aventura, "se mete a la mezquita ¡haciéndose pasar por una musulmana afgana!". Todo el que haya visitado Iraq (o cualquier otro país árabe) sabe de la ridícula consistencia de esta escena, orientada al mismo tiempo a alimentar los prejuicios de los ignaros, con esta visión exótica y "medieval" del país, y a excitar literariamente su paternidad engallada. Pero hay algo también enternecedor en la ingenuidad letrada con la que Vargas Llosa -al que hay que reconocer al menos sus lecturas- evoca sin citarla, en la hazaña de la hija bravía, la aventura de Robert Burton, el genial espía del imperio británico, excelente escritor y notable antropólogo, que a mediados del siglo XIX logró peregrinar hasta la Meca disfrazado de hakim afgano. Conmueve, sí, esta asimilación abusiva, fuera de toda proporción, entre una niña ignorante a la que habría que dar una buena azotaina (no por su temeridad, no, sino por su descortesía de niña mimada) y un extraordinario y versátil aventurero con el que sólo comparte la misma visión imperialista, un hombre que dominaba la lengua árabe y conocía las costumbres musulmanas hasta el punto de hacerse pasar sin sospechas durante meses por un médico pashtun. A un padre enamorado se le perdona todo. ¿No nos gusta ver a nuestros niños reír, aunque para ello tengan que destripar alguna que otra rana? ¿Y no nos indignaría que el jardinero les regañara? Pero este "enternecimiento", como la propia inspiración literaria de Vargas Llosa (que recupera así la más rancia tradición del orientalismo de los imperios coloniales decimonónicos), implica el desprecio espontáneo del otro, al que sólo se ve como ocasión o pretexto para subrayar las propias virtudes, militares o literarias. Es la moral universal de nuestra tribu: nuestra virtud, nuestro talento, nuestra reputación se forjan contra la salud, el bienestar y la vida de los forasteros. Es básicamente un problema de educación, de ese mínimo de reconocimiento de la existencia ajena cuyo último refugio es la cortesía. Yo no lo habría hecho así. Si sorprendiese a mi hija fotografiando cuerpos desnudos en una playa, le diría algunas palabras muy duras y le confiscaría la cámara durante unas horas; si sorprendiese a mi hija -yo, que soy también ateo, como Vargas Llosa- fotografiando a hombres que rezan en una iglesia donde está expresamente prohibida la presencia de cámaras, durante una misa o un funeral y en otro país, y eso después de una sangrienta invasión extranjera, le daría unos buenos azotes, le obligaría a pedir disculpas, uno por uno, a todos los presentes y luego la mandaría de nuevo a la Universidad a estudiar algo en serio. Y si uno de los orantes diese un manotazo a su cámara y varios acudiesen a defendernos, yo comprendería la reacción del primero y mostraría mi agradecimiento a los segundos y no tendría más remedio que reconocer, muy a mi pesar, que la mayoría de los cristianos de ese país pertenecen a la clase de gente más tolerante, generosa y civilizada del planeta.
Vargas Llosa, que no viajó al Iraq supliciado por el embargo, viaja en este verano del 2003 al amparo de los tanques estadounidenses. Su pluma no es más que un instrumento ancilar de la invasión y la cámara de Morgana sólo la extensión natural de los misiles y los cañones. El derecho a entrar en la mezquita de Ali, a pasearse desenvueltamente por los lugares santos del chiismo y fotografiar a sus fieles no es el derecho de la civilización, la razón y la tolerancia; ni siquiera el derecho de la hospitalidad otorgado por un anfitrión reconocido; es el derecho del ocupante. Vargas Llosa está ocupando Irak con el ejército estadounidense, y su derecho es el derecho de conquista. Está tratando a los iraquíes como vencidos , con la simple y tranquila naturalidad de un cónsul romano que no distingue, entre las riquezas de su botín, hombres, jarrones y sextercios de oro. Lo entiende todo, con su refinada inteligencia, salvo que no guste su presencia allí. Para entender eso tendría que ser capaz de retroceder más acá de sus planas evidencias tribales y reconocer la existencia de los iraquíes, concederles una normal y universal humanidad, representarse sus sufrimientos y pedirles perdón por haber llegado demasiado tarde. El prefiere pensar que el "botín" se merece lo que le pasa y que hay algo en esas criaturas intrínsecamente incompatible con el cartesianismo, la tolerancia y la democracia.
Las crónicas de Vargas Llosa merecerían un detallado examen, como expresión culta, exhaustiva y depurada del tranquilo y virtuoso desprecio por el otro propio de nuestra cultura; inconscientes o premeditados, se traman ahí todos los prejuicios, los tópicos, las medias verdades, las generalizaciones, las leyendas, los datos de oídas, los pintoresquismos, el repertorio completo de la literatura colonial que vuelve, al parecer, con el propio colonialismo. Pero Vargas Llosa sólo me interesa como ejemplo privilegiado y para ilustrar con este pasaje la cuestión crucial de las "imágenes", que es la cuestión misma del dominio en una época marcada más que ninguna otra -con su refrendo tecnológico- por la desigualdad de la mirada.
La inquietante posibilidad técnica de liberar la imagen de un cuerpo y reproducirla ilimitadamente hace que por primera vez la explotación capitalista no se centre sólo en el eje físico del cuerpo. La fotografía ha exteriorizado el "alma", que a partir de ese momento se convierte, al alcance de la mano, en una mercancía, un objeto de disputa y una fuente de riqueza inagotable. También, claro, en un instrumento de dominio. El mercado medieval de las reliquias religiosas y el espectáculo de los triunfos romanos anticiparon de algún modo, limitados por su carácter metonímico, esta batalla por las "imágenes" que la técnica ha liberado definitivamente en los vastos espacios del comercio y la jerarquía. La iglesia o el príncipe medievales se tenían que conformar con comprar y vender una parte del cuerpo de un santo; los clubs de fútbol y las grandes multinacionales pueden hoy comprar y vender millones de veces el cuerpo entero -y todas sus gestos y posturas- de una estrella del balón. El cónsul romano tenía que conformarse con exhibir algunos signos de su victoria -los tesoros o los ropajes del rey derrotado-; hoy los gobiernos y los periódicos pueden exhibir ininterrumpidamente la genuflexión de los vencidos.
En nuestros días un hombre tiene que cuidar de su cuerpo y de su doble. Hay dos clases de personas: aquéllas que pueden vender su imagen, como el esclavo Beckham, que es menos dueño de sí mismo que un negro en una plantación, porque ha renunciado también a los derechos sobre su alma; y aquéllos a los que roban su imagen después de robarles todo lo demás. Aquellos que venden su imagen se convierten en "marcas" (humanos marcados, como las reses, con el fuego de un logotipo). Aquellos a los que roban su imagen se convierten en "trofeos". Es verdad que sigue existiendo el concepto clásico, romano, del trofeo: los soldados estadounidenses, por ejemplo, subastan en internet (cruce elocuente de barbarie antigua y tecnología moderna) banderas, uniformes y cuchillos que arrebataron a los iraquíes inclinándose cuidadosamente sobre sus cadáveres. Pero el trofeo ahora es una ley, un modelo, una costumbre del ojo. Alain Gresh reproduce las declaraciones de un argelino tras el 11-S: "Es extraordinario, por primera vez somos nosotros los que estamos a este lado de la pantalla y ellos al otro. Habitualmente, son ellos los que nos ven morir en la televisión". Sería un magro y cruel consuelo, pero no es cierto. Porque desgraciadamente nunca hay equilibrio. Nuestra tribu protege tan bien a sus muertos como desprecia los de los demás. Nunca vimos las víctimas calcinadas, derretidas, descompuestas de las Torres Gemelas; nunca fueron trofeos. En un doble movimiento indisociable, nos ocultaron sus imágenes y nos dieron sus nombres para que conservaran su identidad humana y no pudieran ser tratados como objetos. Las de los iraquíes, en cambio, se exhiben porque son, han sido siempre trofeos, imágenes desprovistas de nombre o dotadas a lo sumo de uno arquetípico, como en el reportaje de Morgana y Mario Vargas Llosa. Trofeos militares, sí, pero sobre todo trofeos culturales, trofeos literarios, trofeos estéticos, trofeos -en suma- de nuestra superioridad natural. El triunfo a la romana, limitado en el tiempo y en el espacio, ha sido sustituido por este triunfo a la moderna en el que la tecnología, al servicio de los vencedores, permite poner ante nuestra vista permanentemente -y que aceptemos como un hecho natural- nuestra permanente victoria y la permanente derrota de los demás. Las crónicas de Vargas LLosa son sólo una muestra señera de una industria de la percepción que reduce a los iraquíes -a los pobres, a los sometidos, a los vencidos de todo el mundo- a la condición de trofeos eternos de nuestro majestuoso desprecio de los otros. Los fotografíados, los despojados de su imagen, los que no pueden proteger su cara -wuiyh en árabe, sinónimo de "dignidad"- son siempre los mismos: aquellos que están tan completamente a nuestra merced que lo mismo podemos descerrajarles un tiro que concederles una limosna. En nuestra tribu lo primero no es pecado y lo segundo es, por supuesto, admirado y elogiado; lo primero no nos hace sentir mal y lo segundo nos hace sentir muy buenos.
Soy un iconoclasta. Los iconoclastas creían que el poder de Dios no podía quedar contenido y limitado en ninguna imagen material. Yo creo que la imagen del hombre no puede ser reproducida y explotada sin limitar su libertad. El primer día de bombardeos sobre Bagdad, el 19 de marzo del 2003, hice voto de pobreza visual y decidí -hasta el momento de la victoria sobre el capitalismo- renunciar a todas las imágenes en una sociedad que, como escribía Walter Benjamin hace ya sesenta años, "ha convertido no sólo la miseria, sino incluso la lucha contra la miseria, en un objeto de consumo". Los efectos colaterales de la satisfacción estética son desgraciadamente los mismos que los de la ambición económica y territorial, el beneficio empresarial y el expansionismo colonial: miles de niños muertos, mutilados, abandonados, despreciados.
Pero -lo confieso- he visto una fotografía, una sola, porque a veces una imagen robada proporciona sobre todo la imagen del robo mismo. Es la foto de un padre y una hija (como lo son Mario Vargas Llosa y Morgana) heridos en una misma camilla. Como trofeos que son, no sabemos sus nombres y por eso casi ni podemos imaginar que tengan amigos o parientes que, al ver esa imagen, los reconozcan; se tiene la sensación de que han sido creados por la misma bomba que los ha hecho saltar por los aires y los ha puesto delante del objetivo. Y aún así impresionan, hieren, sacuden la conciencia. El es un hombre enjuto, menudo, de mediana edad, mal afeitado; abraza a su hija ensangrentada por detrás de la cabeza, como en un instintivo e inútil gesto de protección que hubiese sobrevivido -quizás la única cosa- al bombardeo. Lo terrible, lo monstruoso, lo que no podemos soportar es que él está llorando; está llorando como sólo los hombres lo hacen, aparatosamente, como una criatura, desarmado, desamparado, sin nada ya en que apoyarse para sentir vergüenza. Y lo terrible es que inmediatamente comprendemos por qué. No llora por el dolor de sus heridas, ni siquiera por el dolor mucho más importante del de su niña tronchada junto a su costado. Llora porque ha decepcionado la confianza de su hija, que lo creía fuerte y poderoso y que a su lado se sentía a cubierto de todo mal. Llora porque ese rayo del cielo ha revelado su secreto y expuesto a la luz del día su fracaso: ahora su hija sabe que es un hombre pequeño, vulnerable, insuficiente; que su amor es más débil que las esquirlas de un misil; que su brazo y su palabra no pueden salvarla de todos los peligros de este mundo. LLora y llora sin consuelo porque él es diminuto y su niña, de pronto, se ha hecho mayor. El máximo poder, la máxima seguridad de este mundo, la paternidad, ha sido derribada como un palillo por una bola de fuego -y una voluntad de juego. Una fuerza capaz de destruir esto tiene que ser necesariamente muy grande; pero una fuerza más grande que el amor y la confianza -en nuestra tribu y por todas partes- sólo puede ser un pecado.
De este lado del mundo, hace ya mucho tiempo que no confiamos en la paternidad y por eso nos creemos -y creemos a nuestros hijos- completamente invulnerables. Creemos, más bien, en esa fuerza de destrucción (bolas de fuego y voluntad de juego) y en nuestro simple y tranquilo desprecio del otro. Después de todo, nosotros seguimos a este lado de la pantalla de televisión. ¿Es esto realismo?
A un hombre se le roba su tierra, su casa, su familia, su fuerza, su salud y luego se le roba también su imagen. Se convierte así en un trofeo. Y cuando se le ha convertido en un trofeo mediante esta sustracción de cualidades; cuando ha sido limado, serrado, aislado y reducido a un despojo; cuando ya no tiene nada con qué defenderse, ni siquiera un lenguaje, entonces podemos quizás apiadarnos de él y hasta proporcionarle algunos cuidados. En nuestra tribu a esto le llamamos humanitarismo. Iraq ha sido devastado por los estadounidenses, sus niños bombardeados desde el aire por los estadounidenses, sus centrales eléctricas y potabilizadoras destruidas por los estadounidenses, su patrimonio artístico saqueado por los estadounidenses, muchos de sus hombres encerrados y torturados por los estadounidenses y su petróleo les ha sido arrebatado por los estadounidenses, pero afortunadamente a continuación llegaron los estadounidenses y empezaron a repartirles botellas de agua mineral. ¿Deberían sentirse orgullosos? El capitán Kevin Brown dirige la operación de distribución de salarios a ex-militares iraquíes en la calle A-Zaura de Bagdad y lo hace sin dejarse llevar por el rencor y refrenando al mismo tiempo la tentación de sentirse bueno: "No siento nada por ayudar a los que nos disparaban hace unos meses". Es la frase muy coherente de un invasor. El se limita a cumplir con sus deberes de criminal, con arreglo al nuevo código moral de nuestra tribu: matad, robad, humillad, pero acordados siempre de dejar una muleta y un dólar, aunque vuestros beneficiarios no os lo agradezcan. "Haz el bien y no mires a quién"; es decir, haz el bien incluso -incluso- a los que has matado de sed, de hambre, por enfermedad o por arma de fuego. Haz el bien incluso a tus víctimas. Este es el gran abismo moral que media entre el capitán Kevin Brown y esos a los que llamamos "terroristas" con un criterio más bien borroso para designar, sobre todo, su común falta de humanitarismo. Porque si, después de un atentado, los "terroristas" dejasen como regalo en el cuerpo de sus víctimas un billete de lotería para la familia o un vale para un gabinete psicológico, entonces Aznar y Bush los apreciarían tanto como a los marines, aunque siguiesen operando a mucha más pequeña escala y produciendo muchos menos muertos. ¿O no?
Lo cierto es que la desaparición definitiva del espacio político tras el 11-S -con esa proliferación de leyes liberticidas en todo el planeta- ha simplificado enormemente el universo mental de nuestra tribu y la práctica de nuestros gobernantes. Todo es ya sólo cuestión de "terrorismo" o de "humanitarismo", dos conceptos gemelos, nacidos de una misma raíz y que comparten el mismo suelo ontológico: sólo se puede tratar de dos maneras a aquéllos a los que se ha negado incluso la voz y que apenas si pueden defenderse: o el exterminio o la limosna, al arbitrio de las estrategias puntuales de los partidos y los ejércitos. La gran operación "anti-terrorista" y la gran operación "humanitarista", gestionadas por las mismas fuerzas militares, presuponen la misma consideración acerca de sus víctimas-beneficiarios. Un hombre es un "terrorista" -y es ese vacío lo que nombra la palabra- en la medida en que se le priva de su condición política, en que se le despoja de toda capacidad para negociar, en que no se le reconoce ni siquiera el estatuto de "enemigo"; en la medida, pues, en que se le trata como a un inasimilable universal , fuera de los límites de la humanidad, un otro absoluto con el que no puede haber ninguna clase de diálogo y contra el que todo está permitido (incluso al margen del derecho, como en el caso de los así llamados "asesinatos selectivos" practicados por Israel y EEUU). Pero lo mismo ocurre con el "humanitarismo": sólo cuando a un hombre se le ha despojado de su casa, de su familia, de su tierra, incluso de su pasaporte, sólo cuando se le ha privado de todo aquello que le identifica como "humano" -según esa paradoja que ya señaló Hannah Arendt-, se invocan para él los derechos humanos. Es necesario haber deshumanizado radicalmente a un hombre, haberlo expulsado a golpes de la humanidad, para que sea tratado de un modo humanitario. "Terrorismo" designa la "inhumanidad" del que combate; "humanitarismo" designa la "humanidad" del que lo practica, y la idea misma del "humanitarismo" exige de algún modo la discontinuidad ontológica del beneficiario: se es humano con los humanos, pero humanitario con los perros abandonados. Es difícil imaginar mayor cinismo, mayor crueldad que la que entraña esta magnífica paradoja de la moral de nuestra tribu: los mismos que privan a un hombre de su humanidad, luego le dispensan cuidados humanitarios. Pienso en el caso terrible de Ali Ismain, el niño iraquí al que los compañeros brigadistas visitaron en el hospital a los pocos días de comenzar los bombardeos sobre Bagdad. Un misil estadounidense destruyó su casa, mató a sus padres, a sus hermanos y a toda su familia y le arrancó los dos brazos. Luego, en medio de una gran pompa mediática, los mismos que habían arruinado para siempre su vida le sacaron del país y le llevaron al mejor hospital de Kuwait. Cuando los estadounidenses se marchen, Ali Ismain dormirá en algún basurero de Bagdad y se apostará de día a la puerta del MacDonalds para recoger con la boca la limosna displicente de un nuevo rico. Sería ingratitud, y de las más negras, que se pusiera a pensar más bien en alguna forma para poder luchar sin manos.
En este verano del 2003 en el que redacto estas líneas, nuestros bravos legionarios humanitarios han partido para Iraq como fuerzas de ocupación y bajo la égida de Santiago Apostol, y los mismos que salieron a la calle hace seis meses para tratar de impedir la invasión hoy les desean suerte en su misión. Pero es que la invasión estaba mal y esto es sólo peor. Aquello era un crimen y esto, en cambio, es un crimen mayor. A veces las cosas son tan simples -decía al comienzo de estas páginas- que uno se deja llevar por el desánimo. No nos desanimemos. Iraq existe. Iraq resiste. Y ni todo el humanitarismo del mundo, con su simple y tranquilo desprecio del otro, podrá acallar la trágica complejidad -irreductible a las evidencias de los poderosos- de lo que está aún por venir. Estoy seguro de que nuestros filántropos armados volverán pronto a casa. Y que Ali Ismain aplaudirá con las dos alas que no pudieron arrancarle y hará el signo de la victoria -no sé- con dos risas, dos rabias o dos chorros de voz.

viernes, 8 de octubre de 2010

Para acercarnos al pensamiento del Che

08-10-2010
Presen en La Habana el libro "El pensamiento político de Ernesto Che Guevara" (Ocean Sur, 2010), de María del Carmen Ariet
Rebelión

En la mañana de este jueves 7 de octubre —vísperas del aniversario 43 de la captura de Ernesto Che Guevara en Bolivia, y de su posterior asesinato—, fue presentado en La Habana el libro El pensamiento político de Ernesto Che Guevara (Ocean Sur, 2010), de la investigadora cubana María del Carmen Ariet.
“Al Che hay que redescubrirlo y descubrirlo, para que las nuevas generaciones conozcan el legado de su pensamiento, que fue uno de los grandes de Latinoamérica. Y en estas fechas, el compromiso es mayor”, expresó Ariet a un numeroso público reunido en el Centro de Prensa Internacional, en la capital cubana.
Ante la presencia de Aleida March, compañera del guerrillero e intelectual argentino, de los comandantes Víctor Dreke (Moja) y Oscar Fernández Mell (Siki) —compañeros del Che en la guerrilla congolesa—, de familiares de los cinco cubanos antiterroristas presos en los Estados Unidos, de miembros del cuerpo diplomático acreditado en Cuba y de representantes de organizaciones políticas y culturales de América Latina y el Caribe, fue presentado este volumen que expone un estudio general sobre el pensamiento político de Ernesto Guevara, en el que se reseñan etapas definitorias de su vida y obra que validan su amplia formación marxista.
Acompañaron a la doctora Ariet como panelistas el investigador cubano Jacinto Valdés-Dapena —coautor del prólogo del libro— y Alfonso Fraga, secretario general de la OSPAAAL, organización que con esta presentación comenzó la jornada de actividades por su 45 aniversario.
Según Fraga, la motivación esencial para marcar este inicio de celebraciones «es que el legado político, revolucionario e internacionalista del Che ha sido y será fuente de inspiración permanente para quienes en África, el Medio Oriente, Asia, América Latina y el Caribe hemos militado a favor de las mejores causas de la solidaridad tricontinental».
Para el también profesor Jacinto Valdés-Dapena, El pensamiento político de Ernesto Che Guevara es un libro que «examina y aprecia, con profundo sentido histórico y lógico, los orígenes de la formación, desarrollo e integralidad del pensamiento marxista del Che». En sus páginas «se abordan las formulaciones teóricas esenciales acerca de la lucha revolucionaria en Cuba, América Latina y África», así como «los rasgos principales de la concepción acerca del poder político y las especificidades de la construcción del socialismo en Cuba: sus retos y desafíos».
«Acceder a este texto —prosiguió— nos hace evidente que la obra revolucionaria del Che posee un valor excepcional en el mundo posterior al desarrollo del derrumbe del socialismo en Europa del Este y la URSS, de la posguerra fría y el neoliberalismo».
Según Valdés-Dapena, uno de los principales logros de este libro es «conocer el pensamiento del Che a través de sus propios textos, estructurados y presentados de una forma creadora y original». Agregó que a través de sus páginas podremos acercarnos a «las cualidades excepcionales del jefe militar y teórico de la guerra de guerrillas, el dirigente revolucionario, el estratega político y el economista» que fue Guevara, a «la enorme significación que el Che adjudicó al internacionalismo revolucionario», y a la manera en que «percibió en fecha temprana las vulnerabilidades y debilidades que se expresaban en los países socialistas del este de Europa y la URSS», entre otros muchos temas.
El pensamiento político de Ernesto Che Guevara se divide en tres grandes bloques: “Etapa formativa de su pensamiento político”, “El desarrollo y la multiplicidad de su pensamiento político” y “Che constructor (1961–1965): particularidades políticas”. Incluye además varios anexos. En el libro se logra proyectar su obra política con rigor y desde su propia obra con un sentido abarcador de sus formulaciones teóricas esenciales acerca de la lucha revolucionaria en Cuba, América Latina y África.
Su autora agradeció a Aleida March, directora del Centro de Estudios Che Guevara, «por su colaboración permanente» para tener acceso al archivo personal del Che y así concretar este y otros libros —«ya vamos por dieciséis»— con los que Ariet ha estudiado rigurosamente la vida y obra del revolucionario argentino-cubano. «Sin Aleida March no hubieran sido posibles las investigaciones, el doctorado, el ordenamiento cronológico y temático de la obra del Che».
La doctora aclaró: «Soy una investigadora que escribe, no una escritora que investiga, por lo que siempre pienso que estoy en deuda. Por supuesto que el deber se impone y se hace necesario no guardar las experiencias y conocimientos acumulados, y se impone escribir».
María del Carmen Ariet partió de explicar la etapa formativa del Che —«sorprendente desde todo punto de vista»— y su «paulatino radicalismo, para entender su compromiso con la lucha revolucionaria y más tarde su entrega a la construcción del socialismo» en Cuba. «El concepto filosófico en la obra del Che es columna vertebral en todas las ramas de su pensamiento. A partir del estudio de la filosofía se acercó al marxismo y al antodigmatismo», agregó.
Dijo que «fue una sorpresa» cuando descubrió que «Ernesto Che Guevara comenzó a escribir un diccionario filosófico a los diecisiete años», ejercicio que «mantuvo a lo largo de su vida. ¡Tremenda tarea!». En ello ayudaron «sus viajes a América Latina, con los que no solo conoció el continente, sino fue creando un sentido de pertenencia latinoamericano». En ese proceso se produce «su radicalización política», en la que influyó mucho «su encuentro con Fidel Castro».
El pensamiento político de Ernesto Che Guevara es una manera de «acercarnos al legado, al ejemplo y a la eterna presencia del comandante Ernesto Che Guevara», concluyó.

jueves, 7 de octubre de 2010

Las putas monjas

07-10-2010
Sobre el libro y la próxima película “No lloréis, lo que tenéis que hacer es no olvidarnos"
Mikel Arizaleta
Rebelión

“Abuela”, preguntó [la monja], “¿por qué no baja al patio?”
.- “Porque no puedo, hermana. Estoy tan enferma que no me puedo levantar”.
.- “Ah, no, usted no tiene fiebre; no hay ninguna razón para que se tumbe en su petate. ¿Entiende? Ha recibido una carta y creo que trae incluso fotografías de sus nietos”. Y sacó la carta y las fotos. “Ahora”, dijo, “usted no va a ver a sus nietos ni leer su carta”. Y rompió la carta en cuatro pedazos [1] .
María González Gorosarri, licenciada en derecho y periodista, ha publicado en Ttarttalo un bello libro: “No lloréis, lo que tenéis que hacer es no olvidarnos. La cárcel de Saturrarán y la represión franquista contra las mujeres, a partir de testimonios de supervivientes”.
No son raros los hombres, viejos luchadores contra el golpe militar, que al narrar sus años de penar exclaman en algún rincón de su relato: “¡Putas monjas!”. Conservan un recuerdo sangrante de aquellas funcionarias crueles e inhumanas de prisiones en el putsch militar de Franco.
El precioso libro de historia y reflexión de María González no aminora ni rebaja un ápice el juicio contra las monjas, que ejercieron de funcionarias en la Prisión Central de Mujeres, antiguo balneario de Saturrarán (Mutriku-Gipuzkoa) a orillas del mar Cantábrico. No en balde en esta prisión entre 1938 y 1944 murieron 120 mujeres y 57 niños víctimas del hambre, del tifus, de la bronquitis, difteria y sarampión, cifras que hablan de la bestial dureza de aquella cárcel franquista y de dictadura, de la que tan sólo queda algún trozo de pared y dos placas, que nos recuerdan que allí se alzó una prisión de inhumanidad y castigo para mujeres, en la que con una labor de venganza e ira de su dios de cruzada colaboraron 25 monjas de la Merced y un cura de la santa Iglesia católica, apostólica y romana.
No rebaja, pero dice algo más. Revela una historia oculta de mujer, desvela un pasado prohibido de mujeres que se negaron a vivir como vencidas en un almacén de mujeres, e invisibles en una sociedad vencida. Unas mujeres que, aunque enmarcadas en su tiempo, luchan tenazmente en las cárceles y no comprenden cómo un obrero explotado y camarada se convierte en su hogar en tirano y jefe de unos principios autoritarios, en patrón que explota a su mujer.
El hombre revolucionario combate contra un mundo que se opone a sus anhelos de libertad, igualdad y justicia social. La mujer revolucionaria, en cambio, ha de luchar primero por su libertad, aliado con el hombre en idéntica causa, pero además, la mujer ha de luchar por su propia libertad, por su papel y lugar en la sociedad, espacio que el hombre disfruta desde siglos.
En esta lucha la mujer se encontró sola: en la cárcel y en el hogar, entre las putas monjas y entre los camaradas.
Según el padrón de 1940 del Ayuntamiento de Mutriku en ese año en la prisión de Saturrarán había 1666 personas: 4 oficiales de prisiones, 53 militares, 25 monjas, 1 sacerdote y 1.583 reclusas. ¿Entonces por qué los viejos luchadores exclaman con ira en el relato de sangre ¡Putas monjas! y no más bien ¡Putos fascistas!? Porque el trato inhumano de las vigilantes no era más despiadado que el de los vigilantes.
Nos recuerda la autora que en la Segunda Guerra Mundial “las fuerzas aliadas denominaron liberación al avance de sus tropas sobre Alemania, tras haber vencido militarmente al régimen nazi. No para la mujer alemana. Existen casos documentados de violaciones sistemáticas de mujeres y niñas alemanas por soldados de todos los ejércitos (Francia, Gran Bretaña, Estados Unidos y URSS), todavía impunes porque las potencias aliadas victoriosas ocuparon Alemania durante lo siguientes años. Más de 180.000 mujeres y niñas alemanas, en modo alguno responsables de crímenes, murieron violadas por estos libertadores”. Las violadas impunemente por su “libertadores” ascienden a varios millones en aquella Alemania de la posguerra. “Frau, komm!” se convirtió en escupitajo de hombre y en muerte afectiva.
“No lloréis, lo que tenéis que hacer es no olvidarnos” es un libro escrito con ojos de mujer y una buena reflexión para todos. Un libro que, hecho película, rodará este mismo mes en las pantallas.
[1] Cuevas, Tomasa en Prison of women: Testimonies of war and resistanse in Spain , 1939-1975

miércoles, 6 de octubre de 2010

García Márquez publica “Yo no vengo a decir un discurso”

06-10-2010
Cubadebate

Seis años después de la salida de su novela “Memorias de mis putas tristes”, el próximo 29 de octubre verá la luz en España y Latinoamérica el nuevo libro de Gabriel García Márquez, “Yo no vengo a decir un discurso”, veintidós textos escritos a lo largo de su vida para ser leídos en público.
La editorial Mondadori informó hoy de que ha reunido estos textos del Premio Nobel de Literatura, que fueron escritos para ser leídos por él mismo ante una audiencia y que recorren desde el que escribió, a los 17 años, para despedir a sus compañeros que se graduaban en el Liceo de Zipaquirá, en 1944, hasta el que leyó en 2007 ante las Academias de la Lengua y los Reyes de España al cumplir ochenta años.
“Yo no vengo a decir un discurso”, frase que eligió García Márquez como título de este libro, fue la advertencia que hizo a sus compañeros del Liceo desde las primeras líneas de aquel texto que data de 1944.
En “Como comencé a escribir”, pronunciado ya como exitoso autor de “Cien años de soledad”, en 1970, previene a sus oyentes de su aversión a hablar en público: “Yo comencé a ser escritor en la misma forma que me subí a este estrado: a la fuerza”.
En su tercer intento, al recibir el premio Rómulo Gallegos, en 1972, por “Cien años de soledad”, afirma el escritor que ha aceptado hacer dos de las cosas que se había prometido “no hacer jamás: recibir un premio y decir un discurso”.
Sin embargo, este rechazo cambiará diez años después, al recoger el Nobel de Literatura y tener que escribir el discurso más importante al que puede enfrentarse un autor. El resultado fue “La soledad de América Latina”, considerado una obra maestra, por lo que desde entonces los discursos se vuelven parte de su vida.
Estos textos, en su mayoría inéditos, no solo sintetizan sus obsesiones como escritor, según Mondadori, sino que recogen asuntos que le han preocupado como ciudadano, como los problemas de su Colombia natal, la proliferación nuclear o los desastres ecológicos, incluso el futuro de la juventud y la educación en América Latina, entre otros muchos.
La lectura de estos textos, dispersos u olvidados, ha llevado a García Márquez a comentar:“leyendo estos discursos redescubro cómo he ido cambiando y evolucionando como escritor”.
Fuente: http://www.cubadebate.cu/noticias/2010/10/05/garcia-marquez-publica-yo-no-vengo-a-decir-un-discurso/