sábado, 29 de mayo de 2010

Aparece en Francia novela sobre el Che

Leyde E. Rodríguez Hernández
Rebelión

Publicada por la editorial francesa Publibook, circula por estos días en Paris la novela “Cuba mi amor”, de Kristian Marciniak, quien ha reconocido en mensaje a este cronista que Cuba ha sido en su vida el país que le concedió mayor felicidad, las más grandes alegrías y las más bellas emociones, entre las cuales se encuentra el orgullo de haber conocido al Che y trabajado junto a él en el Ministerio de Industria.
La novela “Cuba mi amor” es un libro impresionante de más de 400 páginas que posee una extraña combinación de un título en español para un contenido en francés, en una portada que ilumina con la más célebre foto del Che, expresión de toda la dignidad y de una mirada fija hacia el fututo de luchas por el socialismo en Cuba, América Latina y el mundo, como realmente ocurrió en el transcurso del siglo XX y sucede todavía hoy en nuestra América.
En mi opinión, se trata de una novela biográfica, de testimonio histórico y político que nos muestra la vida interesante, azarosa, difícil y la aventura de dos personajes: Jackie y Kris, ambos influenciados por el triunfo de la Revolución cubana y su gran admiración por el Che y Fidel, a quienes conocieron personalmente a inicios del proceso revolucionario en sus años de estancia y trabajo solidario en Cuba.
Este libro describe con justicia y rigor la modestia y la calidad humana del Che, asesinado por orden de la CIA y el imperialismo en Bolivia. Enfoca la traición de un francés en la guerrilla, cuyo nombre no se menciona porque sabemos quién es a partir de las referencias explícitas al diario del Che. Nos entrega hermosos diálogos del Che con Jackie en La Habana , nos acerca a sus ideales comunistas, a la unidad de acción y de pensamiento entre el Che y Fidel, y así nos cuenta la importante contribución del Che a la construcción del Socialismo en Cuba.
Esta novela es un viaje histórico por decisivas etapas de la Revolución cubana: la temprana imposición por Estados Unidos de un bloqueo económico, comercial y financiero, la invasión mercenaria por Playa Girón en 1961, la crisis de octubre o de los misiles en 1962, el robo de médicos y profesionales para debilitar la naciente Revolución, las acciones terroristas y atentados contra Fidel e incluso la obstinada política de Washington dirigida a construir una oposición política contra el gobierno revolucionario con el pretexto de la defensa de los “derechos humanos”.
La compleja evolución de la historia de Francia, desde la Revolución de 1789 hasta la actualidad, y la interacción con Cuba de algunas de sus personalidades políticas y culturales, queda reflejada en algunos de los capítulos de este libro.Se encuentra también en sus páginas la vasta erudición del autor con importantes menciones a la cultura universal, francesa y cubana, a través de la música y la literatura, tanto clásica como popular, el baile de la salsa acompañada del mojito o el ron cubano y el elogio a la belleza y simpatía inevitable de la mujer cubana. Todo esto y otras historias paralelas, se pueden leer en este libro fascinante de 26 capítulos de fácil lectura, que dejan bien claro desde el inicio la magnitud de una obra que no constituye un texto de propaganda política.
El autor demuestra con este libro su talento y capacidad para recrear una historia basada en sus recuerdos personales, la investigación de acontecimientos reales en revistas y periódicos parisinos y cubanos. El frecuente desplazamiento en el tiempo histórico y presente sin perder la lógica narrativa de la trama principal, de la política cubana, francesa y europea, constituye uno de los elementos que más atracción me produjo de la lectura de esta novela.
Considero que es consustancial con el ideal y la práctica comunista de Marciniak, su honestidad política y literaria que apunta hacia un cierto realismo en la intención de evidenciar las cosas tal y como fueron (son) sobre el fracasado socialismo en Europa del Este, los problemas del Partido Comunista francés, las actuales contradicciones en Cuba, así como la injusticia de dar lecciones desde el exterior -sin autoridad moral- a la Revolución cubana.
Marciniak nos ofrece, una vez más, su amistad, su fidelidad, su alegría de vivir, su amor por Cuba. Reitera su compromiso personal con el pensamiento comunista y la obra de Fidel y el Che, no pocas veces atacada por feroces campañas mediáticas en Francia.
Esta novela puede considerarse un homenaje a sus cuatro héroes principales: Che, Fidel, Jackie y Kris. Sería positivo que este libro se difunda y sea conocido por las nuevas generaciones con el objetivo de que Cuba continúe por siempre en Revolución y siga siendo: “Mi amor, nuestro amor”.
Solo me queda sugerir a los lectores que visiten el sitio en Internet http://www.cuba-marciniak.com para más información sobre el autor y la obtención de cualquier otra referencia relacionada con esta sorprendente obra.

miércoles, 19 de mayo de 2010

Mediterráneo: el mar de por medio

A propósito del libro de Gabriele del Grande
Gorka Larrabeiti
Rebelión

Fue un mar que desembocaba en un río llamado Océano. Luego Roma la convirtió en nuestro mar, porque estaba rodeado de tierras del Imperio. Turcos, venecianos y españoles lo vieron como un campo de batalla. Al bahr al abiad al mutauaset –“el mar blanco que está en medio”– hoy nos lo presentan como un muro, a un lado del cual están ellos, los migrantes, los sin papeles, los clandestinos, y del otro, nosotros, con nuestras tradiciones, nuestra cultura en peligro, nuestra religión y nuestro bienestar. Esta retórica machacona que repiten sin cesar políticos y medios de comunicación se derrumba apenas alguien hace periodismo de verdad. Y ocurre que quien hace periodismo de verdad, hoy como ayer, hace sin querer literatura ya que lo que nadie quiere ver, oír ni comprender adquiere, apenas contado, valor trascendental, y por tanto, artístico.
Vino a Roma Gabriele del Grande (Lucca, 1982) a presentar su libro Il mare di mezzo. El fundador de Fortress Europe, observatorio de víctimas de la emigración en el Mediterráneo, y autor de Mamadú va a morir, uno de los mejores documentos sobre emigración de los que se disponía hasta el momento, no se da aires de nada. Pese al éxito de sus trabajos, se niega a que le consideren una especie de superhéroe, y eso que los servicios secretos tunecinos le han negado la entrada en el país de Ben Alí, y que la DIGOS, policía secreta italiana, le sorprendió con una visita inesperada en casa un día. Gajes del oficio, peccata minuta. Él es sólo un reportero: un sabueso al que si le lanzan un hueso, va y lo re-porta. Un cronista: escribe el tiempo. Cuando un día alguien se proponga contar la historia de la emigración, deberá echar el ancla en este libro.
Aunque su libro está narrado en primera persona, los protagonistas son otros. Por las páginas de este periplo que ha durado tres años de idas y vueltas, olas y contraolas, resacas y restos indeseados que el mar devuelve a las playas de nuestra realidad, el lector va encontrando a unos padres argelinos que buscan a sus hijos desaparecidos; a los mineros de la cuenca minera de Redeyef (Túnez) y a los periodistas que cubrieron la brutal represión del “moderado” régimen tunecino; a la diáspora eritrea encerrada en las cárceles inhumanas de Libia, devuelta a esas mismas prisiones por la Marina italiana o sometida a trabajos forzados al ser devueltos a una Eritrea que quiere potenciar el turismo en el mar Rojo; a los marineros –héroes o villanos– que se cruzan, pescan o sortean migrantes en el canal de Sicilia dependiendo de si su ética sigue siendo la vieja Ley del mar o la rampante Ley de la deuda y el crédito por pagar; a los detenidos, torturados, torturadores, bondadosos asistentes, ávidos directivos, rebeldes y fugitivos que habitan esos agujeros negros, esas realidades borradas que llamamos Centros de Identificación y Expulsión; a los italianos a quienes, aun habiendo vivido 15, 20 o 30 años en Italia, sólo les reconocen como ciudadanos entre las cuatro paredes de esos CIE o ya montados en aviones camino de Perú o Camerún; a los italianos que vuelven a Tatún (Egipto); a los italianos que vuelven a Uagadugú (Burkina) victoriosos después de haber labrado los campos de Italia para construirse flamantes casas nuevas de cemento y chapa.
Gabriele del Grande nos embarca en un duro viaje que atraviesa peligrosos lugares para la conciencia. Parajes que las agencias periodísticas evitan sistemáticamente para que los viajeros de este mundo crean todavía en la plácida y bobalicona narración hedonista que a diario les arrulla antes de acostarse. Pero si hay algo que fascina en este itinerario vital de este autor es la técnica de navegación. En un imperio de imágenes, Del Grande recupera la fuerza de la palabra y la materia humana. Contaba Gabriele que había acudido un día a ver una exposición de fotografías sobre África en Milán. Muy bonitas, según decía, muy persuasivas, pero muy falsas. Donde las fotos invitaban a sentir compasión, él había advertido gran dignidad. Trabajaba antes con máquina fotográfica. Ya no. Sólo boli y bloc de notas. Dos instrumentos al servicio de la memoria y la intuición, dos viejos útiles de trabajo cuya potencia hemos conferido a frías máquinas mecánicas.
Le alabo el trabajo a Gabriele diciéndole que ha dado un gran salto adelante literariamente hablando y me responde: “Así que has notado que hay palabras que no he empleado”. “Pues no”, le respondo con sincera torpeza. “Ni migrante, ni inmigrante, ni emigrante, ni clandestino, ni sin papeles, ni refugiado político: he evitado esas palabras falsas de la retórica propagandística”. He ahí un buen ejemplo de lo que es literatura: dar o quitar peso a las palabras. Esos términos son fundamentales para que cunda ese lucrativo miedo que mantiene todo un sistema. Sin usarlos, y recalando en los puertos de la memoria que se hallan en el otro lado del Muro Mediterráneo, desaparecen los temores y se conoce de cerca a una generación joven que da un contenido altamente político a la emigración en cuanto única salida posible para abrirse camino en la vida. Uno descubre que a una y otra orilla esos jóvenes bogan con distintos remos pero con único rumbo: salir adelante en la vida. Y en medio de la propagandística marejada de ignorancia, temores y prejuicios que les sigue separando, está Gabriele del Grande, un piloto de altura que nos obliga, mejor equipados, a abordar, regatear y quebrar las olas contra ese falso Mar Muro impuesto por decisiones atlantistas. Tal vez, en lontananza, un día empiece a vislumbrarse aquel viejo mar que estaba en medio, aquel mar entre dos tierras. La alternativa mediterránea. El mar compartido, el mar pluriverso, el mar unido.
rJV

Los nuevos cubanos

Acerca de un libro de Eva Forest
Julio César Guanche
Rebelión

En 1961 apareció en Nueva York Los hijos de Sánchez, del antropólogo norteamericano Oscar Lewis. Su investigación presentó el concepto de «cultura de la pobreza» a través de las historias de vida de cinco miembros de una familia pobre de Ciudad México: el padre, Jesús Sánchez, y sus cuatro hijos. El libro, extraordinario, haría escuela hasta devenir un clásico de la antropología del siglo XX.
Mientras la obra ganó celebridad —cuando se editó en Francia resultó el mejor libro extranjero publicado en ese país— tanto el autor como la editorial que lo publicó en español, el Fondo de Cultura Económica, fueron sometidos en México a una demanda que le imputaba al libro contar con lenguaje obsceno, escenas pornográficas e injurias hacia la nación mexicana y hacia algunos de sus prohombres. Al final, la acusación no trajo consecuencias y el libro disfrutó de varias ediciones en la patria de quien aparece en el libro bajo el nombre de Jesús Sánchez.
En sus páginas, este padre de familia expresa la filosofía que ha aprendido a lo largo de su vida:
Yo me ocupo nada más de mi trabajo. De política no conozco ni papa. Leo uno que otro párrafo del periódico, pero no lo tomo muy en serio; para mí no tiene mucha importancia lo que veo en los periódicos. Hace unos días leí algo sobre los izquierdistas, pero yo no sé cuál es derecha, ni cuál es izquierda, ni qué es comunismo. A mí me preocupa una cosa: conseguir dinero para cubrir mis gastos y que mi familia esté más o menos bien. El obrero debe preocuparse porque a su familia no le falte alimento en su hogar. La política es muy complicada, así que allá los que nacieron para ser políticos. Si viene una tercera guerra mundial algunos de esos señores que la están provocando irán al panteón, junto con muchos millones. Yo no me preocupo mucho, ¿verdad?1
En 1966 Eva Forest pasó cuatro meses en una zona rural del oriente de Cuba, en la actual provincia de Granma, para escribir la autobiografía de una «granja del pueblo», en la cual una colectividad rural se dedicaba al cultivo de la caña, la producción pecuaria y de cultivos frutales, organizada de ese modo después del triunfo revolucionario de 1959.
El punto de partida para llegar hasta allí no sería tanto el libro de Lewis como Una aldea de la China Popular, cuya descripción le fuera hecha por su propio autor, Jan Myrdal, en 1963. A partir de entonces, y con su previa admiración por la Revolución cubana, Eva Forest decidió que Cuba sería el campo de sus estudios.2
Tras vivir cuatro meses en la granja del pueblo, su investigación no arrojaría nuevos datos sobre la «cultura de la pobreza», sino constataría una realidad: la creación de una cultura popular sobre la revolución en Cuba y su consecuencia: el cambio fundamental en la comprensión de la vida.
La ruptura producida en la cultura de la pobreza por esta realidad se expresaba en un extremo opuesto al del mexicano Jesús Sánchez: los campesinos que hablan en el libro de Eva Forest se ocupaban de la política, aprendían a leer el periódico, descubrían la diferencia entre el comunismo y el imperialismo, tenían alimento para comer en familia tres veces al día, podían tener casa con piso de cemento, techo seguro y agua corriente y no dejaban de confrontar una vasta diversidad de problemas, provenientes tanto del legado de la antigua vida como generados por la nueva experiencia. Conociéndolos, Eva Forest les llamó «los nuevos cubanos».
Eva Forest llegó a esa granja del pueblo en julio de 1966, en el cenit de la política independiente de la Revolución cubana con respecto a las metrópolis del socialismo mundial en la época: la URSS y China, lapso que duraría hasta 1968.
La joven catalana, hija de un pintor anarquista, se encontró con este contexto en Cuba: las críticas públicas, por parte de la dirección revolucionaria, del «economicismo, el objetivismo, la manualización de la enseñanza, el burocratismo, el culto de la personalidad y otras lacras de la construcción socialista» [soviética], pero más aún: Fidel Castro declaraba que la experiencia de Cuba respecto a la toma revolucionaria del poder «era un ejemplo para todos», en contradicción abierta con las tesis de la Conferencia de Partidos Comunistas latinoamericanos, celebrada en La Habana en noviembre de 1964, que defendían «moderar» el discurso proguerrillero.
Eva Forest fue una de tantos extranjeros que llegaron a Cuba dominados por la enorme admiración mundial que despertaba la joven Revolución cubana.3 Eligió ir al campo a investigar los rasgos de la nueva vida que surgía. Se decidió por la granja «Mártires de Alegría de Pío», que representaba el medio rural de características ideales para investigar un amplio mosaico social, pero que además se encontraba en la zona por donde desembarcó Fidel Castro el 2 de diciembre de 1956 con el yate Granma.
Todo ello era necesario a los fines de su investigación: quería conocer cómo era la vida de esos campesinos antes de 1959, como vivieron el período de la lucha insurreccional en la zona y cómo experimentaban las transformaciones revolucionarias, desde estas dimensiones: las condiciones de trabajo, el desenvolvimiento de la vida cotidiana, las relaciones con la guerrilla revolucionaria y con el ejército de Batista, sus creencias religiosas, su opinión sobre el comunismo, su actitud ante una agresión al país y ante los problemas de otros pueblos del mundo.
El libro de Eva Forest ha aparecido apenas en 2007 después de una dilatada historia, que incluye la censura franquista a la casa editorial que en Barcelona quiso publicarlo primero. Solo un brevísimo fragmento apareció en 1967.4 Antes de iniciar sus trabajos, la autora quizás leyó un volumen aparecido en la Isla con el título Cuba: transformaciones del hombre, cuyas páginas se encaminaban hacia la misma dirección de sus indagaciones de 1966 en «Mártires de Alegría de Pío». En ese tomo se encuentra un fragmento de un testimonio elaborado literariamente por Calvert Casey, donde puede leerse:
Pero desde el día primero de año a esta parte la cosa se ha puesto brava y hemos tenido que parar la construcción de las naves para poder abrir las trincheras. Yo no le puedo decir dónde están, están por ahí llenas de armas. Tiene razón; esto no le gusta a nadie, pero hay que hacerlo por si vienen, porque parece que Cuba le da mucho miedo a mucha gente y no sé por qué, porque nosotros lo único que hemos hecho es construir las casas que usted ve aquí y las naves, y los comederos de los puercos y arar la tierra para sembrar todo lo que se ve y sacar agua para las hortalizas y levantar aquel tanque grande que usted ve allí que se llena de un pozo del agua más saludable del mundo.5
Solo cinco años median entre esta hermosísima «ingenuidad» política y las opiniones que recogerá Eva Forest, también de belleza inusitada, pero mucho más elaboradas. Ellas se explican no solo por la campaña de alfabetización que transcurre en ese propio año 1961, y después por el aseguramiento de las condiciones para la matrícula escolar rural, sino porque la relación del campesino con lo real se irá transformando aún en ese corto período a través de la participación en la organización de su proceso productivo, de dirigir las nuevas instituciones y de desempeñar un conjunto de funciones inéditas para ellos.
Los campesinos ya no solo eran los beneficiarios del agua corriente y de la carne de res una vez por semana: eran participantes del proceso en las disímiles formas en que lo describen en sus entrevistas: en la escuela, el Comité de Defensa, la tienda del Pueblo, el hospital, el tribunal popular, el Partido, la Federación de Mujeres, la cooperativa, el poder local.
En profundidad, el libro de Eva Forest es la constatación fáctica de un largo empeño teórico: la fundamentación de la solidaridad «política» contra el egoísmo «natural» como clave del orden institucional de la sociedad.
Los nuevos cubanos es un tratado contra la «naturaleza humana».
Hans Kelsen hacía reposar todo el andamiaje de la teoría política del marxismo en una hipótesis «psicológica»: «el que cree poder construir el palacio del futuro con un material distinto [el material del que habla Kelsen es el hombre mismo], el que funda sus esperanzas en una naturaleza [humana] distinta de la que conocemos, debe terminar sin remedio en el país nebuloso de la utopía».6
Sin embargo, Forest encuentra en sus entrevistas las claves de una transformación radical de la «naturaleza humana». El ex terrateniente asegura que el campesino es haragán, que trabaja solo cuando no tiene dinero, que si gana unos pesos deja de trabajar y se los gasta en alcohol, como mismo asegura que el deber de la mujer es mantenerse «bonita y arreglada» para atender al esposo en la casa.
Eva Forest tiene frente a sí a campesinos que trabajan más de 14 horas y renuncian al cobro de horas extras, renuncian «al trago» para ingresar a la Unión de Jóvenes Comunistas, buena parte de ellos defienden el trabajo de la mujer, aseguran que irían a Viet Nam a liberarlo del «yugo imperialista», aprenden valores comunitarios de solidaridad y comienzan a juzgar la vida desde una clave de lectura jamás empleada antes por ellos: «lo que más me gusta a mí de la revolución es que todos somos iguales». Esto es, empezaban a juzgar la vida como una construcción colectiva de seres libres y recíprocamente iguales.
Sus testimonios traen también el ruido de las piedras que se interpondrán en el camino: Eva Forest advierte que la visión «oficial» que brinda el administrador de la granja al inicio de la investigación será cotejada por otros testimonios. En efecto, en las entrevistas aflora la trama institucional completa de la que participan los campesinos, y revelan todos sus problemas: la planificación burocrática, la desposesión del control sobre los planes productivos y las metas a cumplir, la concentración creciente del poder en instancias de decisión alejadas de las bases, las acusaciones de «contrarrevolucionario» a compañeros que criticaban los errores cometidos en una siembra a destiempo o en una meta cumplida «por cumplir»; la exageración y desproporcionalidad en los planes propuestos.
Eva Forest no omitió una sola entrevista: recogió el testimonio de los combatientes de la milicia, de los obreros, pero también de los ex terratenientes, del preso, de la espiritista, del bodeguero privado y con ello armó el mapa completo del tejido político de la comunidad: su texto no es una «apología» ni una «crítica» sino una disección del cambio en la comprensión de la vida: donde el antiguo rico dice que escasea la carne, el antiguo pobre dice que jamás había comido tanta. La campesina pobre de toda la vida explica que ella no sabe «qué es eso de ser rica», pero que ella «se siente rica» con la vida que lleva.
El hombre no tiene naturaleza sino historia, como decían con palabras diferentes pero con el mismo sentido tanto Ortega como Gramsci.
En La guerra de guerrillas el Che Guevara aseguraba que los «leales y sufridos pobladores de la Sierra Maestra» nunca sospecharon el papel que desempeñaron como forjadores de la ideología revolucionaria, cuando el contacto con ellos hizo ver con nitidez a los guerrilleros la necesidad de realizar la reforma agraria y transformar la vida del campesino.
Pero también se trasformaron los campesinos por sí mismos: la libertad siempre es una pedagogía. Los testimonios recogidos en Los nuevos cubanos son la «historia» del campesino y su rebelión contra la «naturaleza»: del campesino que empezaba a «comprender la política» y usarla para manejar el curso de su vida contra la política del terrateniente que le decía que era «pobre porque era bruto» y «se lo merecía».
Con sus palabras, los campesinos afirman que no hay vida libre sin una vida política fundada en la igualdad. Ese contenido de la cultura política dura en Cuba hasta hoy: es la clave de los consensos y de sus rupturas. Es el hecho que permite comprender por qué Cuba resistió a la caída de los «socialismos» del Este y cuál es la naturaleza de las alternativas de desarrollo socialista que puede encontrar en su propia historia.
Aquellos campesinos comprendieron de golpe la identidad de clase del poder cuando veían lo que tuvieron siempre frente a sus ojos pero no conseguían explicárselo con palabras «claras»: que por ser pobres los tribunales no les servían, que eran extorsionados por los médicos en contubernio con los farmacéuticos, por los políticos que les prometían tablas para construir casas que jamás veían. Todo ello lo intuían, pero sus palabras recogidas en el libro están transidas por una obsesión: «estar claros», «aclararse»: estudiar, aprender, tomarse en serio el periódico, «qué bueno es discutir, ¿verdad?».
Esos campesinos aprendían a tratarse como compañeros. Ramón Hernández, responsable de la Central de Trabajadores de la granja, le dice a Eva Forest:
Cuando vayan por allá, por el mundo de ustedes, díganles a los compañeros, campesinos y proletarios de la tierra, hermanos de nosotros todos, que si nos necesitan vamos a ayudarles; que la libertad es muy linda para que uno no esté dispuesto hasta dar la última gota de sangre porque un hermano de un país subyugado sepa lo que es. Y aquí los habemos decididos y que a cada rato estamos preguntando: ¿A dónde hay que ir para serle más útil a la revolución? Porque, compañera, es muy lindo eso de pensar y ya ser un hombre, y duele tanta humanidad que está por ahí avasallada, sin poderse desarrollar…
Ramón Hernández era analfabeto antes de la Revolución.
Cuando a otro campesino, en plena lucha insurreccional le dicen que los rebeldes son bandidos, riposta argumentando que esos rebeldes son una «comisión de intelectuales» y de compañeros estudiantes que luchan por mejorar la vida de los campesinos. La frase revelaba el culto supersticioso del iletrado al saber, la jerarquía interpuesta por el saber. Pero la cultura popular sobre la revolución significa la conciencia de la adquisición de derechos. La conciencia de adquirir un derecho es propiamente un resultado revolucionario. Siete años después de triunfar la revolución, el ex analfabeto lo comprende todo: que el programa de la revolución es trastocar la «naturaleza» de la dominación por la condición «política» de la libertad, la condición misma de ser y tratarse como compañeros: aquellos que comparten el pan y defienden la libertad de compartirlo.
El título del libro parece obvio, pero no lo es: en las zonas campesinas del oriente de Cuba a una persona joven se le llama «nueva». Después de haber empezado a trabajar alzando caña a los 12 años, de trabajar sobre las 16 horas diarias en tiempo de zafra, y de conocer los estragos del hambre el resto del tiempo, una persona de 39 años se consideraba a sí misma un viejo. El carácter de «nuevos cubanos» tiene una doble acepción: es nuevo porque remite tanto a un origen, a un nacimiento, como a la juventud, que en esas zonas rurales es sinónimo de «útil». Una persona «nueva», está naciendo, y es siempre una persona «útil».
Eva Forest tituló su libro Los nuevos cubanos, conociendo bien este campo semántico: los campesinos le decían que con la Revolución se «hicieron hombres», se convirtieron en «hermanos», y «dejaron de ser esclavos», cuando dejaron la vida «estrecha que tenían y fueron capaces de vivir «amplios». Entonces, eran «nuevos», eran «útiles», eran por fin «hombres».
NOTAS:
[1] Oscar Lewis, Los hijos de Sán c hez , Joaquín Mortiz, México, 1973, p. 509
[2] El propio Lewis haría luego trabajo de campo en Cuba, de lo que resultó el libro Four women: Living the Revolution .
[3] De la investigación que resultó en el libro Los nuevos cubanos participó Juana Hendrickson, a quien Eva Forest le dedicó el libro, una vez terminado. A JH pertenecen las fotos que aparecen e n el pliego gráfico del volumen, que Hiru publicó en 2007.
[4] Eva Forest, «Una lección inolvidable», en Cuba: una Revolución en marcha , Ediciones Ruedo Ibérico, Suplemento 1967 de Cuadernos de Ruedo Ibérico , Francia, 1967 , P. 341-343
[5] Calvert Casey, «Que hable un campesino», en Cuba: transformación del hombre, Casa de las Américas, La Habana, 1961, p.164
[6] Han Kelsen, Socialismo y E stado , Siglo veintiuno editores, México, 1982, p. 276

viernes, 7 de mayo de 2010

Entrevista a Javier Lucini, Ganador del Premio Camino del Cid y autor del libro "Apacherías del salvaje Oeste"

Rebelión

__"Apacherías" es la, y cito textualmente "Biblia del Salvaje Oeste escrita ya no por un americano de Texas sino por un madrileño que vive al oeste de Montera"¿Algún comentario al respecto? Simplemente te invito a asomarte al balcón. Siempre me ha parecido que Montera es la calle principal de un pueblo del Lejano Oeste. Si te fijas, tiene todos los elementos. Las putas que dan la bienvenida a los forasteros, las casas de juego donde se dan cita los ventajistas, los drugstores de los chinos que construyeron el ferrocarril, la hamburguesería del viejo McDonald, la iglesia de Caballero de Gracia con su inconsolable predicador, el banco, el locutorio de la esquina con la calle Jardines como la oficina de telégrafos, cantinas, hoteles, viajeros desorientados arrastrando sus maletas como recién descendidos de la diligencia, maleantes asoleándose en espera de dar el gran golpe y, un poco más abajo, la oficina del sheriff… Si uno se fija no cuesta nada identificar a Belle Star, a Billy el Niño, a Jesse James, a Chato el Apache… En realidad, lo hemos hablado muchas veces, el western no es simplemente un género circunscrito a una época y a un territorio. Creo que fue Garci quien para describir una de sus películas utilizó el término “western de sentimientos”. El Salvaje Oeste se extiende por todas partes. Está a la vuelta de la esquina. Cada persona, cada manzana, cada calle, cada barrio, cada ciudad, cada país posee sus propios indios masacrados, sus propias reservas, sus propios Tratados Rotos, sus Tesoros de Sierra Madre, sus Solos ante el Peligro, sus Fort Apaches, sus Ríos Bravos, sus Centauros del Desierto y sus Hombres que Mataron a Liberty Valance… Hace un rato, antes de que llegaras, yo mismo he protagonizado un Duelo en Alta Sierra con el vecino de arriba…____¿Cómo surgió la inquietud que derivó en este libro tan descomunal en todos los sentidos? ¿De dónde parte la idea?Surgió allí mismo, en el corazón de la Apachería. Los últimos años había estado viajando por el territorio en compañía de Jaime Rodríguez, cineasta norteamericano, visitando las reservas indias y conociendo a los poetas indígenas que todos los años se dan cita en el Cowboy Poetry Gathering de Elko, un pueblecito situado al noreste de Nevada, casi en la frontera con Utah. En la reserva de los indios Crow, camino de casa de Henry Realbird (poeta Apsaroke) en el Custer Battlefield Museum, di con las Memorias de Gerónimo. Luego en casa de la escultora Sarah Sweetwater descubrimos el personaje apasionante de Sarah Winnemucca, la india Paiute, protegida de Emerson y de Elizabeth Peabody, que defendió, en los estrados de Boston y Nueva York, los derechos de las naciones indias. Luego vino el silencio de Taos, los búfalos de Yellowstone y la perplejidad de comprobar el modo en que los indios habían desaparecido de la conciencia norteamericana. Sobre el barro de Taos hice la promesa de volver a entonar esas voces. A la vuelta llamé a Jabo, editor de Mono Azul (la editorial más Apache que conozco) y nos pusimos manos a la obra. Gerónimo fue el detonante. Enseguida me puse a traducirlo y en el proceso todos los recuerdos y las sensaciones, las voces de las gentes que había ido conociendo a lo largo de aquellos años sucesivos de errancias y vagabundeos por el Lejano Oeste, comenzaron a apremiarme. El resultado de aquella urgencia fue Apacherías. En un principio no iba a ser más que un prólogo para el Soy Apache de Gerónimo. Pero el artefacto me estalló en las manos. Hoy ando invocando la voz de Sarah Winnemucca (coming soon in Mono Azul). Luego le vendrá el turno a Nube Roja.____¿Qué es para ti una Apachería? Te remito a la cuarta de cubierta. La voz Apachería: “1.f. Se dice del lugar, real o imaginario, habitado por Apaches. Tierra yerma y abrupta que espera hacerse paisaje. Símbolo de resistencia heroica, amor desesperado y lucha por la libertad. 2. Acto, gesto o trazo del que se niega a ser absorbido, asimilado, amordazado o exterminado”. Luego habría que definir la voz: Apache. “1. adj. Se dice del indio nómada de las llanuras de Nuevo México, caracterizado por su gran belicosidad. 2. m. Bandido o salteador de París y, por ext. de las grandes poblaciones. 3. m. Persona incómoda. Inconformista. Tocapelotas. 4. m. Baile de movimientos bruscos y violentos”. Con eso puedes ir haciéndote una idea de lo que te puedes encontrar dentro.____Este libro es una novela y un libro de viajes y si me apuras un tratado de antropología. Para mí es una "novela apache", una narración con un equilibro perfecto entre géneros, ¿de qué bebe Apacherías?, ¿del cine, la literatura, de qué mas? Como el propio territorio al que hace referencia la voz Apachería (en su día las llanuras y montañas del sur de Arizona y Nuevo México, el norte de Sonora y Chihuahua y el oeste de Texas, una extensión superior a la que actualmente ocupan los estados de Nueva York, Pennsylvania, Nueva Jersey, Connecticut, Massachussets, Vermont, Maine, Ohio, Carolina del Norte, Carolina del Sur y el oeste de Virginia), se trata de un terreno amplio y fronterizo en el que se dan cita y se mezclan todo tipo de géneros y bebedizos. El cine y la literatura son las más evidentes, claro. Nuestra visión del Oeste ha sido moldeada con esos barros. De ahí el gran desconocimiento y la distorsión que existe hoy de la figura del cowboy (verbigracia de Bush y compañía). Pero también, por supuesto, el libro bebe de la música, el mezquite, el sudor del caballo, el aullido de los coyotes, las bostas de búfalo, las colinas de mezcal y los zarzales de artemisa…____¿Qué cineastas o actores son los que más han hecho por iluminar el mundo de la apachería?Sin duda, Sean Aloysius O’Feeney, alias John Ford, alias Chief Go Ahead (El Jefe Va Delante) para los Paiute, alias Natani Nez (Líder Alto) para los Navajo, alias “¡Ese condenado!” para Harry Goulding (el hombre que le descubrió Monument Valley). Aunque para mí, la película que mejor refleja el mundo de los Apaches es Flecha Rota (1950) de Delmer Daves, como no podía ser de otra manera, con guión de Albert Maltz, perseguido por las famosas listas negras del sheriff McCarthy por rojo (vamos, por piel roja). Pero si hablamos de iluminar el mundo de la Apachería en la actualidad es el poeta mestizo (Mexicano/Apache) Jimmy Santiago Baca quien mejor refleja en sus libros las vivencias, las pasiones, las esperanzas y las desilusiones del mundo Apache…____¿Cuál es la anécdota o una de las anécdotas más interesantes que has descubierto con este libro acerca del mundo apache? Que la rebelión Apache no fue una mera anécdota y que el tan cacareado “Asunto Indio” está muy lejos de ser un asunto concluido.La destrucción del mundo indígena norteamericano perpetrada a finales del XIX ¿cómo ha sido asumida en América? ¿Qué queda de todo aquel mundo perdido en la actualidad? Lamentablemente es una destrucción que sigue su curso. Te invito a que te des una vuelta por cualquiera de las reservas indias que se extienden a lo largo y ancho del territorio norteamericano. Allí donde languidecen las ahora bautizadas (para vender bisutería) como “Las Viejas Tribus Legendarias”. No se me ocurre nada más horrible que ese nuevo avatar del olvido consistente en transformar la historia en leyenda. Pobreza, aislamiento, analfabetismo y síndrome de alcoholismo fetal. Pow-wows para turistas y material de desguace para antropólogos. Recuerdo lo que decía el autor Sioux Vine Deloria Jr en su obra El General Custer Murió por Vuestros Pecados, quejándose de esa plaga que les ha tocado sufrir a los indios: los antropólogos: “En toda vida, dicen, llueve alguna vez. Hay personas con horóscopos adversos, otros van a la bolsa a la caza de confidencias. McNamara, el TFX y el Edsel. Las iglesias poseen el mundo real. En cambio los indios han sido los más malditos de todos en la historia. Los indios tienen antropólogos”… Lo cierto es que ya se ha apagado el ímpetu reivindicativo que tuvo lugar en los años setenta gracias a las valerosas acciones de los miembros del A.I.M. (Movimiento Indio Americano), y, aunque parezca mentira, Leonard Peltier sigue en la cárcel (a pesar de que el nuevo presidente, como en un inesperado reflejo de lo soñado algún día por los Soldados Buffalo, guste de fotografiarse sonriente con los grandes Jefes Indios después de hacer mil improbables promesas), pero, afortunadamente, aún siguen oyéndose las voces de muchos guerreros inconformistas. Pienso en el escritor Sherman Alexie, en Louise Erdrich, en John Trudell, en Russell Means, en el cantante Jim Boyd. Se niegan a ser absorbidos. Y lo más importante, no hay más que perderse por los pastos de Yellowstone: Tatanka, el abuelo bisonte, ha vuelto a las llanuras.____El gran chamán del libro es Gerónimo. ¿Qué es para ti Gerónimo?Lo mismo que para aquel niño del libro Geronimo’s Bones: A Memoir of my Brother and Me de Nasdijj: Gerónimo es una voz que me llega al caer la noche, cuando las demás criaturas duermen y el universo nos pertenece. Cuando tienes cinco años puedes ser lo que quieras. Yo quería ser como Gerónimo porque Gerónimo era valiente y resueltamente capaz de ver en los desiertos de sus sueños. Gerónimo era algo más que una fijación infantil. Al hablar como lo hacía de sabidurías y secretos, era la única voz que yo conocía que tuviera fuerza para ahuyentar las otras voces de mi cabeza. Cuando Gerónimo estaba conmigo, la cacofonía de las otras voces que me decían lo que tenía que hacer, se evaporaban como el humo al salir por el agujero superior del hogan para mezclarse con las estrellas. En algunos informes oficiales queda de manifiesto la incomodidad que sentían los indios sumisos de la reserva de San Carlos al tener a Gerónimo cerca. El motivo: porque a quien estaba a su lado, le daba por soñar. Para mí Gerónimo es precisamente eso: la posibilidad de seguir soñando.____¿Cómo se llega de los indios click de famobil a esta novela.estudio.tratado.libro de viajes? Te lo aseguro, no hay transición.____¿Un lector de hoy que descubre para sí mismo cuando entra en el universo de la Apachería? Que hay que seguir en Sierra Madre. Que no hay que rendirse. Que hay que seguir bailando la Danza del Sol. Es una lección de bravura y de aliento. Como decía Nana, alias Pie Roto, Jefe de los Apaches Mimbreños: “Mientras haya un Apache con vida habrá esperanza

domingo, 2 de mayo de 2010

Historia de una casa

Juan Forn
Página 12

Todas las casas abandonadas cuentan una historia. Esta, con su losa de hormigón caída y los fierros al aire, fue diseñada por Le Corbusier en Boulogne-Billancourt, extrarradio de París. En el living de esta casa supo colgar un gran retrato pintado por Modigliani de los dueños de casa, el escultor Lipchitz y su esposa rusa Bertha. Bertha tenía un hijo llamado Andrei, de un matrimonio anterior. El padre de Andrei volvió a Rusia en el tren blindado con Lenin. Andrei tiene trece años en 1927, cuando su madre se entera de que el legendario comisario de las artes soviético (su viejo amigo Lunacharsky, de los tiempos de exilio en Zurich), pasará por París en uno de sus raids pregonando la cultura soviética por Europa, y decide que ya es tiempo de que Andrei se reúna con el padre en Moscú.
Lunacharsky accede a llevar al joven. Andrei sube al vagón exclusivo del comisario de las artes con su uniforme de liceo francés y una valijita en la mano. En Berlín, el tren se detiene inesperadamente porque la amante de Lunacharsky necesita hacer más compras. Las siguiente paradas son Varsovia, Brest Litovsk y Minsk, pero nadie baja a comprar nada. Durante el largo viaje, Lunacharsky le cuenta a Andrei una historia tras otra. Una de ellas le encantaría a León Ferrari: en enero de 1918, Dios fue sometido a juicio en la URSS, por sus crímenes contra la humanidad. En el banquillo de los acusados se colocó una Biblia y los fiscales presentaron las numerosas pruebas de culpabilidad, basadas en testimonios históricos. La defensa pidió la absolución por demencia evidente y desarreglos psíquicos, pero el tribunal declaró culpable a Dios de todos los cargos y lo condenó a muerte. En el amanecer del 17 de enero de 1918, un pelotón de fusilamiento disparó cinco ráfagas de ametralladora contra el cielo de Moscú y cumplió la sentencia.
La comitiva de Lunacharsky llega con atraso a Moscú, en la misma mañana del décimo aniversario de la Revolución, así que de la terminal se trasladan directamente a la Plaza Roja. Y así es como Andrei ve por primera vez a su padre: en el palco de honor, con sus galas de general de la Revolución, recibiendo el saludo de las tropas. Lo que el general ve es que su hijo no está en absoluto vestido para resistir los diez grados bajo cero que hacen ese día en Moscú, así que murmura a uno de sus edecanes que envuelvan al chico en algo y lo dejen en su casa antes que muera congelado. Los soldados cumplen la orden al pie de la letra: lo envuelven en una lona del ejército. Cuando la esposa del general los ve entrar en la casa, cree que le traen una alfombra nueva, hasta que la alfombra se mueve y le da un susto tremendo.
Andrei y su madrastra nunca se recuperan de aquella primera impresión mutua. La convivencia no será fácil y poco después Andrei dejará la casa paterna, y los estudios, y la fe en la Revolución, y no durará mucho suelto en las calles moscovitas: en 1930 es declarado enemigo del pueblo y enviado a Siberia (su padre el general correrá la misma suerte pocos meses después). Durante los siguientes veintinueve años, Andrei intenta fugarse ocho veces de los campos. En 1959 lo consigue finalmente: llega a pie, medio muerto de frío y de hambre, hasta Finlandia. Le lleva un año más cruzar toda Europa hasta llegar acá, a esta casa diseñada por Le Corbusier en el extrarradio de París.
La casa estaba abandonada. Había grandes trozos de mármol sin esculpir en el jardín lleno de maleza. El escultor Lipchitz había huido a América antes de que llegaran los nazis. Pero en cuanto terminó la guerra, Bertha decidió regresar desde Nueva York: “Mi hijo está vivo, lo presiento, y cuando me busque irá a la casa de Boulogne-Billancourt, y si no estoy allí cuando llegue nunca volveré a verlo, lo presiento”, le dijo a Lipchitz antes de abandonarlo en 1946. Catorce años ha esperado desde entonces pero, en esta noche de 1960, Andrei ha vuelto. Ese hombre de 45 años que parece de sesenta es su hijo y esta noche volverá a ocupar la camita que hay en el dormitorio infantil del primer piso, donde durmió por última vez en 1927. En la cabecera de la cama hay, hubo siempre, un cuadrito sin firma de un lobo en medio de la estepa nevada. Hay cosas que no cambian. Nos sostienen porque no cambian. O quizá es simplemente que no cambian para que no nos vengamos abajo.
Demos ahora otro salto en el tiempo, hasta 1995. Parte de la losa de hormigón se ha derrumbado, la pared de ladrillos de vidrio que hay en el living está oscurecida por el moho, la creación de Le Corbusier parece uno de esos esqueletos de estaciones de servicio que se ven por las rutas argentinas, pero Andrei sigue viviendo allí. También los enormes mármoles sin esculpir siguen en su sitio en el jardín, entre la maleza. Pero por muy poco tiempo más: en 24 horas debe desalojarse la casa, un asunto de abogados de Nueva York. Andrei se hizo cargo de Bertha hasta que ella murió (vendía pólizas de seguros casa por casa para mantener a ambos). Durante todos esos años siguió durmiendo cada noche en la camita de su dormitorio infantil. También estuvo combatiendo a esos abogados de Nueva York: todavía tiene a mano, al lado de la puerta, una pala de mango corto, con los bordes bien afilados. “Con una de éstas vi decapitar a unos cuantos en Kolymá”, le comenta al amigo que lo acompaña, antes de dejarla caer en una de las cajas de cartón en donde está juntando sus cosas. Ya no importa: los abogados han ganado; mañana Andrei se habrá mudado a un altillo de un solo ambiente, de cinco metros por tres, en un quinto piso sin escalera de Barbès-Rochechouart, donde colgará en la cabecera de su cama el cuadrito del lobo en la estepa nevada. Como diría Lunacharsky: “Dios no existe. Lo fusilamos nosotros, en 1918”.
John Berger cuenta esta historia en su libro Fotocopias. Nunca dice el apellido de Andrei, pero en un libro que de casualidad estoy leyendo sobre el misterio de la muerte de Raoul Wallenberg (aquel magnate humanitario sueco que salvó a tantos judíos durante la guerra) figura un Andrei Lipchitz dando testimonio de que vio a Raoul Wallenberg en la Lubjanka, después de una de sus tantas fugas fallidas, durante la Navidad de 1947. Hasta el día de hoy no se sabe ni cuándo ni cómo ni dónde murió Wallenberg, después de ser arrestado por los rusos en Budapest, en 1945. Tampoco sé nada más de Andrei; ni siquiera si el apellido que usó en vida era Lipchitz o el de su padre el general. En cuanto al Atelier Lipchitz, ubicado en el 9 Allée des Pins, en Boulogne-Billancourt, una inmobiliaria multinacional lo ofrece actualmente a la venta por Internet. Piden 3,9 millones de euros, y no saben qué puede haber pasado con los bloques de mármol sin esculpir que había en el jardín.
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-144868-2010-04-30.html